La Panegírica Declamación de Espinosa Medrano o el discurso peruano de las armas y las letras |
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Carmen Perilli |
«diré que no cualquier ciencia se
inclina al patrocinio de las armas,
sino en especial la teología de los tomistas
y genuinos discípulos del doctor angélico»
Juan Espinosa Medrano, El Lunarejo (1632-1688)1
a Panegírica Declamación de Juan de Espinosa Medrano es un texto de gran espesura semántica que privilegia las vinculaciones entre la letra y el poder, así como la posición del letrado dentro de la Lima virreinal del siglo XVII. En esa medida resulta demostrativo de las posiciones del sujeto colonial y los lugares de la producción literaria.
El discurso se inserta dentro del género retórico de alabanza, aquel que bien señalaba Quintiliano supone el uso del virtuosismo para exaltar las virtudes de los hombres, en este caso de los poderosos y vivos, pero con una particular relación pragmática. «Este género ciertamente toma su nombre de la ostentación y pompa; pero, según las costumbres de los romanos, tiene también lugar en los negocios.»2
Don Juan de la Cerda y de la Coruña es el Sujeto destinatario de la alabanza. El Otro, español y poderoso que posee un lugar privilegiado dentro del aparato burocrático estatal. Jerárquicamente ubicado por encima del letrado. Se trata de una variación de la relación Poeta -Príncipe, esa relación que bien señala Walter Benjamin se establece durante el Barroco como una especie de comunidad lingüística.
El receptor del discurso está caracterizado por oposición al destinador, oposición que aparece disfrazada de conjunción. En esto encontramos lo que José Antonio Maravall3 señala como nota distintiva de la época: la necesidad de transformar las contradicciones en armonías. Estratégicamente el teólogo y el artista no hacen sino responder a un planteamiento político. Todo el arte barroco viene a ser un drama estamental: la gesticulante sumisión del individuo al marco social.
El enunciador es criollo (así lo llama Briceño), o indio. Es letrado y sacerdote, se identifica con Santo Tomás y la teología (así como en el Apologético lo hace con Góngora). Espinosa Medrano aparece definido como Colegial Real.
El sujeto al que dirige el discurso, el destinador explícito del mismo, porque evidentemente hay un conjunto de receptores que podríamos llamar el público (identificado con la clase culta y cortesana), es blanco, español, noble. Soldado de alta jerarquía, maneja las armas y el poder colonial, pertenece al aparato del estado. Administra la Justicia y la represión.
Antes de entrar al texto debemos aceptar la mediación de otro texto: un soneto de un vecino de La Paz, Diego Dionisio de Peñalosa Briceño, que, a su vez, realiza la apología de Espinosa Medrano a quien llama «el Benjamín de Apolo», «fénix de la región y clima indiano»... Como en otras oportunidades, el discurso aparece autorizado desde dentro y desde fuera. Hay un exceso de legitimación. Briceño construye un personaje, un autor para la Panegírica Declamaciónen una pieza que es paródica de la lírica barroca, de casi patética imitación gongorina.
El poema construido sobre la base de hipérbaton se convierte en una parodia inesperada tanto de la historia como del discurso contenido en el texto. Juega con las letras de su nombre, basándose en la concepción de la cifra en el nombre: Espinosa, pino, espino.
Desde el comienzo, nos surge la idea de jerarquía, de estamentos. Ya se conforma, desde las primeras líneas, la pirámide cuyo vértice es Juan de la Cerda. El modo de acercamiento al centro es el empleo de la letra. El juego de enunciados dentro de otros enunciados refuerza el canon sin intención de subvertir.
«Así, en una comunidad tan inmóvil social y culturalmente, la vitalidad barroca no pudo sino desarrollar hondas tensiones y frustraciones; especialmente cuando los celos enconados y las rivalidades dividieron al elemento blanco dominante. Para recibir mercedes en esta sociedad hermética, el criollo, o español nacido en América, se vio obligado a solapar su amargo resentimiento con adulación hipócrita a los miembros de la clase más privilegiada, los españoles nacidos en Europa y, por su dilentatismo insatisfactorio, muchas veces disipó su talento en pomposos ritos, en gestos ceremoniales y en panegíricos versificados para lisonja de su vanidad»4
La elección de género, panegírico y declamatorio, está marcando la literatura de alabanza típica del barroco y de la colonia, como bien lo señala Irving Leonard5 para el México Colonial. Dentro de la Retórica, el texto correspondería a lo que Tzvetan Odorov6 llama la Nueva Retórica posterior a Cicerón, en la que la decoración está por encima de la persuasión.
«Así, la invención o la búsqueda de ideas será poco a poco eliminada de la retórica, reservada ahora a la elocución. Victoria ambigua de la elocución: gana la batalla en el interior de la retórica, pero pierde la guerra: la disciplina entera resulta masivamente desvalorizada precisamente a causa de esa victoria. La pareja medios-fin será reemplazada por la de forma-fondo.»7
Si bien se trata de una pieza oratoria de gesto declamatorio con la presencia de la voz, hay un marcado predominio de la escritura. En la relación escritura-oralidad que plantea la oratoria se invierte la vinculación de la lengua-con el habla. En este caso la palabra es una lengua construida desde la escritura, reglamentada y cifrada en ella.
También aparece el acto de enunciar identificando campos como el decir y el orar. La ciencia, la teología, el saber se funden en la letra. La cita inicial del texto: «Aduexit reduces secum victoria Musas» identifica la victoria bélica con la victoria de las letras. Por medio de la palabra, el Lunarejo intenta la apropiación del gesto vencedor del capitán, especialmente de su protección. Se dirige a él como «capitán invicto, pretor dignísimo y mecenas mío». Otra de las características del siglo XVII es el predominio de la acumulación de dinero sobre el prestigio de la guerra, la transformación de una aristocracia dedicada al ejército en una élite devoradora de propiedades8. El Lunarejo identifica sangre con dinero.
El discurso se apoya en la figura y en los tropos. Comienza con un hipérbaton y como palimpsesto. El hipérbaton es, para el Lunarejo, la figura central del gongorismo en tanto estética imperial que dota del prestigio del latín a la lengua castellana, creando su genealogía en los clásicos griegos y latinos, así como en el humanismo cristiano.
Las letras «ilustran» los frutos de la república, «florecen» al riego del lucimiento, son «apadrinadas del rodrigón del aplauso». Vinculadas al fasto, la fama, la gloria, el ornato, están relacionadas a la cosa pública y al aparecer de modo imprescindible. Una literatura y una teología de corte, que, al igual que la ciencia y las artes, es ostentación del poder de un estado que hace honores a sus logros a riesgo de privarse de grandeza. En verdad lo que se está planteando es el carácter esencial del saber para la legitimación del poder: «Rasgo de ingenio es alimentar las artes con honor, y esto es un ejemplo de una república floreciente»; «es menoscabo de las letras negarles el lucimiento»; «No hay cebo para un estudioso, no hay hechizo para quien aprende como el de aspirar a un acto lustroso y adquirirse una celebridad en él».
El conocimiento está relacionado con el lucimiento, pertenece al orden de lo público, está relacionado con la ostentación y está marcado por la mirada. La escritura es parte del espectáculo de la ciudad barroca9. El letrado está condicionando su hacer al reconocimiento de su lugar dentro de la ciudad. Como bien lo muestra Ángel Rama10, el grupo letrado se constituye en un elemento central de la colonización española.
Dentro de la ciudad barroca el mantenimiento del poder se vinculaba estrechamente a los artificios del intelecto. Maravall indica la importancia central que para una nueva aristocracia tuvo el manejo de la letra. El saber está institucionalizado integrado al estado, no hay desborde que no sea el del ornato retórico. Prisionero no solamente del celo de la Inquisición sino de sus propias formas.
«El conjunto fue, pues, una sociedad barroca, escindida en privilegiados y no privilegiados, en gente que llevaba un estilo de vida noble y gente que no lo llevaba, en la que los últimos arrastraban su inferioridad y su miseria y los primeros ostentaban su distinción y su arrogancia»11
Las musas y las ciencias están relacionadas. El Lunarejo discute la superioridad de Clío sobre los demás, siempre y en cuanto la poesía glorifica los tiempos heroicos. Si intentamos reconstruir la referencialidad del discurso, el autor está aludiendo al origen del virreinato, a las guerras del Perú siempre desde el lugar del fiel vasallo de la monarquía absoluta. El orden y la orden se funden en el discurso de Espinosa Medrano.
Hay una aguda autoconciencia de su papel dentro del campo cultural con relación al poder político. Un ofrecimiento de servicio de escritura y de una escritura de servicio. El trabajo que supone la tarea intelectual es reconocido pero también su valor como ornamento de una sociedad que busca asegurar su estabilidad. La celebración del éxito de la palabra poética está en directa relación con los intereses del gobierno.
La gloria de las musas radica en la posibilidad de cantar la gloria de las armas. El príncipe es construido como modelo de conducta: valeroso en la guerra, coronado de laureles y victorias. Las letras son a las armas lo que los poetas a los príncipes. El letrado usa un procedimiento de imágenes paralelas similar en el Apologético. Marcial es a César (lo que Góngora a Felipe) lo que Espinosa al Corregidor.
El poeta es Orfeo, el héroe intermediario entre Hércules y Dios. La concepción del saber es profundamente medieval: se trata del saber comosumma cuyo modelo último es la teología. Siempre está presente el poder del Imperio así como la función que la Lengua y la Cultura desempeñan para él. En verdad, podemos hablar de dos Imperios profundamente ligados: el del Rey y el de Dios.
«Deseosas fueron siempre las letras de que las apadrinaran las armas. No sé qué hechizo se tiene de la braveza de éstas, que se arrebata la serenidad de aquéllas, haciéndolas que vinculen el mayor lustre de la escuela en arrimarse a los asombros de la campaña» (PD, Pág.115)
Los frutos poéticos consagrados a Mecenas se convierten en ramos de yedra. De trabajo a adorno, de bucólica a épica. La relación Virgilio-Mecenas, al igual que la de Marcial-César reproduce la díada servidor-amo. El empleo de la alegoría lleva a una hermosa imagen tomada de la égloga. Vemos acá el artificio que anula la oposición entre campo y corte. «No parece bien en que a la frente ocupada ya de otra guirnalda, que era la del laurel, aplique la de la yedra» (PD, Pág. 115).
El laurel y la hiedra son plantas con una enorme tradición literaria y mitológica. Dafne y Cysso. Empelando las palabras de Virgilio, el Lunarejo defiende a ambos. La yedra simboliza la ciencia, la sabiduría. El laurel es el triunfo, la victoria del heroísmo de las armas- «a las vencedoras ramas de ese laurel que te corona trepen la de esta yedra que dedico a tus sienes» (PD, Pág. 115)
Las letras se entrelazan con las armas. Hay una unidad de la épica y de la lírica, del género heroico y el género bucólico, donde las letras despojan a las armas de toda violencia y las transforman en emblemas del valor. Las coronan por medio de versos que tornan inofensivo el carácter de las armas. La hiedra se suma al laurel, se convierte en su indispensable complemento. Al árbol de la victoria le hacen falta las flores de la poesía.
«Porque ¿Dónde mejor podía lucírsele la ciencia? ¿Dónde mejor lograría sus letras el aplauso y la gloria, que arrimadas a triunfales árboles, que a sombras de bélicos laureles, que a patrocinio de valientes campeones, si éstos son gloria suya?» (PD, Pág.116)
Los intertextos son abundantes. Las referencias a los Textos Maestros de la cultura clásica, La Ilíada y las Églogas, le permiten la autorización de un discurso entre la épica y la bucólica que son vectores que surgen de la acción y de la pluma. Incluso cuando hace alusión a Garcilaso lo hace en tanto poeta bucólico. Emplea el verso de la égloga para dar mayor peso a sus argumentos
El árbol de la victoria
que ciñe estrechamente
tu gloriosa frente,
dé lugar a la yedra, que se planta
debajo de su sombra, y se levanta
poco a poco arrimada a tus loores
El tópico de la alabanza al héroe victorioso presente en la poesía clásica es retomado una y otra vez, en este caso desde el Perú. Empleando La Metamorfosis de Ovidio como fuente, el Lunarejo encuentra una feliz alegoría: la del escudo de Aquiles, el héroe guerrero por excelencia, el semidiós (evidente sustitución del capitán de marras). Las ciencias y las artes fueron aplicadas por Vulcano como insignia:
«Conoció Vulcano la inclinación que las ciencias y artes tienen de lucir y ostentarse al arrimo y amparo del héroe más valiente, del más invicto capitán: y como en aquel tiempo Aquiles era el griego más vencedor y el campeón de más victorias y trofeos, discretamente le aplicó al escudo las ciencias y artes y le arrimó con el cincel a la rodela las musas y escuelas, como enseñando que éstas sólo se hallan, sólo campean a sombra de los triunfos, a patrocinio de las armas» (PD, Pág.117).
El escudo lleva grabados los astros, la tierra y el mar, las artes liberales, las ciencias y las escuelas. Las letras son protegidas por las armas, las adornan, les sirven de eficaz artificio. Febo debe aliarse a Marte. El uso de las figuras se torna cada vez más significativo. Como en todo discurso barroco el discurso de la declamación rodea con significantes al significado, lo asedia una y otra vez. Se trata de una poesía apologética, no polémica.
«¿Quién duda que a flores de elocuencia prefieren las que el acero tiñó rosas en el carmesí de la sangre; lluvia, que a los truenos del atambor derrama el furor bélico? que también fue retórico el valor si en las bocas de las heridas parló la lengua del acero y en el papel de los pechos intrépidos formó el estoque con sangrientos rasgos caracteres que dictó el coraje» (PD, Pág. 118)
La victoria de las armas es asegurada por la victoria de las letras. Las «flores de elocuencia de las letras» acompañan «las rosas de sangre de las armas». La violencia latente en el discurso es lacerante. Concluye por otro lado que la ciencia que mejor acompaña a las armas es la teología tomista. La unión entre la ciencia y la religión con las armas y el estado.
Esta vez emplea otra superficie para tejer la alegoría: un morrión. Las abejas, a cuya imagen provee con los versos de Góngora, sus predilectos, son las imágenes de los doctores, la representación de los estudiosos. Las selvas son los libros. Los panales, la erudición. La cera se enciende en la guerra
«donde mejor aseguran la fragante miel de su doctrina, donde mejor fabrica el parto oloroso de sus letras, es al abrigo y sabor de triunfantes armas pues el yelmo donde se recogieron, arma era victoriosa si le vio Alciato de enemiga sangre teñido»(PD, Pág. 120)
Es la sangre del enemigo, la sangre derramada en la batalla, la que da lucidez a las palabras. Las abejas nacen del buey que no es sino la representación del angélico. La intercalación de versos gongorinos como el del comienzo de las soledades hace más oscuro el texto. La Santa Teología es la que permite la gloria de los príncipes.
Los verdaderos tomistas se oponen a los adulterinos zánganos. Los néctares de la poesía, los deliciosos frutos de la ciencia, aún de aquella vinculada a la religión, surgen con más fuerza de la violencia de las armas y como éstas son su origen, son ellas las que deben sostenerlos.
A continuación desarrolla una especie de historia de Don Juan a modo de biografía con su genealogía ligada al rey. Con una familia vinculada al imperio español y a sus triunfos. También aparece la leyenda nacional, la épica americana encarnada en la lucha con los indios. Absolutamente desvinculado de ese otro que es el indígena cita La Dragonteade Lope de Vega.
El capitán español es Aquiles, el temible príncipe a quien glorifican las musas. Es el civilizador, el emisario del orden frente al anarquismo del pirata y la barbarie del indio. El Lunarejo se coloca del lado del conquistador. Hay un borramiento de su propia identidad. La barbarie está en el Arauco. La civilización es el emblema de este corregidor que luego de emplear las armas se convirtió en gobernante.
Acá se da la unión del orden y la orden. Entendido aquel como la máxima necesidad del imperio y ésta como la mejor arma de éste. El héroe no solamente es un leal vasallo del rey que impone su ley sino que también se transforma en su administrador.
Para Espinosa Medrano los otros son los indios, los piratas, la plebe, todo aquello que atente contra la monarquía absoluta, contra el orden jerárquico férreamente trabado por las instituciones: la monarquía asentada en la legitimidad de la religión y la cultura. La monarquía absoluta es, según, Maravall, la clave de bóveda del sistema que intenta una extensa operación social tendiente a reprimir la descomposición y disciplinar. Es interesante la digresión que hace para hablar del oro que llega del Perú, de Huancavelica a Europa. El oro, lo económico, aparece como imprescindible para el imperio. España aparece alimentándose de la colonia.
«gobernador de estas prendas gozó el nuestro Huancavelica, aquel famoso mineral de azogue, tan felizmente que a su cuidado, diligencia y calor medró la opulencia de él con mayores partos que los que nunca saco a luz la gigantesca preñez de aquel arrogante aunque azogado cerro: acrecentándose así las barras y tesoros reales, que por el indio y gaditano mar desembarca en España el Nuevo Mundo» (PD, Pág. 123)
Aparece así el fundamento del Imperio y el lugar del Perú como proveedor del oro. El interés económico es explicitado por el texto. La unidad del oro y el cielo que se imbrican en la monarquía española conquistadora. La ascendencia de Don Juan ligado a la nobleza española, a los reyes es debidamente asentada. Reyes, príncipes y grandes señores del otro lado, del Viejo Mundo que convierten a éste en el dueño de éste. El aristocratismo es evidente.
La aparición de Galicia como geografía con descripciones evidentemente imaginarias, como un espacio mítico con ríos, flores, tomado de la literatura, construcción dentro del Perú colonial. El Perú desaparece como geografía. Hace alusión al Panegírico de Góngora al Duque de Lerma. Para terminar emplea un verso de Allessio:
Marte templada la ira
(dice, y salvas apercibe)
Honre, aplauda, no se esquive
el cañón, que horrendo tira,
a cañón, que dulce escribe.
Las flores de la Teología, las letras, son consagradas a la victoria de las armas «si ya no yedra que a sus sienes coronadas de laureles consagro». Si las Armas representan el poder del Imperio, deben proteger a las artes, a las ciencias y a las letras que, bajo su autoridad, contribuyen a su lucimiento. Los furores de Marte no pueden prescindir de la Lira de Apolo. La importancia de la ostentación es evidente «por arrogancia; asístalas pues, para que su patrimonio las ampare, su amparo las autorice y su autoridad las corone». (PD, Pág. 126)
11 Espinosa Medrano, Juan: «Panegírica Declamación por la protección de las ciencias y estudios que incumbe al señor Maestre de Campo Don Juan de la Cerda y de la Coruña». en Apologético, Caracas, Ayacucho,1982., pág.119
2 Quintiliano: Capítulo Séptimo, «Del género demostrativo» en Intituciones Oratorias, El Ateneo ,Bs.As., 1.944 .Divide las alabanza entre aquellas dirigidas a los hombres, a los dioses y a las regiones y ciudades.
3 Maravall, José Antonio: La cultura del barroco. Análisis de una estructura histórica., Barcelona, Editorial Ariel.
4 Irving A. Leonard: La época barroca en el México Colonial, México, FCE,1.974, pág. 58-pág. 59.
5Irving A. Leonard, ob. cit..
6 Todorov, Tzvetan: Teorías del símbolo, Monte Avila,Caracas,1.991.oág. 81-82.
7 Todorov, ob. cit. pág. 81-82.
8ve Maravall, ob. cit.
9Empleamos este término en el sentido de José Luis Romero, Latinoamérica: las ciudades y las ideas, Siglo XXI, Bs.As., 1.986.
10Rama, Angel: La ciudad letrada, Montevideo, FIAR, 1.984..
11Romero, J. L., ob. cit.,pág. 74
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Perilli, Carmen: «La Panegírica
Declamación de Espinosa Medrano o el discurso peruano de las armas y las letras», en Ciberayllu [en línea]