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30 agosto 2002

La lección délfica de Froilán Escobar

A propósito de la novela Largo viaje de ceniza, la primera que trata del inicio de la Revolución Cubana.

Víctor Hurtado Oviedo

La sorpresa

EXISTE el libro que uno llevaría a una isla desierta para dejarlo en ella. Uno comienza a leerlo, y pronto advierte que pasar las páginas es empeorar las cosas. Lo que falta en las novelas de éxito no es una historia que narrar (hoy, cualquier librería está perseguida de argumentos). Lo que suele faltarles son verdaderas ganas de contar su anécdota; en cambio, lo milagroso es encontrar, en una novela, la pasión realizada de trabajar su historia de otra forma.

El milagro artístico de Largo viaje de ceniza es este: ser el primer libro en narrar literariamente el inicio de la guerrilla en Cuba, y contar esa historia de un modo diferente. Como es la primera novela que lo hace, el prodigio está en diferenciarse de lo que no existe. «Novela inaugural» la ha llamado el crítico cubano Luis Manuel García.

Froilán Escobar ha logrado lo mismo que en 1926 alcanzó Ramón del Valle-Inclán con Tirano Banderas, la primera novela sobre el dictador hispanoamericano. Tirano Banderas abrió un género, pero con tan deslumbrante tratamiento del idioma, que, más que el inicio, parece el final de una larga marcha de escritores en busca de lo nuevo.

La Revolución Cubana es aún una epopeya sin novelas y casi sin rapsodas. La Revolución Mexicana pasó a la novela y al corrido, es decir, a las formas culta y popular de hacerse mito; en cambio, la Revolución Cubana se ha hecho música en el son tradicional y en la nueva trova, pero no había conocido —hasta hoy— las formas trabajadas y largas de la novela.

Largo viaje de ceniza es, así, el primer poema épico —en prosa culta y popular— de los inicios de una gesta, cuando los veintidós sobrevivientes del yate Granma empezaron a construir una guerrilla desde la muerte y casi desde la nada. La Ilíada es la epopeya del avance; la Odisea es la epopeya del regreso; la Eneida es la epopeya del exilio. Largo viaje de ceniza es la Ilíada de la Revolución Cubana, y Froilán Escobar, el Homero barroco de esta historia.

Los contrastes

Otro título de esta obra iniciática podría ser El libro de las antinomias. Todo aspecto esencial de esta novela se desdobla en opuestos, como bien aconsejaban a la realidad los viejos manuales de dialéctica.

La primera antinomia está entre la diversidad de voces que cuentan la historia y el tono constante del relato. De un modo mágico, son muchas voces distintas y una sola voz verdadera. Los muertos Escobar - Largo viaje de cenizahablan mientras forman una rueda de fantasmas alrededor del fuego, allá en lo alto, en la manigua negra de la Sierra Maestra. Los muertos se pasan la palabra viva porque el frío le ha tomado gusto a la noche: «¡Cuenta, Ángela! Bueno, m'hijo...», «Tú, Crescencio, llevabas una pistola de ráfagas»,«¿Te acuerdas, Cundi? Arrima taburete al horcón». El lector viene a oír a este libro; el lector se sienta, sombra de sombras, junto a los muertos y escucha, entre las voces, una: ¿es el habla pura del Oriente cubano, o es Orestes Oreja, personaje-voz quien cumple su destino de ser todos —de ser la propia Historia— y dice: «Es mucha gente; son las voces de mucha gente que me piden que diga»?

La segunda antinomia es la alianza del lenguaje popular y el culto: se juntan, se suman, se cruzan. Froilán Escobar roba palabras como frutas del habla campesina: «Ahora aguaite, caimán. Por algo, la codorniz, que sabe tanto, cacarea en el suelo». No obstante, el mismo guajiro analfabeto puede disertar en griego: «Es pícaro el olvido: astucia, amnesia, anestesia». En esas hablas del pueblo han quedado también presos giros antiguos, de los tiempos de la Conquista: «Habíamos compañeros...», «Las veces doy en el fracaso». El siguiente pasaje pudo ser escrito en 1540 por el cronista Bernal Díaz del Castillo: «Y el pavor del miedo desalojó a la gente de sus casas, con rumbo de querer salvarse en las orillas de la costa, pues el gobierno había suspendido cualquier garantía de vivir». En Largo viaje de ceniza, el Siglo de Oro avanza junto con la vanguardia del lenguaje. Todo puede vivir y vive en este libro de encuentros: el habla guajira, el neologismo académico, la décima rural, el título del primer libro de Rafael Alberti, una frase de un diario del Che Guevara y una alusión secreta a Samuel Beckett.

La tercera antinomia crece entre la realidad y el prodigio. Asombra que un libro tan imaginado sea tan respetuoso de la historia vivida. Carlos Manuel Villalobos nos ha hecho ver que sólo hay un personaje totalmente ficticio: Orestes Oreja. Podemos agregar que, en esta novela, hasta los árboles y los bichos del monte están censados con rigor: ceiba, yaba, jején, pitirre, jicotea, saragüey, malambo, juba, guabino, yarey, cartacuba, jutía, yagua, quibey. Exactísima es también la ubicación de cada hecho: en Cinco Palmas, Piñonal, la Catalina, Arroyo de los Negros, la Cotuntera, las Coloradas, Arroyones, Niquero, Jigüe, Manacal, Caguara y Vereda de Todo el Día. ¡Si hasta parece un manual de geografía poética! No obstante, sobrepuesto, trenzado con la realidad verde del monte, lo maravilloso es un pájaro que vuela por entre las hojas del libro: hay un hijo de dos madres; un ave canta décimas que cuentan el futuro; los ensueños traen verdades, como el de una mujer que soñó el rostro preciso de Fidel Castro. «Todo lo insólito es maravilloso», apuntó Alejo Carpentier; y todo lo raro necesita de la gastada realidad para sentirse como un relieve que se lee con las manos. ¿No es acaso la realidad donde vive mejor la maravilla?

El barroco

Los primeros críticos de Largo viaje de ceniza han anotado ya que esta es una novela barroca. ¿De qué trata un libro barroco? No importa el género: el libro barroco siempre trata del lenguaje. A veces, como en las Soledades de Góngora, casi no existe el argumento; lo esencial es poblar las páginas con esas «criaturas imaginarias», como Ortega y Gasset llamó a las figuras de la retórica.

El lenguaje barroco se lee a sí mismo mientras lo escriben. El lenguaje barroco es el lenguaje que se mira a sí mismo y sabe que lo están viendo. Cuando un guerrillero siente que se acercan los guardias de Batista, Froilán no dice: «Se oían pasos», sino escribe: «La tierra telegrafiaba el latir de los pasos».

Esta novela no ha brotado de la nada. ¿Cómo tanta densidad podría nacer del aire? Todo en este libro es dinastía de historia. En el principio existió Góngora, y Góngora engendró a Martí, y Martí engendró a Lezama Lima, y Lezama engendró a Cabrera Infante, a Severo Sarduy y a Froilán Escobar. El mismo Sarduy lo ha confirmado: «Por supuesto, Lezama y todos nosotros escogimos a Góngora y a Darío». Froilán Escobar es, pues, barroco, tendencia Góngora.

En los años de 1600, don Luis de Góngora respondió, a la agostada repetición del petrarquismo, con el deslumbrante desafío del barroco pues no hay límite para el arte si no es la luz del cielo. El oscuro pavo americano se transforma así en su Soledad primera: «Tú, ave peregrina, / arrogante esplendor, ya que no bello, / del último Occidente, / penda el rugoso nácar de tu frente / sobre el crespo zafiro de tu cuello».

El arte ha de buscar lo diferente y renunciar a lo simple. El estilo debe ser claro; sencillo, nunca. Froilán Escobar ha aprendido bien esta lección de orgullo. «El lenguaje, al disfrutarlo, se trenza y multiplica», decía Lezama. Sobre esa senda jubilosa del maestro va Largo viaje de ceniza: libro a la vez escarpado y amenísimo; memoria imaginada y también crónica veraz del heroísmo, el miedo y la traición.

Froilán Escobar —Froilán escolar de los cursos délficos de Lezama Lima— representa a aquellos escritores valientes dentro y fuera de sus libros, que viajan viento en proa, y de los que Juan Goytisolo ha dicho: «Ajenos a la arrebatiña por el dinero y los honores de los "vivos", se esfuerzan en medirse con los muertos que componen su linaje».

Martiano firme en la edad de oro, ni las decepciones, ni las injusticias dentro de la justicia, han extinguido en Froilán la fe en el hombre nuevo que ha de llegar alguna vez y para siempre. Unos creen porque ven, otros quieren ver para creer, pero Froilán Escobar gana a todos por él aún cree a pesar de lo que vio.

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Ficha del libro:
http://www.primeravistalibros.com/fichaLibro.jsp?codigo=490



© 2002, Víctor Hurtado Oviedo
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