Paralipomena peruana 2 |
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Miguel Rodríguez Liñán |
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Días atrás, en el hotel Continental el jirón Puno, paralelo a la Plaza San Martín, hablábamos con Vírhuez y Roncal de faunos y ninfas. No sé porqué empezamos con el tema. La gula fáunica, el fauno y la flor, el dionisismo de la faunización, etc. Puros delirios con cebiche y vino. Opinábamos que ser fauno es ley: la condición natural del varón es el faunismo; y la condición natural de la mujer, el ninfismo. Tanto satiriasis como ninfomanía son patologías de la sensualidad. Dar y recibir placer es lo único que nos justifica en esta vida pasajera, todo lo demás c’est de la merde. ¡Cómo nos reímos ese día! Nosotros, faunos de pezuña hendida y pelaje hirsuto, de lengua rasposa y cuernos de capricornio, perseguíamos a las ninfas en los campos griegos de la eternidad, en el centro de Lima.
Pepe Velarde y yo llegamos de Arequipa el 23 de septiembre para la lectura en «La Noche», de Barranco. Pese a todo, es decir a la decepción del 16, confiábamos que esta vez más público acudiría. «En cuanto al público le dije a Pepe llegando a Lima una persona basta. Si esa persona recibe el mensaje basta y sobra.» Fuimos directamente al Continental para reponernos de la mala noche en el ómnibus. A las diez llegaron los padres de Pepe, me los presentó, y luego salieron los tres a pasear. Yo esperaba a los escritores Maynor Freire y Ricardo Vírhuez, miembro vitalicio este último de la SUF (Sociedad Universal de Faunos). Almorcé con ellos y pasamos lindas horas hablando esencialmente de literatura. El encuentro con Maynor fue muy especial: no veía desde el año 1974 a quien fue muy buen amigo de mi padre. Los invité a la lectura en «La Noche», pero no pudieron venir, como tampoco pudo venir el pintor Oswaldo Higuchi a quien le traje un recado de París, de parte de Homero Alcalde.
Un flash de la penúltima noche en Arequipa: entre los vapores del sauna que recargan y aromatizan el aire, surge una ninfa idéntica a Salomé y ejecuta la danza total del ser, se dobla, se tensa y disloca. La ninfa es pequeña, de piel ámbar canela y cuerpo perfecto. No me cabe la menor duda: ha salido por arte de magia de un cuento de Gustavo Flaubert, señor predicador. Y ya que habla tanto al menos háganos el favor de no mentirle a su discípula. La Biblia no es un libro sino muchos libros. Es una biblioteca. Y el Eclesiástico no es el Eclesiastés a pesar de ser ambos libros sapienciales… El ómnibus avanza, avanza siempre rumbo al norte, a Chiclayo, donde asistiremos a un Encuentro Internacional de Poetas. Miro por la ventana a un perro negro con perfil de filósofo, digno de ser disecado por Demócrito, en un terral de San Pedro de Lloc. La patria es inmensa y muchas son las horas pasadas en ómnibus, hace poco estábamos cerca de Chile, ahora cerca del Ecuador. De Chimbote hacia Chiclayo, pasando por Trujillo y Pacasmayo, me siento como pez en el agua.
Mientras concretizábamos la publicación de Cadastro, Roncal y Vírhuez me hablaban, en el intervalo de las carcajadas, de un semejante, un fauno que vive en Pucallpa. Recordé con mucha nostalgia a una chica peruana, conocida y amada cerca de Marsella, que era del departamento de Amazonas. Otra vez pensé en lo grande y desconocida que es la patria… Amazonas, Abancay, Tacna… San Martín, Áncash, Puerto Maldonado… El ómnibus avanza, avanza… pero sigo en el piso once del hotel Continental departiendo con los faunos. Atolondrado y espídico como siempre, acepté de inmediato, sin regatear, el precio que me pareció relativamente módico. «El libro sale dentro de diez días», dijo Ricardo suministrando Tacama. «Y el diez de octubre hacemos la presentación en Chimbote, junto con Volver a Marca, y aprovechamos de paso para promocionar la revista Arteidea», dijo Roncal. «Trato hecho». Al pensar en estas dos palabras, que no dije ¿quién dice trato hecho?, y ante la perspectiva de una inminente publicación, me sentí muy feliz de haber vuelto a la patria. También pensé en la palabra diáspora... y, después, en el ómnibus que avanza, avanza, en la palabra paralipómenos.
Ya le había prevenido a mi familia que, esta vez, no sería como las anteriores, que tenía que viajar mucho, que sólo los vería cuando fuese posible… El 25 de septiembre por fin llegué a Chimbote. Esta vez no gulusmeé el aire saturado de anchoveta, de cojinova, de harina de pescado, porque había veda. Y cuando Chimbote no huele a pescado quiere decir que nadie, ni siquiera los patrones de lancha, tiene plata aparte de los comerciantes, esos platudos eternos. «Nos recibirán como a semidioses en el puerto», le había dicho medio bromeando a Velarde. En efecto, se había planificado una lectura en la universidad de San Pedro, muchos letrados de Lima y provincia vendrían, Oswaldo Reynoso entre otros, quien siempre es bien recibido… pero una huelga de transportes lo impidió. Hubo actos de vandalismo, la policía salió con caballos y matracas para controlar la turba, un poco más y saquean el reciente almacén de mi primo de la clínica Laennec hoy transformada en locales de comercio. Los de Lima cancelaron su viaje, la cosa estaba difícil, pero Velarde, que estaba con sus padres en Trujillo (torturado por el runrún de los fanáticos en el cuarto vecino), llegó de puro milagro: la huelga se anuló y el transporte interprovincial siguió funcionando. Le dije que, desgraciadamente, se había anulado nuestro recital, pero no importa, vengan a Buenos Aires, les hemos preparado un almuerzo. Muchas gracias por todo a Carmen, mi prima política y amor de persona... Pero mañana viajamos a primera hora en este ómnibus que avanza, avanza por Paiján, tierra de mi abuela, y por Pacasmayo. «Paralipómenos es un libro de poesía de la Biblia», dice el predicador. ¡Pero no, buen hombre! (Velarde engulle una empanada que, dos horas después, le será fatal), pienso exasperado. Y ya pare usted, señora, de decir amén cada dos minutos.
Tres flashes. 1) ¿Qué querrán decir chairo y chaque? Cualquier palabra desconocida pasa ipso facto a mi libreta de apuntes, como paralipómenos por ejemplo, que es un libro del Antiguo Testamento; en hebreo (¿o arameo?) equivale a crónicas, anales; y en griego a cosas pretéritas omitidas… pero chairo y chaque, incógnitos, estaban escritos con tiza en la pizarra del restaurante «El Encontrón», Arequipa, donde, poco antes del almuerzo, degustamos chicha mezclada con cerveza malta. 2) Aquel día, regresando del fantástico Mercado Avelino Cáceres, conocimos a un taxista muy simpático, muy hablador, originario de Caylloma, y que por serlo había jugado fútbol bajo lluvia torrencial a cinco mil metros de altura. 3) En Lima, ese 23 de setiembre, día de la nueva lectura en «La Noche» de Barranco, conocimos al editor Aldo Gutiérrez, a Jorge Candela, fotógrafo, camarógrafo, y al poeta colombiano Celedonio Orejuela… ¡que resultó ser amigo del poeta Jorge Torres Medina, nuestro amigo de París! Era para no creerlo. Celedonio fue a la patria invitado a otro encuentro internacional de poetas en Cajamarca. Domingo de Ramos nos invitó pero nosotros íbamos al encuentro de Chiclayo. Este encuentro austeriano con Celedonio en Barranco me hizo pensar en otro, acaecido el año 2000 en Barcelona, cuando en las Ramblas conocí a un compatriota que había conocido a mi padrino Horacio Alva, a mi padre y a Genaro Ledesma en los años 50.
El puerto ha sido, es y siempre será una fiesta ¿cómo hacen? No sé; porque a pesar de la veda, las discotecas al aire libre de Buenos Aires funcionan no a full, pero funcionan de lunes a jueves… el fin de semana es otra cosa… A las doce del mediodía del 25 de septiembre del 2002 me apersoné a El Diario de Chimbote para ver a Pocius, mientras que ya con Jaime (mi editor) había concertado cita en la única librería que expende libros de literatura, la suya, y donde nos esperaban las cámaras de la televisión local… pero yo caí en una trampa hipnotizado por los encantos del bar «Don Ramón» (ramada, billar, mesas bajo la ramada, meseras muy guapas) sito en el jirón Manuel Ruiz, frente a los cambistas y al banco de Crédito, que también llaman Ocoña, como la de Lima. Muchos amigos vinieron, de la infancia y del colegio (Kiupa Kiuper), dos amigos de la edición, dos amigos pescadores, dos de El Diario de Chimbote… a las dos ya me sentí pasado de copas (falsa alarma), y cancelé la cita con Jaime que también vino a chupar con nosotros (fuentes de piqueos diversos transcurrían), y cajas y cajas de chelas, es increíble, si algo parecido hago en Francia ya sea me meten a la cárcel, ya sea me muero, pero en Chimbote estaba fresco como una lechuga. ¿Qué es? ¿De dónde proviene esa energía? ¿Del aire que se respira, de la comida, de los amigos? Pasamos toda la tarde en Don Ramón… antes de ir hacia otro bar-karaoke donde todos cantaron menos yo, y luego al chifa «Cantón» de Bolognesi, con Lucho Alva, otro amigo de infancia, a quien seudocontraté como guardaespaldas porque estaba con la paranoia de los rateros. Y cuando inesperadamente Velarde llegó al otro día (ya dije que los organizadores de la huelga la cancelaron, y él pudo venir con sus padres de Trujillo), fuimos a visitar la ciudad, luego al «Venecia» (famoso por sus piscos-sour), nos reunimos con un millón de amigos, y cerramos la noche con ese broche de oro llamado caldo de gallina al amanecer, con ají, limón y culantro, por supuesto.
El ómnibus avanza, avanza. Sembríos, fondas, perros. Ya pasamos frente a la impresionante fábrica de cemento Pacasmayo. Dos campesinos con sombrero de jipijapa y ojotas embadurnadas de barro, totalmente estáticos. ¿Estarán dormidos? Protegidos del fuego por la sombra de un eucalipto, sino se carbonizan, totalmente estáticos; detrás, entre dos casas de adobe, una pared de ladrillos rojos; y el fuego de esta visión. Vacas pastando. Mazorcas de maíz en carretas. Una yunta de bueyes arando; y borregos trotando lanudamente junto al café con leche de una acequia. Bifurcación: hacia la derecha, Cajamarca; hacia la izquierda, Chiclayo. «El Eclesiástico y el Eclesiastés también son libros de poesía. ¡En la Santa Biblia hay de todo!» «Ya no aguanto la perorata de este tipo», me dice Velarde, «debe ser el predicador de su secta» «¡Amén!», repetía la discípula… Yo no estaba muy seguro, pero, días después, en Trujillo, constaté en una hermosa Biblia de la biblioteca de mi padre, que los llamados libros sapienciales (Job, Proverbios, Eclesiastés, Cantar de los Cantares, Sabiduría y Eclesiástico), son considerados didácticos, líricos y epitalámicos… de modo que el predicador tenía razón… en lo general, no en lo particular, porque los libros a los que se refería son de formulación aforística o gnómica propios de la sabiduría (que en esa época quería decir agudeza y prontitud de ingenio, nada que ver con los griegos). En cuanto a Paralipómenos, estaba totalmente errado.
En Chiclayo, la noche de mi intervención, cuando leí un miniestudio sobre cinco versos del voluptuoso Víctor Hugo, cuando me cortaron la palabra y no me dejaron leer el informe Kloaka II, dizque por motivos de tiempo apremiante, bajé algo aturdido por las luces fuertes del escenario. Me salió al encuentro Víctor Unyén Velezmoro, un escritor amigo de mi padre, a quien tampoco había visto desde la época de Maynor Freire; una poeta chilena me felicitó; yo quise salir a tomar aire y tal vez una cerveza; y en saliendo me encuentro cara a cara con… ¡Genaro Ledesma! No sé porqué le dije «don Genaro, encantado de conocerlo», muy respetuoso, medio sobón, creo que le incomodó. Ledesma subió al proscenio para su discurso. No recuerdo absolutamente nada de éste porque mi mente, nefelibata, coqueteaba con las nubes. Mi padre me había tantas veces hablado de él rememorando sus años mozos (años 50) en la Universidad de Trujillo, el hombre era o es poeta; después incursionó en política; pero yo estaba fascinado porque tanto en Maynor Freyre, como en Víctor Unyén y en el propio Ledesma, una vez más, vi radiante el espectro ultratumba de mi viejo como protegiéndome, diciéndome «sigue, pata, estás en buen camino», desde el cielo… sin olvidar que el muy barrabás incursiona cada fin de semana en los divertidos antros del infierno.
En Chiclayo fui gastronómicamente feliz (bueno, tragaldabasmente feliz), como en Arequipa, en Lima y en Chimbote. Ya lejos de rocotos rellenos, choros a la chalaca y cebiches de lenguado, pasé a desayunar cebiche de conchas negras en vaso, con cancha, los cuatro días que me quedé en Chiclayo. Inopinadamente, Velarde tuvo que regresar a Lima, pero de todas maneras fuimos a comer tiraditos, chinguiritos, arroces con pato y cabritos de leche combinados en el restaurante Pueblo Viejo. Como tragón confeso, confieso que ése era mi objetivo primordial de este nuevo viaje al Perú; porque más que la poesía y sus protocolos innecesarios prefiero embriagarme como un diablo este mediodía en Chiclayo, admirando la belleza de las chiclayanas (¡Viva el Norte!), sabiendo que lueguito, de nuevo en Pueblo Viejo, pero esta vez con los poetas-escritores Jorge Ita Gómez, Joan Viva, Segundo Arce y mi tocayo Miguel Ángel Guzmán, pediremos malaya dorada, arroz con frejolada, arroz con pato, y yo preguntaré, libreta en mano, «¿qué significa, señorita, chirimpico?» «Son las menudencias del cabrito, señor». ¡Ah, la belleza de las chiclayanas! Jorge Ita Gómez opinaba seriamente que la camarera era idéntica a Nefertitis. Y el ómnibus avanza, avanza ¡Ya llegamos a Chiclayo! ¡Qué calor!
CODA: Con el tiempo las distancias se acortan. Niño, este trayecto me hubiese parecido inconmensurable aunque tal vez lo sea. Veo garzas blancas en los arrozales, borricos en las chacras; y de pronto recuerdo lo que vi cuatro, cinco horas atrás, en Chimbote, en el Mercado de Macate Chico: un triciclo astroso repleto de lechones; y en Chepén, la majestad filosa de los maizales… Y los cerros pardos erizados de cactus cerca de Chiclayo, adonde llegamos sin otra novedad que el malestar ocasionado por la empanada, y fuimos directamente al hotel Silvana. En su discurso protocolar, José Vargas, el organizador del evento, refiriéndose a quienes no aceptan que la poesía es la única prueba concreta de la existencia del hombre (*es una citación del insigne guatemalteco Augusto Monterroso), utilizó la bella imagen humorística: «los enanos de la luz». El poeta homenajeado, don Nicanor de la Fuente, con cien años cumplidos, participó en la ceremonia. Lo demás fue un bello desorden a veces exasperante, por cierto amenizado con almuerzos y cenas multitudinarias.
OTRA CODA: El primero de septiembre pude por fin ver a mi familia en Trujillo, donde poco tiempo degusté la paz. Después de tanta juerga, caí enfermo; y por estarlo me perdí la gran fiesta en el Golf, el sábado, adonde asistieron las reinas de belleza; el domingo quería ir al Estadio Mansiche para la inauguración del gran desfile de primavera carros alegóricos, caballos de paso y waripoleras norteamericanas, entre otros pero seguía deshidratado y semimuerto. De todas maneras, gran almuerzo familiar ese domingo. El jueves 10 fue presentado mi librillo Cadastro en Chimbote.
FLASH NEÓN: La víspera de mi regreso a Francia fui con mi sobrino Diego al «Queirolo» del jirón Quilca en busca de Domingo de Ramos, para despedirme. Seguramente Mingo se había quedado en el «Juanito» de Barranco. En preguntando por poetas me indicaron un grupo de jóvenes, entre ellos Willy Gómez Migliaro (me regaló su último poemario titulado Etérea), Miguel Ildefonso (me regaló su poemario Canciones de un bar en la frontera) y Mesías Evangelista Ricci, entre otros: el Grupo Neón. Recordé a Leo Zelada (con lentes, barbicha négligée y gabardina parda) el año pasado, aquí en el Queirolo. Mesías Evangelista me regaló un tercer libro: Poemas sin límites de velocidad; antología poética 1990-1992, cuyos compiladores son Zelada y Héctor Ñaupari.
Sigan trabajando duro, muchachos ¡Y qué viva la poesía, carajo!
Marsella, 25 de noviembre 2002
© 2003, Miguel Rodríguez Liñán
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