Factores sociales en la revalorización de la coca*
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Enrique Mayer
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ace más de dos décadas que participo en la campaña de defensa del consumo tradicional de la coca. En los años 70 y 80 me pareció importante resaltar dos puntos: primero, que el consumo de coca en su forma tradicional no constituye toxicomanía. El Dr. Fernando Cabieses1 ha publicado varios trabajos en los que se afirma que no se puede demostrar que el uso prolongado de la coca en su forma tradicional tenga efectos negativos sobre el organismo. Segundo, que en cuanto nexo integrador social en la cultura andina, la coca tiene un papel tan importante que es difícil imaginarse a esa cultura sin su coca. Hoy día estos puntos han sido mayormente aceptados. Por lo tanto, solo los reseñaré brevemente. Quisiera, más bien, tratar temas que adquieren mayor vigencia en el contexto actual. Me preocupa la forma en la que habremos de tomar posición frente a los efectos nocivos que el narcotráfico internacional está causando en nuestro medio social, y me pregunto si es necesario repensar nuestra posición. No lo creo, pero me parece que hay que cambiar de énfasis.
En 1978 tuve la oportunidad de editar un número especial de la revista América Indígena2, dedicado íntegramente a la defensa de la coca. En esta edición se defendía el uso tradicional de la coca desde varios ángulos: biológico, político-cultural, socio-histórico y religioso. Baldomero Cáceres3 demostró que los supuestos argumentos usados en contra del uso de la coca, carecían de fundamento científico. Un artículo de Roderick E. Burchard cita los trabajos de Carlos Monge4, quien afirmaba, inclusive, que la coca es un elemento necesario para los procesos fisiológicos de los hombres que viven en la altura. Burchard trató de corroborar este argumento demostrando el papel que uno de los elementos químicos en la hoja de la coca (ecgonina) tiene en el proceso de la digestión. Se resaltó también la importancia que la coca tiene en la medicina popular5. Reuní asimismo, varios trabajos culturales6 en los que la defensa de la coca se basa en su papel como nexo de integración social, ya que la coca es un símbolo que marca la pertenencia a un grupo social7, y su uso expresa la voluntad que este grupo ejerce para unificarse en su interior y para mantener su identidad8. Los intentos de suprimir su uso constituye interferencia paternalista del mundo exterior, que tiene como imagen el indígena infantil incapaz de tomar decisiones por sí mismo. Finalmente, se protestó porque la eliminación del coqueo constituye un intento de destrucción de los patrones culturales y religiosos y de los valores andinos9. Los indios del Perú se han defendido y resistido a esa destrucción cultural con vigor y tenacidad, y lo seguirán haciendo.
En 1989, el Instituto Indigenista Interamericano publicó los resultados de una investigación en Perú, Bolivia y el Norte de Argentina en el que se ampliaron y reiteran estos mismos puntos10. El Instituto, con el aval del Fondo de las Naciones Unidas para la fiscalización del Uso Indebido de Drogas (UNFDAC), recomienda que:
La diferenciación entre la toxicomanía asociada a la cocaína y a la masticación tradicional de la hoja de coca debe estar en la base de toda legislación que se sustente en el reconocimiento a los derechos sociales, culturales y económicos de los pobladores de la región andina.
El cultivo y uso de la hoja de coca en la cultura tradicional andina debe estar efectivamente reconocido en las legislaciones de estupefacientes de los países andinos, precisandose las condiciones de su cultivo y uso lícito por aquel sector de la población que participa de esa tradición cultural. (Instituto Indigenista Interamericano, 1986 : 28-29).
Se puede decir que en el contexto internacional de esos años logramos una pequeña victoria. Se llegó a aceptar que el uso tradicional de la coca en los países andinos era distinto a las actividades de producción de coca para elaboración de pasta básica para el narcotráfico internacional. En 1988 la Convención contra el Tráfico Ilícito de Estupefacientes y Sustancias Sicotrópicas adoptada por las Naciones Unidas propuso que, entre las drásticas medidas de erradicación, sin embargo, se deberán respetar los derechos humanos fundamentales y tendrán debidamente en cuenta los usos tradicionales lícitos donde al respecto exista la evidencia histórica, así como la protección del medio ambiente11. Las fuerzas represivas antidroga no se han volcado sobre los consumidores tradicionales de la coca, y la incapacidad de controlar la expansión de cocales no mermó la cantidad disponible para el consumo tradicional12 a pesar de la creciente demanda de la hoja como insumo para la pasta básica.
Pero, en cierto sentido nuestra victoria no fue tan importante. Se debió a que los organismos antidroga internacionales rápidamente se dieron cuenta que con eliminar el uso tradicional de coca no afectarían en nada el flujo de narcóticos hacia el mundo moderno. La lucha no era contra los usuarios tradicionales. Además no convenía enardecer a varios millones de usuarios tradicionales, y como el argumento pro-uso tradicional de la coca tiene elegantes matices anti-imperialistas, que pueden ser explotados políticamente, no valía la pena comprarse el pleito. Dejar tranquilos a los usuarios tradicionales de coca y los que la comercializan ha tenido resultados. Así, por ejemplo, son sólo pocos los comités de productores de coca en los países andinos que han enarbolado la bandera de la defensa del relativismo cultural para proteger su participación ilícita en un boom económico inusitado13. Hay que reconocer también que los grandes empresarios de la cocaína nunca han defendido su profesión con argumentos culturales en defensa de las bondades de la coca. En general, y hasta hoy, el mundo de la coca y el mundo de la cocaína han ido por caminos paralelos sin afectarse mutuamente14.
Hoy estamos en un contexto diferente. Primero, porque tenemos que reconocer que el impacto negativo del narcotráfico, que se ha expandido enormemente en nuestros países, penetra toda la sociedad. Urge para los países andinos una nueva política anti-cocaína que sea eficaz. El narcotráfico corroe el tejido social. El costo social en términos de instituciones corrompidas y de violencia es enorme y largamente sobrepasa los costos que se incurren en rehabilitar o mantener a los adictos incapacitados. Los consumidores de coca hasta hace poco podían todavía decir que ese problema no les importaba ni afectaba. En el Perú de hoy sí. Hay muchos comuneros que tienen experiencia de trabajo con los pichicateros15, hay los que han vivido el boom de la cocaína, los que murieron asesinados por la codicia en búsqueda del oro blanco, y también quienes se quedaron varados en Chicago (no en Chicago de Estados Unidos, sino en Chicago de Tingo María), barrio donde se consume la droga local. El narcotráfico y el terrorismo son factores ligados que han afectado profundamente a los campesinos de las zonas rurales del Perú. Todavía no se conoce hasta qué punto el narcotráfico ha armado a los terroristas, pero, de hecho, el narcotráfico ha introducido en el campo niveles de violencia nunca antes conocidos. Por otro lado, el influjo de dólares en la economía nacional vía la exportación de pasta ha afectado adversamente a la economía nacional y contribuido a la crisis económica en la que los campesinos consumidores de coca conforman uno de los principales sectores afectados16. Pretender que el Perú de hoy no tiene serios problemas causados por el narcotráfico es asumir la actitud de avestruz. Se debe lograr una inteligente y sana política anti-cocaína que a su vez pueda claramente hacer los distingos entre el uso tradicional de la coca y el uso socialmente negativo de la cocaína cuyo consumo también está arraigándose en nuestro medio urbano. Es necesario que los productores de coca que exigen que se les declare exceptuados por los programas de erradicación de coca, sean consecuentes con su compromiso y apoyen eficazmente el combate contra el narcotráfico.
Segundo, el contexto de hoy es diferente porque los Estados Unidos también comienzan a darse cuenta que su política «de guerra antidroga» de la era Reagan-Bush ha fracasado. Éste es el momento apropiado en el que se puede influir en la formulación de nuevas políticas anti-narcotráfico que sean más eficaces y coherentes. Es el momento en que hay que ir más allá del argumento que la coca no tiene nada que ver con el narcotráfico, para salir con propuestas viables que emanen de los países andinos, comprometiendo a todos los sectores sociales para resolver el problema. Se acabó la era en la que la política anti-narcóticos era tomada con poca seriedad. En el caso peruano, esta coyuntura es importante, pues, bajo la cobertura de lucha anti-narcotráfico, han entrado muchas armas al país que quizás no sólo se utilicen en ese contexto.
Tercero, porque la crisis política y económica de Perú y Bolivia en las décadas de los ochenta y noventa ha causado que varios cientos de miles de familias de agricultores que viven de la producción de coca para la cocaína tengan pocas alternativas económicas. Ellos se han constituido en un elemento político importante en nuestros países en el que también se ha inmiscuido el terrorismo político17.
Cuarto, porque en el mundo de hoy se barajan nuevas ideas para absorber socialmente las víctimas del consumo de sustancias químicas que afectan la mente y el comportamiento. Se habla de la necesidad de descriminalizar el uso de drogas para mitigar así la violencia que es uno de sus altos costos sociales. Se plantea que la persecución policial no es el único modelo para «combatir» al mundo de la droga, ni siquiera es lo que mejor puede resolver los problemas sociales que se vinculan al consumo de sustancias tóxicas. En el los países andinos tenemos fuerzas policiales y militares no inmunes a la corrupción, con lo que el narcotráfico corroe todos los aspectos de nuestra sociedad.
Y quinto, en 1994 se celebró el Año Internacional de las Poblaciones Indígenas. Reflexionemos también que ésta fue la década de los movimientos étnicos politizados que se han lanzado a la guerra en Europa oriental. En el año en que se hacen llamados al respeto de las culturas indígenas, son los movimientos indios de los países andinos, que reclaman vehementemente el derecho a consumir coca y con ello recusan las pasadas políticas de reducción del cultivo. La defensa de la coca es uno de los mejores caballitos de batalla de los movimientos indios en los Andes.
Los productores de coca han formado gremios que tienen potencial político, y como toda industria en crisis, solicitan apoyo institucional del estado. La respuesta ha sido declarar que el productor de coca no es un narcotraficante ni un criminal (pero sí lo son los que acopian, procesan, transportan y distribuyen pasta básica y clorhidrato de cocaína). Frente a una sobreproducción de coca (si se eliminase todo el tráfico ilegal de ambos países) y frente a un fuerte contingente de productores organizados que defienden su derecho a seguir produciéndola, y ante un cuadro relativamente estático de consumo tradicional de coca (quizás hasta en descenso) ¿podemos revalorizar la coca en tal forma que se expandan sus usos y formas de consumo legítimo? ¿Se podría exportar coca al mercado internacional? Éstas son las circunstancias que motivan una re-elaboración de conceptos que defiendan la producción y consumo legítimo de coca en el mundo, y es por eso que se plantea la necesidad de revalorar la hoja de coca.
La revalorización de la coca tendría que tener los siguientes lineamientos.
1) Defender los usos tradicionales:
Insistir que el uso tradicional de la coca es una forma saludable de consumir coca y que no es dañina. Implica continuar con los estudios y debates científicos que así lo demuestren de una vez por todas. Como bien lo demuestra Cáceres, hubo intencionalidad de equiparar el uso de la coca con la «toxicomanía» del uso de cocaína en los estudios de la época de los años 40 y 5018 que hay que rebatir con estudios que descalifican dichas aseveraciones. Quedan además muchas interrogantes sobre los procesos bioquímicos de la ingestión de la coca por medio del chaccheo (masticación) y la absorción de sustancias vía las mucosas de la boca y el aparato digestivo. Muchas hipótesis que se han planteado todavía no han sido sujetas a un proceso riguroso de estudio. Es importante también difundir por todos los medios necesarios y los canales adecuados los resultados de dichas investigaciones y las implicancias que estos puedan tener. Es importante que en este proceso de difusión se incluya a los quechua y aymará hablantes, quienes son los más directamente interesados en conocer los resultados. Hay que cambiar el contenido de lo que se enseña sobre la coca en las escuelas rurales. Los prejuicios remanentes de la época de la leyenda negra de la coca, en la que era igual al uso de cocaína, condenaron a los indígenas de los Andes a ser considerados drogadictos. No faltaron los prejuicios racistas que pretendían explicar la causa de la «degeneración»19 de la raza indígena en el hábito del coqueo, que se difundieron a partir de la época en que la cocaína adquiere características negativas en Europa20. Estos prejuicios abundan aún hoy y su difusión es continua. Cáceres insiste que el «discurso psiquiátrico sobre las «toxicomanías» dentro de las cuales se cuenta al «cocainismo» debe ser abandonado»21.
2) Expandir los grupos que consumen coca:
Impulsar a que nuevos grupos adopten este hábito. En la práctica, implica expandir los contextos sociales en los que legítima y lícitamente se consuma coca con orgullo. Implica una expansión del mundo donde la cultura andina es conscientemente practicada y pide que ella emerja de la semiclandestinidad en los lugares donde hoy se encuentra refugiada en escondites urbanos e internacionales. Por ejemplo, ¿qué es lo que está pasando con la nueva generación de jóvenes hijos de migrantes andinos quienes han crecido en contextos urbanos, respecto a la coca? ¿La usarían y harían propaganda los cultores de la nueva música «chicha», o es que ellos ya han adoptado otras formas de consumir los productos de la coca?
Hace veinte años, en los pueblos y ciudades de la sierra, el consumo o no consumo de la coca era un claro distintivo que servía para marcar fronteras étnicas y de clases sociales. Las relaciones de clase y etnia en la sierra se han modificado profundamente y con ello también los que chacchan y los que no usan coca en diversas situaciones22. Será necesario un moderno estudio de «marketing» para averiguar el potencial de un nuevo mercado rural y urbano consumidor de coca. También entra aquí el juego entre lo público y lo privado. ¿En cuántos velorios de clase media se chaccha coca? En Salta, Argentina, la coca es una sobremesa en restaurantes y casas de clase media. ¿Hasta cuándo lo fue en el Cusco? ¿Es factible re-introducir el consumo de coca en contextos sociales de clase media mestiza en la sierra andina?
3) Des-andinizar la coca:
Es decir, encontrar formas legítimas y placenteras de consumir coca por otras culturas y clases sociales que antes no la consumían. Encontrar formas de consumo urbano y de clase media que valore el uso de la coca en términos propios de esa cultura. Es decir, igual que con el consumo del alcohol, tabaco o café, evolucionarían formas culturalmente específicas del consumo de coca que tendrán resonancia en la cultura en la que ésta se desarrollase. Igual como hay diferentes formas de consumir coca entre los grupos indígenas de América, idealmente en el mundo deberán formarse también estilos y elaboraciones culturalmente españolas, italianas o holandesas del consumo de coca, si el consumo se difundiese hacia esos países.
4) Acreditar y legitimar lo positivo que es la coca en la cultura oficial de los países Andinos:
Los organismos oficiales y representativos deberán asumir oficialmente formas de comunicar al público en general que ellos aprueban y apoyan el consumo legítimo de coca. Aparte de propaganda y actos públicos en los que se consuma coca, las municipalidades, por ejemplo, pueden crear lugares oficialmente reconocidos donde se expenden productos de la coca. A los turistas internacionales, además de ofrecerles un mate de coca, también se les puede enseñar a consumir la coca en formas más tradicionales, tal como el chaccheo. Las campañas anti-droga dirigidas a la juventud podrían tener el mensaje «A la coca dile sí, a la cocaína no» o «Consume coca y deja la cola».
5) Acoplarse al mercado mundial naturista:
Resaltar las ventajas de los elementos bioquímicos singulares o en combinación que la coca ofrece para consumidores de otras culturas. Con la coca se puede explotar la manía mundial por los remedios naturales, ya que es uno de los pocos productos no dañinos que afectan el ánimo y el nivel energético de las personas. Hasta hoy todavía no se promocionan las virtudes de coca como anestésico local ni como calmante contra dolores internos. La capacidad de reducir la sensación de hambre para los que hacen dieta tampoco ha sido explotada.
En cierta forma esto implica volver a andar por un camino ya recorrido. En el siglo pasado el francés Angelo Mariani fue un genio de la comercialización. Mariani popularizó varios tipos de tónicos que se vendían directamente al público en empaques exclusivos, con recomendaciones impresas en la etiqueta de eminentes médicos y personajes importantes (entre ellos el Papa León XIII, el Zar de Rusia, y Julio Verne). Había Vin Mariani (vino con coca macerada), Elixir Mariani (con concentración de alcohol y cocaína más potentes), Pastilles Mariani (para la tos con extracto de coca) y Thé Mariani (extractos de la hoja para hacer infusiones). De igual modo el boticario John Styth Pemberton en Atlanta, Georgia (EE.UU.), patentó un remedio similar al vino de coca de Mariani en 1885. El año siguiente Pemberton le quitó el alcohol y agregó nueces de kola que contienen cafeína, y en 1888 sustituyó el agua corriente con agua y dióxido de carbono por ser «más medicinal» y le cambió de nombre. Esta patente fue vendida al Sr. Asa Griggs en 1891, quien hizo de la Coca-Cola símbolo mundial de lo esencial de ser gringo. Si ellos tuvieron éxito en el «marketing» de productos de la coca23, no hay razón por la cual esto no puede volver a hacerse, si cambiasen las actitudes contra la coca y las reglamentaciones vigentes. Hay un legítimo mercado potencial a nivel mundial cuyas dimensiones aún no son exactamente conocidas.
6) Lograr que se eliminen las restricciones internacionales:
Allanar el camino de los organismos nacionales e internacionales para que ellos eliminen las restricciones que impiden la comercialización de la coca y la búsqueda de nuevos productos en los que se pueda consumir beneficiosamente y pacíficamente. A pesar de que a nivel práctico la DEA (de los Estados Unidos) y los que formulan políticas anti-drogas reconocen que el uso tradicional de la coca es relativamente inocuo, Bolivia encontró recientemente que su solicitud de eliminar la coca de la lista de los narcóticos le fue negada. Hasta hoy, la política boliviana de conquistar un nicho legítimo para la exportación e industrialización de la hoja de coca no ha prosperado mucho ni ha contado con el apoyo de organismos internacionales y otros países. En el Perú ni siquiera se intenta esto.
7) Enseñar al mundo a chacchar coca:
Más audaz aún, proponer al mundo occidental que el mundo andino tiene algo que enseñarle a los que abusan de la cocaína. Con el consumo contemplativo y pausado de la hoja de coca, se puede, sí, lograr una manera perfectamente no violenta, placentera e inofensiva de gozar de un pasatiempo social de consumo de estimulantes que no cause daño a nadie. Difundamos el modelo andino de consumir la coca como alternativa al uso dañino de cocaína y sus derivados. Pregonemos al mundo que hay formas sociales y tranquilas de consumir «drogas» sin que estas causen daño a nadie.
Es necesario salir a la ofensiva, y proponer el consumo oral de hojas de coca como una manera social y tranquila de consumir estimulantes inocuos y en forma natural en todo el mundo. Propongo que no sólo sea el orgullo andino el haber descubierto y domesticado la planta de la coca, sino que también seamos nosotros los que responsablemente mostremos al mundo cómo se debe consumir su hoja. ¡Enseñemos al mundo a chacchar coca!
* Versión actualizada del artículo publicado en 1993 en Debate Agrario No. 17, Centro Peruano de Investigaciones Sociales CEPES, Lima, pp. 131-143.
© Enrique Mayer, 2000, [email protected]
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