primera vista, nada más ortodoxo que comenzar por la economía. Sin embargo, el primer ensayo expresa de múltiples maneras una sorprendente originalidad. Basta reparar en que se trata del más corto de los ensayos: apenas 22 páginas de las 350 que forman el conjunto del libro. Examinar sus perspectivas confirma la sospecha.
En primer lugar, el título: Esquema de la evolución económica. La perspectiva histórica del conjunto de la obra ha sido anteriormente analizada, el texto confirmará esta preminencia: se trata del esquema de un proceso. Es decir la figura o el boceto de una historia. Boceto que no puede ser obra acabada: al fin y al cabo la economía no nos puede dar sino el frío e inerte esqueleto de la historia viva. Más aún: sólo puede entenderse cabalmente como se verá en el ensayo en el juego de los diversos niveles que configuran la totalidad concreta: la economía misma, las clases sociales, la cultura, la ética, la política.
¿Qué proceso nos presenta Mariátegui en el primer ensayo? No el de las estadísticas con las que habitualmente asociamos la economía. Prefiere presentarnos un proceso marcado por algunas rupturas, o diferencias, cualitativas. La economía será en el texto de José Carlos el terreno privilegiado de manifestación de la ruptura constitutiva del Perú: En el plano de la economía se percibe mejor que en ningún otro hasta qué punto la conquista escinde la historia del Perú (p. 13).
Esta idea de fractura desde Mariátegui y sus contemporáneos hasta el presente ha sido un tema central de la identidad histórica y de la historiografía peruana. De esta disciplina se ha desplazado a otras: el psicoanálisis, por ejemplo. Testimonio de ello son los trabajos de Flores Galindo, Gonzalo Portocarrero y Rodríguez Rabanal, en la década pasada, así como el libro de Max Hernández sobre el Inca Garcilaso. Lo notable es que Mariátegui ubique un fenómeno eminentemente subjetivo en el terreno de la economía.
Es importante notar cómo, en el mismo texto, se entrelazan dos perspectivas contradictorias en torno al proceso subsiguiente. Por un lado, la afirmación de que la Conquista significó una destrucción sin remplazo: la sociedad indígena, la economía inkaica, se descompusieron y anonadaron completamente (p. 13). Por otro, el intento de trazar el derrotero de la construcción de una nueva economía. Proceso marcado por las características del Imperio Español y de la conquista, aventura militar y eclesiástica. Más aún, y aquí volvemos al ámbito de las subjetividades, por la espiritualidad de los conquistadores, definida por el amor de la diversión y el catolicismo del espectáculo y de la forma.
Aún cuando nuestra visión de las economías prehispánicas ya no vistas como el Inkario a secas se ha enriquecido y complejizado, subsiste en el sentido común la idea de una economía espontánea y libre previa a la conquista. Una economía nacional por oposición a colonial.1 Mariátegui está preso no sólo de la idealización del pasado prehispánico, sino de la confusión entre la unidad estatal inkaica cuya precariedad es hoy reconocida y la unidad nacional. En esta perspectiva la fragmentación aparecía como consecuencia de la conquista. Basta leer a los primeros cronistas para constatar lo contrario: los Andes eran el escenario de la convivencia y conflicto de «cuarenta naciones» por adoptar una cifra simbólica que se unificarían al ritmo de la consolidación colonial.
Más allá de estas y otras inexactitudes históricas, interesa aquí marcar el estilo del análisis: el autor habla del pueblo inkaico laborioso, disciplinado, panteísta y sencillo; y explica su economía a partir de impulsos y hábitos: enervado el impulso individualista, ... había desarrollado ... el hábito de una humilde y religiosa obediencia a su deber social (p. 13). Descripciones en las que no puede dejar de reconocerse una espontánea simpatía. No extraña, entonces, que el tránsito colonial se defina con un anacronismo: Sobre las ruinas y los residuos de una economía socialista, echaron las bases de una economía feudal (p. 14).
La economía se presenta en clave moral.2 Y en esa clave se despliega la crítica de la conquista española. A tono con otros pensadores de inicios de siglo Javier Prado, por ejemplo ésta se contrasta con la colonización inglesa de Norteamérica. Citando a su «alma gemela», Piero Gobetti3, contrapone el catolicismo del espectáculo y la forma con la pedagogía anglo-sajona del heroismo serio y la tradición francesa de la fineza. Apenas si se salvan los jesuitas, avalados por Unamuno: resalta su capacidad de adaptación de las instituciones y tendencias naturales, su voluntad de crear centros de trabajo y producción (p. 15). El ser portadores de la versión católica de la ética del trabajo cuyo desarrollo se atribuye habitualmente de manera exclusiva a la reforma protestante los salva de la crítica global al orden colonial.
Este factor moral el desprecio al trabajo explica modificaciones demográficas que José Carlos considera negativas y no sólo por razones sociales: primero, la introducción de los esclavos negros; luego, la importación de coolíes chinos. El mismo factor explica los patrones de asentamiento territorial: sin la codicia de los metales encerrados en las entrañas de los Andes, la conquista de la sierra hubiese sido mucho más incompleta (p. 15). Parafraseando a Joseph de Acosta (autor de la Historia natural y moral de las Indias) podría decirse que lo que Mariátegui nos presenta en estas páginas es una historia moral de la economía.
No es el objetivo de estas reflexiones ofrecer un resumen de cada uno de los ensayos, sino invitar a su lectura, sugerir pistas contemporáneas para un reencuentro. A lo dicho sobre la «infraestructura» moral de la economía, vale la pena añadir algunas reflexiones en torno al capitalismo peruano.
Su primer antecedente es la Independencia. Este hecho político y militar en esto similar a la Conquista lejos de crear una economía, viene determinado por ella. Cabe preguntarse por qué. La explicación que José Carlos desarrolla, retomando un texto suyo anterior, no termina de aclarar el asunto. A la proto-burguesía americana le reconoce el haber sido una generación heroica, sensible a la emoción de su época, con capacidad y voluntad para actuar en estos pueblos una verdadera revolución (p. 16). Por otro lado se le achaca el no haber realizado una revolución indígena. Esto indudablemente es cierto. Sin embargo, la pregunta pendiente es otra: ¿actuaron acaso una revolución burguesa? Más aún si el propio José Carlos afirma la existencia de una correspondencia absoluta de los intereses de las élites coloniales y de Occidente capitalista.
En su intento de encontrar una explicación, el Amauta se desliza a un cierto determinismo geográfico (ver al respecto la p. 19 del texto). La difererencia entre los países americanos atlánticos y los del Pacífico en términos de su desarrollo capitalista se explica en función de su distancia de Europa. Por negación, la cercanía con Asia explica el arcaísmo social: los esclavos negros son remplazados por coolíes chinos. El déficit es patente, carecíamos de máquinas, métodos, ideas de los europeos (p. 20).
El auge del guano y del salitre marca una nueva inserción en el mercado mundial. No deja de anotar José Carlos lo simbólico del paso del oro y la plata al guano y el salitre. Ha sido y es muy difícil no leer este período en clave «dependentista», es decir como consecuencia de cambios en la metrópoli. Lo que merece un mayor análisis es el enfoque del autor frente a las consecuencias del auge: creó un activo tráfico con el mundo occidental en un período en el cual el Perú, mal situado geográficamente, no disponía de grandes medios de atraer a sus suelo las corrientes colonizadoras y civilizadoras que fecundaban ya otros países de la América indo-ibera (p. 21). En una frase aparentemente lateral al argumento central se sintetizan dos caracterizaciones: la de América a la salida de la colonia (indo-ibera), la del capitalismo europeo (civilizador y fecundo).
La segunda consecuencia, más bien interna, fue el impulso a la conformación de una burguesía o clase capitalista basada en el capital comercial y bancario (p. 22). Clase cuya mayor limitación sería el haber nacido confundida y enlazada en su origen y su estructura con la aristocracia, formada principalmente por los sucesores de los encomenderos y terratenientes de la colonia. Si bien la primera afirmación es lo suficientemente vaga como para ser cierta, la segunda no lo es. Un nuevo estereotipo que durará hasta el presente: el de la oligarquía heredera directa de los encomenderos. Ya el s. XVIII había visto una reestructuración de la clase dominante colonial a la cual sucederían varias más a lo largo de las décadas republicanas. En todo caso el Amauta sí acierta al vincular con este impulso burgués el tránsito del caudillismo militar al civilismo.
La tercera consecuencia es más bien geopolítica: la nueva economía es costeña. Los nuevos dueños fortalecieron el poder de la costa. Estimularon la sedimentación del Perú nuevo en la tierra baja. Y acentuaron el dualismo y el conflicto que hasta hoy constituye nuestro mayor problema histórico (p. 23). Dualismo que, como veremos luego, es mucho más complejo.
La inexacitud en relación a la continuidad entre encomenderos y terratenientes decimonónicos puede revertirse, sin embargo, en el terreno decisivo de la moral: en tanto estos no eran sino una mediocre metamorfosis de la antigua clase dominante, les faltó una clase de savia y élan nuevo (la palabra puesta en negrita por José Carlos viene de H. Bergson, p. 23). Deficiencia que se explicita en la guerra donde, como había sentenciado ya Manuel González Prada, no sólo derramamos sangre, sino que exhibimos lepra. Mariátegui expresa una idea similar a través de una metáfora corporal: Desangrada, mutilada, la nación sufría una terrible anemia (p. 24). Difícil no leer en la imagen una alusión a sí mismo, anclado en su silla de ruedas, en medio de un pueblo sin Dios, consciente de lo que llamaría pesimismo de la realidad.
Al describir el proceso de la reconstrucción de la post-guerra, Mariátegui reconstruye el proceso de su marco vital. El protagonismo de latifundistas y propietarios, de la plutocracia terrateniente. El papel decisivo de la inversión extranjera dinamizada a partir del contrato Grace. El caso de Piérola, caudillo demócrata que se esmeró en hacer una administración civilista. Este personaje, protagonista de la política en sus años de infancia y adolescencia, suscita en el autor una afirmación metodológica: Lo que confirma el principio de que en el plano económico se percibe siempre con más claridad que en el político el sentido y el contorno de la política, de sus hombres y de sus hechos (p. 25).
El texto continúa con el señalamiento de ocho hechos o rasgos decisivos de la economía de la post-guerra. Destaca el primero de ellos: la aparición de la industria moderna, y con ella del proletariado. Más allá de su número, el Amauta remarca las dimensiones ideológica y política de la radical novedad: con creciente y natural tendencia a adoptar un ideario clasista, que siega una de las antiguas fuentes del proselitismo caudillista y cambia los términos de la lucha política. Para usar las terminologías de Basadre y Alberto Flores Galindo: que provoca el tránsito de la «multitud» o «plebe urbana» a los movimientos sociales y políticos de clase.
Tras estas constataciones, José Carlos arriesga una caracterización global: en el Perú actual coexisten elementos de tres economías diferentes. Bajo el régimen de economía feudal nacido de la Conquista subsisten en la sierra algunos residuos vivos todavía de la economía comunista indígena. En la costa, sobre un suelo feudal, crece una economía burguesa que, por lo menos en su desarrollo mental, da la impresión de una economía retardada (p. 28). Este breve texto, que podría hacer las delicias de un antropólogo estructuralista (tres elementos combinados en dos mitades), sintetiza una manera de articular lo diverso en una caracterización a la vez que la enorme potencia de la intuición en el estilo de Mariátegui. Queda claro que lo sustantivo, en una y otra de las «mitades», es lo feudal: manto que cubre los restos no sólo arqueológicos sino económicos del «comunismo» indígena; suelo que nutre una economía burguesa mentalmente «retardada». Una vez más, las mentalidades establecen la preminencia. Vale la pena recordar aquí las ilusiones en torno al carácter capitalista del país que generaron análisis reducidos a estadísticas de la producción y de la PEA. Se llegó incluso a afirmar que ya la colonia había sido escenario de una economía dominada por el salario. La intuición de Mariátegui apunta en otra dirección, trabajos como los de Ruggiero Romano la han verificado.
El quinto capítulo del ensayo se titula Economía agraria y latifundismo feudal y, más allá de las cifras en las que sustenta su afirmación inicial (El Perú mantiene, no obstante el incremento de la minería, su carácter de país agrícola, p. 28), es un hermoso ejemplo de análisis sociológico y cultural: La supervivencia de la feudalidad en la Costa se traduce en la languidez y pobreza de su vida urbana (p. 30). Marca la diferencia entre la aldea europea y la peruana, entre el campo en una y otra latitud (quizás sería útil revisar otros lugares de la obra del Amauta en los que describe y analiza paisajes: El Alma Matinal, Cartas de Italia, la reseña de Pueblo sin Dios). En todo caso, no sólo por la belleza poética de algunas expresiones (el burgo vive de su fatiga triste de estación ... p. 31), los párrafos en cuestión merecen una lectura y reflexión contemporáneas. Y si se quiere captar su profundidad, valdría la pena leer en paralelo algunos trozos de Paisajes Peruanos del joven Riva Agüero y otros textos de viajeros de inicios de siglo.
El clímax del texto, en el que se explicita su perspectiva global, lo constituyen sus últimos párrafos. A su vez, son los que tienden puentes aún sin destino a los ensayos que vendrán y a la obra global del Amauta.
Tomando como ejemplo el proceso de monopolización de las tierras del departamento de La Libertad, que pasan en pocas décadas de manos de la aristocracia latifundista a las de un par de empresas extranjeras Cartavio y Casa Grande, Mariátegui corrige la interpretación anti-imperialista más fácil. Lo hace comentando un artículo de Alcides Spelucín: Aunque su crítica recalca sobre todo la acción invasora del capitalismo extranjero, la responsabilidad del capitalismo local por absentismo, por imprevisión y por inercia es a la postre la que ocupa el primer término (p. 33, nota 10).
Dicho lo cual, explicará el exito de las empresas extranjeras en términos que lo acercan a Weber o Sombart: Éstas no deben su éxito exclusivamente a sus capitales, lo deben también a su técnica, a sus métodos, a su disciplina. Lo deben a su voluntad de potencia ... Pesan sobre el propietario criollo la herencia y educación españolas ... Los elementos morales, políticos, psicológicos del capitalismo no parecen haber encontrado aquí su clima. Y como quien quiere hacer del corolario el axioma del razonamiento en su conjunto, sentencia en nota al pie: El capitalismo no es sólo una técnica; es además un espíritu (pp. 33 y 34, nota 11).
Y es este desencuentro entre el espíritu y la economía lo que resume la frustración de la evolución capitalista del país: En el Perú se ha encargado al espíritu del feudo antítesis y negación del espíritu del burgo la creación de una economía capitalista. En las siete décadas que nos separan del Perú de Mariátegui seguramente muchas cosas han cambiado. Sin embargo es difícil suponer que entre economía y cultura se han cortado las relaciones tan agudamente analizadas en estas páginas.
Historia y economía son los condicionantes de aquello que interesa conocer: los sujetos, su sensibilidad, su conciencia, sus fuerzas morales. Tal como lo afirmaría en un texto sobre las razas que en 1929 enviara a un evento en Montevideo4: Nuestra investigación de carácter histórico es útil, pero más que todo debemos controlar el estado actual y sentimental, sondear la orientación de su pensamiento colectivo, evaluar sus fuerzas de expansión y resistencia: todo esto, lo sabemos está condicionado por los antecendentes históricos, por un lado, pero principalmente por sus condiciones económicas actuales.
Es esta peculiar relación entre lo que habitualmente se diferencia condiciones objetivas y condiciones subjetivas, economía y cultura lo que constituye la originalidad del Amauta. En síntesis, nos ha descrito el proceso de la economía como un proceso cultural: la conquista es la destrucción de una sociedad construida sobre la base de la laboriosidad andina; la colonia es la hegemonía de un espíritu ocioso y parasitario; la república, en sus élites, mantiene y reproduce dicha cultura colonial. El Perú nuevo es imposible sin la remoción, desde sus raíces, de tal herencia. Y una tarea de tal magnitud reclama un sujeto mucho más complejo. Ya lo había afirmado en un artículo reproducido en El Alma Matinal: una nueva clase dirigente no puede formarse sino en el campo social, donde su idealismo concreto se nutre moralmente de la disciplina y la dignidad del productor. Las diversas dimensiones de la nueva clase aparecerán a contraluz en el análisis de los temas que motivan los seis ensayos subsiguientes.
Notas:Disponible en Internet:
José Carlos Mariátegui
7 ensayos de interpretación de la realidad peruana, http://www3.rcp.net.pe/7ENSAYOS/index.htm , ©1996, Empresa Editora Amauta S.A., Lima, Perú
© Eduardo Cáceres Valdivia, 1998, [email protected]
Ciberayllu