Olinda Celestino |
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Miguel Rodríguez Liñán |
Acerca de un homenaje a la antropóloga Olinda Celestino
(Provincia de Jauja, 1946 - París, 2003).
e
llama hace pocos días Ada y dice que hay
un homenaje en la Maison de l'Amérique
Latine para Olinda. Sólo la conozco de nombre. Lo único que he leído de su obra
es la versión francesa, publicada por la Universidad de París VIII donde ella
enseñaba, de un estudio sobre la estrategia alimenticia en los Andes peruanos. Es una erudita, una sabia. Es etnóloga y también conoce la antropología al
revés y al derecho. Una brillantísima intelectual que ha enseñado en el Collège de France y en el CNRS (Centre
National de Recherche Scientifique). Ada me pide que haga una reseña-crónica y
de inmediato le prevengo que será con mi estilo, nada solemne ni laudatorio, de
pronto seré áspero, como dicen los colombianos, pero el asunto me interesa, si
no no acepto, hablo de esto con el poeta Jorge Nájar y de mi confusión entre
antropología y etnología. Me siento muy interesado por el tema tabú de la
antropofagia recordando algunos pasajes de Lévi-Strauss en Le cru et le cuit. También me interesa el culto que profesamos a
los muertos, a la memoria necrológica, de pronto a la muerte y punto. Es que
Olinda sale del planeta de manera imprevista, un cáncer fulgurante se la lleva,
creo, en menos de un mes. Hoy se reúnen colegas de trabajo, eruditos
antropólogos y eminencias del Collège de France, para celebrar su obra, para
rendirle homenaje como se dice, el 26 de enero del 2004. Cae una garúa tenaz,
totalmente vallejiana, desde hace tres semanas, el único día de sol fue ayer
domingo. Me quedo dormido, narcotizado por el Côtes du Rhône del almuerzo,
salgo corriendo rumbo al Metro Pigalle donde haré el cambio línea verde, la
12, para ir directo hasta la Rue du Bac. Pero estoy medio zombie; no sé por qué bajo en Concorde donde algo pasa, tal vez un asalto de Arsenio Lupin, la
policía tiene cercada la estación por la salida rumbo al jardín de Las
Tullerías. De pronto esta noche nieva, sí, seguro que nieva para la Torre
Eiffel y también para el Panteón. Para la Opéra. Para todos sitios. Para el
Sacré Cœur y les Champs Elysées. Esta noche la nieve nos sumerge, nos sepulta,
pero todavía no, más tarde, después de la ceremonia en honor al alma de Olinda.
De vuelta al Metro en Pigalle me atacan pensamientos de índole fúnebre. Y en
estos mis primeros estudios de antropología llego casi de inmediato a la
constatación fácil de nuestra necrofilia del alma y, por qué no, de nuestra
antropofagia mental. Tomo una chela en el bar de la esquina de la rue du Bac,
por eso llego algo atrasado, la ceremonia empieza a las seis y media en punto,
hay que salir al patio de adoquines que resbalan y trepar por la escalera que
comunica con la parte trasera de la sala donde habla Yolanda Rigault, la
presidenta del Cecupe, quien hace un introito de homenaje antes de pasarle el
micro a los colegas de Olinda. Carmen Bernard, profesora de Sociología en la
Universidad de Paris X (Nanterre), de antropología, especialista en ideologías
y religiones. Según entiendo ha escrito, entre sus muchas obras de
especialista, libros o ensayos sobre los enigmas de Nazca, los mayas ¿griegos
de América?, Teotihuacán, una arquitectura cósmica y
otros, sus estudios son abundantes. A Olinda le interesan las transformaciones
de las sociedades rurales de los Andes que pueden insertarse en la dinámica de
la historia contemporánea (esto me interesa de verdad, mañana 27 asistiré al Centre de Hautes Etudes Latino Américaines en la rue Saint Guillaume, esquina con el boulevard Saint Germain, para una
conferencia sobre la Comisión de la Verdad que da Rodrigo Montoya en buen francés). El otro
colega de Olinda es Pierre Bonte, quien trabaja en el laboratorio de
antropología social en París, 52 rue du Cardinal Lemaire, aunque su
especialidad es el mundo norafricano, los tuaregs, el
Islam en los pueblos del desierto. Bonte investiga actualmente sobre la noción
del sacrificio en el Islam y también sobre el emirato de Adrar. El tercero es
Maurice Godelier, antropólogo de reputación internacional, especialista en
Oceanía. Maurice ha sido director del famoso CNRS; ha entrado de primero como
el mejor estudiante a l'Ecole Normale Supérieure de Saint Cloud. Ha sido asistente de
Lévi-Strauss cuando éste era profesor de antropología en el Collège de France que sólo recibe a la
crema y nata, como se dice. Se le considera también como uno de los fundadores
de la antropología económica. Luego hay otro señor peliblanco y con lentes que
termina su mensaje para Olinda, que nos está mirando, con una cita de Cicerón
sobre la amistad, extraída del libro del filósofo titulado en latín Laelius, de amicitia, traducido por
Christiane Touya, Ediciones Arléa con dos tribunos o patricios que se dan la
mano. Mientras tanto, Yolanda explica pasajes de la vida de Olinda y luego le
cede la palabra a los mencionados especialistas. Pero ¿qué hago aquí? Por lo
general amanezco los lunes temblando y no quiero ver a nadie, ni siquiera a la
lluvia. Tomo litros de limonada esperando que me pasen los muñecos, quienes dan
saltos e inventan un teatro de títeres y elefantes celestes como los
ornitorrincos en mi studio. Hago este
esfuerzo titánico por amistad precisamente, elemento medio aristolélico que
Cicerón pone por sobre todas las cosas diciendo que es lo único que reconcilia cual puente la dicha y la desgracia. Por la amistad que siento me une a mi
Ada madrina y también, bruscamente, a Olinda. También a Marysa Coello que toma
fotos. Estamos conectados. Los conceptos fluctúan. Difíciles son de conocer las
fronteras para alguien que no es especialista entre la etnología y la
antropología. Tengo una sugerencia al respecto pero no la diré por respeto a la
ciencia. Llamo a mi amigo Thibaut en Marsella para explicarle mi confusión,
para que me dé algunas pistas, voy a
escribir un artículo sobre eso, le digo. Luego compulso el único libro que
tengo de Lévi-Strauss. Miro en la internet para
informarme sobre la obra de Olinda. Entre sus múltiples estudios se interesa,
etnológicamente hablando, por el Valle de Chancay; desarrolla teorías al
respecto: la tenencia de la tierra en una micro región
de la costa central del Perú. Pero no. Creo que este estudio lo realiza José Matos Mar mientras que, paralelamente, un alemán de nombre Jürgen
habla de dependencia y desintegración estructural en la comunidad de Paracas.
Olinda escribe sobre la migración y el cambio estructural en la comunidad de
Lampián. Y Perú, la horrible patria amada, significa Virú, o sea Pirú (veo el
puente de hierro sobre el río Virú, rumbo a Trujillo). Aquí donde están los
kioskos, los vendedores de lagartos, las vendedoras de empanadas e Inca Kolas. Aquí en París. Pirú es Virú, estoy seguro. Muchas
palabras técnicas cruzan el espacio poético de mi mente. Sincretismo. Universos
simbólico-religiosos. Mitos y ritos prehispánicos. Me siento en un torbellino
mientras tomo una Inca Cola y muerdo una cachanga imaginaria en la frontera de
Chimbote y Trujillo, con cuyes perdidos en la tómbola y juegos de sapo con mil
cajas de cerveza, aquí en París con vísperas de nieve. Creo que Olinda tiene al
Perú cual procesión por dentro, como tantos de nosotros; por eso escribe sobre
la papa, el choclo, los camotes, el ají; también sobre los animales domésticos;
sobre los caprinos y los bovinos. Sobre los cuyes. Sobre las llamas y las
alpacas. Sobre el arte que tienen los ancestros para conservar los alimentos.
Tambos y charqui… escribiendo esto me siento algo ridículo, chovinista, pero
estoy seguro de que, aparte de su intelecto magnífico, Olinda conquista gracias
al calor humano el inaccesible Collège de
France de Lévi-Strauss and Company. Porque esto del intelecto es asunto de élites. Si eres bruto, pues vete a barrer; si tu inteligencia analítica
funciona en el sistema, haz lo que quieras. Y después te mueres y el Seguro
paga todo. Te pagan una carroza que sale discreta al amanecer, para que nadie
la vea porque aquí, según entiendo, la muerte no existe. La tele muestra supermanes y superwomans esbeltos, atléticos,
atléticas, sin el menor ápice de la sacrosanta celulitis, sin el menor ápice de
simple grasa. Olinda lo sabe perfectamente mientras la devoran raudos los
cangrejos del cáncer. Pienso en la anécdota de aquella bellísima bailarina cuyo nombre no recuerdo que fallece porque su chal se queda enredado en la rueda
trasera del auto y la estrangula, la echa pa'trás ¡plaf! Se acabó. Se acabó y
punto. No sé por qué pienso en todo esto con los cabildos y cofradías a los que
Olinda es muy afecta. Precisamente expone en el CNRS esta problemática de índole
científica con simbolismos del Ande. Todo queda en manos de los doctores,
especialistas en sincretismo. Antropología social y, de nuevo, elogio
ciceroniano de la amistad, del «Según entiendo, es la naturaleza y no el
interés la madre de la amistad; una facultad del alma; una propensión al amor
que nada pide». Curiosamente, de esto hablan los antropólogos y etnólogos que
han conocido a Olinda. Aquí viene la loa. Todos hablan de amistad, de paz y amor.
Es, de pronto, porque estamos en comunicación con ultra tumba. Todo lo que pasa
lo siento natural, sincero. Tanto así que Maurice Godelier se emociona hasta
las lágrimas hablando con toques humorísticos de Olinda. El muy eminente
Maurice Godelier está llorando. Segundos antes, ha hecho revelaciones
espantosas en lo que concierne a la individualidad. Olinda ha sido maltratada
en el Collège de France. Le han
denunciado por no sé qué. No accede a la beca porque su propuesta concierne a
lo colectivo en el mundo individual. No le dan la beca. Los estudiantes
reclaman a Olinda, les encanta de la peruana el aspecto como colectivo,
comprometido al estilo Sartre, con exclusión de la personalidad. Ahora sí entramos a un terreno muy resbaloso (Eso le digo a Mario Wong al día siguiente
cuando se desarrolla con divergencias una discusión sobre las ideas.) La exclusión. Los mundos
paralelos de Plutarco que implican la enseñanza de Sócrates… Mientras tanto,
intelectuales peruanos educados en Francia hacen con Velasco Alvarado la
Reforma Agraria. Ajá. De modo que la cosa se gesta en Francia… Pero ahora se
habla de la modestia, de la reserva de Olinda. Aquí en Francia el medio
universitario y de los intelectuales pertenece al horripilante espíritu de
competencia donde pulula con certeza la envidia con sus garras leprosas. Creo
que Olinda ha sido víctima de ésta en el Collège
de France o en el CNRS… luego comento lo de los intelectuales peruanos y la
Reforma Agraria en la era Velasco. Siendo yo estudiante en la Universidad de
Aix-en-Provence pasa lo siguiente, para tener una idea de lo que quiero decir
sobre esto de la competencia y de ser el mejor. No existen la
internet ni las bibliotecas virtuales. Los libros tenemos que verlos, tocarlos,
en la biblioteca de la universidad. Mañana hay un examen muy importante sobre
literatura medieval…Y cuando voy a buscar el libro, veo que alguien ha
arrancado la página que todos necesitamos para conjugar el idoma de Lancelot.
La ha arrancado para que los otros no lean la información… Olinda es todo lo
contrario de la mezquindad. Es totalmente desinteresada y, sin ser indiscreta,
participa en la vida de sus amigos. Su modestia, su reserva, su discreción
precisamente la separan del ego, que es el diablo incarnato. No la he conocido personalmente,
ni conozco la faz diabólica, pero puedo afirmar que tiene un espíritu angélico,
tal vez comprometido políticamente pero libre de toda lacra en este mundo del
individualismo total. Por eso fascina a los franceses. El aspecto colectivo y
generoso contra la ferocidad del individuo. Los estudiantes se dan cuenta, por
eso la quieren. Pero esta noche, en este homenaje, hay una arreglo de cuentas,
amable y gentil, pero es un arreglo de cuentas post mortem contra los que
fueron malos con Olinda. «Cuando pienso en la amistad dice Cicerón me
pregunto qué impulsa al ser humano a buscarla. ¿Es una propensión natural? ¿O
es el ser humano con su fragilidad y su indigencia quien la busca?» Cicerón
está aquí presente, con toga y sandalias de cuero, antes de que le corten las
manos y le decapiten los esbirros del orden establecido. Aquel o aquella que se
opone al Orden muere, c'est la loi.
Nadie puede luchar contra Escila y Caribdis, salvo Ulises. Y Cronos es el
Emasculador. No sé por qué pienso en los griegos, tal vez por esto del amor. De
lo poco que he leído de sus trabajos etno-antropológicos, siento que Olinda lo
hace por amor, amor sutil, muy fino, que va de la mano con la amistad, como
dice Cicerón, ese estado como primordial que propicia la benevolencia y el
famoso amor al prójimo. Sin amor, el intelecto no vale. Es un bicho platónico
que chapalea en los pantanos del conocimiento especializado, inútil, sólo
válido o legible como los jeroglíficos de Champollion para otros eruditos de no
sé qué. Aprecio sinceramente el trabajo de Olinda, incluso su amor a la patria,
las exigencias de su ética y su lógica tan femenina que prescinde volontiers del menor asomo de
pedantería. Creo que su objetivo es una precisión imaginaria que sobresale
indemne del conocimiento científico. Este objetivo tiende a elucidar, pero no
sólo con la óptica del intelecto analítico, de eso que llaman inteligencia.
Repito que lo hace por amor como una actitud espiritual. Sinceramente, me
hubiese gustado conocerte, Olinda.
París, 5 de febrero del 2004
© 2003, Miguel Rodríguez Liñán
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