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24 agosto 2002

Vade retro

Miguel Rodríguez Liñán

Ayer tarde, anoche, separando velos de calor modesto  el mes de julio, vi el espectro conocido de la Gare de Lyon cuyos vitrales tamizaban la luz del verano a las ocho vespertinas. París otra vez con agujas imantadas, rieles, trenes ultramodernos y durmientes. Antes eran siete, ocho, a veces nueve horas necesarias al trayecto París-Marsella o viceversa; luego fueron seis, cinco, cuatro: hoy sólo tres horas nos separan de la capital. Uno lee, cabecea, vuelve a leer, se dirige al bar, otra vez al asiento afelpado, al baño, el libro que leemos es una maravilla: el último capolavoro de Paul Auster, ¿qué hora es?, ya llegamos a París. He venido esta vez para entrevistar al escritor Alfredo Pita, y para seguir un anodino y con toda certeza aburridísimo cursillo-capacitación en no sé qué y en no sé dónde, no importa, ya veré, amanecerá y veremos porque, en Marsella, implacables comisarios del orden me han echado prácticamente a patadas de la Agencia del Empleo. Es cierto que no soy fanático de Sísifo; prefiero viajes, literatura, poesía y gastronomía, ocio y embriaguez, pereza absoluta, excelente: esa que me permite soñar y escribir. En consecuencia, suelo trabajar hasta en sueños… En París, Sísifo es rey; el stress ley, el speed natural: el monarca del trabajo agobiado por dos gruesas epidermis. En París uno pierde color debido al clima; los parisinos ambicionan el paraíso del sur. El Sur y la luz del sur, donde todos somos hijos de Poseidón. Dicho paraíso provisorio es accesible a los parisinos unas pocas semanas por año, ya quedan pocos días, hay que regresar a París, Sísifo aguarda implacable munido de látigo: ¡a trabajar!, en julio o agosto.

Los poetas José Alberto Velarde y Homero Alcalde me esperaban para cenar en casa del primero, en la rue du Faubourg du Temple, en el barrio 10, Metro Belleville. Abrazotes fraternales con mis compadres. Pato y pollo laqueados, arroz y ensalada chinas, vino español traído directamente de Tarragona. Hablamos entre otras cosas de Kloaka 80. Ya redacté el borrador del informe sobre el movimiento poético Kloaka, pero como es algo insolente, lengüilargo y desfachatado, donde los protagonistas son invocados con nombre y apellido, así como tantos otros, necesito a Prudencia. Tengo como una marca al rojo vivo en mi currículo ser el autor de La fiesta del Chivo en París, que me ha vuelto tristemente célebre, como el árbitro Checheleff, famoso por su infamia en un Bolivia-Perú del 69. Le cuento a los bardos peruanoparisinos que estoy en constante comunicación con el fundador Róger Santiváñez; a pesar de ser yo el escriba, siempre espero la luz verde de Róger que con gran sentido del humor tolera de buena gana alusiones personales, irreverencias y sátiras. Tal actitud de Róger es poética y filosófica porque la única riqueza del mundo es la risa. En este sentido, la risa tiene futuro; mejor aún: la risa es eterna. No en vano el filósofo francés Henri Bergson le dedicó uno de sus más brillantes ensayos que se titula, precisamente, La risa. Además el que sonríe, ríe o se carcajea no envejece nunca. La risa sincera es el elíxir de la eterna juventud, la piedra filosofal del ser y la nada. Río, luego existo. Charlie (poeta Homero Alcalde), «ingenuo bufón de soledades», ha titulado su último poemario REIDIVI, así como suena, con mayúsculas, de manera básicamente lúdica; se refiere sin duda al veni, vidi, vici (vine, vi, vencí) que dijo para la posteridad Julio César cuando la Guerra de las Galias. Reidivi quiere decir: reí, dije, vi; aunque el orden ideal sería el inverso: vi, dije, reí: VIDIREI. Pero el lindo neologismo escrito con siglas de resonancias latinas alude a reyes y divinades imaginarias: reí de la divinidad. Mientras tanto, el poeta José Alberto Velarde prepara muy aplicadamente su último poemario El río de las calles, sólo faltan un par de ajustes, ya está casi listo, el cual será editado en el Perú, ojalá no pasen volando tres águilas con tres tortugas en las garras, las dejen caer, nos caigan en la cabeza, nos muramos, para poder ir este setiembre al Perú, reino lejano, al encuentro de poetas en Chiclayo.

Al día siguiente tengo cita con el escritor Alfredo Pita, voy a entrevistarlo. La cita concertada por teléfono es en el guichet del Metro Tolbiac, a la una y media… llego con los nervios de punta y la famosa perseguidora porque no he parado las libaciones desde el viernes, el lunes muñecos obligatorios, pero gracias a Dios son muñecos risueños, tienen hambre y quieren ir al chifa. Oportunamente, Alfredo propone ir a un chifa en l’Avenue de Choisy. Salimos del Metro a la luz parisina aproximativa de ese 15 de julio rumbo a uno de los barrios asiáticos de París (pienso en mi amigo el escritor Mario Wong), todos los restaurantes son asiáticos, de Tailandia, Vietnam, Corea, Indochina, China Popular, es increíble, hasta el McDonald tiene su ideograma chino. Y precisamente preguntaba sobre los años sesenta, necesito informarme… La camarera china es joven y muy linda, sólo recoge los platos, el sistema del chifa es self-service, uno se sirve lo que quiere, los muñecos exigentes (uno está sentado a mi izquierda, el otro a la derecha, el otro al frente, a la izquierda de Alfredo que felizmente no los ve) quieren platillos al vapor, sopa y ensalada para comenzar. «Y una botella de vino rosado de Provenza heladísimo», dice uno de ellos, debe ser el jefe, «para nivelarnos». Sé que Pita ha sido periodista de El Diario de Marka. Hablamos largo y tendido durante dos o tres horas; dentro de quince días espero tener lista la entrevista para su publicación en el Diario de Chimbote. «Me encanta la idea», dice. «De Diario a Diario. Lo siento como un honor el ser escuchado por lectores de un Diario de provincia, donde no tengo espacio.»

El miércoles recibo llamada de nuestro amigo Leopoldo Chariarse, estoy en París, yo también, qué tal si nos vemos, el poeta nos invita el almuerzo. Acudimos a la cita Mario Wong, el escritor colombiano Pablo Montoya, y quien escribe, Velarde y Homero no pudieron venir por motivos de trabajo. Leopoldo nos conduce a un chifa llamado Ying Pin que se encuentra en 8 Place Robert Belvaux, fuera de París, en Le Perreux. La conversación es variada y exquisita como la comida, Leopoldo pide un Haut Médoc del 98, dice que es un vino que le gustaba mucho a Julio Ramón Ribeyro… Se habla de la guerrilla en Colombia, de un tratado de arqueología egipcia, del libro de Catherine Millet (La vie sexuelle de Catherine M.) que se vende como pan caliente, de los maestros del erotismo George Bataille y Pierre Klossowski; Leopoldo señala el aspecto mecánico, repetitivo, por momentos tedioso, del libro de Madame Millet. El Marqués de Sade es referencia ineludible. Y algunos de los grandes autores libertinos de este país tan pródigo en escritores de toda talla y calibre. La opinión general coincide, Leopoldo se queja con buen humor de no aparecer en ciertas antologías, recuerda paseos a caballo con José María Arguedas en las haciendas de Santa, cerca de Chimbote. Se pone un sombrero de lienzo y lentes negros, no sabemos muy bien porqué pero causa risa, nos despedimos en la boca del Metro que nos llevará hasta la Gare Saint Lazare.

La próxima cita con el autor de El Cazador ausente ha sido concertada para el martes 22, Metro Maison Blanche, el poeta Homero Alcalde participará. Ya recopié la primera parte de la entrevista, de modo que hoy jueves 17 de julio estoy totalmente libre, iré a vagabundear por París, cerca de aquí nomás, en las inmediaciones de Montmartre y del Sacré Cœur. Qué lindo este jueves. En el Boulevard Rochechouart, cerca de Pigalle, constato que el noventa por ciento de los parisinos huyen de la capital en julio y agosto, pienso en una novela simple y hermosa de René Fallet, amigo íntimo de Georges Brassens, titulada París en agosto. Camino hacia el Sacré Cœur contento y sin embargo pensativo. En el funicular que sube a la basílica me detiene un grupo mixto de músicos clásicos que interpreta la ópera Carmen, del mago Georges Bizet, de melódico cuerpo entero. Parecen o son ángeles; el público fascinado aplaude, yo escribo estas notas. Ahora sí quisiera tomarme una cerveza belga al polo en la Plaza de los pintores, la Place du Tertre, donde muchos cuadros pintó mi amigo argentino Horacio Sosa; quisiera también escribir tarjetas postales para mi familia y mis amigos del Perú. Paz idéntica a la Esfinge en la Place du Tertre, a pesar del barullo de turistas. Sosiego límpido como un elemento químico en la Place du Calvaire tapizada con adoquines de piedra; tiernas palomas vestidas de gris y calzadas con gráciles botines rojos picotean migajas. Chez Plumeau propone un menú de 20 euros, pero, maldita sea, ya me quedé sin plata, un sánguche y nada más ¡Pero cuánto me hubiese gustado almorzar en Chez Plumeau! El suculentísimo menú sugería medallón de foie gras con durazno, o media langosta a la parisina (con mayonesa); de plato fuerte el chef inventor, creador, artista —la gastronomía es un arte, todo debería serlo—, exhibe un repertorio de filet de res con salsa de queso Bleu d’Auvergne, diferente del Roquefort, o conchas de abanico (coquilles Saint-Jacques) a la moda provenzal y otros manjares; quesos, frutas o helados antes del café. Comer es un arte, todo debería serlo. Pasa un grupo de turistas españoles, parlanchines, bulliciosos y dicharacheros, y recuerdo lo que dijo Bernard Shaw respecto del inglés hablado en Norteamerica:  Una lengua común nos separa. En el caso nuestro  no creo que nos separe, nuestro castellano de las Indias es maleable, elástico, seguro les gusta a los ibéricos... Todos los idiomas del mundo se oyen un jueves de verano a las cuatro de la tarde en las inmediaciones del Sacré Coeur. Dos colosales guerreros a caballo, empuñando espadas triunfales, un rey y una reina, probablemente pétreas alegorías de Carlomagno y Juana de Arco, resguardan el fronstispicio de la hermosa basílica del Sacré Cœur. Un millón de turistas llega a París cada día en verano, mientras otro millón se va. Y, de golpe, como una deflagración mental: «sólo existen dos razas de escritores auténticos: los paranoicos  y los esquizofrénicos.»  Y también: «La literatura seria es la descripción de la tragicómica dualidad de la criatura humana; esa tragicomedia que resulta de su doble condición de sapo y ángel», como dice el maestro Ernesto Sábato.  Es triste para un artista el ser incomprendido o malinterpretado por otros artistas… Acabo de tener la revelación que la literatura, como todo, es un asunto de vida o muerte. To be or not to be. Quien ignora que la literatura, la poesía y el arte según cualesquiera de sus expresiones, son asuntos de vida o muerte, de vida y muerte donde es preciso que cada quien se  inmole a su manera, no es poeta, ni escritor, ni artista. Que regrese a la vida civil y se flagele para toda la eternidad porque abandonar el arte es una traición. Es la traición encarnada. En lo que me concierne, preferiría ser clochard. No sé por qué pienso ésto. Otro disparate más. Otro diabolismo. Luego, con cierta amargura, evalúo, esforzándome en ser objetivo como se dice, lo que suscitó La Fiesta del Chivo en París, crónica escrita con torpe y vehemente ironía no exenta de inocencia —de ingenuidad más bien—.

Muchos y bellos nombres tiene el Gran Príncipe de las Tinieblas: Mefisto, SursumCorda, Luzbel (ángel de luz); Satanás, en cambio, musicalmente, es vocablo feo. Y de la palabra Belcebú sobresalen curvos y brillantes cuernos. Ya dije en crónica anterior que para los padres griegos demonio era buena palabra. Por la noche de este bello día me enteraré que según Dionisio  el Areopagita, los demonios son, simplemente, ángeles al revés: ángeles caídos; no pueden ser malos dado su origen y naturaleza, que es divina. Los demonios malos, las sierpes del alma, los verduscos diablejos se llaman violencia, orgullo, resentimiento, egoísmo y otras nefastas escamas del ser que suelen poseernos. Esta glosa a mi crónica satírica La fiesta del chivo, cuyo afán pretendió ser únicamente humorístico, no es un mea culpa ramplón, la escribo para presentar mis sentidas excusas a los artistas amigos, algunos apenas conocidos, todos peruanos residentes en París, a quienes ésta ofendió. Aclaro que en ningún caso la voluntad de escarnio, de ofensa o vituperio fueron motivación central ni pretexto. Releyéndola semanas después de los acontecimientos, admito que se me pasó la mano (la pluma), que incurrí en vicios de novelista primerizo, y que hice diabólicamente surgir de una fallida lámpara de Aladino a personas de carne y hueso como si hubieran sido mis personajes. Las comprensibles reacciones de éstos me recordaron que no lo son. El poeta Velarde  opinó que respecto de sensibilidades que conozco poco o mal, tal vez hubiera sido preferible cambiarles de nombre y apellido, en lugar de desfigurarlos con nombre y apellidos reales en mi seudoficción. Pisé sin patines adecuados el hielo resbaladizo de la sensibilidad por dármelas de diablejo burletero, de falso diablo cojuelo, de bufoncillo. Alfredo Pita me jaló amigablemente las orejas, se lo agradezco, («No pierdas tiempo ni energías dando cuenta de la feria», me aconsejó, experimentado y fraterno). Pese a eso escribo esta nueva crónica parisina. Hablamos entre los muchos tópicos invocados del humor y del sentido del humor en literatura. Este arte es difícil de practicar. Se precisan guantes de seda estilísticos. Y además no hay que confundir la literatura, que es de cierta forma la vida real para nosotros los escribidores, con la «vida real», que nos parece más ficticia que la ficción (esta frase me pertenece). El buen humor es siempre fino, sutil, jamás sarcástico, porque el sarcasmo es con frecuencia una broma cruel que ofende. Y eso es fácil, subraya. Testarudo, yo insistía con lo del buen humor, la broma y la sátira. Necio, me refería a los diversos registros de lectura para justificarme: lo que a usted le da risa me ofende, y viceversa etc. Pero todo es una cuestión de equilibrio, al parecer. Siempre alguien puede puede intempestivamente surgir y modificar el panorama… Incluso pensé en una suerte de posesión diabólica; porque esa crónica chocarrera que me ha costado enemistades, amenazas, insultos, larvas de odio y una ruptura amorosa, fue sin duda escrita bajo el influjo del Demonio, del demonio malo, no del griego, que es el demonio ideal. Todo aquello capaz de suscitar sentimientos negativos pertenece indudablemente al tentacular y arácnido universo del mal. La enemistad y la antipatía es lo peor que le puede ocurrir a un poeta grafómano para quien la amistad es la Gran Diosa, hermana de Epicuro que también está en el cielo, de este mundo pasajero. La ruptura de amor es el mal por excelencia, puesto que me confina (¿por cuánto tiempo?) al séptimo círculo del infierno de la soledad. Estimados amigos: quiero decirles a todos con afecto que por favor no me retiren su amistad, su risa, su cariño, su lealtad, su conversación, su chispa, sus chistes, y, sobre todo, sus buenos vinos y sus almuerzos. ¡Hasta pronto! ¡Casi me vuelvo loco en París! ¡Mucho cuidado con París! Por el momento, vuelvo al sur.

Saint-Martin-du-Var, 30 de Julio del 2002



© 2002, Miguel Rodríguez Liñán
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