Discurso para economistas jóvenes

A la promoción de Economía de la Universidad Católica de Lima

[Ciberayllu]

Óscar Ugarteche

 

Señor rector, señores vice-rectores, señor secretario general, señor decano, profesores, ahijados y ahijadas, señores y señoras:

Quiero comenzar por agradecer a mis estudiantes de la Promoción por darme el privilegio de acompañarlos en esta noche tan especial en que dejan el claustro y entran a la vida real con sus conocimientos y su adultez. Pediré disculpas por leer, pero creo que me toca decir cosas que no quiero olvidar y que son la primera vez que las digo en un auditorio juvenil y magno.

Son la última promoción de la década, del siglo y del milenio. Son, casi, la primera promoción del siglo XXI. Son los que van a manejar los destinos nacionales en la primera mitad del próximo siglo. Espero que les vaya mejor que lo que nos fue a nosotros con esta última parte del siglo.

Entran a la vida profesional cuando el mundo atraviesa una crisis económica importante, las instituciones internacionales están debilitadas, la teoría ortodoxa está dando resultados no muy buenos para las economías de menos de 10,000 dólares per cápita, y las relaciones humanas van cambiando de dimensión.

Es un lindo momento para comenzar la vida adulta. Siempre es un lindo momento para comenzar la vida adulta. El problema suele ser mantener la adultez frente a las dificultades.

Los retos del futuro están cada vez más delineados: estamos en un mundo de grandes diferencias, de gran pobreza, de guerras intestinas, de movimientos migratorios gigantescos, de recalentamiento y contaminación del globo por patrones de consumo energético en el norte que no pueden generalizarse, de grandes desplazamientos de recursos naturales del sur al norte a precio vil, mientras la promesa del desarrollo queda para nosotros como era hace veinticinco años: una promesa primario-exportadora. Ya vamos en la segunda década perdida en América Latina. Primero, porque las políticas económicas habían fracasado, dijo el Consenso de Washington. Ahora porque en Asia hubo una crisis, más exactamente en Tailandia. Y lo creen los académicos que lo dicen. Evidentemente la segunda década perdida no se nos perdió en Tailandia, aunque es un lindo lugar para perder la década o cualquier otra cosa.

Propondría que la segunda década se pierde por la misma razón que la primera, por políticas inadecuadas a la nueva realidad. Excepto que no se pierden para todos. Los países más adelantados aumentaron su PNB per cápita en 132% entre 1985 y 1997. Nosotros, los latinoamericanos, crecimos 0.4% per cápita entre 1990 y 1998. Los africanos tuvieron una cifra negativa. Década ganada para algunos y perdida por otros. Los que tengan la idea que las teorías deben obedecer a las realidades, deben estar de acuerdo conmigo que la década se perdió con una teoría que fue funcional a los que la construyeron.

Los que piensen que las teorías son realidades en sí mismas, se acercan a mis nuevas intenciones literarias. Una buena novela debe contener la realidad en sí misma y no debe dejar ver el andamiaje de la realidad, ni de la técnica. Excepto que la literatura no daña a nadie y la ciencia económica puede llegar a empobrecer y matar, si uno no tiene cuidado en cómo la aplica. Y la técnica debe mostrarse.

El reto está delineado, habrá que modificar esa realidad, primero comprendiéndola y luego trabajándola hasta hacer que las grandes mayorías sean beneficiadas y no perjudicadas por el estilo de desarrollo y el modo de inserción internacional

Hay que tener el valor de decir lo que no está de moda, lo que puede hacerte perder el empleo. Hay que tener el valor de ser coherentes con nuestras convicciones. Todo tiene un precio y éste debe ser pagado en aras de la coherencia con uno mismo. No teman estar fuera de moda. Tampoco ser disonantes. No teman comprender de otra manera las cosas que la mayoría comprende de una, que de la diferencia salen las nuevas ideas y formas de vida. Si Graham Bell no hubiera persistido en su locura, no habría teléfonos. Si Cristóbal Colón no hubiera persistido en la suya, no estaríamos acá de esta forma, o quizás, realmente, no estaríamos acá algunos.

Hace cien años, las mujeres no podían fumar, no había divorcio, no tenían derecho a voto, no había aviones de largo alcance sino maquinas voladoras con alas de tela, con motor a hélice de pocos caballos de fuerza. Hace cien años, la luna era un planeta donde un literato desquiciado llamado Julio Verne decidió centrar su fantasía sobre el nuevo siglo. El fondo del mar era un universo desconocido y quizás habitado por no se sabe qué animales. Y después de 20,000 leguas de viaje submarino, Verne nos dio la idea que podría haber otro mundo allá abajo. El submarino llegó décadas más tarde y navega hoy el fondo del océano.

Hace cien años llegó el capital inglés con las telecomunicaciones, con la banca, con el transporte marítimo, con los comercios. Se podían hacer compras por catalogo de Harrod’s y llegaban seis meses después. Era un mundo muy moderno. Paradójicamente se supone que eso es lo moderno de ahora.

Hace 80 años la gente moría de gripe. De esta misma gripe que nos hace sentir de perros y que combatimos con aspirina. No había aspirina ni penicilina. El cáncer era una enfermedad ajena y el SIDA no existía.

Ahora la realidad de la Belle Epoque nos parece sepia. Fotos de un pasado de cuento, ilusorio, pero que dio pie a muchas barbaridades como la muerte de Emily Panhurst en la cárcel en Londres por luchar por el derecho al sufragio de la mujer. O la cárcel y el vergonzoso exilio y muerte de Oscar Wilde en el nombre de la doble moral. Vergüenzas que no deben repetirse aunque a veces parezca que el pasado regresa con fuerza.

El desarrollo no es solamente un asunto de números. Tampoco es un asunto de cuánto dinero haces o dejas de hacer. Finalmente el dinero es un medio y no un fin, a pesar de Bill Gates y Soros, los nuevos héroes de la cultura globalizada.

No es cierto que todo tiene un precio ni que hay mercado para todo. No en cuanto las ideas ni las personas. La lealtad, el amor, la convicción, la coherencia, la honradez, y el compromiso llevan a la felicidad. Esa no se compra ni se vende. En estos tiempos en que la cultura de «todo vale» prevalece, hay que recordar que no, no todo vale para obtener el objetivo buscado. A pesar de las actuales prácticas públicas desde el Estado, hay principios elementales de respeto al otro, a la ley y, en primera instancia, de respeto a uno mismo. En estos tiempos que flamea el vale todo, el dinero y la trampa no valen para conseguir la felicidad ni para el logro del éxito. El éxito es un asunto de uno consigo mismo, no se obtiene en dos días, no se construye en una noche y no se compra. Se trabaja. Duramente. Y si tienen suerte, además del éxito harán dinero, que no son sinónimos, y si tienen perseverancia adquirirán fama y finalmente, siguiendo a Kant, tendrán poder. Pero el éxito no es de un día al otro. No se basa en cuánto ganas y no se compran ni se venden las personas para lograrlo. El éxito lo sentirán en sus logros. No en la expresión crematística de los mismos.

El desarrollo tiene componentes culturales que son fundamentales. Llegar a la modernidad, por ejemplo, o a la post-modernidad según prefieran, sería interesante. Un país de iguales, libres y fraternos ya sería un gran avance del desarrollo nacional. No temer cruzar la Avenida Venezuela a San Marcos, sería sensacional. Superar lo que nos divide y reconsiderar lo que nos une y lo que nos da y dio buenos resultados sería fundamental. Y eso no está en la esfera de los números. Claro, nosotros tendríamos que hacer una regresión para ver la tendencia de largo plazo y conocer el modo como se dio el cambio de conducta, por hacer un mala broma. Empero, el instrumento solamente medirá lo que hicimos. Las ideas son centrales: sin ideas, no hay nada que medir.

Hay que perder el miedo a pensar. El miedo a decir que no. El miedo a lo diverso. Se abre un milenio nuevo y se abre una esperanza para la humanidad cuando el diagnóstico es francamente aterrador.

El pasado no es el futuro, pero debemos aprender de él para no cometer los mismos errores. Eso aprendí de mis amigos historiadores. Y cuando la realidad sea muy adversa hay que imaginar otras realidades. Eso aprendí de los literatos. Y cuando sea posible, hay que modificarla. Eso aprendí de los economistas y de los políticos. Y no creo que haya que saber la diferencia entre lo que se puede modificar y lo que no, porque de otro modo no habría utopías.

Soñar es bonito. Plasmar los sueños es más bonito. No importa el sueño sino cómo materializas tus ilusiones y tus esperanzas. Hay que soñar para poder vivir y soportar las adversidades de la vida.

A ustedes les ha tocado crecer en un país que tuvo una guerra sangrienta y una economía en debacle durante una década y media. Toda su adolescencia y más. En su adultez joven recién vieron lo que era un país sin apagones, sin sangre, y con perspectiva de futuro. Esto es un reconocimiento que todos los mayores debemos hacer porque refleja perspectivas sobre el Perú distintas de las nuestras que crecimos con una economía estable y sin gran violencia.

Benigno Aquino, el asesinado presidente de las Filipinas, me dijo en Nueva York, unas noches antes de partir de regreso a Manila luego de un prolongado exilio en Canadá, «regreso porque es necesario». —¿No temes?, le pregunté. —Un poco —me dijo—, pero al final siempre será para mejor—. Y efectivamente fue asesinado en la puerta del avión en el aeropuerto de Manila. Pero Marcos cayó.

Dicho esto, estamos aquí para honrar a los estudiantes que se gradúan y no para enterrarlos, parafraseando a Shakespeare.

Si el Perú puede ser gobernado por un abogado muy inteligente y macabro de Arequipa, con un Presidente tan pérfido como carente de ideas, imaginémonos un país con política moderna. Imaginémonos un país sin complejos de inferioridad, sin salvadores extranjeros, sin Mesías, sin blancos, ni negros, ni indios, ni selváticos, sino con peruanos distintos pero iguales.

Imaginémonos niños y niñas que estudian y comen, y no trabajan ni consumen terokal. Imaginémonos un Perú donde los árboles se cuidan en lugar de mutilarlos porque ensucian. Imaginémonos modernos por lo menos para tener un mejor pie para comenzar el nuevo milenio, de aquel con el que llegamos al siglo XIX y al siglo XX: castrados, sumisos, perfectamente desiguales, llenos de prejuicios irrelevantes, y escogiendo por las razones equivocadas a la gente equivocada para hacer lo que es de beneficio para unos poquitos. Sólo tengamos el valor. Hagamos creer que nos queremos y quizás se vuelva realidad y sea el principio de la nueva civilización. Hagamos creer que para eso pensamos. De pronto se puede volver realidad.

Muchas gracias

Lima, 24 de setiembre, 1999, a menos de 100 días del fin del milenio.

© Óscar Ugarteche, 1999, [email protected]
Ciberayllu

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