Referéndum

 

Fotografía y texto: Domingo Martínez Castilla, 1998.

 
Referendum (c) 1998

 

Hay muchos rostros en las ciudades enormes. Y en el centro de Lima, una de esas ciudades enormes, hay miles de rostros generalmente adustos que se cruzan con uno, casi siempre apurados. Las sonrisas parecieran ser monopolio de los muy jóvenes, especialmente cuando están en parejas enamoradas.

Sin embargo, en este julio de 1998, en la entrada al Jirón de la Unión que da a la Plaza San Martín, alrededor de una mesa limpia y pequeña, había sonrisas gratis: un grupo de voluntarios recogía firmas en apoyo al referéndum. Desde hace más de un año, gente de muchos colores políticos se juntaban para invitar a peruanos a firmar los «planillones», con la esperanza de que sea el pueblo el que decida si es válida una ley que permite una re-elección más del presidente del Perú. Gente sonriente, jóvenes y viejos, que trabajaban buscando el derecho a ejercer la democracia.

Pero otra democracia, en la forma del congreso que el pueblo peruano eligió en 1995, acaba de negar ese derecho. A pesar de más de un millón de firmas pidiendo el referéndum, el día jueves 27 de agosto de 1998, el Congreso de la República del Perú votó mayoritariamente en contra, y de la noche a la mañana diluyó esos rostros sonrientes, esas pequeñas mesas, esos esfuerzos de meses; incontables horas-mujer, horas-joven, horas-hombre; miles de páginas llenas de firmas; y quién sabe cuántas ilusiones en que la democracia sí funciona, en que sí es posible lograr cosas por el camino del voto.

La democracia de 1995 vale más que la democracia de 1998. Triste: la democracia niega al pueblo el derecho a rectificar sus errores. Cántame, Víctor Jara, donde quiera que esté tu recuerdo de manos aplastadas.
 

© Domingo Martínez Castilla,
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