Retratos de la ciudad y la violencia*Sobre la poesía de Montserrat Álvarez y Grecia Cáceres |
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Ericka P. Ghersi |
Ah qué vida ésta
YA SE ACABÓ LA FILOSOFÍA MODERNA
Caminar con las piernas y los pulmones,
agotar los oxígenos y espacios
Caminar abrazados a los pollos,
pEdir pERdÓn en NoMbRe dE la EsPeciE
Ah qué vida ésta
YA SE TERMINÓ LA FILOSOFÍA
ya se terminó1
(Montserrat Álvarez)
Con la caída del muro de Berlín (1989), en el plano internacional se modifican las relaciones de poder y se impone un nuevo orden de cosas. El colapso de la versión autoritaria del socialismo representado por la disolución de la Unión Soviética y el fin de la guerra fría fue interpretado como la derrota de las utopías socialistas. Así mismo, la publicación y todo el aparato publicitario desplegado alrededor de libros como el Fin de la historia, y también, El último hombre, de Francis Fukuyama —considerado uno de los principales intelectuales del neoliberalismo—, introdujeron afirmaciones atrevidas como las que los títulos mismos sugieren. De la mano de estos cambios, parecía evidente que el proyecto económico y político, así como los valores culturales de la sociedad capitalista norteamericana habían triunfado y se constituían en el ideal a seguir2.
Atrapados en la dinámica del pensamiento único liberal y en la perennización de un presente en el cual el hombre vería saciadas todas sus aspiraciones, están los diez últimos años del siglo XX en el Perú. Las connotaciones ideológicas del supuesto de que nada radicalmente diferente era posible en el futuro, sacudió a las jóvenes poetas que empezaron a estructurar y escribir sus primeros libros a fines de la década de los ochenta. Un escepticismo progresivo acerca de los partidos políticos, así como el desgaste de los discursos ideológicos monopolizados por ellos, se sumó a la intolerancia de los grupos levantados en armas que para ese entonces habían sembrado las semillas de la crisis extrema a través del terror y, con esa misma arma, minado la débil cohesión de la sociedad civil.
Es bajo este oscuro panorama que aparecen los poemarios de Montserrat Álvarez (1968), ZONA DARK (1991) y de Grecia Cáceres (1968), de las causas y los principios: venenos / embelesos (1992). En sus libros, ambas autoras elaboran un discurso que señala los efectos nocivos que produce la crisis de los ochenta y noventa en todos sus aspectos; ése es el caso del poema arriba citado «NO EXISTEN» (56), de Montserrat Álvarez. Los primeros dos versos plantean el tema que se discute en el texto: «NO EXISTEN LOS FILÓSOFOS ESCÉPTICOS —magister dixit— LOS ESCÉPTICOS ESTÁN EN LAS TABERNAS Y EN LOS BARES / Así decía PQRST, joven catedrático»; en estos versos parece ponerse de manifiesto una disyunción entre la categoría de filósofo y la de escéptico, donde estos últimos se encuentran en los bares confundidos con la gente ordinaria, con aquellos que no creen en ningún dios o fuerza sobrehumana que sostenga el orden terrenal. Esta ausencia de fe produce, a su vez, dos resultantes: en un primer momento se nos presenta a este «joven catedrático» que cuestiona la razón y la posición del pensamiento occidental que propone la existencia de una verdad única. Así, cuando dice «Ah qué vida ésta / YA SE ACABÓ LA FILOSOFÍA MODERNA», la poeta parece sugerir un desencanto por la vida misma: «[…] qué vida ésta». Vida agotadora y desgastada que cancela la fe o creencia en algo o alguien, y que tiene un correlato en el presunto final de la filosofía moderna. De allí se deriva también el «caminar con las piernas y los pulmones» que convierte su hacer en algo enteramente mecánico, y que sustrae al yo de preguntarse sobre lo que lo rodea y sólo le deja la posibilidad de funcionar hasta «agotar los oxígenos y espacios». Porque el desencanto cansa las mentes y los cuerpos; y, probablemente, como producto de ese agotamiento es que el yo poético sugiere un «caminar abrazados a los pollos» que le permite sobrevivir al exceso de la situación social, aunque sin ánimos ni esperanzas.
En un segundo momento, a través de la interjección «!YA!...», se produce un cambio de objeto, y el emisor comienza a percibirse a sí mismo como parte de una cierta clase de colectividad con la que presenta el final del poema: « ¡YA! / Hemos terminado / Nos vamos / El último —ese último último— el último apaga / LA LUZ». Mediante el salto de la voz desde la tercera persona singular —el «joven catedrático»— hacia la primera del plural; la autora intenta amplificar las repercusiones del reclamo, de por sí enfático, que se anuncia desde la primera parte del poema. Nos encontramos ya no frente a un yo individual, si no a una colectividad, que es finalmente productora y depositaria de los discursos que enuncian esos presuntos filósofos, y fuera de la cual solo se puede encontrar una profunda oscuridad, la que queda después de que la última y, presumiblemente, la más pequeña de sus partes constitutivas abandona la escena. Es también importante anotar que el final de este poema no solamente está jugando con el uso convencional de la frase: «el último apaga la luz», sino que también está empleando la ironía para burlarse de la presunta relación entre filosofía y luz, o luz y razón, y plantea la posible existencia de una otra «escena», en la que pese a la ausencia de luz —por consiguiente, ausencia de razón y de filosofía— hay un mundo que sigue girando, aunque quizá en otro espacio, el que queda fuera del poema, el espacio hacia el cual se encamina ese nosotros.
Por otro lado, es posible entender el poema como testimonio de la angustia y el desencanto generales. De hecho, apenas unos pocos años antes de la salida del poemario, en el plano internacional se había producido la disolución de la Unión Soviética, el fin de la guerra fría y la caída del muro de Berlín, entre otros. Sucesos que sumieron la época en un vacío ideológico que, además, tiene repercusiones en la política interna. Me refiero al enfrentamiento inicial del presidente de la República, Alan García Pérez, con los acreedores de la deuda externa, así como a la nacionalización de la banca privada y el Paro Armado del Partido Comunista del Perú - Sendero Luminoso3 (PCP-SL), convocado en noviembre de 1989 —acontecimientos que imprimieron sus huellas en el imaginario de esa generación—.
A esta época es que alude el poema de Álvarez titulado «LOS RELOJES SE HAN ROTO» (139), donde se incluye una mención al Paro Armado, referido en el párrafo anterior, y se cuestiona el futuro de los civiles. El poema logra instalar claramente un tiempo determinado, el presente —«en estos días»—, en el que el futuro está, de alguna manera, vigente como promesa. Así, cuando dice: «En estos días de paro armado y carestía, / días de microbuses atropellados y comensales engullidos / cuando hay tanta cerveza por beber, / en estos días, digo, en estos días» asistimos a la enumeración de una sucesión de eventos que se están dando en la sociedad, eventos que por su naturaleza sugieren una inversión del orden normal del mundo, marcado ahora por «paro[s] armado[s]», «microbuses atropellados» y «comensales engullidos» y que pueden, inclusive, llegar a parecer normales en el nuevo cuadro social. Sin duda, en este poema, las imágenes relacionadas con el desbocamiento y la pasión se hacen excesivas, y llegan a dominar el espacio social que se plantea como uno en el que la sociedad civil ha roto su pacto de orden con el Estado, a eso puede deberse el énfasis que recae sobre «la sangre y la cerveza» que «derramadas / se suben a la frente con más sed», figura que sugiere que ya la racionalidad y la tolerancia de las personas ha quedado obscurecida. En cambio, los versos «En estos días en los que la muerte / es un adorno más para la vida» sirven para transportar el futuro inmediato al presente; además de enfatizar que la muerte no es un suceso que se encuentra en el futuro, sino que está en el presente, es «un adorno más para la vida / las horas del futuro se han venido al presente». Este traslado del tiempo futuro a uno presente cancela la posibilidad de creer del todo en lo venidero o de encontrar una solución al caos social, la afirmación supone pues que no hay escapatoria, que el fin del mundo es el que se vive ahora. Finalmente, otra imagen poderosa es la de los relojes, cuya ausencia es, desde el título, determinante para el poema, y es que estos, convencionalmente asociados a la medición y dosificación sistemática del tiempo, se convierten en una barrera que —como el muro— ha caído y ha resultado en la instauración de un cierto tipo de caos que además de ser social se convierte en otro elemento de la naturaleza en el que ya el presente y el futuro, o la vida y la muerte, no son construcciones claras ni distintas, y empiezan a confundir sus límites.
Lo mismo sucede en los poemas escritos por Grecia Cáceres. En su caso, sus textos son un collage de sensaciones con un imaginario que mezcla la naturaleza, a través de las imágenes tópicas del mar, del lago, de los ríos, con piezas fragmentadas pertenecientes a una realidad más bien difusa. Por ejemplo, en «el incienso y el desvelo» (19-20), Cáceres representa un espacio semejante al que Álvarez construye en «LOS RELOJES SE HAN ROTO». Este poema describe un espacio tenso que está en constante vigilia y que se divide en tres partes. En la primera, el ‘yo poético’ describe una situación de incertidumbre: «Recorren fibras extrañas de extraños nombres / las avenidas / y ya no recuerdo cómo salir / o despertar de un sueño pesado de consistencia pálida / para amanecer en otro quebradizo y torpe». Realidad que se ha convertido en una pesadilla. En la segunda parte, en cambio, se sugiere una confesión por parte del yo poético que siente pánico por lo que observa en el exterior, pero intenta liberarse de él, «me desato me descuelgo / en busca de una nota clara del cristal que no se hiere». Podemos suponer que aquella «nota clara» a la que se refiere el poema está vinculada con una salida o escape, cargada además de un profundo optimismo que se refuerza con la intangibilidad de ese cristal que «no se hiere». Por otro lado, a pesar de que el poema denuncia el desorden social en el mundo exterior, no cuestiona los elementos causantes de ese caos, sino más bien dirige su crítica a la manera en que estos afectan al individuo. La voz imperante no cuestiona tampoco la calidad humana ni la posición política del sujeto que aparece al final del poema, es decir, no emite juicios sobre él, sino que sugiere que tiene ya un cierto valor en la medida en que se trata de «un estilo de materia / una forma de vida» que puede ser marcada o incluso destruida por el caos exterior: «cada ruido destroza / un estilo de materia / una forma de vida / en suma un nombre de cálidas sustancias poseído».
Podemos ver entonces, que lo que diferencia a los poemas de Álvarez de los de Cáceres es que la primera recurre a las imágenes para recrear una experiencia extraída de la realidad social, mientras que la otra, con su discurso, reproduce a veces el caos imperante en esa realidad. Por ejemplo, en su poema «en una especie de bosque» (18), Cáceres compone un lugar cerrado, oscuro y asfixiante que a mi parecer puede ser comparable con la realidad que describe Álvarez en su poema «Los relojes se han roto». En el inicio del texto, la acción del poema discurre en tres espacios diferentes que producen dos sensaciones básicas: confusión y ansiedad. Emociones de las que el yo poético se mantiene distante a través del artificio de refugiarse en otro espacio que es el «mar marítimo», en el «bosque sin ruidos / en una especie de esqueleto carbónico de algas y especias / en casa en cama en noche en secreto / nunca / me enredo… / / me recreo en un mar marítimo pero sin ruidos» [las cursivas son mías]. Así, el poema vuelve sobre el acto de escritura mismo, donde el bosque, la casa y la cama simbolizan el exterior que para este caso es una representación del contexto social, frente al cual el yo poético levanta la realidad textual, como una existencia paralela, íntima y segura; nueva realidad representada por ese mar que personifica el interior del yo, y que sirve para construir su discurso poético: «nunca / me enredo en las angostas páginas de días sin oxígeno / sin oxígeno / manos manos sin ojos sin sueños / me recreo en un mar marítimo pero sin ruidos». Me interesa además resaltar la oposición entre las dos realidades que he mencionado, y para ello puede servir el verso que dice: «manos manos sin ojos sin sueños», que puede interpretarse como desencantamiento frente a un contexto social que se convierte en realidad asfixiante y desesperanzadora incapaz de producir un espacio en el que el yo pueda mirarse a si mismo o «recrearse».
Si suponemos que los sucesos referidos al inicio de este artículo produjeron un cierto desencanto, que podría llamarse generacional, y si aceptamos que tanto Álvarez como Cáceres, en tanto depositarias del pensamiento de una época, lo representan en su poesía, tenemos que observar que los medios que utilizan son distintos. Así, mientras Álvarez nos presenta imágenes directas, extraídas a veces de la misma realidad, Cáceres se vale más bien de otras más sutiles que parecen extraídas del sueño. Creo importante, además, no perder de vista que con ambas poetas asistimos a una forma de producir textos que pretende vincular al lector con el mundo, a partir del reconocimiento de que aquello que da sentido a la identidad del individuo es la existencia de una realidad dentro de la que vive inmerso y al interior de la cual se construye su experiencia. Así, si bien podemos hablar, entonces, de una cierta semejanza, también es necesario observar que ambas se valen de recursos diferentes. Álvarez, por ejemplo, en tanto tiene presente la imagen de un lector, llega a hacer evidente un cierto afán por concientizarlo. Interés que se materializa en la exposición de ciertos casos y en el despliegue de un camino que lleva de la realidad al individuo. Camino inverso al que recorre la poética de Cáceres, que en muchos de sus textos nos confronta con un yo poético que parece buscar una forma de ordenarse a través de ordenar su realidad, es decir, tratando de entenderla y de criticarla, para ser capaz de entenderse a sí mismo. Por esa razón sus poemas son más intimistas, y se puede permitir imágenes más sutiles y sugerentes que le sirven para explorar sus emociones, sus esperanzas y sus deseos, en suma, su relación con la sociedad, en un movimiento que va del individuo que es ella hacia el mundo.
* Fragmento del libro, Las de la otra margen, que me encuentro trabajando para el Instituto de Investigaciones de la Facultad de Ciencias de la Comunicación de la Universidad de San Martín de Porres (Lima, Perú).
1 NO EXISTEN
NO EXISTEN FILÓSOFOS ESCÉPTICOS —magister
dixit—
LOS ESCÉPTICOS ESTÁN EN LAS TABERNAS Y EN
LOS BARES
Así decía PQRST, joven catedrático,
una tarde de abril de 1999
Ah qué vida ésta
OYE KANT EN QUÉ TE BASAS PARA DECIR QUE
EXISTE ALGO QUE NO SE PUEDE CONOCER
¿KÓMO KONOCES, CAN’T, LO INCOGNOSCIBLE?
Ké noúmero ni noúmero
SÓCRATES ERA UN REO
ESOPO ERA UN ESCLAVO
DIÓGENES UN MENDIGO
Ah qué vida ésta
Llorar abrazados al cuello de los caballos
lágrimas sifilíticas
retorcer el pescuezo de los pollos,
EL PESCUEZO DE LOS JÓVENES POLLOS,
cocinados desde niños en la muerte
Ah qué vida ésta
YA SE ACABÓ LA FILOSOFÍA MODERNA
Caminar con las piernas y pulmones,
agotar los oxígenos y espacios
Caminar abrazados a los pollos,
PEdir pERdÓn en NoMbRe dE la EsPeciE
Ah qué vida ésta
YA SE TERMINÓ LA FILOSOFÍA
ya se terminó
la filosofía
¡YA! / Hemos terminado
Nos vamos
El último —ese último último— el último apaga
LA LUZ.
2 Ver Betto Frei, «Efectos del pensamiento único,» ALAI (http://alainet.org): 318.
3 Utilizo el término «Partido Comunista del Perú» porque así es como ellos se presentaron ante la sociedad peruana. Más tarde, las Fuerzas Armadas, a través de los medios de comunicación se encargarían de titular a este grupo armado «Sendero Luminoso».
© 2005, Ericka P. Ghersi
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Ghersi, Ericka: «Retratos de la ciudad y la violencia», en Ciberayllu [en línea]