Manifiesto de la iguanaAcerca de Memoria de espejos, libro de poesía de Homero Alcalde |
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Miguel Rodríguez Liñán |
Cito deliberadamente a Carlos Fuentes (Terra nostra, última página) porque este escritor no es santo de la devoción de Homero, le parece aburrido por momentos; él y yo estamos de acuerdo en todo lo que concierne a la adivinación e incluso a la parapsicología, salvo en detalles como éste. Y a pesar de que somos fanáticos del ofídico y genial Nailpaul, de Juan Rulfo y otros monstruos, Homero detesta oscuramente a Philippe Sollers... He leído con alegría Memoria de espejos, penúltima obra de Homero Alcalde, y me siento muy orgulloso de ser su amigo. Quedan aparte los desplantes y el oficio de mentiras que poseen al poeta. Homero posee la virtud de la comicidad. El planeta entero podría y debería ser una suculenta carcajada. Una risotada vital del pleistoceno donde pululan amables reptiles metafísicos. Estamos en una zona del espíritu próxima de la percepción chamanística. Aquí, se reivindican los tres reinos: animal, vegetal y mineral. Resulta de esta evidencia un cocktail sublimado con ayahuasca, sampedro y yerbas amazónicas que, haciéndonos vomitar brontosaurios translúcidos, iluminan nuestra visión del mundo fenomenal... Dos dinosaurios de talla humana agonizan en una azotea de San Miguel, en Lima. Uno tiene cabeza de toro monstruoso, es calvo y tiene cuernos. Su cuerpo de carne reseca y salada, su cuerpo de cecina, es devorado por una patada de patos salvajes; el dinosaurio siente esto como un cosquilleo, y sonríe; el otro sólo tiene la cabezota intacta, el cuerpo y la columna vetrebral están al descubierto, los patos golosos picotean estas arquitecturas de museo... Los primeros versos de Memoria de espejos son epífanos y tiernos. Diurnos, nocturnos y visuales. El poeta utiliza gerundios, imágenes y metáforas. Es poesía con todas las de la ley lírica. Es, también, nostalgia del ángel que fuimos, ahora míseros barros pensantes incapaces de reir y de volar. Homero Alcalde es experto en sátira, pero sátira de la buena, no broma simple y hueca, sátira metafísica. Respeta con humor galante la iconografía de las palabras. ¿Qué quiere decir ésto? No lo sé, por eso lo digo. Homero es epigramático e incisivo; cinéfilo empedernido y aficionado al jazz. Trasudan sus versos una tranquila fraternidad cuyo principal atributo es el arte de ser amigos: «Por eso entrego mis últimos alientos / resumiendo penas con torpes ejercicios / porque sólo el amor / es la herida necesaria de los sueños.» Su poesía fresca implica un compromiso directo con todas las formas de la ternura, con los angeles, con los demonios y, sobre todo, con las iguanas. «Vox Clamanti» es uno de sus poemas más logrados:
Como una iguana hambrienta
De luces y de sombras
Se yergue la noche
Entre calendarios y relojes
Y tumbando retratos
Se traga la ciudad dormida.
Distante en mis silencios
Cabalgando anónimas memorias
Observo el paso de las profecías.
A solas celebro el ritual de los olvidos
Conjugando mi nombre con los años
Hasta convertirme en una carcajada.
No tengo maneras para amar
A los desheredados por la suerte.
Soy al fin el que fragua insultos errando
Por los laberintos del poder y la locura:
Ingenuo bufón de soledades.
Tenemos sin lugar a dudas tres cerebros; uno de ellos es cerebro de reptil; y la luz mística que lo fulmina, un verso. El amor apenas bosquejado pero muy sentido aparece como telón de fondo: es el ángel redentor. Homero rima con agorero; en efecto, algunos versos suyos parecen proféticos, extáticos o adivinatorios. Están en el ámbito del arrebato, arrebato que es una contemplación donde los angeles chapalean en el foso de la iguanas cuyo barro es celeste. No olvidemos que los reptiles viven en nosotros. Aunque lo neguemos, aunque no lo queramos, somos reptiles de cuerpo y alma. En todo caso hay un fragmento reptiloide en nos. Deberíamos sentirnos orgullosos de esto en lugar de condolernos. Los animales viven en nosotros, los árboles viven en nosotros, los minerales viven en nosotros. Pertenecemos irrevocablemente a los tres reinos. Y nuestro sistema neurovegetativo está embadurnado de savia. Qué hermoso es ser poeta, Homero. Tenemos sangre de animales antiguos bullendo en las venas, en las arterias, en el plexo solar. Son animales que aletean, coletean y muerden dentro de nosotros. Somos religiosamente animales y pertenecemos al agua. Somos iguanas. Miramos el fulgor de los astros como las lagartijas del desierto. El universo se rompe. Tres hurras por la ayahuasca y el sampedro. ¡Y qué vivan los reptiles benévolos! Gracias a los reptiles tocamos las barbas del infinito. La iguana tiene escamas brillantes donde se reflejan la vida y la muerte; el erotismo y el sexo también son metáforas. Los teoremas de los lingüistas son como prismas que tenemos adentro con rescoldos de borrachera: no tiene la menor importancia puesto que vida y muerte da lo mismo. Los versos son carne de reptil fosforecente. Iguanas somos, iguanas sedientas de conocimiento. Pero ¿qué es el conocimiento? Es la gran risotada que resuelve lo que la sociedad me impone: la parodia, lo falso, lo vacío, lo ridículo. Río a mandíbula batiente. Me burlo de mí, es decir del universo. Soy mago y chamán pero a veces se me olvida. Me dejo ganar por sentimientos infernales. Nueve son los ríos del infierno. No quisiera ser colérico, pero siento cólera. No quisiera ser despreciativo, pero desprecio. No quisiera ser orgulloso, pero lo soy. Tengo un criadero de iguanas, que se llaman: retruécanos, asonancias, metáforas. Qui potest capere capiat.
Homero Alcalde Cabanillas (1957)
Nació en Matara, Cajamarca, Perú. Reside en París desde 1985. Ha publicado poemas y artículos periodísticos en diversas revistas de Perú, España y Francia. Figura en una antología bilingüe, Poésie peruvienne du XX siècle. Ha escrito: Memoria de espejos (1997), Laberintos del mago (2002), y REIDIVI (2002).
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