Deconstruyendo al Rasputín peruanoUn comentario bibliográfico |
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José Luis Rénique |
Abril 1997, Washington D.C. En una conferencia sobre el Perú organizada por Inter-American Dialogue, un especialista del Banco Mundial expone sobre los avances peruanos en su proceso de institucionalización. La jefa de la oficina de promoción del gobierno le sigue, explicando, en perfecto inglés, que el Perú es un país, on the move. La otra cara de la moneda, vale decir, del país en ruinas que era en 1990. Empresarios, funcionarios del régimen, representantes del gobierno norteamericano y de organismos internacionales asienten con moderado entusiasmo. Julio Cotler es en esa reunión una de las pocas voces discordantes. «Hacer oposición en el Perú de hoy es jugarse la vida», dice, llevando la incomodidad de los diplomáticos peruanos a su punto más elevado. Habla, es cierto, sobre hechos aún en disputa. Tres años después, sin embargo, Cotler puede contarnos la historia completa. Su artículo «La gobernabilidad en el Perú: entre el autoritarismo y la democracia» comparte con «Al día siguiente: el fujimorismo como proyecto inconcluso de transformación política y social» de Romeo Grompone, el volumen titulado El fujimorismo: ascenso y caída de un régimen autoritario (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2000).
Presenta Cotler un esquema histórico de una década de política peruana articulado en torno a la «contradictoria articulación y participación de agentes y de intereses nacionales e internacionales alrededor de cuestiones de gobernabilidad». La activa participación de estos últimos es, según este autor, lo que hace del peruano un caso singular. Así, la historia del fujimorismo se despliega entre dos crisis que atrajeron una inédita intervención foránea. La primera, en torno al «fujigolpe» de abril de 1992 y la segunda, vinculada al impasse electoral del 2000. De la primera, el régimen fujimorista salió, astutamente, revistiéndose con una fachada democrática, logrando atenuar así a una comunidad internacional sensibilizada por «el nuevo clima liberal» prevaleciente en el mundo. Impresionados con el respaldo popular que exhibía, enamorados más aún con su estilo seco y efectivo, sus eventuales críticos se convirtieron en aliados, confiriéndole un respaldo clave para la consolidación de su régimen. Consolidación relativa, sin embargo. De 1995 en adelante, el fujimorismo sobrevive saltando de una crisis a otra, generadas éstas por una oposición que si bien no cuaja en una alternativa convincente obliga a nuevos y más costosos despliegues autocráticos que llegan, en vísperas de las elecciones presidenciales del 2000, a su punto culminante, cuando la resistencia de Toledo y las demostraciones masivas abrieron las puertas a una nueva intervención foránea, bajo la forma de una comisión de la OEA que jugaría un papel crucial en facilitar la transición de julio del 2001. Un viejo tema la inestabilidad en un contexto nuevo la globalización que produce contradictorias configuraciones de las que el caso peruano, como sugiere Cotler, sería ejemplo excepcional.
Como Cotler, cree Grompone que el caso peruano conlleva un verdadero desafío conceptual para los estudiosos de las transiciones democráticas: «poco tiene que ver dice con los escenarios conocidos de salida de un gobierno autoritario». Ningún grado de eficiencia o de astucia pudo impedir que, hacia 1997, fuera este un régimen sin horizonte. La institucionalización que, como el perito del Banco Mundial antes mencionado, muchos decían habría de venir, era tan sola vana ilusión. Su sino era ser un «gobierno de camarilla», operadores de inteligencia y de maquinarias políticas; sin posibilidad de «cuajar un autoritarismo apacible». Que «desinstitucionalizaba», más bien, aún a sus propias estructuras de poder requiriendo por tanto la constante ampliación del Servicio Nacional de Inteligencia como mecanismo de control. Un «proyecto inconcluso» entregado a fin de cuentas a la lucha por garantizar su propia preservación.
Si en el texto de Cotler encontramos un abigarrado esquema histórico del período, Grompone se concentra más en perfilar a los protagonistas, en descubrir las condicionantes sociales y culturales del proceso político; aspira en sus propias palabras a realizar una interpretación en el momento mismo en que se producen los hechos aunque con ello el análisis pierda rigurosidad. Ambos textos, en tal sentido, se complementan bien.
Tras un examen del régimen y los actores colectivos surge la pregunta por el genio político actuando tras bastidores: ¿de dónde la audacia y la inescrupulosidad?
No hay historia del fujimorismo sin Vladimiro Montesinos. Por unos meses fue acaso el hombre más buscado de la historia del Perú, y de seguro pasará buen tiempo antes que su biografía sea objeto de un estudio a profundidad. Contamos por ahora con el breve volumen escrito por quien alguna vez fue su socio y confidente: El rostro oscuro del poder, (Lima: San Borja Ediciones S.A, 1998). Lo conocí a inicios de los años 70, recuerda su autor, Francisco Loayza Galván. Se presentaba continúa-- como «militante radical» del proceso velasquista, «tuve la sensación de estar conversando con Khadaffi, a quien Vladimiro Montesinos admiraba por haber derrocado la monarquía en Libia siendo solo capitán». En 1990, Loayza era un profesor de geopolítica de la Escuela del Servicio de Inteligencia Naval que de manera casual termina siendo asesor de Alberto Fujimori. Éste, un político novato, sin programa y sin partido, tenía entre manos un capital sorprendente: había logrado pasar a la segunda vuelta electoral, nada menos que enfrentando al célebre Mario Vargas Llosa. Con inigualable candor, Loayza escribe la naturaleza de su aporte a su campaña: «no hubo estrategia o determinación ideológica o política» sino «manejo de lo circunstancial», para lo cual se introdujo «una variable aleatoria e imprevista», como fueron «las relaciones de entendimiento con los Servicios de Inteligencia, poseedores de un cúmulo de información útil pero desaprovechada por quienes desconocen la importancia de la información oportuna, o de las hipótesis con las que trabaja Inteligencia». Es en ese contexto que Loayza presenta a Montesinos quien ¡oh sorpresa! pronto se apropiaría del oído y del cerebro del candidato para terminar digitándolo a voluntad. De Khadaffi a Rasputín en menos de dos décadas. Material de novela sin duda. Historia testimonial, en este caso, que nos aproxima al mundo poco conocido del espionaje y los operadores políticos, a la prominencia que estos pueden adquirir en una situación de colapso estatal. Oscuros profesionales sin mayores credenciales pero con grandes ambiciones, su manejo de la «estructura informativa» y su falta de escrúpulos eran su capital. Estaban preparados, por ende, para brillar en una era sin ideologías ni lealtades partidarias, en que los programas y las personas se compran y la política deviene en intriga y asunto mafioso.
Y es que, como anota Fernando Rospigliosi (quien, en julio del 2001, fue nombrado Ministro del Interior del Perú, cargo que sigue desempeñando al publicarse este comentario), en Latinoamérica ha habido muchísimas dictaduras pero jamás alguna en la que el jefe de los servicios de inteligencia controle el poder. Así, Isabel Perón habrá podido tener su López Rega y Pinochet su General Contreras, pero nunca ha habido un caso en el que un Montesinos tenga su Fujimori. Rospigliosi como Loayzaha sido también un actor de la década fujimorista. Su columna semanal en la revista Caretas de rol prominente en la resistencia contra la autocracia «fujimontesinista» es una crónica de las miserias del régimen caído. Sociólogo de profesión, el volumen Montesinos y las Fuerzas Armadas, (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2000), reúne ensayos escritos durante los 90. En conjunto dan cuenta de cómo Vladimiro Montesinos puso a la institución militar y al propio Fujimori al servicio de un proyecto que aunque no era de su concepción asumió como propio a partir del 90.
El primer ensayo, en particular «Las Fuerzas Armadas y el 5 de abril: la percepción de la amenaza subversiva como una motivación golpista» examina los factores que llevaron a que, hacia 1988, un grupo de oficiales iniciaran la preparación del plan golpista que, eventualmente, Montesinos llevaría a cabo. Una convicción doctrinaria que la eliminación cabal de la subversión requería una «guerra total» adquirida a comienzos de siglo de sus instructores franceses, según Rospigliosi, condicionó su respuesta al reto planteado por Sendero Luminoso. Hacia 1990 el plan se encontró con Fujimori, pero sobre todo con Montesinos, quien aportaría el liderazgo político indispensable. No sólo reclutó para la causa al profesor japonés y desarrolló el instrumento por excelencia de la autocracia el SIN, o Servicio de Inteligencia Nacional sino que propuso las alternativas correctas cuando, tras el golpe de abril de 1992, el plan castrense se dio de bruces con la crítica del exterior.
Bien informados, escritos con la pasión que proviene de la vivencia y el compromiso, los textos de Rospigliosi contribuyen a rasgar la imagen de una fuerza armada de «nuevos profesionales», imagen proveída por algunos politicólogos para revelarnos la metamorfosis de algunos de sus mandos de «señores de la guerra» antisubversiva en verdaderos truhanes. Mejor servido hubiese estado el lector, no obstante, con un esfuerzo de síntesis de los seis ensayos ahí reunidos. Aparte de que son éstos de muy diverso calibre, las múltiples reiteraciones que la ausencia de un apropiado trabajo editorial permite, complican innecesariamente la lectura.
Como Cotler y Rospigliosi, Carlos Iván Degregori ha sido otro de los «intelectuales públicos» de la resistencia a la autocracia fujimorista. Más aún, La Década de la Antipolítica. Auge y huída de Alberto Fujimori y Vladimiro Montesinos (Lima: Instituto de Estudios Peruanos, 2000) es un «testimonio de parte». Y aunque Degregori incluye varias de sus columnas periodísticas de los 90, de todos los textos aquí reseñados es éste el único libro orgánico.
Lo que el Perú vivió durante los 90 fue el auge y desmoronamiento de una «extraña criatura política» que hizo de la antipolítica su instrumento principal de sobrevivencia. Definida esta como la satanización de la política en tanto actividad pública e institucionalizada, la clave de su «éxito» sería haber producido a los manejadores profesionales de la misma, quienes, de la destrucción y el desaliento de 1990, extrajeron los recursos para dar forma a lo que Degregori denomina como «la primera dictadura posmodernista de la región». Y esto, porque fue su uso de los medios de comunicación lo que distingue a la fujimorista dentro del firmamento de las autocracias latinoamericanas. Facilitado su ascenso por la implosión de los partidos y la devastación causada por la hiperinflación y la guerra interna fue su astuta estrategia de construcción de una «memoria salvadora» lo que garantizó su continuidad. Su habilidad, vale decir, para congelar el recuerdo colectivo en los inicios de los 90 haciendo del orden y la estabilidad el requisito máximo; convirtiendo conceptos como «alianza», «negociación», «consenso» o «acuerdo» en palabras obscenas, identificadas con los dudosos medios de una decadente «partidocracia» que el eficiente «chinito» reemplazaría con su personal y eficientísima intermediación.
Antropólogo de formación y un escritor notable, son los capítulos dedicados a la politización de los medios de comunicación los mejor logrados de este libro. Frente al vacío y la desmovilización con que se encontró, lo que hizo el poder, observa Degregori, fue colocar en el centro del escenario un inmenso televisor. Instrumento clave de una verdadera «política de comunicaciones facistoide». Una combinación de movilizaciones y «contrarrituales», la erosión misma de un régimen condenado a la «reelección perpetua» condenado por ende a llevar su voluntad corruptora a niveles impensablesdeterminó, sin embargo, que hacia mediados del 2000 fuese puesto a la defensiva. Comenzó entonces el periplo final en la montaña rusa que culminó en la elección de Toledo de comienzos de junio. Degregori es uno de los miembros de la «comisión de la verdad», que investiga los excesos contra los derechos humanos en las últimas décadas. Cargo por demás idóneo para quien tanta energía ha dedicado a comprender los usos políticos de la memoria y del olvido.
Entre el análisis y el testimonio, los libros aquí comentados reflejan la voluntad de sus autores y de toda una sociedad de sobreponerse a una situación signada por la apatía y la resignación. Fue la contraparte necesaria del activismo presidencialista de nuestro presidente a fin de cuentas japonés. Su publicación, ocurrida casi simultáneamente con la caída del régimen, es asimismo un mérito a subrayar. Mérito del Instituto de Estudios Peruanos, por cierto, casa editora de tres de los cuatro libros aquí reseñados. En sus páginas están las coordenadas básicas de este período excepcional. De su lectura, en mi opinión, emergen al menos cuatro temas por explorar:
Viejos temas que, a la luz del caso peruano y en el contexto de una creciente globalización, cobran importancia renovada.
Escriba al autor: © 2002, José Luis Rénique, [email protected]
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