Celda No. 6Sobre la poesía de Jorge Torres Medina |
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Miguel Rodríguez Liñán |
Estos apuntes no tienen, por supuesto, ninguna pretensión exegética; constituyen un simple estudio referencial, comparativo —a veces tironeado por los cabellos estilísticos— con algunos pasajes del Evangelio según San Juan, único instrumento de pensar del que ahora dispongo, de nuevo internado en el hospital psiquiátrico —una violenta depresión aguda que ahora no viene al caso—. Para liberarme de estas cuitas pasajeras, recuerdo con alegría la reunión en casa del pintor Miguel Ángel Reyes, en la rue Mouffetard, allá por el milenio del 2002, cuando nos juntamos con algunos de los muchachos para una lectura de poesía que resultó, también, prodigiosa en libaciones. Estaban presentes: Efer Arocha (vestido de marrón, con camisa celeste, enarbolando una corbata roja), Mauricio Vidales (idéntico a un vikingo vallecaucano), Miguel Ángel de negro íntegro, Pablo Montoya, Hugo Figueroa, Anouk Guiné, Pepe Velarde, Miriam Montoya, Mario Wong, Doris Weil, Jorge Torres, quien escribe y otros más, de modo que de la poesía pasamos al bailongo. No sé por qué me pareció que, haciendo esto, pasábamos de lo sagrado a lo profano, y se apareció en mi mente la cuan querida figura de Julián el Apóstata, ese emperador romano de Constantinopla que intentó restaurar el paganismo luego de la adopción del cristianismo realizada por su tío Constantino el Grande. En esa época, Jorge trabajaba distribuyendo periódicos y volantes publicitarios en las crudas madrugadas parisinas —bellas o implacables, o ambas cosas juntas, siempre—. Doris, Miriam, Pepe y yo nos tomamos unas penúltimas cervezas belgas en la Plaza de la Bastilla; luego creo que fuimos a casa de Doris y que llegó Jorge al amanecer, y salimos a observar con Pepe las oriflamas matutinas, buscando la boca del metro, felices y ebrios. Tiempo después Jorge logró, luego de múltiples gestiones, publicar su poemario titulado Versos líquidos* en edición bilingüe, excelente, realizada por Doris Weiler y gracias al Centre National du Livre, que le había otorgado, meses atrás, una bourse d’encouragement. Dicha beca está destinada a los escritores primerizos de cualquier idioma, con la condición por supuesto de que las obras hayan sido vertidas al idioma francés. Hay un prefacio de Claude Couffon; el erudito traductor y letrado señala aspectos que conciernen el libro en sí mismo; señala igualmente la justeza y lo preciso del arte de traducir de Doris Weiler… pero en estas líneas me voy a ocupar de otra cosas: aspectos del poemario que me parecen comparativos o aproximables al Evangelio según San Juan, el cual afirma entre otras que no existe amor más grande que el de dar la vida por los amigos (Juan 15, 13).
Sean los versos:
Transito entre ruinas
Las vigas del castillo
Reino de las palabras
… se desploman …
Y el poema Carcelario:
En la cárcel del ser
Vive el desahucio
En la cárcel del cuerpo
Se conjuga la guerra
En la cárcel del ser
Seca la humedad
En la cárcel del cuerpo
Envejece la nada
Presa de la desesperación, el poeta, cautivo, masca chicles negros de suicidio; tanto así que olvida que el cuerpo no sólo es cárcel sino templo. Recuerdo con emoción esas épocas tan difíciles para Jorge: pobre, despojado de todo, desahuciado de sí mismo, constatando las paulatinas y oh cuán visibles miserias de la fisiología, de la vejez ineluctable, tironeado por ángeles y demonios (En la cárcel del cuerpo / se conjuga la guerra). Yo sentía eso, también, en mi fuero externo e interno —las canas, las arrugas, los estragos de mi hígado —y por eso lo llamaba para que almorzáramos juntos, reírnos, hablar huevonadas, mamarle gallo a la puta vida, salud compadre. Al mismo tiempo, pensaba preocupadísimo en la suerte del poeta Mauricio Vidales, quien había fugado a España luego de una dolorosa separación. Creo sin vanidad que en aquella miseria implacable me fue posible comer alimentos que otros desconocen, que son los alimentos del espíritu. «yo os he enviado a segar donde vosotros no os habéis fatigado. Otros se fatigaron y vosotros os aprovecháis de su fatiga» (Juan 4, 38). Aquí tocamos otro punto esencial, que no será desarrollado por recato y respeto, que es el trabajo. Desorientado dans les lacs mucilagineux de su indigencia, el poeta acude al tópico cárcel-cuerpo y olvida el tópico divino: el cuerpo-templo. Ahora sí podemos empezar: En el comienzo era la Palabra, y la palabra estaba con Dios, y la Palabra era Dios. Ella estaba desde el comienzo con Dios. Todas las cosas han sido hechas por Ella, y nada de lo que existe ha sido hecho sin Ella. En ella estaba la vida, y la vida era la luz de los hombres. La luz brilla en las tinieblas, y las tinieblas no la han recibido.
Reza el poema Olfativo:
En el verano
Un olor persistente
El olfato se acrecienta
La palabra se anima
Cálida es la vida
Pasajera la dicha
Asumo lo perecedero
Riguroso es el ritual de la pena
Aquí, los cinco sentidos, que son las cinco puertas del cuerpo-templo, se abren como rosas —como las cinco cualidades del cuerpo glorioso, ese que tendremos después de la resurrección, cuyas virtudes son: la agilidad, la sutileza, el brillo… (las otras dos no recuerdo)—. Ese olor persistente (tenaz) del verano que azuza el don del olfato, recibe la palabra. Se convierte en los blancos y dorados trigales que unos han cultivado y otros segarán (Juan 4, 38), y por qué no imaginar en las inmediaciones a Ruth y Booz pronto flechados por el amor, y también un ruiseñor (el de Keats y el de Borges, el gran ruiseñor platónico), y también un cuervo azul. Sereno en apariencia, el poeta Torres se expresa con aforismos, constata lo pasajero de la vida, o sea la eternidad del instante; pero no hay porqué apurarse: al comienzo era la Palabra, el Verbo, y la Palabra y el Verbo eran Dios y estaban con Dios y nada era posible sin la Palabra ni el Verbo de Dios.
Escribe Jorge:
Aguda
Grave
La palabra
El árbol añejo
De espesa savia
Encuentro un choque como ríspido entre los vocablos aguda y grave, pero esta impresión corresponde seguramente al viejo árbol de las genealogías, de los ancestros, de los manes y muertos que llegan con voces suaves a oídos del poeta, que lo alivian, que lo aconsejan y tutelan, porque es muy importante esto de escuchar la voz de los muertos. Mientras tanto, el poeta ruiseñor que se cree cuervo azul contempla con acuidad la tarde, hora de brujos. Sobrevuela su espíritu sobre los sarcófagos de sus muertos sagrados que fulguran para siempre en las criptas de la memoria. Esto es: «Si no entienden las cosas terrestres, ¿cómo comprenderéis las cosas celestes?» (Juan 3, 12) y aquí interviene el agua de los versos líquidos que servirán de intercesores, de nexos, de puentes. Esta será la función del agua. Me vienen a la mente unos propios versos titulados irónicamente (en épocas de gran pobreza) la función del vino, que tanto le gustaban al monje Pablo Herrería; cuando la transformación de aquella en este, tal será la función; luego trataremos, si viene al caso, de abordar el tema de la carne y la sangre reales del Cristo, en el sentido de antropofagia, figurada por su sacrificio. «Yo soy el pan de la vida. Vuestros padres comieron el maná del desierto y murieron; pero este pan cae del cielo para que el que lo coma no muera nunca. Yo soy el pan viviente que ha bajado del cielo. Si alguien come de este pan vivirá eternamente y el pan que yo le daré es mi carne, que la daré para vida del mundo» (Juan 48, 51). Y añade: «En verdad os digo, en verdad os digo, si no coméis la carne del Hijo del Hombre y si no toman su sangre, no tendrán la vida en ustedes; aquel que come mi carne y que bebe mi sangre tendrá la vida eterna, y yo lo resucitaré el Día del Juicio. Porque mi carne es en verdad alimento y mi sangre verdaderamente un brebaje. Aquel que come mi carne y bebe mi sangre permanece en mí, y yo permanezco en ellos. Como el Padre que está vivo me ha enviado y yo vivo por él, así el que come vivirá conmigo. Este es el pan que ha bajado del cielo. No es como el maná de vuestros padres que lo comieron y murieron. El que come de este pan vivirá eternamente (Juan 53, 58)… (como el ruiseñor de Keats).
Reza el poema Antropofagia:
Avidez desmesurada
Obsesivo diente
Papila excitada
Olor a muerte
Vientre ondulado
Tripa de hiena
Ojo lechoso
Siquis de piedra
Glóbulo escaso
Huesos y tierra
Nieva en silencio
Bruma en la era
¿De quién, en los primeros versos? Y luego de la visión, el silencio de sosiego y nieve.
Reza el poema Brebajes:
Los hombres se embriagan
Los poetas liban con los brujos
Bebidas prohibidas
Amargas y espesas
Aptas para exudar del cuerpo
Al único enemigo persistente
La muerte que igual que dios
Está conspirando en las esquinas…
Saltando al tema paralelo, podemos resumir diciendo que el Cristo es un subversivo peligroso —como todo poeta auténtico. Viola la prohibición del sabbat operando un milagro ese día —por eso también quieren matarlo, y porque se dice Hijo de Dios. Y por sus extrañas declaraciones: «En verdad os digo, en verdad os digo: el Hijo del Hombre no puede hacer nada por sí mismo, sólo hace lo que ve hacer al Padre. Y todo lo que hace el Padre, el Hijo lo hace igualmente» (Juan 5, 20). En lo concerniente al trabajo, es categórico. No hay que trabajar sólo para el sosiego alimenticio (tripa de hiena); también hay que trabajar por el alimento que no perece, por aquel que subsiste para la vida eterna. Por lo demás, que se sepa, el Cristo nunca trabajó. El es condenado por la ley judía y, con toda certeza, de este hecho proviene esa «maldición» que pesa sobre este pueblo.
El breve poema —consta de dos versos —dedicado a Bob Marley, conjuga palabra, agua y aire: música.
Tú cautivador de la vida
¿cómo te dejaste encantar por la muerte?
Es que la muerte es fascinante; y aquí se refiere al impulso de autodestrucción que también fascina (encanta) —o del que es víctima el propio poeta.
Reza el poema Creo en dios:
En ese que sale de mí
Y de los otros
En ese hecho vital
Que mata la soberbia
Que limpia y entonces
Distingue
Lo que no es un dios
Lo que no es un hombre
La muerte de la soberbia es el comienzo de la humildad… ¿o de la divinidad? Esta sería un ente secretísimo, totalmente oculto, tal vez múltiple —todo lo contrario de los tiranos y sátrapas yoístas—, invisible como los ángeles, y no demasiado inteligente, al menos en el sentido analítico, para despistar al Demonio, pero sobre todo para ocultarse mejor en la muerte del yo…
Ese hecho vital
Que mata la soberbia
Ese que opera milagros como el trastocar el agua en vino durante las bodas de Canaán, la curación del hijo de un oficial… Había una piscina llamada Bethseda en el centro de cinco pórticos; bajo estos yacían enfermos, ciegos, cojos y paralíticos que esperaban el movimiento del agua, porque un ángel bajaba cada cierto tiempo, agitaba el agua, y el primero en tocarla era curado… ese que opera la multiplicación de los panes y los peces, ese que camina sobre las aguas… ¿Y a la hora del hambre? No seas quejoso, poeta de Chiquinquirá, porque a esa hora comíamos pollos, peces, conejos, bistecs, verduras, legumbres, papas y arroz, ensaladas suculentas… secos de cordero, escabeche de caballa, guisos, costillas de ternero y buenos vinos hasta ese día que casi te da un ataque al corazón y debimos llevarte al hospital Ambroise Paré, allá en el Barbès-Rochechouart de los ladrones.
A la hora del hambre
No tengo alimento disponible
He perdido la cesta
Con todos los manjares
Que en un sueno me dio un lobo
Precavido por el devenir de mi cuerpo
Calculé mis provisiones
Pero mientras dormía
Fui despojado de mi plato favorito
Ahora en la vigilia
A la hora del hambre
Busco al lobo
¡El hermano lobo era yo, Torrejas pendejo! Otro lobo, pero de distinto pelambre, es el nictálope Efer Arocha, lector de los buenos. A él Jorge le dedica con amistad y cierta ironía —esa que solemos ejercer entre nosotros los muchachos— de manera socrática, para recordarnos, a todos, nuestra necedad de los malos momentos. Es un poema de amistad: la forma más sutil del amor. La gran virtud de la amistad como en las épocas de Sócrates, cuando le debíamos un gallo a Esculapio, esto es, siempre mamándole gallo a la vida.
Reza el poema Saber:
Saber que el sabio cree saberlo todo
Saber que nunca serás sabio
Creer apenas en el infalible
En el verdugo que no sabe cuánto sabes
Creer y no creer pero saber también
Que sólo tú sabes cuánto te falta
Composición que se encadena con otro poema dedicado a la misteriosa y única (¿o múltiple?) divinidad.
Geométrico
Un señor propietario del universo
El hombre devorando su morada
Un profano exiliado en el miedo
Un triángulo escaleno
Escaso ángulo
El ser etéreo
Esa declaración de Jesús que tanto molesta a judíos y fariseos, quienes lo buscan para matarlo: «En verdad os digo, en verdad os digo de que antes de que Abraham fuera, yo ya era» (Juan 8, 58), así como esa otra, más dura aún en la que les dice que son unos ineptos, unos ciegos y sordos incapaces de entender su lenguaje, que es la palabra de la verdad y de la vida, y que en lugar de eso dice que su padre es el Diablo y que, por intermedio de éste, buscan satisfacer sus propios deseos. Que el Diablo mentiroso ha sido el gran asesino desde los inicios —y seguirá siéndolo— porque la verdad no está en él, porque la verdad no viene de él, que miente, y que al hacerlo muestra muy bien su interior forrado con sábanas de sangre… luego añade que él, el Cristo, el portador de la verdad, no es creído. ¿Porqué ciertos judíos y fariseos no quieren creer en el Cristo? «Presiento el humo / de una combustión inaparente (dice el poeta en Destierro del aire) / Albergo la polución en la protesta / ingenuo dócil sin propósito / Mientras tanto / Mis genes se descomponen / Bajo la lluvia ácida… Donde parece darse cuenta de su culpabilidad, aquella que lo postra y denigra; pero luego del poema Creo en dios hacen irrupción versos muy dignos, los cinco últimos del poema Sin título: es un dios que viene a protegerme / de lo perfecto que no fui / de mi permanente perversión / de denunciarme en estado / degenerativo escéptico; luego, en Lumen: «Dadme un rayo solamente / para carbonizar la ingenuidad / que cree ir al paraíso. Y en Un poetastro, los versos finales repercuten: ungido de poesía / irás al sacrificio… donde se auto redime, ya que prefigura su propio Gólgota, luego del asqueroso beso de Judas. Y ahora el comentarista se transforma en Aquaman (bueno, en Aqualad, el sobrino del superhéroe) para sondear algunos laberintos, algunas catedrales, algunas prominencias y resquicios de la Ciudad del Agua.
La maravilla de París totalmente sumergido es otra Atlántida: La Tour de Montparnasse, la basílica del Sacré Cœur, el Obelisco y el Louvre bajo este plasma fino y como amniótico el Día del Juicio, o sea un día cualquiera, continúan sus actividades ordinarias. De todos los puntos más altos de la Ciudad del Agua, sólo sobresale el último piso de la Torre Eiffel, donde hay un bar café restaurante instalado este invierno dramático. Jorge Torres y Aqualad, como rara vez, degustamos helados rhum & raisin (suplemento de vainilla Carte d’or), traídos por camareras hermosas, en hermosos copones obispales de cristal de Bohemia con los bordes dorados de oro auténtico, con luces de bengala y pequeñas sombrillas multicolores. También pedimos café sagrado, café de Colombia, estilo espresso, amargos y potentes. Encendemos cigarrillos Marlboro y empezamos a mamarle gallo a la humanidad, nosotros primero, como el burro siempre por delante.
—Es que usted es un hijoeputa burlón, marica —dice el de Chiquinquirá.
(Hablamos de mi librito Cadastro)
—Como quería leer un buen libro, no me quedó más remedio que escribirlo —dice Aqualad el petulante, parafraseando a San Sollers, uno de los contados autores franceses contemporáneos —sino el único— que admira de verdad.
—¡Y tan vanidoso además el hijo de puta!
—Bueno, bueno, para ser sincero, creo que todos los muchachos somos poetas de verdad, eso es lo único que cuenta, en verdad te digo. Nuestro primo Fernando Torres, por ejemplo, acaba de mandarme su primer poemario, que no está nada mal; aunque me parece mejor pintor, que también lo es, y de los buenos.
—Ce sont des poètes —dice una de las bellas a las otras. Es una chica algo chatita, masiva y curvilínea, marmórea y elástica, vestida de rojo sangre.
Tiene razón de admirarnos la bella a quien parecen interesarle los misterios de la poesía, piensa Aqualad. «Jorge Nájar, José Alberto Velarde, Jorge Torres, Homero Alcalde y otros son poetas que me superan en el arte de componer versos, pero esto no tiene la menor importancia. Ya nada tiene importancia en verdad, puesto que ya llegó el Fin del Mundo, la Hora del Juicio, y nosotros los justos nos transmutaremos en cuerpos gloriosos y viviremos ocultos para ser felices, para dar felicidad», como dice el filósofo. Abajo, borbota el cieno turbio de Terra Nostra, el gran andrógino ha vuelto al origen —todo allá y aquí, tan lejos y tan cerca— y nosotros pidiendo más café, encendiendo nuevos Marlboros, pidiendo Cognac o Armagnac.
—¿Cognac o Armagnac?
—Yo un cognac Le Courvoisier.
—Yo un armagnac La Clé des Ducs…
Cagándonos de risa, palmoteándonos afectuosos, filosofando. Es que la calidad de los versos no importa mucho; lo que sí importa es pertenecer de cuerpo y alma a la estirpe de Charles Baudelaire, Paul Verlaine, Arthur Rimbaud, Gérard de Nerval, esos malditos, nuestros santos maestros y amigos.
—Lo único que importa es ser poeta, maestro. Poeta y punto. Lo demás son cojudeces, repite Aqualad. Y París la ciudad más importante del mundo, la verdadera capital del mundo y del universo… el Louvre bajo el agua, les Galeries La Fayette, las Tullerías, les Champs Elysées, el Campo de Marte…
—Sí, claro que sí; pero a ti, poeta de Chimbote, París te sacó de una patada en el culo.
—Por algo será… el Demonio… mucha razón tiene Carlos Fuentes, aquí vive el Demonio con sus hordas. Nada es gratis; pero aquí en el Sur he vuelto a la luz, papá Torres.
Aqualad se zambulle un segundo, llega rápido a la Place de l’Université, donde un edicto declara la autonomía del Sena y sus afluentes, los cuales, pese a todo, siguen siendo los mismos, ahora protegidos por gigantescos tubos transparentes. Recuerdo el poema titulado Palabra clonada en el que Jorge utiliza, para efectos estéticos, asonancias, aliteraciones y otras teratologías del verbo.
Oncología de la ontología
Pronto tautología
Metástasis al filogene
Mutación en tautogene
Incoherencia de la herencia
Ausencia de esencia
Coherencia de la ciencia
Eterna presencia
De narcisos clonados
En la indiferencia
De la fatalidad
Donde resuena la cualidad divina de la compasión, que consiste en sentir —queriendo remediarla —en carne propia el sufrimiento ajeno, el sufrimiento del prójimo… Otro día en la Place des Halles, saturada de ninfas y náyades modernas, fumamos la yerba santa y el poeta se imaginó este Herbolario para principiantes e iniciados.
1) El principiante inhala la hierba
Humo puro oloroso y espléndido
Levita el cuerpo palidece el ánima
La palinodia canta se instala el miedo
Los fantasmas danzan
Burbujea la risa la agonía es blanda
2) El iniciado inhala la hierba
humo puro oloroso y espléndido
exilio de los exilios
artilugio en solitario
aflicción y medida de sí mismo
3) En su meandro
bajo el rigor del rito
proscrito el hierbatero
se oculta entre los hombres
El dador de humo puro oloroso y espléndido es el Oculto —se oculta entre los hombres y es de pronto la divinidad anónima, oculta, la que se divierte operando milagros (Dios es un humorista, según Lawrence Durrel), todos los milagros y pases mágicos, la curación del ciego de nacimiento hecho con un simple cataplasma de tierra y saliva, la resurrección del amigo Lázaro que ya hedía en su sepulcro, la ubicación del traidor Judas en eso que Borges llama con justeza «la economía de la redención», las negaciones de Pedro, las glorificaciones, la resurrección al tercer día etc. Otro elemento de redención del poeta es su aptitud a la compasión —con un ápice de ironía, siempre.
Génesis del clonaje
Seremos iguales
Todos uno solo
Una sucesión de corderos
Para contemplarse a sí mismos
Entre la sed y el hambre
Definitivamente tontos
En un planeta devastado
Que he visto en un sueño agorero
Al pasar un siglo
Todos iguales
Por la diosa ciencia
Brindo gracias a Baby Dolly
Y su gran sabiduría
Seremos iguales
Gracias a la atrofia del sexo
Gracias a la imaginación de las ovejas
Sólo uno en todos
Para asistir al sepelio
De una especie
(¡Ojo, muchachos! ¡En esta parábola se habla de pronto del Anticristo!) Merodeando por un canal vecino a su casa de entonces, el Canal Saint Martin, cerca de République, el poeta ve la ciudad en su reflejo invertido, rumiando su soledad, su errar en circuitos ciegos, siempre al acecho del alba, hora de ángeles que, esta vez, parecen impulsarlo al suicidio, pero resulta que la ciudad está dentro del agua, allá, abajo, en el fondo del agua, no en su reflejo, hermano lobo. Se licuefacta el mismo, observa las esclusas, es un búho submarino que afirma «la sapiencia es espuma expulsada del agua», su sistema óseo se transforma en medusas, cree y descree de Dios, salta tapias para escuchar el agua, observa los diminutos agujeros que perforan el vientre del río durante una granizada, afirma que sagrado es el errar y depravado el tacto en los vastos subterráneos, mientras muta el reflejo exiliado en la sed cuando se agota el agua… Et la soif malsaine / Obscurcit mes veines, diría Rimbaud.
Absorto
En las ondulaciones del agua
Tomo forma líquida
Permanente alivio para la sed
En un cuerpo indefinido
En el letal desasosiego
Porque la química
Desahució lo estático
Nombro lo sólido lo líquido lo gaseoso
(en su eterno movimiento)
y fue asumida por la poesía
siempre al borde de la sequía
y la tinta es líquida
como el flujo de este desbordamiento
que se deshidrata
en la desesperanza
(persistiendo en la forma)
líquido para los líquidos
sólido para los sólidos
gaseoso para los desapercibidos
(insisto en la química)
Insisto en la substancia
Desisto de la palabra gaseosa
Me vuelvo líquido
(insisto en el agua)
que fluye sin queja y aún persiste
hoy un día cualquiera
atrapado en mi retina
la ciudad sumergida en su naufragio
Todo esto en los bares de République y de la rue du Faubourg du Temple, donde de verdad nos volvíamos líquidos, dorados, ampulosos de cerveza hasta el incierto amanecer. Otro poema digno de resurrección, con música de Mahler a fondo, es aquel titulado Gestación.
En líquido
Mis cartílagos son medusa
Sustancia amorfa
En lo profundo del otro
Estado acuoso
Y único pasaje
Hacia la rendija (¿que conduce a qué?)
No imagino ni pienso
Golpeo el tiempo
Que me retiene
Encojo y estiro
Mis diminutos miembros
Y siendo frágil
Descubro que he salido
A poseer la vida
Ungido de tejido vigoroso
¿Te acuerdas de la borrachera subliminal que nos echamos una vez, Papá Torres, en la rue Julien l’Apostat (¡qué coincidencia!), cerca del Sena, en un súper local acuático lleno de náyades, Calipsos, Ateneas, Circes y otras diosas: hijas del Embajador de Senegal, hijas del Embajador de Portugal, hijas del Embajador de Argentina, mucho material nórdico también, puras hembritas de primera categoría que no se cansaban de bailotear merengues apambichados con nosotros enhiestos? Al final recuperamos una botella de tequila, otra de buen vodka, y fuimos a fumar un porro y a tomar unas margaritas matinales en mi casa, el refugio de Barbès como dice Rolo, cuando por arte de magia llegó el chino Mario con revistas Archipiélago recién desempacadas de México, donde aparecían nuestros excelentes artículos, motivo por el cual volví a preparar margaritas pensando en México lindo y querido. Yo, Aqualad, Juanito del Agua, estoy convencido que sí, que el alcohol es un pasaje (no el único) hacia la rendija donde todo es gloria; pero hay que andar con mucho cuidado porque es una droga letal que, sin darnos cuenta, nos envilece y anonada y, a veces, termina por extinguirnos, couper le souffle, couper le don. Pero no dejemos de beber nunca, eso no, beber es algo santo, algo que acerca al Espíritu Santo… no en vano dichos brebajes se denominan espirituosos… ¡cuidado con el trago, muchachos!… Me levanto esta madrugada, estorbado por el insomnio de mi compañero de celda que me lo dice (corrobora), y luego hablamos de dioses y diablos, de bestias inexistentes, de dragones, de príncipes, princesas y cuentos de hadas, del bien y el mal y otras necias dicotomías, del espíritu que se debate en esta confusión estilo Doctor Jekyll y Mister Hyde… Aqualad aprovecha este paréntesis algo flagelante para sumergirse en Autorretrato, que Jorge dedica a sus hijos.
Hay alivio en mi sustancia
Viajo en mi cascarón y lo soporto
Soy de agua y de secretos
Hoy voy igualado con la vida cuatro a cuatro
Fui agitador de conciencias y extravié la mía
Viví en un país de amnésicos y partí para curarme
Conocí los goces del cuerpo y por azar fui padre
Heredé el derecho al suicidio y a la nada
La infancia fue un verano asediado por la muerte
Padecí de ánimo y de desánimo
Di alimento a los zancudos y conocí el delirio
Frágil de huesos comencé a caminar con sigilo
Aprendí el arte de aliviarse a sí mismo
De las hierbas saco zumo para burlar la soberbia
Y con el vino el ritual de la palabra se prolonga…
Así la vida anda en mi sustancia taciturna
Hoy, querido papá Torres, te pido te olvides de todas las formas de lo taciturno. Que disfrutemos nuestros helados rhum & raisin & vainille con caramelo líquido, que degustemos nuestros cafés de la santa tierra de Colombia, que fumemos nuestros Marlboros para despistar al enemigo del Gran Norte en una ventolera de poesía como en una novela de Faulkner. Además, esperan por nosotros góndolas y canoas, aparejos de hombre rana y escafandras para descubrir palmo a palmo la maravilla de París bajo el agua de los siglos, ya no podemos quejarnos de nada porque la Vida es Dios, y Dios es el Verbo. Y porque no hay nada más grande que dar la vida por los amigos (Juan 15, 13). Porque hemos logrado mamarle gallo a la Vida et nous aussi nous avons joué de bons tours à la folie (Rimbaud dixit), porque somos los grandes Hijos de la Chingada, los más Grandes Berracos Hijos de Puta, los más Grandes Coño e’Madres que jamás nadie ha visto, hijos de nuestras Américas violadas, ultrajadas, expoliadas, sangrantes, latientes, tan queridas dentro y fuera del exilio. Sólo por eso renaceremos siempre, porque hemos comido y bebido los néctares y las ambrosías de la inmortalidad, renaceremos pues en forma de robles y palmeras, de álamos y olivos, y te prometo que seremos eternos como las rosas, las libélulas, los zancudos, las ratas, las cucarachas, los ruiseñores y las moscaseternas. Amén.
—Bueno ¿Cognac o Armagnac?
—Armagnac.
—La Clé des Ducs, s’il vous plaît, belle mademoiselle.
—Tout de suite, Messieurs.
Celda N° 2925, Hospital Psiquiátrico de la Capelette
Marsella, 14 de enero del 2006.
* Torres Medina, Jorge: Vers liquides – versos líquidos (Ed. bilingüe; traducción al francés por Doris Weiler), Vericuetos, París, 2002, 100 pp.
© 2006, Miguel
Rodríguez Liñán
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