Un apunte sobre la cultura del amor a fin de siglo1 |
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Óscar Ugarteche |
¿Qué pienso del amor?- En resumen
no pienso nada. Querría saber lo que es
pero estando dentro lo veo en existencia,
no en esencia.
Reik
l mito de que el Amor y el Deseo siempre están orientados hacia el sexo opuesto va lentamente retrayéndose. Crecientemente la autenticidad de ambos va haciéndose más transparente y las demandas de reproducción de la sociedad sobre el universo social van haciéndose más tímidas. Así, las personas, hombres y mujeres, son más libres para escoger y vivir, explorar y revalorar el modo como quieren llevar a buen puerto su destino íntimo. Este proceso de transformación de la intimidad, proceso social al mismo tiempo que muy personal, ha tomado fuerza en América Latina donde la demanda y obsesión católica por la reproducción, y el pecado por la infertilidad, se deshilacha al mismo tiempo que los pecados se van haciendo cada vez más relativos para los pecadores. La sanción social sobre la no reproducción se esfuma ante la evidencia de otras formas de vivir, mientras la amenaza del SIDA regresa un cierto temor a la exploración.
Sombras nada más/ entre tu vida y la mía es una manera de aproximarse al tema del amor. Invento cortesano de la Edad Media, las relaciones de pareja fueron contratos de servicios para la procreación dentro de ciertas esferas sociales y para asegurar la tenencia de bienes terrenales y materiales dentro de las familias, o para garantizar la ampliación de las propiedades agrícolas. De rey a paje los contratos de matrimonio fueron una regla que partía del principio que entre dos seres humanos no tiene porque haber ningún sentimiento para poder procrear.
Ésta es la misma época de la libertad sexual y de los Canterbury Tales que Pasolini pusiera en pantalla en los años sesenta para darnos ánimo que el amor formal y aburrido no era el sentido del amor. Fue la Revolución Industrial la que nos introdujo al amor romántico de dos gardenias para ti/ con eso quiero decir/ te amo/ te extraño/ mi vida. Al decir te amo «la figura no remite a la declaración de amor, a la confesión, sino al proferimiento repetido del grito del amor», Lacan propone que Te amo «no es una frase: no transmite un sentido sino que se aferra a una situación límite: aquélla en que el sujeto está suspendido en una relación espectacular con el otro. Es una holofrase»2. Pero a toda edad, siempre, se dice y se siente este grito como una manifestación de un algo inasible que identifica a dos personas y donde el uno entrega (o cree que entrega) su corazón al otro en una donación tan generosa como inesperada. Te amo implica siempre un otro. Salir del solo al acompañado aunque no se vea al otro siempre sintiendo la ausencia, es tan triste la ausencia. Antes del te amo este solo se encuentra estacionado.
Todo el mundo tiene su riqueza,
sólo yo parezco desposeído.
Mi espíritu es el de un ignorante
porque es muy lento.
Todo el mundo es clarividente,
sólo yo estoy en la oscuridad.3
De pronto viene el deslumbramiento y te quiero cuando callas por que estás como ausente. Ése es el inicio de las dudas que acompañaran al amor siempre.
Fueron las prohibiciones de la Reina Victoria y las sanciones morales a toda forma de expresión sexual no directamente relacionada con la procreación, y la ampliación de la fuerza de trabajo, que llevaron a la edad romántica. El romanticismo inglés y alemán inician eso que después ha sido reconocido como la manera como dos personas entablan sus vínculos. Hoy sería impensable, casi, pensar en un inglés o alemán románticos, pero fueron los padres del sentimiento desgarrado, de la pasión atormentada y del «hasta que la muerte nos separe» contractualmente preparado por la cultura judeo cristiana.
De Jane Austen y Thackeray a Brahms y Schubert, el romanticismo no sólo atravesó sus obras sino sus vidas. La mujer, para sobrevivir, tiene que parecer tonta e ignorante, escribió la autora de Orgullo y Prejuicio, Sentimiento y Sensibilidad, entre otros títulos. Era una aproximación idealista a las relaciones humanas todas orientadas a la reproducción y al fortalecimiento de la sociedad de la producción, en términos de Foucault. Los varones, en ese esquema, eran los ordenadores y dominadores del espacio público y las mujeres tenían un status no sólo limitado, sino sometido. Desde el traje asfixiante contra el que luchó Oscar Wilde al lado de las sufragistas de la época, hasta la prohibición de fumar o mostrar los tobillos o pensar, la mujer estaba destinada al espacio privado y al cuidado del hogar, que siendo romántico era perfecto. La infelicidad generada por esta perfección romántica fue el costo de una organización social y económica para el progreso. La urgencia de ampliar la fuerza de trabajo y de que cada niño nace con su pan bajo el brazo y más hijos garantizan una mejor vejez a los padres, remató un amor romántico cuyo signo fue trágico. Ana Karenina quizás sea la mejor expresión del romanticismo trágico. Casada por conveniencia encuentra su amor en un oficial de caballería, pero no tuvo salida porque estaba casada y después de gozar del amor prohibido con el oficial y ser abandonada por éste, por la necesidad de él de regresar a la sociedad, ella se tiró a los rieles del ferrocarril. No tenía otra salida. Aquella sociedad no iba a permitir un resquebrajamiento del orden de esa magnitud. Karenin era el arquetipo del hombre en la cumbre social, noble y profesional, abogado y juez. En este sentido, dice Savater, cada uno tiene derecho a su propia historia, citando a su vez a Tolstoi en la obra citada.
El amor romántico tuvo mucho que ver, entonces, con los desbalances entre los hombres y las mujeres, con la relación dominante/ dominado, con la mujer-niña que no trabaja, ni firma cheques, ni piensa. Si bien, detrás de cada gran hombre hay una gran mujer que le permite serlo, se decía. Hoy detrás de cada gran hombre hay una mujer asombrada.
Amor y desamor son ambos lados de una moneda cuyo medio de cambio es el deseo. Pero al igual que las monedas, se devalúa y finalmente muta, encontrándose con cierta frecuencia que hay amor con un deseo adormecido, en cuyo caso tu amor se volvió tu mascota, tu acompañante, pero no más el agitador de tus pasiones y se introduce el divorcio. La ley de Gresham se aplica también. Llega un momento en que el valor de ese amor está en el contenido metálico más que en el valor de cambio, el deseo.
Cuando Enrique VIII inventó el divorcio y se salió de la Iglesia Católica para fundar la Anglicana, no se hubiera imaginado nunca que el amor romántico iba a llegar y que el divorcio entre la familia real inglesa iba a ser mal visto y a impedir la llegada al reinado a más de uno de sus descendientes. La constatación del desamor del no puede ser llega con o sin contrato legal o religioso de por medio. Llega. A Werther lo mandó al suicidio. Perdió a Carlota y murió su alma. No había más. Murió de amor. Gide dice «acabo de releer Werther no sin irritación. Había olvidado que empleaba tanto tiempo en morir» (no fue un tren que lo atropelló como a Ana Karenina, sino un veneno que tomó para aliviar su alma adolorida por el abandono de Carlota). «Por la menor herida tengo deseos de suicidarme: cuando uno lo medita, el suicidio amoroso no tiene un motivo preferente» (Stendhal), pero es un chantaje y una manera de expresar que sin ti me muero o cambio mi reino, que es una muerte también.
Las sufragistas inglesas fueron torturadas para lograr el derecho al voto a inicios de este siglo y fumar se volvió un acto de transgresión reconocible para las mujeres con las presiones que sobre el hogar perfecto daba la realidad económica. Las mujeres comenzaron a ser reconocidas como pensantes y Sor Juana Inés de la Cruz fue sacada del armario del olvido avanzado este siglo (Hombres necios / por qué me acusáis así / de vuestros propios pecados). Vita Sackville West y Virginia Woolf en los años veinte sacudieron el sentido común del amor romántico haciendo lo que mejor les parecía con sus vidas, no obstante las restricciones sociales, para dolor y congoja de sus maridos. El divorcio se introdujo de manera mayor y más generalizada reconociéndose que ni el amor ni el deseo son eternos. Todas las otras formas de amar fueron penalizadas legalmente, incluyendo el amor que no se atreve a llamarse por su nombre de Oscar Wilde por su inescrupuloso Bosie.
Hasta que llegaron los sesenta y entre el amor libre y she loves you/ yeah/ yeah/ yeah se reencontró la espontaneidad del amor, incluido el prohibido. El tranvía llamado deseo ingresó por los parques de una juventud asfixiada todavía por la rigidez del amor romántico. Para comerse a un hombre hay que hacerlo con cuidado, primero sacándole las espinas, dice Juan Gonzalo Rose. La iniciativa se dio la vuelta. La cultura se abrió a la posibilidad que las mujeres tuvieran algo que decir sobre el amor y el deseo y que hombres y mujeres pudieran expresar su amor/ deseo o deseo puro por alguien de su propio sexo.. Bajo el paraguas del feminismo, la búsqueda de la equidad entre los géneros transforma el amor romántico en otra cosa. Lo perfecto desapareció y el sufrimiento del sometimiento se transformó en la posibilidad de comer hombres (y mujeres), sin espinas y sin culpa. Sin lugar a dudas esto también cambió a los hombres. Más aún cuando Prudencia y la Píldora se volvió la película más vista de 1968.
De todas maneras, de lo que estamos hablando es que no es aventura ni capricho/ ni dulce sueño de ilusión/ si ya por fin unimos dos almas en un solo corazón y que siempre en ti estoy pensando y tú de mi no sabes nada, hace tanto tiempo que te quiero y me callo las palabras. Barthes nos sugiere que corazón es el órgano del deseo y vale para toda clase de movimientos y deseos, pero lo que es constante es que el corazón se constituya en objeto de donación aunque sea mal apreciado o rechazado. En este caso es un corazón oprimido del que habla la letra del bolero.
El paradero del tranvía llamado deseo no es único. Tiene muchas escalas y da muchas vueltas. A eso Michel Foucault le llama el arco iris de la sexualidad. Desde la heterosexualidad excluyente hasta la homosexualidad excluyente, la mayor parte de las personas tienen y juegan todos los días de diferentes maneras, con sus deseos que varían en intensidad y orientación. No necesariamente sentir deseo por alguno de tu sexo te clasifica en una casilla u otra, como tampoco a la inversa. La sexualidad es bastante más fluida y espontánea. Por eso ha sido proscrita tantísimo tiempo. Reconocer que la sexualidad tiene algo que ver con el placer y que la sexualidad es plástica, multiforme, cuestiona de partida el ordenamiento social para la producción y nos coloca frente a una sociedad para el placer. Esto es inaceptable para el orden establecido y por lo tanto subvierte los valores convencionales.
De este punto de partida salen los movimientos feminista y gay en Estados Unidos y Europa y se trasladan a América Latina durante la década del 70. La sociedad y la iglesia mandan que «lo natural» es la sexualidad para la reproducción. Para los católicos estar casados y no tener hijos es pecado, por ejemplo. Ante esto lo anti-natural o contra natura, es formas de sexualidad que no tienen nada que ver con la reproducción. De otro lado «Lo que el hombre en lo más íntimo de sí mismo quiere y de donde provienen todos sus restantes deseos es no ser otra cosa».4 Tampoco quiere ser cosificado ni ser confundido ni tachado por decidir una vida o un amor. La ética en este campo no existe más allá de no dañarte y no dañar al otro. El orden social desaparece porque el orden social es una resultante y no un punto de partida. Los juicios en Rusia y China así como las censuras en Cuba en los años 60 (el celebre caso Padilla entre los más notorios) son una imposición ex-ante de un orden social que comienza a cambiar y por resistir al cambio con valores de la sociedad de la producción (heredada de la Reina Victoria y ella de los valores del Siglo XIV requeridos para un Imperio triunfante sí al trabajo, no al placer ). Si no hay reproducción en términos de niños entregados a la sociedad no hay sociedad, es más o menos la idea central de esta peculiar ética que dista del respeto al ser humano. En este sentido los movimientos radicales convertidos en gobierno, en sus albores, fueron tan virulentos como los artífices del Malleus Mellfactorum, en el sigo XIV, que culpa a la mujer por los deseos del hombre. Y por supuesto, todo uranista es por definición (peculiar) «mujer» y el que no tiene hijos atenta contra la estabilidad del sistema político. Esos tiempos han quedado atrás a fines del siglo XX, pero volverán como siempre el pasado regresa a los talones del futuro para recordarnos que la historia es un eterno retorno (Eliade). Ése es el regreso del Opus Dei y su discurso sobre la castidad, por ejemplo.5
Este secreto que tienes conmigo nadie lo sabrá/ este secreto seguirá escondido una eternidad/ yo te aseguro que nadie nunca sabrá/ lo que paso entre tu y yo/ Nadie sabrá que en tu pecho/ borracho de amor/ me quedé dormido. Porque si se enteran me matan, o peor, me desprestigio.
Pero por otro lado tengo ansia infinita de besarte la boca/ de morderte los labios hasta hacerlos sangrar/ de estrecharte en mis brazos con furores tan locos/ que más nunca me podrás olvidar/ qué me importa que antes adoraras a otro/ y en sus brazos gimieras de placer o dolor/ cuando bebo mi vino no pregunto si el vaso ha saciado la sed de otro buen bebedor. Barthes nos indica que el sujeto amoroso es atravesado por la idea de que está o se vuelve loco, como indica este bolero. Añade, «se cree que todo enamorado está loco. ¿Pero se imaginan un loco enamorado? De ningún modo. El amor me vuelve como loco, pero no me pongo en relación con lo sobrenatural; no hay en mí nada sagrado; mi locura, simple sinrazón, es plana, hasta invisible; por lo demás, totalmente recuperada por la cultura: no da miedo. (No obstante, es en el estado amoroso donde algunos sujetos razonables adivinan de pronto que la locura está ahí, posible, muy cercana: una locura en la que el propio amor zozobraría).»6 You are making me crazy.
También es verdad, y no debemos olvidar que el beso de tu boca tentadora/ que me diste embriagada de ilusión/ yo lo guardo como llama animadora/ en el fondo de mi pobre corazón cuando tú me quieres dejar/ y yo no quiero sufrir/ contigo me voy mi santa/ aunque me cueste morir. «¿Qué debemos pensar finalmente del sufrimiento? ¿Cómo debemos pensarlo, evaluarlo? ¿El sufrimiento está necesariamente del lado del mal? ¿El sufrimiento de amor no revela sino un tratamiento reactivo, depreciador (es preciso someterse a los prohibido)?»7
La sexualidad con esencias de deseo tira a un lado y al otro a la persona confundiéndose el amor con el deseo fácilmente. Tan fácilmente que por decir «me gustas» es frecuente oír «te quiero», de lo que se queja más de un bolero y que sale en más de una película intensa. La indiferenciación del sujeto deseado parece ser el nuevo signo. Lo que interesa es el deseo y/ o el amor y no el sujeto con lo que se libera el amante de corresponder a las convenciones sociales para expresar este deseo, creando así una nueva convención social. El deseo y el amor valen por sí. Lo reprobable es no desear y no amar. Es la filosofía del destape.
El objeto del deseo en el vals «El Secreto» queda guardado para la imaginación del oyente, quien según sea el caso imaginara a un hombre soltero con una mujer casada, una mujer soltera con un hombre casado, un hombre casado con un hombre soltero, dos hombres solteros (todo prohibido) o una combinación de mujeres solteras y casadas (prohibidísimo también). En líneas generales se está hablando de un amor prohibido en cualquiera de sus permutaciones que son las de la sexualidad. Hoy miré tus ojos/ tus ojos tan tristes/ tus ojos tan verdes/ más verdes que el mar/ y en tus pupilas vi las heridas de tu penar.
Cuando la espera se introduce y salta el tumulto de angustia suscitado por la espera del otro, es porque, sin lugar a dudas, se está en el abismo del amor sin paracaídas y como en Turandot, el enamorado no hace sino esperar y sufrir hasta que, o se desilusiona y muere el amor, o el sujeto del amor actúa ante el sufrimiento del ser amado, para bien o para mal.8
No quiero nada contigo porque yo te quise/ yo te quise/ tú lo sabes/ tú en cambio mi cariño lo mataste y que te has creído por fin que no vales tanto, si al fin y al cabo, tú en mi vida pasarás. Tal vez por eso La última noche que pasé contigo/ la llevo guardada como fiel testigo/ de aquellos momentos en que fuiste mía (o mío) y hoy quiero olvidarla (olvidarlo) de mi ser. Barthes nos propone que noche es «todo estado que suscita en el sujeto la metáfora de la oscuridad (afectiva, intelectiva, existencial) en la que se debate o se sosiega». Por lo tanto en el amor la noche «no es una hora del día sino estar en tinieblas que me ocurre porque me ciega mi apego a las cosas y el desorden que provoca». Dice Juan de la Cruz, «La mayoría de las veces estoy en la oscuridad misma de mi deseo; no sé lo que quiero, el propio bien me resulta un mal; lleno de resonancias, vivo golpe a golpe: estoy en tinieblas».9
Digamos que si vas a quererme/ quiéreme/ no intentes hacerme/ como te venga bien a ti porque yo tengo mi carrera, mi vida, mis amigos y amigas y francamente puedo pasarla mejor jugando en la computadora o navegando en Internet que andar en estas pelmadas que me roban la calma y el alma; que me vuelven loco y que yo sé que no puede ser. Digamos que entre el hermetismo y el desencanto navega todavía un alma romántica que no sabe que hacer con su deseo generacional. Al fin y al cabo quiero hablar contigo antes que te vayas/ dime si la luna es luna/ si acaso esta muerto/ o es que ya no alumbra como ayer el sol. «El lenguaje es una piel: yo froto mi lenguaje contra el otro. Es como si tuviera palabras a guisa de dedos, o dedos en la punta de mis palabras. Mi lenguaje tiembla de deseo. La emoción proviene de un doble contacto: por una parte, toda una actividad discursiva viene a realzar discretamente, indirectamente, un significado único, que es yo te deseo, , y lo libera, lo alimenta lo ramifica, lo hace estallar (el lenguaje goza tocándose a sí mismo); por otra parte, envuelvo al otro en mis palabras, o acaricio, lo mimo, converso acerca de estos mimos, me desvivo por hacer durar el comentario al que someto la relación.»10
Para desear y amar es preciso soltar la fuerza libidinal a todo costo. En el abrazo lo genital llega infaltablemente a surgir y la lógica del deseo se pone en marcha. El abrazo tierno es el puente del amor. Dice Barthes, «El enamorado podría definirse como un niño que se tensa: tal era el joven Eros».11 El corazón es un músculo duro. Finalmente la felicidad es de cada uno y la vida igualmente. La infelicidad también es un derecho individual. Cuando se irrumpe en una relación amorosa que genera infelicidad, la estancia en ella es un derecho de cada parte y sabrá por qué permanece allí. En los tiempos en que las mujeres no podían trabajar, la permanencia era derivada de su dependencia del hombre, quien les daba el status. En los tiempos que corren, eso dejó de ser cierto. Savater nos invita a pensar que «es el yo el que quiere ser feliz, aunque no se atreva a proclamarlo a gritos por las calles del mundo, aunque finja resignación o acomodo a la simple supervivencia». Es imposible dejar de ser feliz por otro como es imposible ser feliz a causa de otro. Soy feliz contigo es distinto de soy feliz por ti. Pueden coadyuvar, asistir, alimentar, pero la felicidad, como la dignidad es de cada uno y es la parte de la individualidad que todos reclamamos que se nos respete, cada cual a su estilo. Siguiendo con Savater, «Ser dignos de la felicidad no es tener derecho a ella ni ser capaces en modo alguno de conquistarla... sino intentar borrar o disolver lo que en nuestro yo es obstáculo para la felicidad, lo que resulta radicalmente incompatible con ella».12 Los estereotipos, en este encuadre, desaparecen. El derecho de cada uno de buscar la esencia de su felicidad en su fuerza libidinal y en el objeto de su amor, sin importar si es hombre o mujer en cualquiera de las combinaciones posibles, es un derecho adquirido por un proceso histórico de romper con el amor cortesano primero y con el amor romántico, después. No obstante, los elementos románticos están presentes en la cultura latina como habrán notado en los boleros citados más arriba y están todavía presentes. Esto parece ser el signo de la generación de los noventa, quienes se permiten amar y desear sin las complicaciones derivadas del amor romántico ni de las castraciones religiosas, tan obsesivamente sexuales y tan carentes de una ética del amor.
El mundo ha cambiado y estamos entrando en una nueva era. La evasión, la desesperanza, la impotencia frente al futuro, han agarrado carne frente a una sociedad contemporánea que gasta parte importante su tiempo en silencio frente a un televisor, frente a una computadora, o viajando por razones de trabajo. La soledad en el silencio vino a reemplazar la soledad acompañada de Yolanda/ Yolanda. Me gustas cuando callas por que estás como ausente es un rasgo creciente de una sociedad que cada vez se comunica menos a pesar que cada vez hay más métodos de comunicación, sistemas de comunicación, redes de comunicación, y las ciencias de la comunicación se ha desarrollado. Es una comunicación unívoca donde se absorbe pero no se da. Al mismo tiempo, la profundidad de la reflexión que no se comunica verbalmente aparece en la literatura, la pintura, la música y en general en las expresiones culturales contemporáneas. Pero los silencios de la nueva generación hablan también a través de los gestos donde cada vez hay más espontaneidad. Tal vez el deseo y el amor se hablan menos y se hacen más. El hasta la muerte nos separe se refiere hoy a la muerte del amor que es la metáfora de la muerte del sujeto amado para el amante. La eternidad del amor termina cuando se acaba.
Sin apegos ideológicos fuertes y tras un mundo desintegrado la expresión fragmentada se ha tornado en la dominante. La literatura publicada en 1996 sobre temas homoeróticos son una muestra. Historia de un Frik de Petrozzi es un ejemplo de esto. La narradora entrega pequeñas narraciones como capítulos que sumados dan la trama de un amor lésbico entre una bailarina y una mujer casada. No hay desgarramiento, no hay pasión, hay desintegración. Es una intimidad fría y desintegrada. Algo similar ocurre en las novelas de Bellatin. La tragedia helada de Salón de Belleza nos invita a pensar que nada importa excepto algunas pocas cosas que tampoco importan, que se decía en los setenta pero era más lema que realidad. Tiempos de ópera de Aída Balta, igualmente refleja esta fragmentación fría. Novelas del estilo Mujercitas hoy día no son posibles, felizmente. El mundo rosado y perfecto con el perrito que ladra bajo el columpio y la niña mirando al galán mirarla que pinta Gainsborough es un absurdo a fines del siglo XX. Posiblemente porque se aprendió que nada es eterno y nadie es perfecto, ni siquiera el ser amado.
Hablar de espacios para el amor y la sexualidad en tiempos de computación y televisores, en tiempos del SIDA y de la violencia social como rasgos a la sociedad, es hablar del cotidiano. Hoy como ayer, la gente joven sale a bailar, antes a casas de otros, hoy, más cosmopolita, a discotecas que hay para todos los gustos. Quizás, aunque hay para todos los gustos, pasa de todo en todas partes porque los frenos sociales se han erosionado y la libertad está siendo conquistada, a pesar de muchos conservadores. Desde Comas hasta Villa El Salvador hay lugares de baile para todos los gustos, quizás menos para las lesbianas que aún tienen poco espacio y utilizan los espacios de todos los demás, si el machismo (de los varones) y la androginia (de las mujeres) se lo permite. No obstante, la diversidad de discotecas por clase social, nivel de ingresos, tipo de música, zona geográfica y estilo individual es gigantesca. Pero también parques y plazas, malecones, canchas de juego de deportes, gimnasios, y universidades, valga la redundancia, son lugares de encuentro que tarde o temprano, si todo marcha bien, va a parar en algún hostal pecaminoso o en un sofá hogareño. La variable SIDA es quizás la más delicada porque esto ocurre mientras la nueva generación sigue sin tomar conciencia de que el SIDA mata. Mata a hombres y mujeres y sobre todo mata a los que tienen entre 16 y 25 años porque están en la flor de su sexualidad y el tranvía llamado deseo los lleva por paraderos llamados evasión, diversión, y ganas locas. No solo por el paradero final del amor como no hay otro igual. Es trágico porque no discrimina en forma alguna y porque es una infección que no presenta síntomas hasta cuatro años después, más o menos, del momento de contagio, para una persona bien nutrida. A una persona desnutrida la arrasa en menos de dos años. Por cada embarazo juvenil, tan frecuente, hay dos candidatos a la muerte en una ruleta rusa ineluctable. Ciento cincuenta mil infectados en el Perú en doce años desde el primer caso en 1984 dan fe de esto. Sin duda esto altera la espontaneidad de los setenta. Más de nueve millones de infectados, sobre todo en el Tercer Mundo, hablan de la espontaneidad y de la falta de información en esta parte del mundo.
Plantearse que ha habido una mutación esencial en el amor finisecular es no comprender que el amor es el amor es el amor y que hables o no, quieras casarte o no, todos buscamos el amor en todos los tiempos y lo encontramos a veces: unas, a un lado el yo no quiere al otro más que para estar; otras, el otro no te quiere más que para pasarla bomba. La tercera y más remota posibilidad es que tarde o temprano las amarras atrapan el poste y el yo y el otro se encuentren en un frente a frente de terror y deseo, de ternura y compañía, con soledad, angustia, y desesperación donde permanecerán juntos diciendo no puede ser y buscándole tres pies al gato.
Si pudiera expresarte como es de inmenso en el fondo de mi corazón mi amor por ti. Siempre tú estas conmigo, en mi tristeza, estas en mi agonía y en mi sufrir pero el problema es que no sufro mucho porque para qué y qué tanta agonía si la podemos pasar bomba. Me gustas y te quiero y te quiero y me gustas y no hay bella melodía en que no surjas tu ni yo quiero escucharla si no estás tú también porque te has convertido en parte de mi alma ya nada me conforma si no estás tú también. Y digamos, con menos palabras y más libertad que antes, el amor es el amor y el deseo es un tranvía que nos lleva por los caminos más enrevesados hasta que descubrimos el que pensamos que será el paradero final. Con más libertad, las expresiones del ser sexual se van manifestando sin preocupación sobre los componentes de bisexualidad, heterosexualidad y homosexualidad que van pasando a ser categorías anacrónicas. En estos tiempos hay que tener conciencia que ese paradero final no debe ser la muerte sino la felicidad, parafraseando a Freud.
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