El colapso de la Unión Soviética y del bloque que ella hegemonizaba abrió el camino al fin de la bipolaridad y a una radical reordenación de la distribución del poder en el planeta. Paralelamente, toda una forma de entender el mundo entró en crisis, junto con la ideología que mayor influencia ha tenido a lo largo del siglo XX el marxismo. Luego vino la proclamación del fin de las grandes teorías que pretendían explicar la historia como un proceso unificado, con determinadas regularidades identificables. Una reacción filosófica, particularmente intensa a fines del siglo, encontró su mejor formulación en la proclamación de la inexistencia de tales procesos y el anuncio de que no existe la realidad sino sólo discursos sobre ella, con grados variables de legitimidad. A los grandes discursos unificadores («metarrelatos legitimadores», para uno de los padres del pensamiento posmoderno) se opuso la reivindicación de la radical diversidad de la realidad y el anuncio de la imposibilidad de aprehenderla en los grandes esquemas unificadores que hasta hace poco organizaban la reflexión teórica en Occidente. Esta toma de posición filosófica podía ser una ruptura frente a las formulaciones anteriores o constituir un nuevo «estado de conciencia», que expresaba de una manera difusa el impacto de un conjunto de profundos cambios en las condiciones materiales de existencia social, no necesariamente razonado por sus autores. Tal posibilidad fue sugerida hace algún tiempo por Frederick Jameson, que llamó la atención sobre las sugerentes correspondencias existentes entre el contenido del discurso postmoderno, con su insistencia en la ausencia de un centro unificador y en el carácter destellar de la realidad actual, y la forma que venía adoptando la estructura productiva que emergía a medida que se iban difundiendo las nuevas tecnologías. Esta última perspectiva es afín a las reflexiones que desarrollo en este libro. Vivimos un período caracterizado por una aceleración del tiempo en una escala inédita en la historia de la humanidad. Los cambios que vienen produciéndose se despliegan con un ritmo desigual en el mundo, y amenazan a los pobladores de las naciones pobres con lanzarnos al margen de uno de los procesos de transformación más radicales que ha afrontado nuestra especie. Tomar conciencia de este hecho elemental puede ayudarnos a redefinir nuestras prioridades, preparándonos para hacer frente a las transformaciones en que está inmerso el mundo y en las cuales por fortuna aún podemos tener participación gracias a las posibilidades abiertas por las nuevas tecnologías. El trabajo en historia crea una especial sensibilidad frente al tiempo la materia prima de todo trabajo histórico consistente. Imagino que los textos que presento llevarán la huella de esta orientación en la reflexión. Los ensayos que he reunido responden a una doble motivación. Por una parte, a las necesidades que impone la enseñanza universitaria, en un período de profundos cambios en la realidad de la que debe darse cuenta. Por otra, al ejercicio de una actividad periodística que me brindó el espacio para ir exponiendo algunos argumentos que me eran sugeridos por múltiples lecturas, y a una creciente familiaridad con las tecnologías de la era de la información. Sirva esta explicación para subrayar el carácter básicamente didáctico de este texto. No pretendo dar una explicación global de la realidad social (hoy por hoy desconfiaría de quien anuncie que va a hacerlo) sino reflexionar sobre los cambios a los que venimos enfrentándonos a diario en nuestra vida cotidiana, tratando de indagar sobre sus orígenes y el probable impacto que tendrán en la sociedad del conocimiento que está emergiendo. Estos profundos cambios están lejos de haber terminado. Existe consenso en que asistimos al fin de una época histórica pero no está claro hacia dónde nos dirigimos. No tiene sentido pretender dar una imagen acabada de una realidad que aún no ha terminado de cristalizar y, lo más importante, cuyos rasgos no están predeterminados a priori, al margen del proceso histórico mundial que en este mismo momento se está desenvolviendo. Soy un convencido de que las nuevas tecnologías abren un conjunto de posibilidades inéditas para construir una sociedad más humana. Pero debo subrayar que hablo de posibilidades. Con ellas han aparecido, también, un conjunto de peligros que apenas una década atrás eran inimaginables. He tratado de reflexionar sobre ambas dimensiones desde una posición que intenta ser distante tanto del discurso de los apocalípticos cuanto del de los integrados. Creo que la enorme brecha que separa a la economía peruana del resto del mundo puede ser parcialmente compensada explotando un factor al que no se termina de darle toda la importancia que tiene y que puede constituir un importante capital para reinsertarnos en la nueva sociedad que está emergiendo: la creatividad, un insumo fundamental para una economía que tiene a la capacidad de innovación como uno de sus motores decisivos. Por un conjunto de circunstancias históricas muy particulares las sociedades andinas cultivaron desde hace milenios una diversidad cultural que, en las condiciones creadas por la producción masiva de la sociedad industrial clásica, se constituía una fuerte desventaja para desarrollarse dentro de los paradigmas de la modernidad occidental. La gran heterogeneidad de nuestra geografía y la diversidad de las culturas que aquí se desarrollaron constituían una gran desventaja en un mundo crecientemente organizado por la producción industrial, que exigía homogeneizar no sólo las materias primas y los procesos productivos sino también a los hombres: los trabajadores-masa. Eso ha cambiado radicalmente con la difusión de las nuevas tecnologías, que tienen como un denominador común que tienden a favorecer la desmasificación en todos los órdenes de la vida social, creando las bases materiales para convertir a la diversidad cultural en un importante capital para cualquier proyecto de desarrollo. Poder explotar esta potencialidad exigiría todo un conjunto de cambios, que van desde la construcción de una adecuada infraestructura de comunicaciones electrónica, que hoy tiene una importancia estratégica, hasta muy profundos transformaciones en la estructura educativa y el contenido de la enseñanza que se imparte. Una reforma de la educación que no puede volver a limitarse a los aspectos de forma sino que debiera llevar a una modificación radical de los contenidos de lo que se enseña y de la forma cómo se hace. Hoy se estima que el patrimonio de conocimientos acumulados por la humanidad se duplica cada cuatro años y que para el año 2020 cuando empezarán a incorporarse al mercado formal de trabajo los niños que están naciendo en estos días lo hará cada setenta y dos días. En estas condiciones, no tiene ningún sentido una educación masificada, que tiene como objetivo literalmente «llenar» a los estudiantes con una información uniforme (el «programa único»), que sólo en una muy reducida fracción tendrá alguna relevancia para el trabajo y la vida que tendrán más adelante. Por fortuna, los avances que se vienen operando en el empleo de las tecnologías de hipermedia permiten empezar a esbozar formas completamente inéditas de aprendizaje desmasificadas y orientadas por los intereses e inclinaciones particulares de los estudiantes, más adecuadas para las necesidades de la nueva sociedad. Optar en estos temas no es, evidentemente, una cuestión técnica, sino, sobre todo, política, que encontrará resistencias enconadas, como sucede cada vez que se proponen cambios radicales. Explicar los cambios acontecidos supone conocer previamente la naturaleza de lo que está cambiando. En las dos primeras partes del libro abordo el análisis de la lógica de la sociedad que emergió hace dos siglos con la revolución industrial, e intento después reconstruir las causas de los cambios que se vienen operando, así como la forma cómo se crearon las condiciones técnicas y sociales que hicieron estas transformaciones posibles. Como se verá, sostengo que la emergencia de la sociedad virtual forma parte de un conjunto de transformaciones sociales globales y que su comprensión no es posible si uno se limita a reflexionar sobre la gran expansión que se viene experimentado en esta década en el uso de las redes electrónicas. En primer lugar, esta misma expansión es consecuencia de otros fenómenos que también deben ser explicados. Y, en segundo lugar, sólo es posible evaluar la magnitud del impacto de la generalización del uso de las nuevas tecnologías sobre la sociedad actual si se conocen los vínculos profundos que ligan las profundas transformaciones que vienen dándose en la producción, circulación y consumo de los bienes y servicios con los demás órdenes de la vida social. Las dos últimas partes del libro están dedicadas al análisis de lo que constituye propiamente la sociedad virtual, su naturaleza y sus complejas relaciones con la sociedad real. Quizás no esté demás advertir que se trata de un
tema muy vasto, y que existen amplios análisis de la mayoría
de sus aspectos parciales. No he pretendido superarlos y ni siquiera repetirlos;
sólo este último empeño hubiera requerido hacer un
texto bastante más extenso que el presente. Mi intención
es brindar una visión de conjunto, poniendo el centro del análisis
no tanto en las partes sino en las relaciones que éstas guardan
entre sí. Creo haber encontrado en este método un hilo conductor
que permite hacer inteligibles algunos novedosos procesos sociales que
hace apenas un lustro se me presentaban como incomprensibles.
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