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13 abril 2004

Palomas para Yungay

Miguel Rodríguez Liñán

Mamos al vernissage de Franklin Guillén en su atelier-maison de la Courneuve. Varias veces hemos tratado de vernos pero París y sus diabólicos horarios que implican agenda, citas y telefonazos, lo impiden. En esta ciudad del fin del mundo nadie tiene tiempo para nada ni para nadie. Todos pertenecemos al mundo fantasmático-telefónico-virtual e internético que disuelve los cuerpos reales —en el caso de que tales engendros existan—, esta idiotez orwelliana digna de fantasía. Llegamos en grupo, con Mario, Pepe, Frisch, Rolo, Walter. Estamos alegres, casi nos atropella el tramway esta noche en la imaginación... Pero somos duchos toreros, verónica y banderilla, pase de muleta antes de la estocada, pasa el tramway resoplando y nosotros indemnes, cagados de la risa, chela en mano. Del Metro Barbès-Rochechouart vamos a la Gare de l'Est rumbo a la Courneuve, paradero terminal de la línea siete, allí, aquí vive Franklin. Felizmente Pepe conoce el trayecto, impone su parecer mientras que el Gato Frisch sugiere otro, allá está su casa, dice. Pepe tiene razón cuando la lluvia cae y cae. ¿Llueve o no llueve? Ya no recuerdo. Es una garúa medio limeña, patas de mosca transparentes y dignas de los espíritus. En todo caso llegamos a lo de Franklin totalmente impermeables de cuerpo y alma, aunque nostálgicos en este París de invierno. Hace mil siglos que no para de llover. El cielo es gris rata. Llueve, llueve y llueve, maldita sea, recién veo a Vallejo yaciente como el personaje de William Faulkner, es verdad, estoy agonizando aquí, dice. Resulta que muchos de entre nosotros, artistas o no, estamos agonizando en París cuando llueve, llueve y llueve. Sigue lloviendo. Toneladas de agua idénticas a nosotros en el sub mundo inmerso de los infiernos del ser... y de la nada. Estos ritos que ocurren en mi fuero interno, me preparan para la conversación  con Guillén, cuando hablaremos de las palomas y los espíritus. Llegamos al atelier, hay buena iluminación halógena, las paredes blancas como la luz, amigos y alguien que filma, debe ser un amigo, y otro, y otro. Todos son, somos amigos impertérritos bajo este aguacero vallejiano que nos comunica con el más allá, esa bestia con escamas eternas como los recuerdos, escamas de la memoria, todo está como intacto en la memoria, se rasca uno el cerebro y salen los dioses y los monstruos del recuerdo al galope, sus carrozas pasan encima de nos, relinchan. Estamos, hoy, en yaneiro del 2004 y seguimos hablando del sismo de 1970, aquí en París con aguacero, medio vallejianos, en este atelier se respira el alma intersideral de César Vallejo, está por todos sitios, en el techo, en los lienzos, en muchos dibujos, siento al vate aquí, es un espíritu tutelar y por qué no risueño, toma una chela con nosotros, luego sucumbe al encanto suave de las palomas  en la Courneuve. Está aquí. Está sentado en la esquina y mira una anaconda abrochada con clavijas color naranja por cuya boca sale un rostro. De pronto el suyo. Se para. Se dirige al baño, porque los poetas también meamos y etc. Un muchacho rasga la guitarra y canta. Mientras tanto, me siento atrapado por los cuadros de Guillén, estoy sumergido en ellos, siento la vigencia del trazo cuando César Vallejo vuelve a sentarse. Empuja a Mario Wong. Mario le dice, siéntese, maestro. El hombre se sienta y, creo, observa muy detenidamente el trabajo de Franklin, escribe notas en su cuadernito, los zapatos de charol destellan, los puños almidonados exhiben gemelos de plata, el cuello almidonado deja caer una corbata de marca. Comentamos lo de Yungay y el terremoto del 70. Comentamos las secuelas telúricas que siguen vibrando en el recuerdo. César no es un dandy. Es un conde, un marqués o quizás un rey. Nos mira y está aquí con nosotros cuando empiezo a hablar con Franklin. En París con aguacero. Porque llueve, llueve y llueve, felizmente el clima muy bueno para enero, pero llueve. Antes de pasar a la entrevista quiero recordar sin la menor solemnidad que la muerte no existe. Parafraseo a Epicuro: «mientras existimos la muerte no existe. Y cuando dejamos de existir ya no sentimos nada». Por eso vamos a hablar de la memoria. Y de las palomas como símbolos y puentes alados entre el más acá y el más allá. Como nexo emblemático entre el mundo de los vivos y el mundo de los muertos. Esta profusión medio cabalística y onírica que va a engalanar el cementerio de Yungay, es un mensaje de amor a los muertos en el sismo del 70. Como para resuscitarlos con un toque alado de pincel. Por el momento, van diez mil. Franklin tiene el proyecto de pintar 30 mil, una por cada muerto en este bello pueblo de Ancash donde sólo quedan aquellas palmeras y la cúpula de la iglesia.

MRL.- (Prendo el dictáfono). Franklin Guillén, artista peruano residente en París. Le vamos a interrogar sobre su trabajo y sobre lo que quiere hacer en Yungay para el centenario de la  ciudad sepultada.

FG.- Mi proyecto es festejar el centenario de Yungay Hermosura, ese pueblo que desapareció pero que sigue vivo en la memoria, ese pueblo tan hermoso donde pasé mi infancia, la tierra de mi padre Mauro Guillén Escribano. Voy a pintar un kilómetro de palomas azules que les llamo las palomas de Víctor Hugo-César Vallejo. Víctor Hugo por su sensibilidad humanista y social...

MRL.- Te refieres a la literatura por intermedio de Victor Hugo...

FG.-   Y también de Vallejo como nuestro poeta peruano que canta a la paz y  otras cosas, incluyendo al amor, a lo social y a las interrogantes de la vida. Luego pienso, con las autorías de Yungay, crear un Museo de Arte Contemporáneo con las donaciones de los amigos que conozco aquí en París y sobre todo en Perú.

MRL.- ¿Cómo nace el proyecto del Centenario? Y para que tú engalanes el cementerio.

FG.- Por iniciativa personal ya pensaba hacerlo un día, de pronto el próximo año, cuando me enteré que se festejaba el Centenario...entonces me puse en contacto...

MRL.- O sea que es como una coincidencia...

FG.- Sí, porque ya no me acordaba del centenario, hace ya veintitantos años que estoy en París.  Pero me anunciaron que don Asunción Caballero Méndez es el presidente pro centenario de Yungay. Me puse en contacto con él y resulta que era el amigo de mi papá, siempre me hablaba de él. Por eso estamos casi en familia y tenemos los mismos ideales por nuestro Yungay. Esto me da más fuerza para realizar mi proyecto.

MRL.- Parece que hay todo un proyecto arquitectónico para restaurar el cementerio, una remodelación donde tú vas a engalanar el frontispicio con tus pinturas...

FG.- Sí, precisamente, quiero hacer unos frescos con mis ideas actuales, no como el Yungay que conocí con sus callecitas estrechas. Mi Yungay es del recuerdo. Mi Yungay del recuerdo es un pájaro mental...

(Ahora entiendo. Yungay es una paloma. Yungay vuela. Todas y cada una de las palomas que pinta el maestro son Yungay rediviva con elementos armónicos de memoria y paz. Yungay sigue volando. Está esta noche aquí atravesando el aguacero y mirando las pinazas del Sena desde la Courneuve, desde el atelier de Franklin)

FG.- Es del recuerdo y por eso voy a poner cosas idealizadas y abstractas. No paisajes sino palomas.

MRL.- Es tu expresión artística...

FG.- Lo que quiero mostrar con eso es la gente que he conocido, tratar de encontrar un lazo de humanidad con toda la gente que he conocido en Yungay. Y voy a utilizar un poco la filosofía de nuestros antepasados los Nazcas, voy a hacer unos rostros inmensos bien estilizados para tratar de ponerme en contacto con ellos, con sus espíritus.

MRL.- Ya estamos en el más allá. Eso que dices me hace pensar en las antiguas culturas que tenían por costumbre vivir con sus muertos. O sea que uno anda con su propio cementerio, con sus tumbas, mausoleos y criptas. Nuestros muertos están aquí...

FG.- Precisamente, durante todos estos años que estuve ausente del Perú, he vivido con mis espíritus, eran las personas que siempre estaban presentes, eran reales en la imaginación, y a mi lado, por eso me siento muy protegido, no me he caído en la zanja del Metro, ni siquiera borracho.

MRL.- Esos espíritus son el lazo con el más allá, con las palomas, con la paz, con Vallejo, con la muerte, con ultratumba...

FG.- Por supuesto. Y como sabes la paloma sobre todo representa una pureza...

MRL.- Como símbolo...

FG.- Claro, como símbolo del vuelo, del aire, como...

MRL.- Como algo etéreo.

FG.- Sí, como algo etéreo y eterno. Hay palomas en todo el mundo.

MRL.- Sí, pero las que tú dibujas  y pintas son muy especiales. Son diez mil y cada una es igual, por el trazo impertérrito, pero también diferente.

FG.- Trato de darle forma de mujer, la forma del amor...

MRL.- Hay mucha sensualidad en tu pintura...

FG.- Y le pongo hasta senos a las palomas...

MRL.- Está muy presente. Mira esa de atrás por ejemplo. Es un palomo que corteja a la paloma, que se infla, de esos que se inflan...

FG.- Pero claro, le está mostrando la belleza, la naturaleza...

MRL.- Y el sexo, también el sexo, el símbolo de la naturaleza...

FG.- Y nosotros sin ser palomos seguimos igual, tratando de enamorar todo lo que se mueva...

MRL.- Igual de arrechos...

FG.- ¡Peor! Ayer estuve con mi amiga la griega y con una italiana, y me dicen...

MRL.- Disculpa, Mario Wong quiere hacerte una pregunta...

(Mientras tanto sigue de lo más ameno el vernissage, la luz halógena es muy buena para ciertos cuadros, no para todos, y veo el rollo kilométrico con las palomas azules, qué curioso, esta noche me siento en Yungay y veo a Franklin pegando las palomas en el frontispicio del cementerio, hablándole a los espíritus que ya somos)

MG.- Franklin, veo ciertas constantes dentro de lo que pintas, las palomas, Vallejo, la paloma y la cabeza de Vallejo acompañada por textos; pero también veo otros cuadros donde hay una temática chamánica como los cuadros grandes. ¿Son anteriores, posteriores a lo de Vallejo y las palomas, o se desarrollan simultáneamente?

CV.- Todo es paralelo. Como en los mundos paralelos de Plutarco, dice César Vallejo.

FG.- Siempre he tenido presente lo de Vallejo. Porque pienso que los artistas, pintores, escritores, escultores, poetas, bailarines, estamos en contacto con el más allá, tenemos otra visión del mundo... Lo que pinto es paralelo, todo se mezcla, no sé si es chamánico. Es otra percepción.

MRL.- O sea que tenemos tres ojos como mínimo...

FG.- A veces tengo cuatro... Sobre todo para buscar los vinos cuando se acaba la fiesta.

MG.- Regresando a tus cuadros repito que veo una temática chamánica, ritual.

FG- Sí, porque yo desde niño siempre he creído que hay ciertos poderes diferentes de lo real, de lo establecido...

En ese momento nos quedamos todos boquiabiertos, Victor Hugo acaba de entrar con levita y paraguas Hugo Boss, saluda diciendo simplemente Bonsoir Messieurs, Dames y mira los cuadros de Guillén con ojo conocedor, aprueba. Franklin le presenta a Vallejo, ambos poetas se dan la mano sin fórmulas de cortesía, sinceramente.

FG.- Acá en París, me conocen algunos como Guillén el Brujo, por esto, por lo del tercer ojo. Ahora les cuento por qué. Era cuando estábamos en los bares y se terminaba la plata. Un día se acerca la chica que servía y le pido que me dé la mano para leerle las líneas. Y yo comencé a leerlas...

MRL.- Quiromancia, pura quiromancia de Guillén el Brujo...

FG.- Empecé a leer toda la noche y la cerveza nos llovió.

MRL.- Podría esta anécdota titularse como capítulo Guillén el Quiromántico...

FG.- La necesidad crea los órganos, siempre, dice Franklin riendo fuerte. Yo no sabía lo que estaba hablando pero le gustó tanto que ponía una ronda y después otra, hasta el amanecer.

MRL.- Bueno, ahora volvamos a lo de Yungay. Concretamente ¿qué se realiza para festejar el Centenario?

FG.- Voy a llevar miles de palomas. Ya le dije al presidente que cada paloma simboliza un desaparecido esa tarde trágica del terremoto, por eso mi sueño ambicioso es el de pintar treinta mil palomas...

MRL.- Una por cada muerto...

FG.- Sí, una por cada muerto, como símbolos de la tragedia...

MRL.- Qué lindo, estamos hablando del mundo de los espíritus, de las cosas adivinatorias y ahora volvemos a lo de ultratumba.

FG.- Eso es...

MRL.- Y por allí andan volando las palomas...

FG.- Las siento increíblemente, es como si estuvieran a mi lado

(En verdad lo están; a pocos metros de donde hablamos se encuentra el rollo de las fantásticas palomas azules, palomas en el piso, en la paredes, en todos sitios, en la necrópolis de la memoria. Franklin tiene sueños hermosos y premonitorios pletóricos de palomas. Ve el camposanto, algo se le olvida; y de pronto puede volar, pasa volando por encima del camposanto)

MRL.- Tú mismo te transformaste en una paloma. De pronto tú eres una paloma azul...

FG.- Quizás... pero también te voy a contar esto de las palomas. De niño mi padre me llevaba a cazar  palomas, con esos viejos fusiles que se cargaban con papel, con municiones y pólvora. Y un día veo a mi papá ya cansado, al final no deberíamos cazar a las palomas, le digo, ni atraparlas tampoco, deberíamos dejarlas libres como el alma de los poetas...

(En ese momento anuncian que el poeta Aznarán va a declamar «Piedra negra sobre una piedra blanca». Pausa. Luego, seguimos con las palomas, que son el centro del mundo pictórico, y además sus espíritus transformados en trazos azules por el pincel filoso del artista, van a engalanar el frontispicio del nuevo cementerio de Yungay)

MRL.- Di algo más sobre la paloma —aparte del símbolo—, refiérete a tu memoria, de cuando ibas a cazar palomas con tu padre, o sea de la paloma concreta.

FG.- Precisamente me estaba acordando de eso; nos íbamos a cazarlas en el bosque de eucaliptos de Yungay. Y como tenía pena de que las mataran  le pregunto a mi papá si podíamos no matarlas, pero para criarlas en jaulas ¡No seas bruto, hijo! me dice mi papá ¿Cómo vamos a criar palomas muertas? Dime que vamos a atraparlas vivas para poder criarlas...

MRL.- Y para comer los pichones...

FG.- ¡Claro! ¡En tallarín ¡En tallarín! Sí, pero yo nunca he podido comer una paloma, nunca, ni pichones tampoco, es lo mismo.

MRL.- Eso me hace pensar en mi primo Manuel Tiberio... Tenía un conejo medio pardo muy lindo que le habían regalado. Creo que un día tuvieron que matarlo para comérselo, pero él nunca pudo comer conejo.

FG. - A mí me ha pasado lo mismo. Un día estaba con la escopeta en la mano, pero no pude disparar, me puse a temblar...

MRL.- Trataremos de volver sobre esta anécdota.

(A todo esto, en diversas partes del diálogo, han menudeado las risas y también las carcajadas, algunas estruendosas, reina el buen humor, reinan las copas de vino. Me gusta todo esta noche. Y Franklin dice que pintará palomas hasta su muerte. Es el tema obsesional del artista. Nuestros sueños, nuestros muertos, nuestras familias)

FG.- Exactamente.

MRL.- Si no fuera por eso, las palomas en el bosque de eucaliptos y por la escopeta de tu viejo, de pronto ahora no estarías pintando palomas.

FG.- No estaría pintando y no sabría qué pintar.

 

Luego digo que vamos a terminar la entrevista con un comentario más sobre el tema obsesional de las palomas. Recordando a una amiga que odiaba las palomas de París —o las de Picadilly Circus—, esas que se acercan a comer en la mano,  ella les llama ratas voladoras, le pregunto a Franklin qué piensa de este tipo de plumíferos. Entonces cuenta una anécdota muy tierna, lo que revela otra faceta de su sensibilidad artística. Estaba una vez el pintor solo, triste, abandonado en París —donde por lo demás es bastante fácil estarlo—, tomando cerveza en un bistró frente a un mercado. De pronto ve un pichón de paloma agonizando en el cordón de la vereda, con las alas abiertas; como siempre, la gente pasa sin ni siquiera mirarlo; él se acerca, lo recoge y lo mete en el bolsillo de su saco. Camina lo que resta del día con el pichón en el bolsillo, de pronto se olvida de él, regresa a su atelier en la Courneuve. Se duerme. Al despertar se pregunta si ha tenido una paloma en su bolsillo, o si ha soñado. La paloma está viva, sola en un rincón, temblando; Franklin la cuida, la cura, pasa el tiempo y de pronto, como el Patito Feo que se transforma en cisne, el pichón de alas rotas crece y se transforma en una paloma que vuela en el atelier, una paloma doméstica que reconoce a su benefactor y duerme a la cabecera de su cama. La  nombra Dimanche, porque le ha encontrado un domingo —como el Viernes de Robinson Crusoe—. Dimanche se sienta a mirarlo mientras dibuja; sigue por todos sitios al pintor. Un día Franklin desaparece. No se sabe cómo lo encuentran en la calle, inconsciente; la leyenda cuenta que semi desnudo; los bomberos lo llevan al hospital, le dan un uniforme para que se cubra. En la Courneuve,  los vecinos, no sabiendo qué hacer con la paloma, abren la ventana para que se vaya volando. La paloma no se quiere ir; la vecina griega de Franklin la espanta como puede y, por fin, la paloma se va... no sabe que está escapando lo que para el artista simboliza la ternura, el amor, el recuerdo. De pronto esa paloma es el amor. Dimanche se va volando para siempre, pero libre. Mientras tanto, en el hospital le curan la herida, le ponen un impresionante vendaje en el cráneo. Franklin ya se siente repuesto, se aburre y quiere escaparse. Sale caminando por los pasillos asépticos con el traje de bombero, incluso con un casco en la mano. La gente le aplaude, lo felicitan, hablan de su arrojo, de su valor. Franklin no entiende, sigue caminando hacia la salida, concede saludos, venias, apretones de manos. Resulta que horas atrás el valeroso cuerpo de bomberos ha intervenido en un incendio, cerca del hospital. Hay heridos. El pintor tiene un vendaje en la cabeza, está vestido de bombero, miren, tiene el casco en la mano, seguramente es uno de ellos. Ésta es una versión de su fuga del hospital. La otra es esta: es hallado inconsciente —pero vestido—; como le conocen en el barrio, rápidamente los vecinos llaman a los bomberos. Lo curan. No se sabe si lo vendan. En todo caso Franklin toma un casco y... sale corriendo rumbo a su libertad. Al llegar al Metro, uno de sus perseguidores se da cuenta que es él, ése es, atrápenlo, porque con el apuro se la olvidado arrancarse el número —una tela con su número de hospitalizado—... de todas maneras logra fugar, llega a su taller, llegan los vecinos inquietos por su salud... pero no son los vecinos: es un comisario del orden con su ayudante adjunto. Pero señor Guillén ¡usted se ha escapado! Acaban de llamarnos del hospital. Tenemos que llevarlo de regreso... pero Franklin arguye que un artista sin libertad no se siente bien ni en el cielo, cómo será en el hospital. Luego promete que regresará por voluntad propia el día de mañana...  con nuevas risas terminamos la entrevista, una última copa de vino, son veinte para la doce, tenemos que apurarnos para alcanzar el último Metro.

París, febrero del 2004

* * *

Paris-Yungay
Victor Hugo-César Vallejo
Les Colombes

Proyecto concebido por Franklin Guillén, artista peruano residente en París.


© 2003, Miguel Rodríguez Liñán
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Para citar este documento:
Rodríguez Liñán, Miguel: «Palomas para Yungay», en Ciberayllu [en línea]


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