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25 mayo 2006

Viento rojo (del poeta tuareg Hawad)

Miguel Rodríguez Liñán

Elle est retrouvée
Quoi? L’éternité
C’est la mer allée
Avec le soleil

Arthur Rimbaud

I

Un lunes feriado, creo que fue lunes de resurrección, de mucho sol y cielo azul, me encontré de casualidad con el poeta tuareg Hawad en la rue Gaston de Saporta; puede ser un falso recuerdo, pero tratándose de la segunda vez que lo veía en carne y hueso, creo en su exactitud. Diez años atrás, o tal vez doce, lo encontré en el mismo lugar, de inmediato me acerqué a saludarlo, y el hombre azul me saludó como si nos conociéramos desde siempre. Más aún, estoy seguro de que me adivinó el pensamiento porque, sin yo pedírselo (sabía que Hawad había estado en Saint-Nazaire), me pasó un cuaderno del MEET (Maison des écrivains étrangers et de traducteurs), que es una compilación de trabajos de los poetas reunidos el año anterior en el puerto de Saint-Nazaire, recomendándome enviar lo más rápido mi candidatura para ir al centro que, durante tres meses, alberga poetas del mundo entero. Uno dispone de tres eternos meses para escribir en las mejores condiciones: sin problemas de índole material, comida y lecho asegurados, en lo que podría ser una especie de montaña mágica exclusivamente reservada a poetas, como en la Fondation de Royaumont en el Val d’Oise, lo que dicten el trabajo y la inspiración; luego hay que dar una pequeña conferencia sobre un tema poético, y una parte de la producción sale publicada en francés en la revista del MEET, de difusión nacional. Aquella primera vez Hawad apareció impresionante a mis ojos, ataviado de lino azul ligero de los Hombres Azules, coronado por un African-look, los rasgos finos, afilados y la piel muy morena de los hombres del desierto. Esta vez me pareció pálido, desmejorado, pero siempre con las brasas de la poesía en los ojos y, por absurdo que parezca, me hizo pensar en August Strindberg el alquimista, ese Strindberg atormentado que escribió Inferno, a quien desgraciadamente no tuve el honor de conocer en carne y hueso. De inmediato anoté esta nueva coincidencia, ya que por estos días ando pensando bastante e incluso soñando con August Strindberg, por qué será; seguramente por Inferno, que fue para mí lectura capital, casi tanto como Une saison en enfer. «Todo poeta auténtico —pensaba— tiene que haber conocido realmente el infierno, la miseria, la enfermedad, la locura y la muerte; sino —y lo siento por quienes no han conocido estos epifenómenos del ser total— no son sino poetas aproximativos; ya que las únicas e inevitables pruebas de fuego son las mencionadas, todo salpimentado con mucho sexo, drogas y música, como pensaba Jim Morrison.» Vi esta vez a Hawad y me llevó un viento rojo. Fuimos a tomar él un café-crème, yo una pinte para comenzar, en el Bar-restaurante de mi amigo Omar, en la Place de Martyrs de la Résistance, cerca de la catedral. Me regaló un libro vertido al castellano, hecho por obra y gracia del Comandante Hugo Chávez, quien lo había recientemente invitado a Venezuela, con dedicatoria en tuareg. «Pero por ahora me siento como un negro agrio», dijo con humor y aliteración. Y yo, escuchándolo, estaba distraído, pensaba cojudeces históricas, los ligurios que hace siglos vivían en Aix, en las aguas termales, en los emperadores romanos que venían aquí para relajarse, en el Corso Mirabeau y en el Quartiere Mazarin (pasaban en ese momento unos italianos guapos, unas italianas mamacitas). «Los blancos malos me están enfermando», dijo Hawad. «Tú no sabes, el gobierno francés ha hecho explotar diez bombas atómicas en el Sahara, antes de ir a tirar su mierda en Moruroa.» No supe qué decir pues ya sea lo ignoraba, ya sea no me acordaba, pero en ese momento entendí muy bien lo que el poeta azul quería decir: que lo asediaban los demonios (¿nucleares?) y que necesitaba desintoxicarse de Francia, por decirlo así. Me sentí entonces muy cercano a él, lo supe hermano visceral, anárquico, explosivo, revoltoso permanente, como un poema con agua provenzal del Sahara que se mete por el ojo de la aguja y sale intacto como un viento rojo, como un atardecer sanguíneo en el Sahara, dirigiendo una caravana de guerreros azules. «Los dioses del desierto no permitirán tu destrucción, Hawad, estás pasando una prueba de fuego, una más, de pronto la definitiva, eso es todo.» En eso un loco, de esos que tanto abundan en Aix, que los del hospital piquiátrico Montperrin sueltan de cuando en cuando, se puso a gritar que se acercaba el fin del mundo, que Cristo había vuelto para destruir al Anticristo, que también estaba de regreso por este planeta. El poeta y yo lo consideramos muy en serio, bueno, yo al menos, sabiendo que la palabra bíblica es simbólica, metafórica, figurada. Pedí otra pinte de Heineken y Hawad se rio irónico consigo mismo: «El negro agrio está en una pesadilla», dijo. Le comuniqué entonces que se organizaba el mes de noviembre un Encuentro de poetas, en Chimbote ni más ni menos, y que yo movería cielo y tierra para conseguirle una invitación, y que movería cielo y tierra, también, para asistir, aunque fuese con ayuda del Anticristo. Algo hablamos de poesía, pero no mucho, y de manera divertida, sin el menor asomo de intelectualidad, ni gravedad, ni nada por el estilo, como dos Australopithecus afarensis del plioceno, ancestros de los Australopithecus africanus con quienes, al parecer, comenzó la emergencia del pensamiento conceptual. Recordé de pronto que el hombre original es africano, y que a medida que fue subiendo al norte se fue despintando y desarrollando otras formas de inteligencia, paralelas a otras formas de idiotez, hasta transformarse en el Homo sapiens sapiens, allá por el paleolítico superior. Me pidió que leyese un fragmento de uno de sus largos y explosivos poemas; lo hice con agrado y la traducción castellana me pareció muy buena, a pesar de que el libro, primero, había sido vertido del tuareg al francés, y luego del francés al castellano.

II

Hawad ha escrito muchos libros de poesía, una que otra novela, piezas teatrales, relatos; también practica la pintura y la caligrafía; sus obras han sido presentadas en Europa, en América del Norte y en África. Nacido en 1950 en el seno de una familia nómade al norte de Agadez, en un campamento de la tribu Ikaskazen al nor-oeste de Níger, el poeta define así su percepción del mundo: «Para el nómade, el pensamiento sólo existe caminando o cantando; y todo lo que es nómade debe ser ya sea cantado, ya sea caminado para ser considerado como tal.» Ha estudiado aplicadamente la Cábala, la geomancia, el cristianismo y los antiguos autores griegos, árabes e hindúes. Su poesía es extrañamente violenta sin ser agresiva, está llena de gritos, imprecaciones, voces plurales, cantos de asfixia, explosiones y también humor sarcástico; esto último me hace sentir totalmente cercano a él en la expresión. La poesía de Hawad, aunque de mensaje único —a saber: muerte a la infamia que el mundo tecnológicamente desarrollado de Occidente perpetra impune en los países del Tercer Mundo— es cambiante, movediza como la combinación de energías físicas y mentales en movimiento perpetuo, imposible que sean idénticas durantes dos instantes consecutivos. Estas energías expresadas con el grito nacen y mueren a cada instante de glosolalia poética, semejante a la de Antonin Artaud y tan explosiva como ésta en cada una de sus ramificaciones cargadas de dinamita semántica y fulgurante de imágenes. Naturalmente, Hawad quiere ir a México (¡y yo también!), en busca de los pasos perdidos de Antonin Artaud, hasta la tribu de los Tarahumaras, de la tierra roja y el sol negro originales; si mal no recuerdo, me dijo eso precisamente, que recién llegaba de México, y que quería aprender el castellano. «El castellano mestizo que se habla en nuestros países», pensé. En ese momento pasaron unos mexicanos, reconocí el acento y le dije: «Son mexicanos.» «Es increíble que puedas reconocerlos», se asombró Hawad; le expliqué lo del acento, tan fácilmente reconocible como el argentino, como el chileno, el colombiano, el venezolano, el peruano. Me pidió un papel y trazó un dibujito con unos toques de caligrafía: una línea que es una flecha doble; ésta va del poeta a la inspiración, traza una equis, la atraviesa y vuelve a su punto de origen; esto es lo que Hawad llama «aterrorizar la poesía»; junto a la flecha, pequeñas patas de insecto que parecen lluvia; más abajo un asterisco junto a un jeroglífico en tuareg; y encima de todo FRAN, Francia o los franceses, seguramente; le dije entonces que almorzáramos juntos, pero dijo el poeta que no tenía hambre, que hacía semanas estaba inapetente, otra vez con mucho gusto. Prometí escribir algo sobre su poesía, y por desgracia perdí el precioso libro que me dedicó, después de alguna juerga sabatina, de esas cuando me da por regalar todo lo que traigo encima, desde la plata hasta la ropa. Los comentarios que siguen son recuerdos de algunas páginas que leí.

Entre los aspectos fundamentalmente negativos del Cristianismo, podemos recordar la contradicción de base: el amor al prójimo de los orígenes transformado en la gran paradoja del mundo occidental capitalista: has de buscar tu provecho personal, egoísta, incluso en detrimento de los otros, de modo que no dudes en explotar y destruir: In gold we trust. Hawad, desde muy joven, rechaza los valores del Islam y, por extensión, de la religión en general, cualesquiera fuesen sus representaciones en las distintas culturas monoteístas. A todo ello, como un grito de protesta que nada tiene de arcaico, él opone, por ejemplo, la danza fúnebre del sol, título de un poemario, lo que me lleva inevitablemente a pensar, otra vez y siempre, en Antontin Artaud y el Tutuguri, el peyotl, los caballos, los cuatro soles y los guerreros de su delirio tarahumara. Otro título, Caravanne de la soif (Caravana de la sed) me lleva al de Arthur Rimbaud y sus Fêtes de la faim (Fiestas del hambre), donde el poeta come tierra, piedra, fierro:

Ma faim, Anne, Anne,

Fuis sur ton âne.

 

Si j’ai du goût, ce n’est guères

Que pour la terre et les pierres

Dinn! Dinn! Dinn! Dinn! Mangeons l’air,

Le roc, les Terres, le fer (…)

 

Les cailloux qu’un pauvre brise,

Les vieilles pierres d’églises,

Les galets, fils des déluges,

Pains couchés aux vallées grises! *


lo que me parece cae a pelo, porque pocos poetas tan nómades hay como Arthur Rimbaud, l’homme aux semelles de vent (el hombre con suelas de viento), el poeta máximo, el real poeta máximo de Occidente, después de Rimbaud el diluvio, el apocalipsis, la apocatástasis., todas las hecatombes, lo que sea, estoy seguro que Rimbaud, viendo los hongos de las explosiones atómicas en el Sahara, hubiese compuesto poemas escritos en el lenguaje que él ambicionaba, y que sólo realizó a medias, ya que la belleza y el lirismo de sus composiciones barren con todo, el famoso langage nègre. Sin exagerar pienso que, por momentos, en la poesía del poeta azul hay destellos de lenguaje negro —como los hay en los versos de todo poeta de raza—. Como si el poema, que debe ser visceral, forma oscura y amorfa en su germen, buscara la cristalización paulatina. El carbón, las fuerzas telúricas, las grandes compresiones geológicas, el plioceno, el pleistoceno inferior, el pleistoceno superior, para producir el diamante que, para siempre, conservará la humanidad como un legado de los que realmente la amaron. La respiración es la cosa capital, porque el estilo es, precisamente, una manera siempre nueva de respirar el lenguaje, que debe ser como la personalidad o la manera de hacer el amor. En la poesía de Hawad, no siento resentimiento alguno pese a su violencia imprecatoria. «No hay que acusar al capitalismo ni al comunismo sino al hombre; supongamos que el Mal, que es incoercible y cósmico, se haya simplemente manifestado en Rusia o en los Estados Unidos», parece decir. Al final ¿de qué se trata? Como artista, como poeta ¿cuál es la línea a seguir? «No ponerse en conflicto ni luchar contra el mundo, ni mucho menos tratar de cambiar el mundo, esto sólo engendra violencia, pasión, odio, codicia, ignorancia», creo haber leído en un libro de Henry Miller, quien sabiamente aconseja cambiar de mundo. Por momentos de alta intensidad lírica, Hawad realiza la desiderata milleriana, de donde curiosamente se excluye el tema del amor a la mujer, que suele ser esclavizante, y tiende sus brazos a un ideal de justicia, fraternidad y libertad. (También me resulta curioso, esto se parece tanto al Liberté, Egalité, Fraternité que preconiza el gobierno francés). Revolucionaria en su esencia como toda obra que se respete, la poesía de Hawad nada tiene de tradicional; la poética y lo poético forman un todo uniforme e indisociable. No hay tópicos, temas o lugares comunes, como el amor o el famoso carpe diem de Horacio que, siglos más tarde, tantos poetas utilizaron, Ronsard para empezar; tampoco hay esquemas narrativos ni retóricos; a lo sumo, se siente le  mal de vivre, eso que los románticos alemanes llamaban Sehnsucht. Los territorios en los que irrumpe la palabra como un viento rojo son la belleza, la pasión y el éxtasis. Para muestra un botón, un botón solar y vital, siempre entre poéticas tolvaneras de viento rojo, allá en el Sahara.

 

Poesía de emboscada (fragmento)

Los cueros y los sables

Se untan con aceite de coco

Gelatina grasa derretida

¡Ánimo!

¡Para domesticar

los rayos del sol!

 

Oh mundo

¿Hasta qué riberas

de almas y cuerpos

puedes oler el pedo global

del turismo?

 

Allá como aquí

Veo a la viuda Temoust

Temoust la tuareg

Cuya grieta

De los ojos

O la rocalla de los pies

Desnudos

Son alimentados

Por las garras del siroco

Y los dardos del sol

El ocre mate de la epidermis

De sus hijos la tiene acorazada

Para enfrentar las sierras y las guadañas

De sus torturadores

Garras del siroco

 

Braseros del sol

Sobre los dardos de arena

Cepillos de basalto

Hocico de un cañón

Tapando el horizonte

Para coagular el sueño

Como un obús atascado

Entre el diafragma y la úvula

 

Todas las herramientas y todas las simientes

De esta vida de groseros pretextos falsos

Han tallado el rostro de Temoust

Y tú ¿todavía puedes soñar?

 

Armados con sierras eléctricas

Y con puñales alzados

Han vuelto ellos

Por las huellas de sus crímenes

A una sola voz

Han gritado:

«De la raíz de la úvula

hay que cortar todas las lenguas-arpones

desde la del poeta hasta la de la cabra

y de la salamandra de sus barrancas»

Y encima de la colina

Salamandra

Cabra

Y estertor del cuervo

Perpetúan las resonancias

De las cuerdas vocales rotas

 

Fuete de tornado

Los nervios de la lengua

Siguen golpeando el silencio

El eco con acentos de sílex comienza

El borborigmo de los guijarros

 

Oh tierra queja de bárbaro

Con la lengua cercenada

Oh lengua de las salivas de Satán

Cocinada despacio con el vapor del paladar

Y timbres de ají

 

En el país de los gritos de la penumbra

País de genio que llama a la montaña

Nosotros como la rocalla de nuestras mesetas

Mascullamos y garrapateamos

En la oreja de la piedra

De nuestros ancestros

Que nos comen la lengua

Una mezcla de sonidos y de signos ganchudos

Y ramosos como las garras de los buitres

 

Y hablamos

Con lenguas revoltosas

Como las pezuñas de las cabras de nuestras madres

Que ordeñamos en cuartos de ecos

Con nuestras bocas

Nuestras bocas llenas de hojas de vidrio

Y de palabras municiones

De las cosechas por venir

 

Y a medianoche cuando la luna

Ya no se inclina sobre el borde

Espejo-abertura de un pozo seco

Con nuestros muñones de lenguas

Ladramos

Estruendos de poesía afilada

Como la cresta del sílex

 

Hoja de vidrio

Y su lima de palabras

Balas apuntadas

A quemarropa sobre las sienes

Poesía-sílex cresta afilada

De voces cruzándose y entrecruzándose

Y otra vez un nuevo golpe

Voz sorda del entrechocar

Como el meteorito golpeando

La piedra de la determinación

 

En el país de las lenguas partidas

País de la palabra

Que va derecho

Hacia el eje negro

Curva rápida

Y de pronto media vuelta

Y la flecha regresa

Al arco de la lengua

Flecha y arco parten otra vez

Como un solo disparo rayo

Buscando donde golpear

El blanco que niega

Su deflagración

 

Setenta sombras caen

Vomitando sus entrañas

Y corre un hombre a socorrerlas

Y muerde su lengua

Tumbado en el torbellino de una ráfaga

Y erguido se reincorpora

Con los riñones humeando

Se traga la lengua

Un coágulo de sangre

Y de golpe parte

Hacia el cabo del sin retorno

 

Y al otro lado de la desdicha

La mujer rumia su placenta

Y su hijo es derribado desde el vientre

Por el trueno del obús

Atándolo al cordón umbilical

Que hasta aquí lo une

A las entrañas de su madre

Madre presa del arte-rebelión

Que recicla la muerte como un botín

Arma robada al enemigo

 

Ésta es la faz bonita

De abajo del país

De las lenguas ganchudas

En cuanto a sus alturas

Es otro cliché

Horizonte y cielo al infinito

Del tinte feo

Del azur

Y siempre negro del cuervo

Y su doble la mancha grisácea

Del buitre

Que acentúa la estridencia absoluta

De nuestro silencio

Un país entero de precio

Ecológico e higiénico

Con su paraíso mineral

¿no es verdad, turista?

 

¡Vete, rapaz!

Nada hay que visitar aquí nada

Qué contar todo está limpio

Y es étnicamente correcto

¡Fuera, periodistas!

Todo es limpio y tecnológico

Los cuerpos son quemados con napalm

Los cadáveres pura ceniza

Con la cooperación de las Naciones Unidas

 

Desierto-basalto

Cascajo-avalancha

Lava de nuestros cráneos

Y rocalla

Rechinar de huesos

Rebotando sobre las balas

 

Somos las hormigas

Sombras divagantes de una gangrena

Que se alimenta del vagabundeo

De sus molares

 

Ahora sobre mi hombro

La noche defeca el día

Y yo voy a pinchar

Los testículos inflados

Del búho pálido

De la hipocresía

* * *

*  Mi hambre, Ana, Ana,
Se va con tu burro.
 
Si tengo gusto aún, sólo es
Por la tierra y las piedras
Din! Din! Din! Comamos el aire,
La roca, las Tierras, el fierro […]
 
Los pedruzcos que un pobre rompe,
Las viejas piedras de iglesias,
Los guijarros, hijos de diluvios,
Panes acostados en los valles grises!


© 2006, Miguel Rodríguez Liñán
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Para citar este documento:
Rodríguez Liñán, Miguel: «Viento rojo (del poeta tarueg Hawad)», en Ciberayllu [en línea]


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