César Vallejo y el humor* |
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César Ángeles L. |
Con este trabajo, se manifiesta la voluntad de acercarse al arte y a la literatura desde sus raíces ideológicas. Uno de los objetivos centrales ha sido lavar la cara de esa agobiante melancolía y tragedia que suele encajársele a la poesía, en general, y a la poesía de este escritor peruano en particular, que es una de las cumbres más altas de la literatura contemporánea.
Como corresponde en el análisis científico de toda realidad, es esencial reparar en los matices. Con César Vallejo (1892-1938) es prioritario hoy más que nunca: tiempos de cambios históricos en el Perú y en el mundo destacar y asumir el flanco iluminado, positivo y revolucionario de su actitud, su práctica y su obra literaria.
Maguer lo que pudiera sugerir el título del presente ensayo, obviamente no se quiere decir con él que leyendo a Vallejo estemos leyendo a un humorista ni que con su literatura nos desternillemos de risa. Sino que comprendiendo la naturaleza del humor, podemos concluir que el autor peruano lo tuvo en grado superlativo y que ello fue un factor importante en su vida y en su obra.
Si la referencia recae en Poemas Humanos (libro póstumo publicado por su esposa Georgette), es porque este volumen nos ofrece mejores argumentos para probar lo afirmado.
Por lo demás, no perdamos de vista que Humor, Comicidad e Ironía suelen confundirse como un mismo fenómeno. Sin embargo, si existen tres nombres diferentes, es justo sospechar que, asimismo, se refieren a tres cosas si no opuestas entre sí, al menos disímiles. Basándonos en algunos textos sobre estos temas (de Bergson, Croce, Freud, Pirandello...) se llega a algunas conclusiones, como entender que el humor es una operación superior y más compleja que la de la sátira, la ironía o la pura comicidad que son más bien liquidadoras.
De esto dan cuenta las primeras líneas del ensayo; aunque el grueso esté dedicado, como se ha dicho, a potenciar otra imagen de Vallejo. De las fuentes bibliográficas consultadas, sólo se anotan referencias explícitas a Luis Monguió crítico e historiador literario, a Pirandello dramaturgo y ensayista italiano y a José Carlos Mariátegui político y ensayista peruano de principios del siglo XX, fundador del Partido Comunista en nuestro país. Asimismo, para los apuntes biográficos que aparecen al final, se ha consignado principalmente la información proporcionada por Georgette Philipart de Vallejo en su recomendable libro testimonial: Vallejo: allá ellos, allá ellos, allá ellos! (Lima, 1978) (1). Todos los énfasis son míos; y se citan los poemas según la edición crítica coordinada por Américo Ferrari: César Vallejo / Obra Poética (Madrid, 1988).
Como puede comprobarse leyendo los versos anteriores, el sentimiento de lo contrario, típico rasgo del humor, no pudo ser mejor expresado.
El humor supone el cruce dialéctico entre lo trágico y lo cómico. De ahí que tenga sentido esa sentencia popular de que «el humor es cosa seria». Por otra parte, el humor no supone necesariamente la risa. Es una filosofía y praxis de la vida; realiza una compleja operación de remoción crítica pero no colocándose absolutamente de modo opuesto al sujeto en cuestión (ya se trate de uno mismo, de otro individuo, de un grupo, una institución...), sino que dialécticamente se ejecuta una confrontación recuperando a dicho sujeto: casi diríamos desde él y contra él.
En su extenso ensayo «El humorismo» (2), el dramaturgo italiano Luigi Pirandello lo define así: «Veremos que en la concepción de toda obra humorística, la reflexión no se esconde, no permanece invisible; [...] sino que se pone ante (la emoción inicial) como un juez, la analiza, desapasionadamente, y descompone su imagen. Sin embargo, de este análisis, de esta descomposición, surge o emana otro sentimiento, aquél que podría denominarse, y yo lo llamo así, el sentimiento de lo contrario».
Es decir, no sólo sorprender una contradicción, por ejemplo entre lo que se busca y lo que se obtiene; reírse por ello, como hacen de diverso modo la comicidad y la ironía, sino que se trata de «sentir» simultánea y dialécticamente cada uno de los elementos de esta contradicción, y hacerse cargo de ellos.
Pirandello se remite a un personaje y a una novela emblemáticos del humor: las aventuras de Don Quijote. «Nosotros quisiéramos reírnos de todo lo que hay de cómico en la representación de ese pobre loco que disfraza con su locura a sí mismo, a los demás y a todas las cosas; quisiéramos reírnos, pero la risa no acude a nuestros labios pura y fácil; sentimos que hay algo que nos la turba y obstaculiza; es una sensación de pena, de conmiseración e incluso de admiración, sí, porque si bien las heroicas aventuras de ese pobre hidalgo son ridiculísimas, no hay duda, sin embargo, de que él en su ridiculez, es verdaderamente heroico [...] A través de lo cómico, tenemos en este caso el sentimiento de lo contrario». Y refiriéndose al factor de «la reflexión» que enunció como consustancial al humor, nos recuerda que el famoso autor de esta historia, don Miguel de Cervantes, estuvo preso por malentendidos económicos en las cárceles de su amado Rey, a quien había servido en Lepanto. Cervantes, dice Pirandello, tuvo que desembarazarse de aquel sentimiento inicial «que le había armado caballero de la fe, en Lepanto, [...] y poniéndose en contra de él (de ese sentimiento), como juez, en la oscura cárcel de La Mancha, y analizándolo con amarga frialdad, la reflexión ya había despertado en el poeta el sentimiento de lo contrario, fruto del cual es precisamente el Quijote, el cual es este sentimiento de lo contrario objetivado».
Es decir, sintiendo profundamente el desencanto y el dolor, Cervantes encauzó todo ello hacia un personaje cómico, que siendo su alter ego era trágico y cómico a la vez, es decir, humorístico.
Estos pasajes se nos aparecen como claves y suficientemente claros como para obviar mayores desarrollos teóricos sobre el tema. Más bien vayámonos acercando a la poesía de Vallejo; viendo, antes, el caso de otro clásico del humor aunque ya contemporáneo: Chaplin. Él construye el personaje de Charlot, protagonista de sus films, quien es un vagabundo de la urbe moderna, que por ser tal y carecer de riquezas y hasta predisposición para conseguirlas (aunque en La quimera del oro hay una extraña variante) vive inadecuado respecto de una realidad social que lo excluye, lo margina.
Pero estos problemas no se presentan mediante el dolor que debe haber sido «el sentimiento inicial», sino que más bien propician una historia que provoca hilaridad. Aunque es verdad que se trata de una «risa que no acude a nuestros labios pura y fácil». Y ello es porque «la reflexión» de Chaplin atrapó ese dolor inicial y muy concreto y, sin desecharlo, lo transformó en su contrario: una protesta mediante la comedia, burlando a sus causantes o por lo menos a quienes representan el Poder, el sistema abusivo... principal causa del sufrimiento. «Los filmes cómicos han tenido un éxito inmediato porque la mayor parte de ellos presentaban a agentes de policía que caían en alcantarillas, tropezaban en los cubos de yeso y sufrían mil contratiempos. Son las personas que representan la dignidad del poder, frecuentemente imbuidas de tal idea; la visión de sus desventuras provoca mayores deseos de reír en el público que si se tratase de simples ciudadanos.» (Charles Chaplin).
De ese modo, entonces, Chaplin demostró su genial capacidad para apropiarse con humor de esos dos elementos de la contradicción; y a la vez que nos hace reír, nos azuza la compasión (co-pasión) por ese vagabundo y sus desventuras. Pero es que en Charlot habla la humanidad dolida y maltratada por este sistema; y entonces la comedia encierra nobleza y un elevado sentimiento solidario de identificación con las mayorías del mundo. El público aprecia y recrea, entrañablemente, esa misma contradicción.
Las caídas no angustian al vagabundo; está seguro de que finalmente saldrá adelante y todo terminará componiéndose a su favor. Y esta fe, nacida increíblemente de un desencanto y malestar iniciales, es una misma fe en el positivo destino de todos nosotros; o, al menos, de casi todos. Ya Mariátegui había percibido ello, con su habitual lucidez: «La imagen de este bohemio trágicamente cómico, es un cotidiano viático de alegría para los cinco continentes [...] Chaplin alivia con su sonrisa y su traza dolida, la tristeza del mundo. Y concurre a la miserable felicidad de los hombres, más que ninguno de sus estadistas, filósofos, industriales y artistas» (en El Alma Matinal).
Por todo ello, el humor es una operación superior y más compleja que la de la sátira, la ironía o la pura comicidad que son más bien liquidadoras.
En la anterior cita de Vallejo, la adhesión-crítica se despliega en imágenes desalienantes; dijimos que a través de la ironía utilizada contra el trabajo servil, la rutina, la cosificación del individuo. Y todo ello se corresponde con la confesión del odio / amor que el poeta expresa a propósito del ser humano: «le odio con afecto», así como con el testimonio de su estado, invulnerable por irónicamente distanciado: «y me es, en suma, indiferente».
Es el mismo sentimiento aunado de los contrarios, el que nos permite sorprender en Poemas Humanos pasajes tan diferentes como:
a. «César Vallejo ha muerto, le pegaban / todos sin que él les haga nada; / le daban duro con un palo y duro / también con una soga» (de «Piedra negra sobre una piedra blanca»)
y
b. «¡Cuestas infraganti! / ¡Auquénidos llorosos, almas mías! / ¡Sierra de mi Perú, Perú del mundo, / y Perú al pie del orbe; yo me adhiero!» (de «Telúrica y magnética»).
¿Qué hizo que César Vallejo expresara esta honda adhesión no sólo hacia el ser humano sino, específicamente, hacia el Perú; y a pesar del maltrato desde el Poder (político-cultural) a su arte revolucionario, que se inició desde cuando Clemente Palma prestigiado crítico de la época rechazara a Los Heraldos Negros, tal y como hicieron varios intelectuales coterráneos de Vallejo en Trujillo? ¿Quizá permitió esto la distancia que significó su definitiva estadía en Europa? La hipótesis de Luis Monguió resulta más real y científica: la adhesión al marxismo entre 1928-1929 y, en consecuencia, a la esperanza, al futuro: «Esa adhesión me parece basada, aparte de la convicción intelectual, en una lógica emocional que, partiendo de su sentimiento de solidaridad ante el dolor [...], le condujo a las esperanzas tras su desesperanza trílcica que de poner fin a ese dolor sobre esta tierra tal filosofía (el marxismo) le aparejaba» (3).
Encarnándolo, Vallejo pudo ver con mayor claridad con cuál Perú iba a favor y con cuál en contra (4). Y desde este terreno sólido, cada vez le fue menos difícil procesar con la cabeza fría (y el corazón caliente, siempre) la inicial pasión de odio que le generaban cosas como dicho maltrato. Entonces, se hizo cargo con optimismo, serenidad y firmeza del sufrimiento propio y ajeno. Y ese mínimo equilibrio de ánimo es otro factor importante del humor, el cual precisa contar con un suelo firme que simultáneamente permita cierto distanciamiento respecto del dolor, así como la imbatible resurrección desde la agonía; tal un Ave Fénix: muerte/vida, odio/amor:
«Tú sufres de una glándula endocrínica, se ve, / o, quizá, / sufres de mí, de mi sagacidad escueta, tácita»; «Tú sufres, tú padeces y tú vuelves a sufrir horriblemente, / desgraciado mono, / jovencito de Darwin, / alguacil que me atisbas, atrocísimo microbio»; «Amigo mío, estás completamente, / hasta el pelo, en el año treinta y ocho, / nicolás o santiago, tal o cual / [...] / Pero si tú calculas en tus dedos hasta dos, / es peor; no lo niegues, hermanito. / ¿Que no? ¿Que sí, pero que nó? / ¡Pobre mono...!. ¡Dame la pata...! No. La mano, he dicho. / ¡Salud! ¡Y sufre!» (de «El alma que sufrió de ser su cuerpo»).
La crítica literaria más academicista y conservadora ha perfilado la imagen de un César Vallejo oscuro, serio, trágico. Es decir, que este poeta habría descompuesto la realidad social, la cotidianidad del ser humano, para ahondar e incidir en su tragedia, en una larga derrota sin fin, en una condena fatal con cadenas agobiantes. Un alma negra, en suma (5).
«César Vallejo y Mlle. Georgette Philippart en el Parque de Versalles. Verano de 1929. Foto Juan Domingo Córdoba.» Reproducción del mismo negativo sin el recorte que los separa.
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Claro, Vallejo no fue indiferente a esto. Practicó la compasión, la pasión con el otro, la solidaridad en acto con ese dolor popular. Pero si se enfrentó a todo ello fue para ir más lejos y taladrarlo, en suerte de operación cultural, y poner urgentemente el dedo sobre la esperanza, el optimismo y la fe. Porque entendió que si el dolor era real en este mundo, el alba «el sol» alumbraba el cielo, el futuro; y en esta dialéctica entre el pesimismo del presente pero optimismo del mañana, enfatizó esto último.
La poesía aumentativa de Vallejo anhela permanentemente la exageración de la hipérbole. Con este apoyo retórico, entre otros, logra brasas de humor al promover la toma de conciencia respecto del sobredimensionamiento que solemos hacer de nuestros dolores humanos. Además, mediante su osadía al incorporar en su lenguaje expresiones «no cultas», «coloquiales», o también desplegando una habilidad innata para el juego, fónico y semántico, da un nuevo giro al tono grave presente en muchos poemas.
Observemos la siguiente oda con elementos tan populares como animales de la sierra del Perú que, por esto, pareciera más bien parodia de las clásicas odas con elementos prestigiados de la cultura occidental (6). Nuevamente el tono grave se expresa a través de imágenes llanas y hasta sorprendentes en sus motivos ciertamente novedosos en dicha tradición:
«¡Oh campos humanos! / [...] / ¡Oh campo intelectual de cordillera, / con religión, con campo, con patitos! / ¡Paquidermos en prosa cuando pasan / y en verso cuando páranse! / ¡Roedores que miran con sentimiento judicial en torno! / ¡Oh patrióticos asnos de mi vida! / ¡Vicuña, descendiente nacional y graciosa de mi mono! / [...] / ¡Ángeles de corral, / aves por un descuido de la cresta! / ¡Cuya o cuy para comerlos fritos / con el bravo rocoto de los templos! / (¿Cóndores? ¡Me friegan los cóndores!) / [...] / ¡Lo entiendo todo en dos flautas / y me doy a entender en una quena! ¡Y lo demás, me las pelan...!» (de «Telúrica y magnética»).
Al término de este poema casi podríamos preguntar: y del caramillo ¿qué se hizo?.
Todo lo dicho hasta aquí viene redondeando nuestra interpretación de la poesía de Vallejo. A ello también contribuye percibir la antiheroicidad del poeta en Poemas Humanos, y su solidaridad con quien descubre en la derrota, con el sujeto anónimo de la historia cotidiana:
«[...] da ganas de besarle / la bufanda al cantor / y al que sufre, besarle en su sartén, / [...] / al que me da lo que olvidé en mi seno, / en su Dante, en su Chaplin, en sus hombros» (de «Me viene, hay días, una gana ubérrima, política...»)
o «¡Amado sea aquél que tiene chinches, / el que lleva zapato roto bajo la lluvia, / el que vela el cadáver de un pan con dos cerillas, / el que se coge un dedo en una puerta, / el que no tiene cumpleaños, / el que perdió su sombra en un incendio, / el animal, el que parece un loro, / el que parece un hombre, el pobre rico, / el puro miserable, el pobre, pobre!» (de «Traspié entre dos estrellas»).
El poeta se halla confundido con la masa. Y lo de «antiheroricidad» viene exacto si por «héroe» entendemos al individuo que se erige sobre su colectividad; específicamente estamos aludiendo, y rebatiendo, al súmmum de la filosofía capitalista: el hombre de empresa exitoso no es sino una versión contemporánea de Ulises que, ante los embates de la vida (o el mar, el destino, los dioses), triunfa, solito-su-alma, individualismo a tope.
En Poemas Humanos, la voz del poeta parte desde las mayorías; es decir, de quienes no han triunfado en este sistema. Más bien es una voz solidaria con esa ancha base que conforman los de abajo, es decir, los explotados: «Vamos a ver, hombre; / cuéntame lo que me pasa» (de «Otro poco de calma, camarada...»). No se trata, entonces, de «héroes» según la interpretación individualista y simplemente burguesa del término; sino de «antihéroes», de aquéllos que han perdido, que carecen de poder y hasta de palabra en la historiografía tradicional.
Pero el marxismo asentó en César Vallejo la convicción científica de que si su presente tenía esas dramáticas características, el futuro les pertenecía y les pertenece. De ahí que si estamos alertas cuando leemos textos como los de Poemas Humanos, concluiremos que, en realidad, nos hallamos ante el encarnamiento y la postulación de otro tipo de épica: esa subversiva e insurgente que da la heroicidad cotidiana y, a la postre, triunfante, de las mayorías explotadas. En Vallejo la heroicidad es colectiva, popular: en suma, auténticamente democrática. Tal cosa es aún más directamente expresada en España, aparta de mí este cáliz y el tono predominante es más severo y más grave también (7).
La sonrisa de Vallejo no conduce hacia la nada, hacia el vacío del absurdo. Su poesía hace adivinar un mito, una utopía (8), que mimetizándose con el paisaje campestre y urbano expresan la posición comunista; incorporando al individuo común, a los marginados, a la comunidad y al obrero como materia esencial de su poética.
César Vallejo en París. Brindis con Henriette y Carlos More. |
Es así que esta trayectoria poética no es oscura ni angustiada como han pretendido buena parte de la crítica e historiografía literarias, amén de no pocos lectores apresurados, quizá influenciados por éstas. Es cierto el dolor en su vida y en su obra. Pero no es cierto que quede sepultado en él. Su poesía muestra más bien imperativamente lo contrario. Ella está del lado de la luz para quien se le acerque sin los prejuicios ianmovibles de tono gris:
«Otro poco de calma, camarada / [...] / eres de acero, / a condición que no seas / tonto y rehúses / a entusiasmarte por la muerte tánto / y por la vida, con tu sola tumba. / Necesario es que sepas / contener tu volumen sin correr, sin afligirte / [...] / Anda, no más; resuelve, / considera tu crisis, suma, sigue, / tájala, bájala, ájala / [...] / Es idiota / ese método de padecimiento, / esa luz modulada y virulenta, / si con sólo la calma haces señales / serias, características, fatales. / Vamos a ver, hombre; / cuéntame lo que me pasa, / que yo, aunque grite, estoy siempre a tus órdenes» (de «Otro poco de calma, camarada...»).
En igual sentido puede uno aproximarse a varios otros poemas, como «Oye a tu masa, a tu cometa, escúchalos; no gimas...»:
«Relátate agarrándote / de la cola del fuego y a los cuernos / en que acaba la crin su atroz carrera; / rómpete, pero en círculos; / fórmate, pero en columnas combas».
O también a este otro: «[...] no tengas pena, que no es de pobres / la pena, el sollozar junto a su tumba; / remiéndate, recuerda, / confíaen tu hilo blanco, fuma, pasa lista / a tu cadena [...] / Ya va a venir el día, ponte el alma»; «Ya va a venir el día; / la mañana, la mar, el meteoro, van / en pos de tu cansancio, con banderas / [...] / la panadera piensa en ti, / el carnicero piensa en ti, palpando / el hacha en que están presos / el acero y el hierro y el metal; jamás olvides / que durante la misa no hay amigos. / Ya va a venir el día, ponte el sol.» (de «Los desgraciados»).
La comprensión dialéctica de amor/odio, grandeza/pequeñez, alegría/tristeza y bondad/maldad es expresada con tanta luz y solidaridad en este poema, y varios otros ya vistos en Poemas Humanos, que resulta increíble por injusto cómo un sector de la exégesis literaria ha ido encasillando a Vallejo en su actual esquina de derrota y hermético lamento:
«Me viene, hay días, una gana ubérrima, política, / de querer [...] / amar, de grado o fuerza, / al que me odia, al que rasga su papel, al muchachito»; «Y quiero, por lo tanto, acomodarle / al que me habla, su trenza; sus cabellos, al soldado; / su luz, al grande; su grandeza, al chico»; «Quiero [...] / cuando estoy triste o me duele la dicha, / remendar a los niños y a los genios»
«Quiero ayudar al bueno a ser su poquillo de malo» (de «Me viene, hay días, una gana ubérrima, política...»).
Como vemos en el último verso citado, en esta poética hay también cierta dosis de irónica y cáustica malignidad (quizá inspirada en el radicalismo neorromántico de Nietzsche). Así, en otro poema leemos: «¡Lloved, solead, [...] / dad de comer a los novios, / dad de beber al diablo en vuestras manos!» (de «¡Ande desnudo, en pelo, el millonario!»).
Y ello es, revolucionariamente, para «ayudar a reír al que sonríe» (de «Me viene, hay días...»).
La poesía de César Vallejo es una poesía vigorosa, rebelde, dinámica y fraterna.
En su conjunto, la obra de este genial escritor transmite toda esta voluntad y es brillante testimonio de la vida de un hombre, de un intelectual nuevo, que amó honda y sinceramente a las masas y creyó y luchó por hacer realidad su destino.
Aquel ícono emblemático del Vallejo contemplativo/pasivo, sentado muy serio y con el mentón apoyado en su mano abierta, condensa y masifica convenientemente, para la burguesía, su pretendida fosilización (9); la cual corresponde, a todas luces, más bien al corazón de esta clase, antes que a los versos del poeta.
Qué duda cabe que su humor entrañable y solar, del que aquí se han dado hartas pruebas, echa raíz en lo expresado en párrafos anteriores; sobre todo, en el encarnamiento hondo, y consecuentemente creativo, de la praxis y la ciencia marxistas.
* El presente ensayo es una versión corregida del que publiqué en libro junto con otro trabajo sobre Arthur Rimbaud y la comuna de París a fines de la década pasada. El origen primero del mismo está en mi tesis (inédita) de bachillerato en linguística-literatura: «Humor e ironía en la poesía peruana contemporánea» (Universidad Católica del Perú, 1989, pp.245), en cuya introducción abordo la poesía de algunos autores del siglo XX, entre los que figura César Vallejo.
1. Se trata de un libro polémico, donde a fin de cuentas su autora expresa la difícil voluntad que fue parte esencial de su vida desde que, a la muerte de Vallejo, se hiciese cargo de su copiosa obra inédita (poesía, teatro, prosa): es decir, contestar esa línea de historia biográfica y crítica literaria que generalmente ha auroleado de sombras por lástima, con éxito al célebre escritor. Ganándose, así, muchos adversarios, y desde su definitiva residencia en el Perú (1951), Georgette impulsó con su actitud y sus apuntes biográficos otra visión, renovadora, de César Vallejo.
2. Pirandello, Luigi: «El humorismo», en La colección de los Premios Nóbel de Literatura, vol. III (Janés editor, 1956).
3. Monguió, Luis.: La Poesía Postmodernista Peruana(México, FCE, 1954), p.139. Consúltese también pp.136 y 141.
4. Conviene no perder de vista que en su proceso de decantación política y artística, es cierto que el poeta peruano en todo momento incluido el de su primera poesía se encarga de especificar su parcialidad, enrolándose en «la causa de los pobres». Dice en Los Heraldos Negros: «y llorando quedos / dar pedacitos de pan fresco a todos. / Y saquear a los ricos sus viñedos» (de «El pan nuestro»).
5. Sirva como ejemplo paradigmático esta
basta opinión de un periodista peruano:
«Es muy probable que Vallejo no esté vigente hoy [...] El mestizo triunfante de
ahora, semejante en su origen y en lo físico a Vallejo, ha arrebatado espacios
que antes no le pertenecían y exige lo suyo. ¿Cómo podría reconocerse en el
verso abatido de César Vallejo? [...] Esta es la pena que le faltaba al poeta
de la tristeza en el centenario de su nacimiento» (Umberto Jara, ex-editor de
El Suplemento, dominical del diario Expreso,
marzo 1992).
En la prensa peruana empiezan a aparecer,
desde fines de la década pasada, algunos artículos o comentarios sobre que
Vallejo también se reía. Es hasta chistoso, o simplemente revelador de cómo la
historiografía oficial suele ocultar los lados más inquietantes de los sujetos,
que a estas alturas aún haya que escribir sobre este asunto. Así, en la
conocida revista Caretas, Luis
Aguirre publicó su artículo «Vallejo sabía reír» (8/4/99); el que, luego de
una acertada introducción, decae hacia perfilar un Vallejo tan cómico como un
payaso borrachín de circo pobre. A pesar de su apariencia renovadora, dicho
texto redunda en la construcción de un personaje hecho para escamotear la
poderosa significación e incómoda actualidad para el orden establecido de las
cosas de la posición y la poética de César Vallejo, su risa incluida.
6. La oda es una composición poética que desde la antigüedad clásica Occidental (Grecia-Roma) fue utilizada para ensalzar las hazañas de los héroes, los dioses y los monarcas de esas sociedades.
7. Al final, se reproduce íntegramente el poema «III», que es uno de los poemas más representativos de este libro. Lo mismo se hace con otro poema emblemático, «Los desgraciados», de Poemas Humanos. Ambos son especialmente útiles en relación con las tesis sustentadas en el presente trabajo.
8. Se utiliza estos términos en el sentido positivo que ya sentara Mariátegui en El Alma Matinal, resaltando su aspecto movilizador en tanto sintetizan lo posible y, principalmente, lo impostergable de ser realizado en la historia.
9. Aquí la referencia es a la bella y famosa foto (Versalles, 1929), tomada por Juan Domingo Córdoba. La crítica va dirigida, sin embargo, a la instrumentalización que comúnmente se ha hecho de ella.
Escriba al autor: © 2001, César Ángeles L., [email protected]
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