Eucaristía de Sant-Iváñez
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Miguel Rodríguez Liñán |
Soy discípulo del filósofo Dionisos y preferiría por supuesto ser un sátiro que un santo;
pero, antes, hay que leer estas páginas.
Ecce Homo, Friedrich Nietzsche
Antes de todo, una nota al vuelo; con frecuencia vuelvo a pensar en cierto pasaje del monólogo interior de Quentin Compton en The sound and the fury: cuando este Orestes faulkneriano evoca la autoemasculación de un campesino. Se nota la fascinación que sobre él ejerce la visión de la navaja. Es que Quentin quisiera no tener sexo, ser inmaculado, de modo tal que su amor, exento de deseo, sea moralmente lícito. Quisiera amar a su hermana con sentimiento angélico… pero no tanto, ya que Caddy es mujer, una bella mujer, y no un ángel; además, ya ha sido iniciada en las faenas sexuales, por eso Quentin se suicida, para cerrar el círculo de la exigencia moral, esa que castra. Ignoro por qué, pero estas son las primeras elucubraciones que se me han ocurrido luego de un primer vistazo al último poemario de Róger Santiváñez; otras ideas delirantes, también: «el verdadero amor de Dios es el incesto» o «el banquete del amor de Dios es la antropofagia»; o bien, para ya no andarse con rodeos: «Dios es un orgasmo perpetuo»… el martes 7 de marzo del 2006 a las siete de la tarde, en el 27 de la rue Granet —mi domicilio legal para despistar al enemigo—, luego de visitar la catedral Saint-Sauveur, recibí con alegría el libro de poesía hermética titulado Eucaristía#. Al cabo de unos mensajes por la internet, Roger me mandó su libro y yo le envié el mío, que lleva por título Calcinación. Fue muy curioso, pues con otras palabras nuestros libros bien podrían titularse Cielo e Infierno, respectivamente, de inmediato anoté el detalle con el objetivo de profundizar esta idea si viene al caso. Lógicamente pensé en el libro de William Blake, The marriage of Heaven and Hell, y me di cuenta que, con otras figuras y con otra simbología por supuesto, el Comandante y yo, curiosamente, estábamos hablando de lo mismo; sin haberlo leído aún integralmente —lo haré con lupa a medida que transcurra este trabajo— me atrevo a afirmar que en éste se resume y brilla con todos sus fuegos lo mejor de la producción, al menos hasta hoy, del notable poeta piurano; creo también que para Santiváñez cada día, y de pronto cada hora, cada minuto, cada segundo, es, poéticamente hablando, un proceso de santidad, o sea de erotismo en la más amplia acepción de la palabra. Lo que medio me desorientó, y que de inmediato tomé por un guiño probablemete humorístico del autor, es el pesado epígrafe (que felizmente atenúa asociándolo al argot) de Góngora, autor de una de las metáforas más feas para mi gusto, eso de las «gallinas de los campos celestiales», cinco palabras para referirse a las estrellas, que por lo demás no precisan de metáfora alguna; y aunque no viene al caso debo decir que Góngora, para mí, es totalmente ilegible, no logra suscitar en mi fuero interno la menor emoción estética, me suena hueco y ampuloso, pegado a la gramática para rematar; bueno, ya despejado el terreno de gongorismos, pongo en evidencia otra discrepancia, antes de analizar el poemario, para evitar cualquier malentendido; ha dicho Santiváñez que la única patria es el castellano; sé muy bien a qué se refiere (la pureza de la expresión, de pronto la corrección, la fuerza ancestral del lenguaje que hemos heredado), pero no olvidemos que en las Américas se hablan por lo menos, en idioma popular, el único vivo y vigente, por lo menos veinte variedades de castellano mestizo que poco o nada tiene que ver con el vernáculo de la madre patria, motivo por el cual, chochera, voy a abordar este estudio con el mayor desparpajo posible, poniendo en relieve la utilización que haces de la jerga o de los giros populares, como en esa enumeración del primer poema, Sajonia (acabo de darme cuenta que no lo es; yo había leído: «los bacanes / los templados / los fugaces adoradores del estío»; en verdad dicen los versos: los bacanes / los templados fugaces adoradores del estío), donde el canto del chilalo —un pájaro típicamente piurano, portavoz de la nostalgia— y las cimerias torres de alabastro y las mórbidas muñecas son, respectivamente, las torres del World Trade Center y las prostitutas; por Sajonia entiéndase: los Estados Unidos de Norteamérica donde, desesperanzado, prosigue el poeta su laboriosa existencia evocando emolientes y cantos en una iglesia de pueblo en la patria. El poeta, deliberadamente, mezcla registros, hay un contraste de registros cuyo efecto es el oxímoron sintáctico, utilizando vocablos ya bastante polvorientos del llamado Siglo de Oro (alabastro, férvidos, estío, ascua, camposanto) y los confronta con palabras que pudieran figurar en un Diccionario de peruanismos; para mí, el efecto es erótico —como una bella aristócrata española profiriendo palabrotas. Por otro lado, siempre deliberadamente, incurre en la formulación del verso oscuro, hermético, como: los rieles de la pátina invisible donde reinan —infelices— los moros destruidos. O aquel: Allí en barcas insurrectas veo a Nívea… Es bastante probable que en el primero se refiera a los talibanes y al Islam, y que el segundo sea una evocación de un episodio feliz de pubertad en algún río de Piura, donde los muchachos voyeurs espían a la sensual Nívea, de pronto una negra. Me parece claro que en Eucaristía, Santiváñez oscurece el contenido como una consecuencia de su búsqueda de lenguaje apropiado para expresar eso que lo atormenta en Sajonia, por eso se aferra a Hispania. Aquí entramos en terreno resbaloso, porque veo en este primer poema las grandes sombras de aquellas potencias que expoliaron y asesinaron tanto en las Américas, potencias que pueden considerarse en este sentido como las peores, los más sañudas e implacables enemigas de los «indios» originales del continente del que se apropiaron en nombre de Dios. Sin saberlo, el poeta es tironeado por ambos monstruos, pero no podrán matarlo; sus armas, aparte del discurso poético en sí, en su totalidad, serán variadas y eficaces en su combate contra el mal radical: Eros y su secuela refinadamente perversa de neologismos, latinismos, anglicismos, hispanismos, galicismos, brasileñismos, quechuismos, italianismos y argot; también la preeminencia del cuerpo —que de algún modo es el cuerpo crístico, el Corpus Christi—, para quien reclama, como un himno a sí mismo, le restauren la redorada magnitud de mi persona. Por otro lado, el elemento subversivo por excelencia, el cuerpo, estalla en una deflagración de frutas y matemáticas: y el despropósito cunde cual manzanas / por Newton envueltas en granadas. Cuerpo y corazón, como espada y escudo, defenderán con brillo y brío al poeta… esto me recuerda la frase de Novalis, esa que afirma que el cuerpo es la herramienta para modificar el mundo, pero también aquello de Nietzsche: el hombre anda a medias entre el bufón y el cadáver. En cuanto a la oscuridad del corpus poético, dice Wittgenstein: «El lenguaje tiene entonces un sentido, el mundo tiene entonces un sentido, y sin embargo éste se encuentra fuera del lenguaje, fuera del mundo. El sentido de lo decible es indecible. El lenguaje no puede expresar eso que lo convierte en lenguaje.» Este fuera del lenguaje, fuera del mundo, es el discurso poético, o sea el metalenguaje.
La Eucaristía es el banquete sagrado, es Jesucristo sacramentado en la comunión de la misa, cuya mise-en-scène consiste en perpetuar el sacrificio de su muerte; la misa es una renovación sacramental del sacrificio de la cruz sin derramamiento de sangre, pues el Cristo se encuentra ya en estado glorioso. La Eucaristía es la operación mágica en la cual el pan y el vino simbólicos se transmutan realmente en el cuerpo y la sangre de Cristo. Dos cuerpos gloriosos existen, el del Redentor y el de la Virgen María; el cuerpo glorioso es belleza y esplendor. Curiosamente, el Cristo se muestra por primera vez, con toda certeza desnudo, a las mujeres (Marcos 16, 1) (Lucas, 24, 1). Las mujeres no son creídas («las palabras de ellas les parecieron —a los apóstoles— puros cuentos», Lucas, 24, 11); sin embargo ellas han sido los primeros testigos de la resurrección, que es la unión del cuerpo y el alma separados por la muerte, la cual aboca los cuerpos a la corrupción; el cuerpo de gloria es, pues, la antípoda de la corrupción, su correlato opuesto. La transfiguración en Cuerpo de Gloria (Filipenses 3, 21) o Cuerpo Espiritual (Corintios 15, 44), ocurre en un instante, después de la Trompeta que anuncia el fin (Primera Epístola a los Corintios 15, 51-52). En vida, el Cristo ha sido alimento concreto y material, el Corpus Christi es: Ego sum panis vitae: «Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná del desierto y murieron; éste es el pan que baja del cielo, para quien lo coma no muera. Yo soy el pan vivo, bajado del cielo. Si uno come de este pan, vivirá para siempre; y el pan que yo le voy a dar, es mi carne por la vida del mundo. Si no coméis la carne del Hijo del Hombre, y no bebéis su sangre, no tenéis vida en vosotros. El que come mi carne y bebe mi sangre tiene vida eterna, y yo lo resucitaré el último día. Porque mi carne es verdadera comida y mi sangre verdadera bebida. El que come mi carne y bebe mi sangre, permanece en Mí y yo en El. Lo mismo que el Padre, que vive y me ha enviado, yo vivo por el Padre; así, también el que coma vivirá por mí» (Juan 6, 48-57). A esto podemos añadir: «Mientras estaban comiendo, tomó Jesús pan y lo bendijo y partió y, dándoselo a sus discípulos dijo: «Tomad, comed, este es mi cuerpo». Tomó luego una copa y, dadas las gracias, se las dio diciendo: «Bebed de ella todos, porque esta es mi sangre de la Alianza, que es derramada por muchos para el perdón de los pecados» (Mateo 26, 26-28). Y: «Hagan esto en memoria mía» (Lucas 22, 19); también: «Yo soy la vid; vosotros los sarmientos; el que permanece en mí y yo en él, ese da mucho fruto; porque separados de mí no podéis hacer nada» (Juan 15, 5). Para concluir, esta misteriosa declaración: «Y no vivo yo, sino es Cristo quien vive en mí; la vida que vivo al presente en la carne, la vivo en la fe del Hijo de Dios que me amó y se entregó a sí mismo por mí» (Gálatas 2, 20), lo que deja suponer que todos los cristianos, ni más ni menos, son el mismo Cristo, por eso me refería líneas arriba al Corpus Christi del poeta. Este, mientras tanto, multiplica sus ataques a Sajonia y reivindica los valores del terruño: Aquí es el tono de la franca indiferencia / aquí la pista en que Juan murió atropellado en contraposición a: más canchita exigieron los designios / duraderos —más paltas— más queridas. Antes de continuar el estudio, citemos el primer poema de cuerpo entero:
SAJONIA
Sajonia me busca intensa / débil
Como las plumas de Adán
A quien vi desnudo en las cimerias torres de alabastro
No conozco su padre ni su madre
Sólo sé que viven aplazados en la desunión de entreríos
Férvidos procaces emolientes azúcares limeños [¿los pitucos?]*
No me gusta la palabra ennegrecida [el verso hermético]
Tampoco los rieles de la pátina invisible
Donde reinan —infelices— los moros destruidos
Los bacanes / los templados fugaces adoradores
Del estío. Allí en barcas insurrectas veo
A Nívea / recordando sus placeres pervertidos
Ninguno es como el nuestro [¿la masturbación?]
Ninguno cabe en el corazón
Se derrite el detritus por mórbidas muñecas
En biscuít desaliñadas [¿las putas del Siete y medio?]
En Sajonia aún no existo
Soy el carmen que canta en el canto del chilalo [Piura]
Soy el ascua de mi sombra desfilando
Directo al camposanto
Es de noche en la mansión
Y el despropósito cunde cual manzanas
Por Newton envueltas en granadas
* los corchetes son míos
Luego de este grito de guerra, el poeta entona un cántico a Eros, a la masturbación, que puede resumirse como una oda al falo y un canto de amor. La composición consta de cinco poemas en los que se barajan elementos disímiles como: la visión de la mujer (piel de aquella desnuda / perfección), visiones de pronto orgiásticas, de hombre con dos mujeres (Imposible caricia / deliciosa amante / de mi amor búscala / entre sus delicados / brazos rodeando mi cuello), metáforas felices como dátiles jugosos para designar los ojos, tan distinto de las horribles gallinas de Góngora; la mención de lo sentimental como un estorbo, ya que el sentimentalismo es un hijo bastardo de la intelectualidad (lágrimas secadas / para esta música / combinada imperfecta- / mente a tu oscuridad / sentimental) (nótese eso de mente imperfecta), credos poéticos, cielos, monogamia, poligamia, mares, otros cielos y siempre amor.
CÁNTICO
1
Salutación íntima
Soy surtidor purísimo /
Brota a borbotones
El agua de mi doncel
¿Quién es él?
Es mi príapo mortal
En mi salina canción.
Hacia él voy con mis
Olas frescas de luz /
Hacia él para nada
Por su amor de mujer.
Más claro no canta un gallo, como dice el filósofo.
En el comienzo era el Verbo, y el Verbo era Dios, ya se sabe. Pero para recordárnoslo, el poema principal que da título al libro, Eucaristía, compuesto por trece fragmentos, empieza con una invocación a la poesía, o a la Musa, como al comienzo de La Odisea. Con el dedo del corazón, el aeda invoca al Verbo, como si el corazón, el «bobo», y no la inteligencia, fuera el instrumento de conocimiento. La invocación del cielo —azur bóveda ingrávida perfección— es bastante lograda si de castellano elevado se trata —está hecha con palabras sabias, directamente venidas del latín—, pero adolece de ligereza, sin descartar la posibilidad de un guiño irónico del autor, que pone palabras metálicas sobre lo intangible. Lo que sigue es muy audaz, ya que hace alusión al sexo de la mujer, al cunnilingus, y al dolor de amar a una mujer con telón de fondo de atardecer en Piura, el paraíso perdido. En todo el poema prevalece un deseo de eternidad, con paisajes de vulvas y cópulas; por momentos el amante sube hacia el aliento de la hembra, sobrecogido y temeroso, como va un trovador al encuentro de su Dama la Reina. El quinto poema menciona a un misterioso Fluxus —cuya sonoridad me hace pensar en el dios Abraxás— quien se manifiesta con el viento, o, mejor dicho, en la memoria del viento inmemorial, donde éste se confunde con la Divinidad (¿Abraxás?). En ese silencio, surge la vulva matricial y amante, no la devoradora de hombres1, no Astarté. De pronto, la intrusión de la jerga en me rayo, del verbo peruano rayarse. Veamos: el poeta se raya ante la visión de la vulva (de miel rosa oscura tejido frambuesa), pero de manera casta, por lo que se puede inferir que la inspiración viene de ella, y también de la soledad, del sexo mental. Respecto al rayo, el poeta tuareg Hawad me explicó un día lo siguiente: «Hay que conducir todo a la explosión, al rayo de un estado de ánimo preciso, que puede generar una historia. No hay poema, sólo hay unidad poética; la ola poética que nos atraviesa, hay que vencerla y devolverla al origen para construir un rayo de luz; hay que transformarla en viento rojo; porque el cuerpo es una flor que recibe el trueno, el relámpago y el rayo de la inspiración que la iluminan y alimentan pero no destruyen; en lo que me concierne, esto se manifiesta artísticamente como una furia gráfica gestual y sonora. Como poetas, nuestro deber consiste en hacer explotar las emociones para sentir otra particular; no debemos ser víctimas de la emoción, que es una descarga eléctrica, que es un rayo; hay que devolver ese rayo a su origen y atravesarlo como una tempestad, rompiendo el tiempo, rompiendo la trayectoria, como una multitud de tiempos, tonos, emociones contra la poesía; porque de esto se trata: de aterrorizar la poesía.»
Hay un efecto de gradación a medida que evoluciona el texto y, en regla general, Santiváñez es muy afecto a esa figura estilística, tan raramente utilizada por los poetas, que es el anacoluto, o sea la ruptura de construcción en la frase, el brusco cambio de tema que, de manera súbita y sorpresiva, lleva al lector-navegante hacia puertos insospechados; en cuanto al delirio precedente en torno a la palabra rayo, al utilizar este vocablo en dos acepciones distintas, se trata de una antanaclasis; menciono esto porque el corpus entero de Eucaristía pulula de tropos y figuras literarias del más variado pelaje, recurso que hace ameno un texto de vocación hermética; otra figura utilizada con frecuencia es la analepsis, o sea el retorno al pasado, el flash-back, como en las constantes alusiones a la infancia y pubertad en el paraíso de Piura. Sobre la gradación: Sajonia, en el sexto fragmento, se convierte en Vulcaína la incandescente, la hembra de Vulcano saturada de cocaína. El poeta se presenta como un Moro (¿un ángel exterminador, de esos que tumbaron las torres del World Trade Center? ¿o acaso un Príncipe del Cielo?); después de todo ¿por qué no? En el reino celeste de Muhamad, Alá tiene reservado para sus elegidos un auténtico paraíso con setenta vírgenes dispuestas que ejecutan la danza del vientre, vestidas de tules y ajorcas, descalzas, al borde de albercas y oasis, bajo la sombra bienhechora de las palmeras, en un jolgorio de banquetes con corderos asados y toneles de vino santo y perpetuo. En el paraíso de Alá, asistimos a la reunión ideal del mundo griego: Eros y Agape. Es así como el poeta se defiende del pesimismo y la desesperanza que lo agobian; con dos formas de una inteligencia que parece al acecho de sí misma, es decir, por intermedio de la ironía y la sapiencia. Y no se olvida de César Vallejo; el verso: Poesía yo sé tú lo sabes lo sabe el pueblo, es un recordatorio de Vallejo: «Todo acto o voz genial viene del pueblo y va hacia él», que solía recitar el poeta Nicomedes Santacruz en un programa dominical. (No sé por qué, la mujer alegórica o la vulva ideal que tanto se menciona me parece una mujer no para un solo hombre, sino para toda la especie masculina, lo que, irremediablemente, me lleva de nuevo a pensar en Nietzsche: «¡La humanidad! ¿Habrase visto vieja más horrible entre todas las horribles viejas?» En Eucaristía, si de humanidad se trata, se siente que el bardo aspira a una humanidad joven, sensual, alegre, inmoral; por juventud, entiéndase un estado de espíritu óptimo; por alegría, espontaneidad, risa y un poco de desorden; por inmoralidad, el arte de ser niños (por si acaso: poeta que no es niño, aunque no sea malo, siempre será un poeta aproximativo).
EUCARISTÍA
6
Así entramos descalzos a tu mundo Vulcaína
Danos el reino urbano donde mora la
Incertidumbre cierta como mi vida de Moro
Te pedimos a través de esta diáfana celestía
Vuelvas a la luz de la que en su seno
Brotaste rebelde como adolescente en plena
Crisis corpus sombreado por el árbol más
Bello del campo dorado en que el orín
De los ángeles llovía dulcemente en mí
Mi ser expreso digo es música
Ritmical session perdura perdona
Poesía yo sé tú lo sabes lo sabe el pueblo
Débiles e infelices son víctimas seguras del amor en el sentido que son los más vulnerables, los más susceptibles del peor de los enamoramientos: el romántico, tan melifluo, tan sentimental, tan devaluado. «Yo imagino un amor que hable al revés: un amor pagano liberado de taras», parece imaginar el rapsoda. O: «el tiempo abolido por el amor. El instante. El olvido. La analepsis y la prolepsis. El estado permanente de vida y de muerte: la creación.» Y no olvidemos lo que decía Rimbaud: «L’amour est à réinventer, on le sait.» «Según nuestras ideas, verdaderamente revolucionarias, amar no es nada ni basta; todo el asunto radica en sentirse y saberse criaturas del amor.» Reza el fragmento 7:
Vox Dei allegrum Vulgus* —dijo Pound
En el arte de la poesía en la noche
Nosotros elevamos un cántico hacia ti
Para ser quechuas o sea bien
Llamas en llamas se incendia mi país
4 paredes albicantes** de su celda Vallejo
Y en el rocío
De la familia en la madrugada se
Confundió reconociendo
A los vecinos y notarios públicos que diga
Púbicos tus bellos versos leídos en el
Recital de tu Velvet Underground***
* La voz de Dios es la alegría del pueblo
** Agringadas
*** Terciopelo subterráneo
El divino Ezra Pound, gran conocedor, entre otras, de los trovadores y de la lengua occitana, ha dado su definición del paraíso, que Onetti utilizó para titular una de sus novelas (Dejemos hablar al viento): «Do not move / Let the wind speak / That is paradise».
El fragmento 8 comienza con un verso que es, también, la ars poetica de Paul Verlaine («De la musique avant tout»): Pentagrama clave de fa, con sus respectivas aliteraciones y asonancias: Ser el amor ven tel mabel la miel tienes; y termina con la mención del pez, la primera alegoría de los cristianos originales.
El fragmento 9 sigue refiriéndose, familiarmente como corresponde entre poetas, a Ezra, le dice Ezrahíta, como decirle Serafín o Seraphita, chocherita o patita (¿Cuál es la pila, chocherita Sandoval? ¡Rayovac es la pila!), cantándole siempre a la belleza, a la noche, al orgasmo.
El fragmento 10 es el más osado (¡suavena con quáker, chochera!), veremos por qué:
10
Ese divino hoyo*fiebre de una nueva
Oh este es el rosa & palo santo*
Madre me lloraba bajándome vorágine*
Eres mi mejor devota la más
Dulce & suavena militante de
Este corde pudibundu
Sine qua non óbice oratorio
Seguro nota musical delicada
Mae te amo te quiero con*
Mi soledad que se vuelve hermosa
Cuando rosa se abre & se cierra*
Como tu risa en la boca que puedo
Tocar sólo como estilo para vivir
* La vulva
* El falo
* ¿Deseo inconsciente de incesto?
* Ídem. Curiosamente, en francés con quiere decir concha.
* Vulva-boca
* Boca-vulva
En el fragmento 11, mencionando a Heraud y a Hinostroza, el vate piurano da un vistazo algo desencantado a sus ilusiones políticas de antaño, pero no se arrepiente en absoluto, sólo constata su acción (la fuga) o su inacción (la guerra); concluye definiéndose y negándose como lumpen, esto es: como marginal —como los poetas idiotikos que el aburrido Platón sugería expulsar de la República, recinto de los politikos.
El penúltimo fragmento lo veo como un cuadro amazónico en la Piazza San Marco, bañado de luz entre góndolas y música de Vivaldi, como agobiado por la pesada luz del trópico ausente; aquí se vislumbra el acercamiento —¿definitivo?— del poeta al mar, símbolo de infinito.
El fragmento 13 —número cabalístico— es apaciguado, el poeta parece haber recobrado la calma frente al mar o en el mar, una noche fresca de verano en la costa norte del Reino del Perú.
13
La dulzura de tu plácida sagacidad
Estrategia puramente documental
Sombra impura desnuda como el mar
Sume sus ondulantes resacas espumosas
No sé qué es esta poesía o canción egoísta
Solitario afán que no pueden mis manos recrearte
Estación iridiscente
Fresca ambrosía
Chimbote
Centre d’hébergement d’urgence de la Croix Rouge,
Aix-en-Provence, el 8 de mayo del 2006
# Santiváñez, Róger: Eucaristía, Tsé-tsé, Buenos Aires, 2003; 47 pp.
1 Cita que Denis de Rougemont, autor de L’amour et l’occident, atribuye a Ernskine Caldwell en Tobacco’s road.
«Ya estamos hartos de sufrir por ideas, por ideales, por pequeñas hipocresías idealizadas y perversas que ya no engañan a nadie. Vosotros habéis hecho de la mujer una especie de divinidad coqueta, cruel y vampírica. Vuestras mujeres fatales y vuestras mujeres adúlteras y vuestras mujeres resecas de virtud nos han malogrado la alegría de vivir. Nosotros nos vengaremos de vuestras «divinas». La mujer es antes que todo una hembra. Nosotros la haremos que se arrastre sobre el vientre hacia el macho dominador. En lugar de cantar el amor cortés, cantaremos las trampas que tiende el deseo animal, el dominio total del sexo sobre el espíritu. Y la gran inocencia bestial nos sanará de vuestro gusto por el pecado, esta enfermedad del instinto genésico. Eso que vosotros llamáis moral, es lo que os vuelve malos, tristes y vergonzosos. Eso que vosotros llamáis basura, he allí lo que puede purificarnos. Vuestros tabúes son verdaderos sacrilegios contra la verdadera divinidad, que es la Vida. Y la vida es el instinto liberado del espíritu, la gran potencia solar que tritura y magnifica al individuo fecundo, a la bella bestia que da rienda suelta a sus pasiones.»
© 2006, Miguel
Rodríguez Liñán
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