Maruja Martínez: viva con su pueblo, con sus amigosIn memoriam |
Maruja Martínez Castilla (1947-2000) |
«En los Andes, en el pasado, la metáfora cristiana
de los muertos volviendo a vivir al final de los tiempos
sirvió de aliento a más de una esperanza:
quizás todavía sirva»
Alberto Flores Galindo: La utopía andina
El día de ayer, 3 de agosto del 2000, una fulminante enfermedad acabó con la vida de Maruja Martínez. Jaujina, figura emblemática de la generación de «heroicos jóvenes» a quienes José María Arguedas entrega la posta en su testamento, intransigente e inquebrantable militante de la justicia, deja una gran obra y un vacío difícil de llenar.
Desde SUR, casa de estudios del Socialismo, animó no sólo numerosas actividades culturales vinculadas con el Perú y el pensamiento crítico, sino que impulsó una aventura editorial que mereció numerosos reconocimientos. No sólo editó los 17 números de la revista Márgenes el último de los cuales acaba de entrar en circulación y más de 20 libros, sino que emprendió con dedicación y cariño la tarea de recopilar y editar conjuntamente con Cecilia Rivera las Obras Completas de Alberto Flores Galindo, de las cuales llegó a publicar cuatro tomos. En sus últimas semanas culminó la revisión de dos libros que se incorporarán al catálogo de SUR en las próximas semanas.
Mención aparte merece su libro Entre el amor y la furia, crónicas y testimonio (Sur, Lima, 1997), en el que reconstruye el proceso vital que la lleva desde el país de Jauja a la militancia política, y desde ésta al redescubrimiento de sus propias raíces y el valor de los amigos, sin abandonar su terca apuesta por un socialismo que sea, por encima de todo, otra moral y otra cultura. Además, la escritura testimonial le permitió descubrir un talento literario que decidió cultivar iniciando estudios de Literatura en la universidad de San Marcos. En los días de su enfermedad su pudo comprobar el enorme cariño que despertó entre sus jóvenes compañeros por su sencillez y creatividad.
Recordando sus experiencias en la prisión que sufrió en la década del 70, escribió: «siento que el estar del lado de los pobres, de los humillados, me resguarda». En las últimas semanas de su vida estuvo resguardada por muchos de ellos, quienes junto con familiares, amigos, condiscípulos, velaron en torno a ella, recibiendo aliento para seguir adelante. Quizás una de sus últimas satisfacciones fue saber que los «heroicos jóvenes» no han desaparecido, simplemente han cambiado de rostro.
Los restos de Maruja serán cremados el día sábado 5 y sus cenizas regresarán a Jauja, desde donde seguirá acompañándonos en la lucha por la justicia, por el pan y la belleza.
Eduardo Cáceres Valdivia
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De la prensa escrita:
Ausencia y permanencia de Maruja Martínez
Columna «Navegar río arriba», de Rodrigo Montoya Rojas
En la plenitud de su vida, de su capacidad intelectual, de su generosidad y de su trabajo ejemplar en SUR Casa de Estudios del Socialismo, Maruja Martínez no estará más con nosotros y nosotras. Un mal inesperado y violento se la llevó sin darle tiempo para cerrar por lo menos uno de los capítulos que escribía.
Nació, vivió y estudió en Jauja, su Jauja, tierra a la que quiso tanto y a la que vuelven sus cenizas para mezclarse con las aguas de su laguna de Paca. Después, como gran parte de los provincianos y provincianas, vino a Lima, la capital del reino, para entender este nuestro durísimo país y abrió los ojos en el mundo de la política en la década de los sesenta.
Los jóvenes de los sesenta dimos los primeros pasos de nuestros sueños de cambiar el mundo con el ejemplo del Che, de la revolución cubana y el sueño de la revolución mundial rondando el futuro inmediato.
Era, sin duda, un privilegio de aquel momento.
Maruja, muy joven, comenzó su militancia en la causa del Perú y de la izquierda. La abrazó a plenitud, a tiempo completo, sin concesiones ni medias tintas. Renunció a los privilegios de la clase media que en la época eran muchos más que los de ahora. A ella como a nosotros, los de su generación, nos tocó vivir los picos intensos de la ilusión en la revolución al alcance de nuestras manos, a la vuelta de la esquina, mañana o pasado mañana, y también las caídas hondas y profundas de esa ilusión cuando la muerte del Che y más tarde con el naufragio del socialismo llamado realmente existente. Fueron años intensos, difíciles, en los que iban preparándose las condiciones para que ahora empecemos a aproximarnos a una formación política madura en la que la horizontalidad democrática se impone, lenta pero seguramente, sobre el autoritarismo clásico de la derecha y de la izquierda, hijas al fin de la modernidad occidental de los primeros tiempos. En los sesentas y setentas no tuvimos maestros y maestras que nos enseñaran el democrático respeto por el punto de vista diferente. Ese respeto existió sin duda alguna en muy poca gente, entre los marginales, en las orillas de las grandes corrientes por ahí por donde solían y suelen caminar quienes no querían ni quieren ser figuras ni secretarios generales ni nada parecido. La verdad era una propiedad al alcance de muchos y muchas y en su nombre era fácil calificar de contrarrevolucionario al compañero o compañera que no pensaba como el secretario general, o como la mayoría del buró político, del comité central o del congreso de uno de los tantísimos partidos en los que la izquierda se multiplicó para ser fiel a su firme decisión de cambiar el mundo como sea y, por eso mismo, diluirse.
La guerra de Sendero Luminoso, el MRTA y las Fuerzas Armadas no estaban previstas en el libreto explícito abierto por la Constituyente de 1979 que desencadenó desconocidos y voraces apetitos electorales en las cúpulas de las diversas izquierdas. Alan García con su monumental ineptitud, la Izquierda Unida cómplice y el implacable totalitarismo fujimorista hicieron el resto. Los miles de muertos, perseguidos y desaparecidos dieron su propia cuota para que el sueño de la izquierda se debilitara aún más, aunque felizmente no llegara a desaparecer en ningún momento.
Maruja tenía la pasta humana e intelectual para no retirarse a sus cuarteles de invierno.
El sueño, la utopía, tienen aún sentido, y SUR, al lado de Alberto Flores Galindo y un grupo de los que no perdimos la fe ni la esperanza, fue el lugar para que ella en los últimos diez años desplegara todas sus energías, en la labor editorial, en el montaje de seminarios, conferencias, mesas redondas, en la revista Márgenes con el ánimo de tener siempre encendida la llama de la esperanza socialista. Lo hizo con una generosidad extraordinaria, ganando un salario prácticamente simbólico y viviendo con una austeridad que es un ejemplo, a secas.
Pero ella escondía otra sorpresa: Su libro Entre el amor y la furia. Crónicas y testimonio (SUR, 1997) tiene la fuerza de una pluma literaria, de una sinceridad y una ternura muy grandes para hablar con soltura y sin rubor alguno de esos años difíciles en los que la izquierda apostó a ser dura, muy dura, porque había crecido entre los textos del llamado marxismo leninismo en los que no había lugar alguno para la sonrisa y menos para la ternura. El tono de confidencia en esas páginas, de complicidad tierna, es parte de su fuerza.
Después de esas páginas el horizonte para ella se llenó de luz y de tranquilidad. Del modo más natural volvió a sus primeros pasos, ingresó a San Marcos para estudiar literatura cuando era una mujer con la vida ya hecha, en su plenitud. Empezó a disfrutar del encuentro con los jóvenes para quienes la literatura es una poderosa ilusión.
Después, llegó el momento del dolor sorpresivo que hiere a fondo, como un cuchillo que corta todo lo que encuentra a su paso y no deja nada que pueda recomponerse o tejerse otra vez y deja una honda huella de dolor y nostalgia que no se borran ni se diluirán por más que nos digan que el tiempo, el bendito tiempo, se encargará de cicatrizar las heridas.
El paso de Maruja por SUR ha sido muy importante. Deja un vacío difícil de llenar, que sólo un gran esfuerzo colectivo podría reemplazar.
Maruja, que tus cenizas al volver a la laguna de Paca, como tú quisiste, se vuelvan agua, tierra, energía, luz, paisaje, canción, esperanza y utopía.
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