Viento rojo (del poeta tuareg Hawad)
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Miguel Rodríguez Liñán |
Elle est retrouvée
Quoi? L’éternité
C’est la mer allée
Avec le soleil
Arthur Rimbaud
Un lunes feriado, creo que fue lunes de resurrección, de mucho sol y cielo azul, me encontré de casualidad con el poeta tuareg Hawad en la rue Gaston de Saporta; puede ser un falso recuerdo, pero tratándose de la segunda vez que lo veía en carne y hueso, creo en su exactitud. Diez años atrás, o tal vez doce, lo encontré en el mismo lugar, de inmediato me acerqué a saludarlo, y el hombre azul me saludó como si nos conociéramos desde siempre. Más aún, estoy seguro de que me adivinó el pensamiento porque, sin yo pedírselo (sabía que Hawad había estado en Saint-Nazaire), me pasó un cuaderno del MEET (Maison des écrivains étrangers et de traducteurs), que es una compilación de trabajos de los poetas reunidos el año anterior en el puerto de Saint-Nazaire, recomendándome enviar lo más rápido mi candidatura para ir al centro que, durante tres meses, alberga poetas del mundo entero. Uno dispone de tres eternos meses para escribir en las mejores condiciones: sin problemas de índole material, comida y lecho asegurados, en lo que podría ser una especie de montaña mágica exclusivamente reservada a poetas, como en la Fondation de Royaumont en el Val d’Oise, lo que dicten el trabajo y la inspiración; luego hay que dar una pequeña conferencia sobre un tema poético, y una parte de la producción sale publicada en francés en la revista del MEET, de difusión nacional. Aquella primera vez Hawad apareció impresionante a mis ojos, ataviado de lino azul ligero de los Hombres Azules, coronado por un African-look, los rasgos finos, afilados y la piel muy morena de los hombres del desierto. Esta vez me pareció pálido, desmejorado, pero siempre con las brasas de la poesía en los ojos y, por absurdo que parezca, me hizo pensar en August Strindberg el alquimista, ese Strindberg atormentado que escribió Inferno, a quien desgraciadamente no tuve el honor de conocer en carne y hueso. De inmediato anoté esta nueva coincidencia, ya que por estos días ando pensando bastante e incluso soñando con August Strindberg, por qué será; seguramente por Inferno, que fue para mí lectura capital, casi tanto como Une saison en enfer. «Todo poeta auténtico —pensaba— tiene que haber conocido realmente el infierno, la miseria, la enfermedad, la locura y la muerte; sino —y lo siento por quienes no han conocido estos epifenómenos del ser total— no son sino poetas aproximativos; ya que las únicas e inevitables pruebas de fuego son las mencionadas, todo salpimentado con mucho sexo, drogas y música, como pensaba Jim Morrison.» Vi esta vez a Hawad y me llevó un viento rojo. Fuimos a tomar él un café-crème, yo una pinte para comenzar, en el Bar-restaurante de mi amigo Omar, en la Place de Martyrs de la Résistance, cerca de la catedral. Me regaló un libro vertido al castellano, hecho por obra y gracia del Comandante Hugo Chávez, quien lo había recientemente invitado a Venezuela, con dedicatoria en tuareg. «Pero por ahora me siento como un negro agrio», dijo con humor y aliteración. Y yo, escuchándolo, estaba distraído, pensaba cojudeces históricas, los ligurios que hace siglos vivían en Aix, en las aguas termales, en los emperadores romanos que venían aquí para relajarse, en el Corso Mirabeau y en el Quartiere Mazarin (pasaban en ese momento unos italianos guapos, unas italianas mamacitas). «Los blancos malos me están enfermando», dijo Hawad. «Tú no sabes, el gobierno francés ha hecho explotar diez bombas atómicas en el Sahara, antes de ir a tirar su mierda en Moruroa.» No supe qué decir pues ya sea lo ignoraba, ya sea no me acordaba, pero en ese momento entendí muy bien lo que el poeta azul quería decir: que lo asediaban los demonios (¿nucleares?) y que necesitaba desintoxicarse de Francia, por decirlo así. Me sentí entonces muy cercano a él, lo supe hermano visceral, anárquico, explosivo, revoltoso permanente, como un poema con agua provenzal del Sahara que se mete por el ojo de la aguja y sale intacto como un viento rojo, como un atardecer sanguíneo en el Sahara, dirigiendo una caravana de guerreros azules. «Los dioses del desierto no permitirán tu destrucción, Hawad, estás pasando una prueba de fuego, una más, de pronto la definitiva, eso es todo.» En eso un loco, de esos que tanto abundan en Aix, que los del hospital piquiátrico Montperrin sueltan de cuando en cuando, se puso a gritar que se acercaba el fin del mundo, que Cristo había vuelto para destruir al Anticristo, que también estaba de regreso por este planeta. El poeta y yo lo consideramos muy en serio, bueno, yo al menos, sabiendo que la palabra bíblica es simbólica, metafórica, figurada. Pedí otra pinte de Heineken y Hawad se rio irónico consigo mismo: «El negro agrio está en una pesadilla», dijo. Le comuniqué entonces que se organizaba el mes de noviembre un Encuentro de poetas, en Chimbote ni más ni menos, y que yo movería cielo y tierra para conseguirle una invitación, y que movería cielo y tierra, también, para asistir, aunque fuese con ayuda del Anticristo. Algo hablamos de poesía, pero no mucho, y de manera divertida, sin el menor asomo de intelectualidad, ni gravedad, ni nada por el estilo, como dos Australopithecus afarensis del plioceno, ancestros de los Australopithecus africanus con quienes, al parecer, comenzó la emergencia del pensamiento conceptual. Recordé de pronto que el hombre original es africano, y que a medida que fue subiendo al norte se fue despintando y desarrollando otras formas de inteligencia, paralelas a otras formas de idiotez, hasta transformarse en el Homo sapiens sapiens, allá por el paleolítico superior. Me pidió que leyese un fragmento de uno de sus largos y explosivos poemas; lo hice con agrado y la traducción castellana me pareció muy buena, a pesar de que el libro, primero, había sido vertido del tuareg al francés, y luego del francés al castellano.
Hawad ha escrito muchos libros de poesía, una que otra novela, piezas teatrales, relatos; también practica la pintura y la caligrafía; sus obras han sido presentadas en Europa, en América del Norte y en África. Nacido en 1950 en el seno de una familia nómade al norte de Agadez, en un campamento de la tribu Ikaskazen al nor-oeste de Níger, el poeta define así su percepción del mundo: «Para el nómade, el pensamiento sólo existe caminando o cantando; y todo lo que es nómade debe ser ya sea cantado, ya sea caminado para ser considerado como tal.» Ha estudiado aplicadamente la Cábala, la geomancia, el cristianismo y los antiguos autores griegos, árabes e hindúes. Su poesía es extrañamente violenta sin ser agresiva, está llena de gritos, imprecaciones, voces plurales, cantos de asfixia, explosiones y también humor sarcástico; esto último me hace sentir totalmente cercano a él en la expresión. La poesía de Hawad, aunque de mensaje único —a saber: muerte a la infamia que el mundo tecnológicamente desarrollado de Occidente perpetra impune en los países del Tercer Mundo— es cambiante, movediza como la combinación de energías físicas y mentales en movimiento perpetuo, imposible que sean idénticas durantes dos instantes consecutivos. Estas energías expresadas con el grito nacen y mueren a cada instante de glosolalia poética, semejante a la de Antonin Artaud y tan explosiva como ésta en cada una de sus ramificaciones cargadas de dinamita semántica y fulgurante de imágenes. Naturalmente, Hawad quiere ir a México (¡y yo también!), en busca de los pasos perdidos de Antonin Artaud, hasta la tribu de los Tarahumaras, de la tierra roja y el sol negro originales; si mal no recuerdo, me dijo eso precisamente, que recién llegaba de México, y que quería aprender el castellano. «El castellano mestizo que se habla en nuestros países», pensé. En ese momento pasaron unos mexicanos, reconocí el acento y le dije: «Son mexicanos.» «Es increíble que puedas reconocerlos», se asombró Hawad; le expliqué lo del acento, tan fácilmente reconocible como el argentino, como el chileno, el colombiano, el venezolano, el peruano. Me pidió un papel y trazó un dibujito con unos toques de caligrafía: una línea que es una flecha doble; ésta va del poeta a la inspiración, traza una equis, la atraviesa y vuelve a su punto de origen; esto es lo que Hawad llama «aterrorizar la poesía»; junto a la flecha, pequeñas patas de insecto que parecen lluvia; más abajo un asterisco junto a un jeroglífico en tuareg; y encima de todo FRAN, Francia o los franceses, seguramente; le dije entonces que almorzáramos juntos, pero dijo el poeta que no tenía hambre, que hacía semanas estaba inapetente, otra vez con mucho gusto. Prometí escribir algo sobre su poesía, y por desgracia perdí el precioso libro que me dedicó, después de alguna juerga sabatina, de esas cuando me da por regalar todo lo que traigo encima, desde la plata hasta la ropa. Los comentarios que siguen son recuerdos de algunas páginas que leí.
Entre los aspectos fundamentalmente negativos del Cristianismo, podemos recordar la contradicción de base: el amor al prójimo de los orígenes transformado en la gran paradoja del mundo occidental capitalista: has de buscar tu provecho personal, egoísta, incluso en detrimento de los otros, de modo que no dudes en explotar y destruir: In gold we trust. Hawad, desde muy joven, rechaza los valores del Islam y, por extensión, de la religión en general, cualesquiera fuesen sus representaciones en las distintas culturas monoteístas. A todo ello, como un grito de protesta que nada tiene de arcaico, él opone, por ejemplo, la danza fúnebre del sol, título de un poemario, lo que me lleva inevitablemente a pensar, otra vez y siempre, en Antontin Artaud y el Tutuguri, el peyotl, los caballos, los cuatro soles y los guerreros de su delirio tarahumara. Otro título, Caravanne de la soif (Caravana de la sed) me lleva al de Arthur Rimbaud y sus Fêtes de la faim (Fiestas del hambre), donde el poeta come tierra, piedra, fierro:
Ma faim, Anne, Anne,
Fuis sur ton âne.
Si j’ai du goût, ce n’est guères
Que pour la terre et les pierres
Dinn! Dinn! Dinn! Dinn! Mangeons l’air,
Le roc, les Terres, le fer (…)
Les cailloux qu’un pauvre brise,
Les vieilles pierres d’églises,
Les galets, fils des déluges,
Pains couchés aux vallées grises! *
lo que me parece cae a pelo, porque pocos poetas tan nómades hay como Arthur Rimbaud, l’homme aux semelles de vent (el hombre con suelas de viento), el poeta máximo, el real poeta máximo de Occidente, después de Rimbaud el diluvio, el apocalipsis, la apocatástasis., todas las hecatombes, lo que sea, estoy seguro que Rimbaud, viendo los hongos de las explosiones atómicas en el Sahara, hubiese compuesto poemas escritos en el lenguaje que él ambicionaba, y que sólo realizó a medias, ya que la belleza y el lirismo de sus composiciones barren con todo, el famoso langage nègre. Sin exagerar pienso que, por momentos, en la poesía del poeta azul hay destellos de lenguaje negro —como los hay en los versos de todo poeta de raza—. Como si el poema, que debe ser visceral, forma oscura y amorfa en su germen, buscara la cristalización paulatina. El carbón, las fuerzas telúricas, las grandes compresiones geológicas, el plioceno, el pleistoceno inferior, el pleistoceno superior, para producir el diamante que, para siempre, conservará la humanidad como un legado de los que realmente la amaron. La respiración es la cosa capital, porque el estilo es, precisamente, una manera siempre nueva de respirar el lenguaje, que debe ser como la personalidad o la manera de hacer el amor. En la poesía de Hawad, no siento resentimiento alguno pese a su violencia imprecatoria. «No hay que acusar al capitalismo ni al comunismo sino al hombre; supongamos que el Mal, que es incoercible y cósmico, se haya simplemente manifestado en Rusia o en los Estados Unidos», parece decir. Al final ¿de qué se trata? Como artista, como poeta ¿cuál es la línea a seguir? «No ponerse en conflicto ni luchar contra el mundo, ni mucho menos tratar de cambiar el mundo, esto sólo engendra violencia, pasión, odio, codicia, ignorancia», creo haber leído en un libro de Henry Miller, quien sabiamente aconseja cambiar de mundo. Por momentos de alta intensidad lírica, Hawad realiza la desiderata milleriana, de donde curiosamente se excluye el tema del amor a la mujer, que suele ser esclavizante, y tiende sus brazos a un ideal de justicia, fraternidad y libertad. (También me resulta curioso, esto se parece tanto al Liberté, Egalité, Fraternité que preconiza el gobierno francés). Revolucionaria en su esencia como toda obra que se respete, la poesía de Hawad nada tiene de tradicional; la poética y lo poético forman un todo uniforme e indisociable. No hay tópicos, temas o lugares comunes, como el amor o el famoso carpe diem de Horacio que, siglos más tarde, tantos poetas utilizaron, Ronsard para empezar; tampoco hay esquemas narrativos ni retóricos; a lo sumo, se siente le mal de vivre, eso que los románticos alemanes llamaban Sehnsucht. Los territorios en los que irrumpe la palabra como un viento rojo son la belleza, la pasión y el éxtasis. Para muestra un botón, un botón solar y vital, siempre entre poéticas tolvaneras de viento rojo, allá en el Sahara.
Los cueros y los sables
Se untan con aceite de coco
Gelatina grasa derretida
¡Ánimo!
¡Para domesticar
los rayos del sol!
Oh mundo
¿Hasta qué riberas
de almas y cuerpos
puedes oler el pedo global
del turismo?
Allá como aquí
Veo a la viuda Temoust
Temoust la tuareg
Cuya grieta
De los ojos
O la rocalla de los pies
Desnudos
Son alimentados
Por las garras del siroco
Y los dardos del sol
El ocre mate de la epidermis
De sus hijos la tiene acorazada
Para enfrentar las sierras y las guadañas
De sus torturadores
Garras del siroco
Braseros del sol
Sobre los dardos de arena
Cepillos de basalto
Hocico de un cañón
Tapando el horizonte
Para coagular el sueño
Como un obús atascado
Entre el diafragma y la úvula
Todas las herramientas y todas las simientes
De esta vida de groseros pretextos falsos
Han tallado el rostro de Temoust
Y tú ¿todavía puedes soñar?
Armados con sierras eléctricas
Y con puñales alzados
Han vuelto ellos
Por las huellas de sus crímenes
A una sola voz
Han gritado:
«De la raíz de la úvula
hay que cortar todas las lenguas-arpones
desde la del poeta hasta la de la cabra
y de la salamandra de sus barrancas»
Y encima de la colina
Salamandra
Cabra
Y estertor del cuervo
Perpetúan las resonancias
De las cuerdas vocales rotas
Fuete de tornado
Los nervios de la lengua
Siguen golpeando el silencio
El eco con acentos de sílex comienza
El borborigmo de los guijarros
Oh tierra queja de bárbaro
Con la lengua cercenada
Oh lengua de las salivas de Satán
Cocinada despacio con el vapor del paladar
Y timbres de ají
En el país de los gritos de la penumbra
País de genio que llama a la montaña
Nosotros como la rocalla de nuestras mesetas
Mascullamos y garrapateamos
En la oreja de la piedra
De nuestros ancestros
Que nos comen la lengua
Una mezcla de sonidos y de signos ganchudos
Y ramosos como las garras de los buitres
Y hablamos
Con lenguas revoltosas
Como las pezuñas de las cabras de nuestras madres
Que ordeñamos en cuartos de ecos
Con nuestras bocas
Nuestras bocas llenas de hojas de vidrio
Y de palabras municiones
De las cosechas por venir
Y a medianoche cuando la luna
Ya no se inclina sobre el borde
Espejo-abertura de un pozo seco
Con nuestros muñones de lenguas
Ladramos
Estruendos de poesía afilada
Como la cresta del sílex
Hoja de vidrio
Y su lima de palabras
Balas apuntadas
A quemarropa sobre las sienes
Poesía-sílex cresta afilada
De voces cruzándose y entrecruzándose
Y otra vez un nuevo golpe
Voz sorda del entrechocar
Como el meteorito golpeando
La piedra de la determinación
En el país de las lenguas partidas
País de la palabra
Que va derecho
Hacia el eje negro
Curva rápida
Y de pronto media vuelta
Y la flecha regresa
Al arco de la lengua
Flecha y arco parten otra vez
Como un solo disparo rayo
Buscando donde golpear
El blanco que niega
Su deflagración
Setenta sombras caen
Vomitando sus entrañas
Y corre un hombre a socorrerlas
Y muerde su lengua
Tumbado en el torbellino de una ráfaga
Y erguido se reincorpora
Con los riñones humeando
Se traga la lengua
Un coágulo de sangre
Y de golpe parte
Hacia el cabo del sin retorno
Y al otro lado de la desdicha
La mujer rumia su placenta
Y su hijo es derribado desde el vientre
Por el trueno del obús
Atándolo al cordón umbilical
Que hasta aquí lo une
A las entrañas de su madre
Madre presa del arte-rebelión
Que recicla la muerte como un botín
Arma robada al enemigo
Ésta es la faz bonita
De abajo del país
De las lenguas ganchudas
En cuanto a sus alturas
Es otro cliché
Horizonte y cielo al infinito
Del tinte feo
Del azur
Y siempre negro del cuervo
Y su doble la mancha grisácea
Del buitre
Que acentúa la estridencia absoluta
De nuestro silencio
Un país entero de precio
Ecológico e higiénico
Con su paraíso mineral
¿no es verdad, turista?
¡Vete, rapaz!
Nada hay que visitar aquí nada
Qué contar todo está limpio
Y es étnicamente correcto
¡Fuera, periodistas!
Todo es limpio y tecnológico
Los cuerpos son quemados con napalm
Los cadáveres pura ceniza
Con la cooperación de las Naciones Unidas
Desierto-basalto
Cascajo-avalancha
Lava de nuestros cráneos
Y rocalla
Rechinar de huesos
Rebotando sobre las balas
Somos las hormigas
Sombras divagantes de una gangrena
Que se alimenta del vagabundeo
De sus molares
Ahora sobre mi hombro
La noche defeca el día
Y yo voy a pinchar
Los testículos inflados
Del búho pálido
De la hipocresía
* Mi hambre, Ana, Ana,
Se va con tu burro.
Si tengo gusto aún, sólo es
Por la tierra y las piedras
Din! Din! Din! Comamos el aire,
La roca, las Tierras, el fierro […]
Los pedruzcos que un pobre rompe,
Las viejas piedras de iglesias,
Los guijarros, hijos de diluvios,
Panes acostados en los valles grises!
© 2006, Miguel
Rodríguez Liñán
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