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31 enero 2002

Cali pachanguero

Miguel Rodríguez Liñán

 

Mi extremadamente dilecto e íntimo amigo Arturo Delmar, periodista y musicólogo colombiano-locombiano radicado en París, está en Cali, después de diez años de ausencia. Nos vimos la víspera del vuelo que, partiendo de París, lo dejaría en Bogotá, otro avión, y luego Cali Pachanguero en vivo y en directo. Es un vallecaucano de pura cepa: un caleño; porque a pesar de vivir en Francia hace mil años, sigue hablando con el acento caribeño y la jugosa jerigonza de allá, toma aguardiente blanco del Valle cuando se puede, fuma yerba —tiene una particular inclinación por la que expenden en Holanda, donde el consumo de estupefacientes ligeros es legal— y prepara en su apartamento aledaño al Parc Mont Souris, por donde vagabundea todavía el fantasma mitológico de Julio Cortázar, riquísimos sancochos trifásicos: tres carnes: de cerdo, res y gallina: como en Cali de antaño, cuando el grito de guerra mil veces repetido por su tío Cucho era: «¡Sancocho, aguardiente y putas a la orilla del río!» No resisto a la tentación de mandar esta nota caribeña en Año Nuevo… Me dice Delmar que después de la conmoción ocasionada por este nuevo encuentro con su patria (para infundirse valor se tomó unos vasos de whisky entre Bogotá y Cali), con su ciudad, tras diez años de ausencia, ahora está feliz en su Cali natal («ciudad pletórica de hembras, locos y chafarotes» —esto último podría traducirse al castellano como individuo pícaro, inocente devoto del mal, y muy avispado).

Estuvimos juntos el verano pasado en la hermosa ciudad de Milán; él vino para entrevistar al famoso trombonista Jimmy Bosch, puertorriqueño nacido en Nueva York, al brasileño Carlinhos Brown, y a varios integrantes del grupo cubano de la nueva ola llamado La Charanga Habanera, cuyas primeras presentaciones fueron censuradas… Yo estaba «refugiado político», huyendo una vez más del amor de mi vida que ahora trabaja en la Ferrari y está emparejada con un italiano celoso y platudo, en la via Ippolito Nievo, con un amigo venezolano que me albergó: sino imposible quedarse: Milán es tan o más caro que París. Asistimos sin paraguas y bajo un chaparrón de verano al concierto de La India, que casi se anula por este motivo… Después, como buenos turistas, nos tomamos fotos en la Piazza Duomo, con la famosa catedral como telón de fondo. Almorzamos en la via Dante con todas las italianadas de la ley: pepperoni marinati alle erbe (pimentones) de entrada, antes del carpaccio (lomo fino en láminas con limón y aceite de oliva), con vino Chianti, por supuesto. Por mi lado, fui a la exposición de un pintor peruano llamado Agucho Velásquez, y a otra de cerámica precolombina… Nos volvimos a ver con Delmar en Saint-Paul de Vence, cerca de Antibes, en la Côte d’Azur, donde también había un gran festival de América Latina: artesanía, gastronomía, música, para el superconcierto de Oscar de León; ese mulato fabuloso, grande, atlético e infatigable, es nuestro dios personal. Dos días después, vimos a Isaac Delgado en el mismo lugar; y el sábado 21 de julio del 2001, a la Afro cuban All stars en Juan-les-Pins. Y en París, el año pasado, en verano también porque el verano es la estación de los conciertos y de la felicidad, vimos a Rubén Blades en el famoso Olympia y a Juan Formel y Los Van Van en Le Bataclan (lo siento, no se puede decir de otra manera). Es que nuestro trabajo nos permite, gracias a la maravilla de la modernidad, viajar a menudo, trabajar en cualquier sitio donde hay una computadora —o con una computadora portátil. Delmar, además, puede asistir gratis a los conciertos porque es periodista —yo me cuelo detrás con cara de falso periodista y nadie dice nada. Ahora él está en Cali y yo en Niza… ¡Por fin realicé mi sueño de juventud: ser viajero! ¡Viajar y viajar! Nutrirse de comidas y bebidas extrañas; estudiar nuevas y diferentes costumbres; aceptarlas o rechazarlas, degustarlas de todas maneras: nada se pierde y los viajes agrandan la vida llenándola de recuerdos, de vivencias —digo, pareafraseando a Lawrence Durrell. «Le cuento que mi flaca caleña es una maravilla, en todo el sentido de la palabra. Me la conseguí por internet. Batí el récord que usted ostentaba con la diosa rubensiana o boticéllica de París.» Él una flaquita y yo una gordita. El flaco caleño y yo, actualmente subido de kilos: una mezcla del Gordo y el Flaco con animales femeniles incorporados, con diosas o brujas que nos ayudan a sobrellevar esta pasajera existencia. «El trópico efervescente», escribe Delmar; pasé un tiempo en la rica Colombia, oyendo vallenatos hasta enloquecer en Curramba (Barranquilla), en la época que todavía existían las Corralejas de Cincelejo (1981)… «Colombia no hay sino una», como dice Yuri Buenaventura… Si hubiese dos el planeta explota… Me sigue contando el musicólogo chafarote que fue con su flaca a un sitio llamado La Enredadera, sitio en el que, para rendir homenaje al nombre, se enredó como una culebra con la susodicha flaca, dos, tres horas, bailando boleros morunos, tomando ron viejo de Caldas, «chupando trompa y más enmelocotonados que noviecitos primerizos». Mi compadre, acompañado por su deidad de turno, irá a visitar la Hacienda el Paraíso, Cártago, Palmira, Tuluá… ¿Por qué escribo pensando detenidamente en esto y me regocijo? Es que también me ocurren cosas superbuenas, insospechadas, en estos momentos. 2001, para mí, ha sido año de gracia —con su obligatoria secuela de desgracias, muertes de amigos, rupturas etc. Pero sólo quiero mencionar lo bueno; porque el 2002 promete tanto que no quiero ni pensar, para mantenerme en este plano sereno y que no se me suban los humos. Conocí a Delmar en 1983, cuando vendía sandalias de cuero manufacturadas por él mismo y su mujer de entonces, en el mercado de Aix-en-Provence, junto con otros mercachifles y ropavejeros. Yo, futuro estudiante, andaba de paso por el sur de Francia, Francia era y es supercara, mis ridículos dólares se iban como agua entre los dedos. Y después conocí a la Boa Rengifo, igualmente caleño. Un año después, cuando regresé, ambos me tendieron la mano cuando me acosaron el desconocido monstruo de la depresión nerviosa y el fantasma del suicidio. Nunca soporté la indigencia; y con respeto debo decir que la pobreza me sacaba ronchas de urticaria. No sé cuántos metros cúbicos de vino hemos bebido juntos, no sé cuántas fanegadas de yerba hemos fumado. Todavía estamos vivos y ahora nos va superbien en las Europas. «¡Y que viva nuestra mujer criolla!», exclama Delmar en su último mail. Estoy contento y hasta orgulloso por tus éxitos. Éramos unos vagabundos. Eramos unos borrachines. Eramos unos mariguaneros. Nadie daba un céntimo por nos. Hemos sido tenaces como guerreros medievales. Hemos pasado por varias metamorfosis, y seguimos indemnes. Cierta vez nos convertimos en tortugas, no había más remedio, para protegernos con nuestra caparazón del invierno de la vida. Sinceramente, ahora estoy convencido que viviremos 252 años por lo menos, como el patriarca de García Márquez. Me enteré que el gran Álvaro Mutis obtuvo, por fin (¡ya era tiempo!), el premio más prestigioso de nuestra jugosa lengua que se otorga en España: el Premio Miguel de Cervantes Saavedra. Álvaro es una crema de persona, un berraco —como se dice en Colombia —, ningún creído, una encarnación de la simpatía y la modestia precisamente porque es grande. Lo conocí en Aix-en-Provence, donde también me fue deparado conocer a Octavio Paz y a Severo Sarduy; a Mario Vargas Llosa, inaccesible como siempre, a Zoe Valdez y a mi compadre Luis Sepúlveda. Había un grupito de libreros, profesores, intelectuales y periodistas, iban a cenar una buena comida francesa, a mí no me dejaron venir con ustedes porque estaba pasado de copas; pero de los pocos minutos que departimos el poeta y yo conservo un gusto que me sabe a eternidad.¡Viva Colombia! Salúdeme a Andrés; cómanse las mejores empanadas de la ciudad, en el obelisco al borde del río Cali; y vayan al espectáculo que según la Boa Rengifo prodigan en un antro de lujo (disculpe por el oxímoron) llamado El Viejo Rincón, y ojalá reciban la bendición de un aguacero tropical. Fume yerba moño rojo. Suérbale los tuétanos a la vida, como sabemos hacerlo. Métale blancanieves de la buena cuando el cuerpo ya no resista. Al amanecer, yendo de Cali a Buenaventura, atravesando la cordillera, tome un buen caldo de pajarilla para la resaca. En Perú, en Chimbote, la sopa levantamuertos es el sustancioso caldo de gallina, con ají y culantro. ¡Y provecho con la Feria de Cali! ¡Hace veinte años que no voy a Colombia! Salúdeme a Oscar de León y pregúntele por qué no fue boxeador: les hubiese pegado a todos. Saludos al Grupo Niche, a la Orquesta Guayacán, al Gran Combo de Puerto Rico, a Gilberto Santarrosa. ¡Y tres hurras por Francia! Donde, veinte años después, reivindicamos con orgullo y sin vanidad el hecho de ser latinoamericanos continentales.

Cannes, diciembre del 2001.



Escriba al autor: © 2001, Miguel Rodríguez Liñán, [email protected]
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