Volver a Lima
|
|
José Luis Rénique |
«Amo a Francia con la misma demandante y complicada pasión
de Jules Michelet; sin distinguir entre sus cosas buenas y malas,
entre lo que me gusta y lo que encuentro difícil de aceptar.»
Ferdinand Braudel
«Partimos al extranjero en busca no del secreto de los otros
sino en busca de nosotros mismos.»
José Carlos Mariátegui
«Para el Jr. Amazonas hay dos tipos de pasajeros: los que van a comprar libros y los que van a comprar pastel.» Aclaro que soy de los primeros. Ocho soles por la «carrera» de Jesús María al viejo centro de la ciudad. De semáforo en semáforo, examina en voz alta la situación actual. Un nuevo escándalo consume la atención general. Frente al Ministerio de Trabajo, una manifestación le recuerda su propio drama personal: también él es un despedido; diez años de lucha dice, en las calles, en el ministerio. Y entre gestión y gestión, entre marcha y marcha: esta «esclavitud del timón» que le oprime. «Usted no las ve, pero mis brazos están unidos a esto me dice, golpeando tres veces el volante de su Toyota blanca por unas gruesas cadenas.» A Fujimori atribuye esta amargura encanecida. Ni leer ni pensar, vida familiar apenas.Doce horas diarias, siete días a la semana, pegado como lapa a ese timón ajeno. 51 años mi misma edad un chico en el colegio, otro en un instituto técnico, y el mayor «mi apoyo para la vejez» ¡gracias a Dios! en Italia. ¿Y el futuro? «Ya pues no cochinee, maestro, esto es el Perú.» Extraigo de mi mochila, al bajar al pie del Puente Balta, un ejemplar de mi último trabajo: «A Pedro escribo, sin cadenas, golpeado pero no derrotado.» Se queda con mi libro; me quedo con su desconsuelo, con su mirada de sorpresa. Lima, como siempre, me toma por asalto; saturando mis sentidos, avivando mi memoria.
Tras un par de horas hojeando libros con olor a viejo decido visitar rutas de antaño. Pretendo llegar a la cercana zona de Maravillas, el corazón de los Barrios Altos. Pasábamos ahí los fines de semana; en la casona de mi abuela materna, persiguiendo a sus gatos, explorando el corral, hurgando su enorme ropero. Dos, tres, cuatro cuadras. Una sensación de asfixia. La pestilencia y las malas miradas machucan la nostalgia. Del «Amazonas de los libros» al «Amazonas del pastel». No pertenezco ya a estas calles. Ingenuidad de foráneo la mía, presumo. Un nuevo taxi para salir de ahí. Insisto, sin embargo, en seguir paseando a mi nostalgia. Le pido cruzar del otro lado del río. El Rímac, mi viejo barrio. Tres veces le pido pasar por el Jirón Trujillo para identificar tras el deterioro y la suciedad los escenarios de mi infancia: el cine Perricholi, la confitería Bambi, la pastelería Europa. «Son barrios muy maleados» comenta el taxista, un joven al que seguramente doblo en edad. No tengo energías para hacerle la historia. Salimos del Rímac por el Puente de Piedra. Hace tiempo ya que no es éste el centro de la ciudad. Algo de su vigencia mantenía aun en los 70, cuando mi época de universitario en la Plaza Francia. Se jacta ahora la gente de la cantidad de meses, o incluso años, «que no van al centro». Su decadencia, la frustración de «Pedro» que es la de mi familia extensa mi propia alineación de aquellos sitios de antaño; el mensaje no podría ser más claro: no existe más la Lima de la que partí.
Acompañado por su director recorro los ambientes de una de las más importantes ONGs del país. Me entero de primera mano de programas y actividades que conocía a la distancia. Rostros jóvenes por todas partes. Una gran casona de los 60 convertida en una colmena de activismo social. Un enorme mapa del Perú muestra el alcance de sus emisiones radiales. Su programa legal sugiere una suerte de reforma «desde abajo» de la administración de justicia: colocar una voz ciudadana donde hasta no hace mucho reinaban poderes locales despóticos, arbitrarios. Reverdece, con lo que veo, el sabor de una vieja ilusión, la memoria de una utopía generacional. Del espíritu radical de los 70 provienen quienes construyeron estos espacios institucionales: «de esa etapa me dice mi amigo director unos se arrepienten o la niegan, yo la recuerdo con orgullo». La debacle de los partidos les sustrajo la dimensión política. Entre la ineficiencia del estado y el apoyo de la cooperación internacional afirmaron un camino propio. En los 80 y 90, algunas de ellas como la que dirige mi amable anfitrión emergieron como bastiones éticos, democráticos, frente a la escalada violentista y la prepotencia: de «vanguardia» a «reserva moral». En la defensa de los derechos humanos se identificaron como voceros de una «sociedad civil» enfrentada al estado abusador. Ahí siguen dando la lucha mis amigos de antes, mis amigos de siempre. Y, sin embargo, alrededor suyo, el país siguió fragmentándose, complejizándose, deprimiéndose. En el Perú «desbordado» de hoy, las ONGs de los 70, las redes de técnicos e intelectuales que en torno a ellas se articulan, aparecen como islas de civilidad en medio del fárrago: la versión más reciente de nuestra vieja «ciudad letrada».
La posibilidad de una candidatura de izquierda es el tema del día en las conversaciones con los antiguos compañeros. Nadie ni los adversarios duda de su pertinencia. Como Lagos, como Lula, necesitamos una izquierda moderna: es el sentir general. Entre el APRA y Patria Roja es identificable aún aquel espacio que abriera la Vanguardia Revolucionaria original. Izquierda miraflorina la llaman, malignamente, sus adversarios. Escucho puntos de vista diversos. «Crisis» política, de credibilidad, institucional, ¡moral! es la palabra clave. «Refundar» le sigue de cerca. Refundar la política, la república, el orden moral, etc. me dicen es lo que la situación demanda. De revolucionarios a refundadores. Vallejianamente, en el Perú de hoy, la palabra se devalúa «a treinta minutos por segundo». Tras las frases gravísimas, solemnes, lapidarias no parece haber diferencias ideológicas profundas. Resurgen, sin embargo, viejas fracturas. El programa y no la persona, reclaman unos, es lo fundamental. Liderazgo y voluntad, replican otros, es lo prioritario. Del caudillismo se quejan unos; a la modorra y al conformismo señalan otros. ¿Unidad de izquierda o candidatura de izquierda? Dos núcleos emergen, a pesar de todo, como proyectos partidarios en serio: el PDS y el PPD. ¿Qué es, sin embargo, ser de izquierda en el 2004? ¿Cómo sobreponerse a la desorientación colectiva, al pragmatismo rampante, a la corrupción, a la añoranza popular por los Alan y los Fujimori? «No hay ya militantes como los de antes» me dicen. Pero tampoco hay recursos para pagar «cuadros» u «operadores» profesionales, para equipar los comités regionales que la nueva ley de partidos exige. Pregunto por los jóvenes. De a pocos van acercándose, me dicen, sin demasiada convicción. Que algunos compañeros le demandan «que deje el paso a la juventud» comenta un dirigente de la VR de los 60. Y yo les contesto me dice «que cuando vea a los nuevos militantes entonces me voy a retirar». Se han resentido los vínculos con el país real. Es ésa la dura realidad. «Cultura combi» es una de los eufemismos que se manejan para parchar la ausencia de comprensión. «Ustedes que hablan tanto de cultura de masas nos decía a comienzos de los 70 un recordado maestro van a ver que cuando ésta surja... no va a entender nada, no les va a gustar.». Se necesitan lentes nuevos, ojos frescos, otro lenguaje. Y frente al desafío, un cierto cansancio generacional es lo que percibo. Pareciera Vallejo una vez más que «hay ganas de... no tener ganas». ¿Renacerá la mística, la convicción, la voluntad? Como la «Lima cuadrada», la «ciudad letrada» y la vieja vanguardia, como yo mismo abordando el avión con mis nostalgias indemnes: islotes desasidos de un país sin centro.
Volveremos. A ventilar memorias, a seguir buscando la esperanza.
© 2004, José Luis Rénique
Escriba al autor: [email protected]
Comente en la Plaza
de Ciberayllu.
Escriba a la redacción de Ciberayllu
Para citar este documento:
Rénique, José Luis: «Volver a Lima. Enero 2004», en Ciberayllu [en
línea]
491/040512