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Cerrar las heridas

Ya es tiempo de terminar el aparentemente eterno problema fronterizo entre Perú y Ecuador.

Nelson Manrique

 
 

La madrugada del 16 de octubre de 1998, el Congreso Peruano, por amplia mayoría (87 votos a favor, 26 en contra y 1 abstención) asumió la decisión de delegar en los países garantes del Protocolo de Paz y Límites de Río de Janeiro (firmado después del conflicto armado de 1941) la elaboración de una propuesta de carácter vinculante (es decir de aceptación obligatoria para las partes) de demarcación definitiva de la frontera entre Perú y Ecuador. Esta decisión ha provocado, y seguirá provocando, fuertes controversias. Este es un tema muy importante y se hace necesario tomar posición, sobre todo por discrepar con la mayoría de la oposición de izquierda. Trataré de fundamentar las razones por las que es válido estar de acuerdo, esta vez, con la decisión del Congreso.

Necesitamos superar las mutuas suspicacias

En junio del 95 viajé a Quito, pocos meses después del final de la guerra del Cenepa. La euforia patriótica de los ecuatorianos estaba en su punto más elevado y algunos amigos juzgaban que era temerario viajar entonces. Durante mi estadía un alto funcionario de la embajada de los Estados Unidos en el Ecuador me ratificó en algo que ya había percibido a través de diversas conversaciones: «Ecuador quiere arreglar las cosas en esta oportunidad —me dijo—. Juzgan que el triunfo en el Cenepa ha lavado el honor nacional por la afrenta del 41, y existe el temor de perder lo ganado en el campo de batalla si la guerra se prolonga y el Perú decide globalizar el conflicto».

La guerra del 95 tuvo un enorme peso emocional para el Ecuador: la jura de la bandera, que tradicionalmente rememoraba una batalla de los tiempos de la fundación nacional, conmemora ahora la «gesta del Cenepa». Tiwinza, que duda cabe, se ha convertido en todo un símbolo nacional para el Ecuador. Para entenderlo, es necesario tener presente que, para la historia crítica ecuatoriana, la firma del tratado de 1941 fue una traición de la oligarquía ecuatoriana. Pero la euforia patriótica no pudo sostenerse; el año 95 fue desastroso para los ecuatorianos; la guerra desestabilizó profundamente su economía y un conjunto de graves escándalos político financieros minaron profundamente la autoconfianza nacional. Cuando volví a Quito un semestre después encontré una voluntad aún más generalizada, entre todos los sectores sociales, de buscar una solución definitiva al diferendo con el Perú. Creo importante evocar este antecedente para examinar el argumento que afirma que hacemos demasiadas concesiones, mientras Ecuador no hace ninguna.

El imaginario nacional y el nacionalismo

Desde el nacimiento del Ecuador como república, sus ciudadanos han sido formados en la convicción de que su territorio nacional se extiende hasta la frontera con el Brasil. En los mapas utilizados en las escuelas ecuatorianas, aún hoy, el Perú termina al sur de los ríos Marañón y Amazonas y todo el territorio situado al norte de esa línea, incluido Tumbes y una parte de Piura, es territorio ecuatoriano. A pesar de las reiteradas protestas peruanas, eso no cambió con la firma del Protocolo de Río, puesto que los ecuatorianos desconocieron su validez. Se alimentó durante medio siglo la idea de que el Perú había despojado por la fuerza a su débil vecino de esos territorios y reivindicarlos se convirtió en una sagrada causa nacional, desgraciadamente traficada una y otra vez por los caudillos populistas. Creo importante meditar sobre el enorme reajuste psicológico que exige renunciar a ese horizonte reivindicativo, presentado como justo a los estudiantes ecuatorianos por su sistema educativo, y aceptar que lo que está en discusión es la demarcación de algunas decenas de kilómetros de frontera en la zona del Cenepa. ¿Realmente podemos afirmar que el Ecuador no hace ninguna concesión?

La cuestión de Tiwinza

El otro argumento fundamental, para rechazar ir a un acuerdo definitivo, ahora, es que el Perú no puede arriesgarse a perder Tiwinza (simbólico puesto fronterizo duramente disputado en el enfrentamiento de 1995), por una eventual decisión de los garantes, sin infligir una grave afrenta a la memoria de los soldados que murieron en su reconquista. Este argumento tiene un enorme peso emocional y debe ser cuidadosamente sopesado. Según pienso, la pregunta elemental a plantearse es: ¿de qué Tiwinza estamos hablando? Es bueno recordar que en 1995, en pleno conflicto con el Ecuador, los altos mandos peruanos y ecuatorianos, al unísono, proclamaron que tenían Tiwinza en su poder. El presidente Fujimori y su entonces inamovible aliado, el general Nicolás de Bari Hermosa, se exhibieron ante la prensa en un territorio que, afirmaron, era nada menos que la recién recuperada Tiwinza, mientras que lo que los mandos ecuatorianos mostraban era un pedazo de territorio ecuatoriano, presentado falsamente como la verdadera Tiwinza. En ese entonces la oposición sostuvo (y yo concuerdo con esa opinión) que el presidente y su aliado mentían.

Hoy, si el problema es asegurar que la Tiwinza presentada por el presidente Fujimori y su heroico aliado quede del lado peruano, estoy seguro de que no hay por qué preocuparse. Pero si lo que se exige es que la Tiwinza exhibida por los mandos ecuatorianos quede del lado peruano (algo que cabe dentro de lo posible que no respalden los garantes) será necesario prepararse para otra guerra. Salvo que reclamemos soberanía sobre un territorio que hace tres años se afirmó que era ecuatoriano y no era parte del territorio en disputa. Aquí, si hay alguien a quién reclamarle no es a los ecuatorianos sino al presidente del Perú, cuyo manejo de la política, basado en el recurso a la mentira, ha creado esta situación. Y quien piense que las correlaciones militares no significan nada frente a la justicia de una causa debiera prepararse para reivindicar militarmente Tarapacá y Arica, perdidos en una guerra con un país con el que ni siquiera teníamos una frontera en común, precisamente por una correlación militar desfavorable. Cuando se invoca el sacrificio de los miles de soldados que cayeron defendiendo las fronteras es necesario añadir cuántos miles más se espera sacrificar para llegar a una solución plausible. Aceptarlo permitió a Europa cicatrizar sus heridas, y marchar en pocas décadas hacia una admirable unificación continental, después de haber sido desgarrada por los dos conflictos más sangrientos de la historia de la humanidad, mientras los latinoamericanos seguimos, luego de dos siglos, ahogándonos en retórica, para la felicidad de quienes encuentran en nuestra división el terreno ideal para esquilmarnos.

Naturalmente, quedan otros problemas planteados, en particular el del acceso náutico ecuatoriano al Amazonas. La mejor garantía de que los intereses estratégicos peruanos sean debidamente protegidos será promover la creación de fronteras vivas y eso, desde una posición de izquierda, supone, en primer lugar, exigir apoyo estatal a las etnias amazónicas que habitan esos territorios, para promover su desarrollo económico y social. Es necesario, también, construir una infraestructura de comunicaciones que permita integrar efectivamente esos territorios a la nación. En la medida en que los ocupemos efectivamente no habrá problema para permitir el acceso a nuestros vecinos por nuestros ríos hasta el Atlántico, beneficiándonos mutuamente de los intercambios que realicemos.

No confundamos lo táctico y lo estratégico

Hay quienes piensan que no debiera permitirse que sea el régimen del ingeniero Fujimori quien logre la solución de este conflicto secular. Creo que ésta es una posición errada, que pone en el mismo nivel una cuestión táctica (la lucha contra los intentos de Fujimori de perpetuarse en el poder) con una estratégica, que atañe a nuestra propia constitución como nación. Se trata de delimitar el último tramo de nuestras fronteras nacionales. Durante la guerra de las Malvinas los genocidas militares argentinos necesitaban tácticamente lavarse la cara y removieron una cuestión estratégica: la reivindicación de la soberanía nacional sobre las islas. El pueblo argentino supo defender sus reivindicaciones históricas sin ponerse a la cola de los genocidas. El final de la historia lo conocemos. Es una experiencia de la que, creo, podemos sacar importantes lecciones para el futuro. Aunque las victorias tácticas sean una tentación, porque rinden excelentes réditos políticos a corto plazo, un proyecto político consistente sólo será posible si sabemos anteponer los intereses estratégicos de la nación a los tácticos, aunque el precio sea renunciar a las fáciles victorias inmediatas.

   

© Nelson Manrique, octubre 1998, [email protected]
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