Superación del amor alucinado |
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Elsy Rosas Crespo |
«Lo que uno piense del amor es, en el fondo, lo que más profundamente
piensa del sentido de lo que somos y de lo que nos rodea.»
Javier Sádaba
l amor es una de las experiencias humanas más complejas, no es un sentimiento ni una sensación sino la suma de sentimientos y sensaciones manifiestas de manera simultánea y a veces contradictoria: la alegría se convierte o lleva consigo aparejada la tristeza, el amor más profundo puede acabar sumido en la más dolorosa indiferencia, la realización del deseo conduce al hastío y en los periodos durante los cuales la experiencia amorosa se vive sin situaciones que la perturben, la plenitud se acompaña del miedo a la pérdida definitiva del ser amado, la muerte o la ruptura se vislumbran como hechos posibles. Si se ama intensamente la vida no puede ser concebida sin la presencia del otro.
El amor es la experiencia más dulce y también la más amarga:
Dulce y amargo es el amor;
pregunta a quienes lo conocen, o bien pruébalo.
Sólo el enamorado saborea
la dicha y la desgracia de la vida.
...
El llanto del amante lo traiciona.
El amor es dulzura y es tormento,
felicidad y desventura;
cuanto más doloroso es más querido
y cuanto más intenso, menos grave parece.
(Al-Wassa. 1990: 107)
El amor puede experimentarse como realidad, deseo, recuerdo o ensoñación, surge como necesidad para aliviar la soledad, como anhelo de plenitud, felicidad o realización personal. El problema es que «la felicidad es una mentira cuya búsqueda causa todas las calamidades de la vida» y el amor, «después de todo, no es sino una curiosidad superior, un apetito de lo desconocido que te empuja a la tormenta, a pecho abierto y con la cabeza adelante» (Flaubert. 1989: 234).
«Oh, tú, que ocupas en mi cuerpo el puesto del espíritu,
no pienses que estoy libre del insomnio y de cuidados.
¡Que Dios te guarde del insomnio,
de la inquietud
y de la tristeza que padezco!
Por ti mi pena se renueva y no se extingue,
rompe mi corazón
y corta el nudo de mi entereza.
No tengo ya resignación de perderte,
resignación que enciende la inquietud en mi costado,
lo mismo que una madre
no se resigna a perder a su hijo»
Al-Wassa.
En el momento en que el enamorado se halla en su estado más crítico, después de que se ha entregado sin orgullo, límite ni desesperación ante su objeto amoroso, cuando se encuentra —sin remedio y por más que lo intente— a expensas del otro y ha perdido la voluntad y la confianza en sí mismo para tomar decisiones radicales, por lo general considera si no habrá sido un error haber emprendido una aventura tan desconcertante en la medida en que ha ennoblecido a un ser que no posee dotes sobrenaturales, porque en realidad nadie es dueño de ellas, al contrario, cuanto más se aproxime una persona a otra, tanto menos consecuente en sus empresas y consistente en su interior le parecerá, a no ser, claro, que la vea con los ojos del amor. Ahí comienza el problema y con mayor razón si se trata de una enamorada,quizá proclive a sufrir de bizqueo:
Un hombre querrá a su lavandera, y sabrá que es tonta, sin gozar menos por ello. Pero si una mujer ama a un patán, es un genio desconocido, un alma de élite, etc., de modo que, debido a esa natural disposición al bizqueo, no ven la verdad cuando aparece, ni la belleza allá donde se encuentra (Flaubert. 1989: 187).
El enamorado se jacta de que su objeto amoroso es «diferente a los demás» y en su desvarío jura amar hasta la muerte, pretende anular por completo el pasado y proyecta la vida hacia la eternidad, en línea recta, incluso más allá de lo desconocido. Cuando despierta de su sueño o su pesadilla le puede costar trabajo asumirse como «juguete de los dioses» y continuar viviendo como si esa pasión lo hubiera embargado precisamente a él.
El enamorado casi siempre actúa como si desvariara, desvirtúa la proporción de los hechos y los sentimientos y se iguala con quienes viven la misma experiencia por su cursilería, por el hecho de fastidiar a los demás:
Quién no conoce los nombres ridículos que los amantes se aplican, que apelativos de perros y cotorras son el fruto natural de las intimidades carnales. Las palabras del corazón son infantiles. Las voces de la carne son elementales. De hecho... el amor consiste en poder ser tontos juntos —licencia total de necedad y de bestialidad (Valéry. 1972. 76).
Cuando se ha despertado del sueño de amor en el logro de la posesión física, el sentimiento puede terminar convertido en goce, plenitud, hastío o desilusión, el resultado depende de las expectativas y la pericia de los participantes para el ejercicio de la combinación entre amor y erotismo.
La estridencia que algunas veces provoca la experiencia erótica cuando se involucra en la experiencia amorosa se debe a que se sobrestima en demasía el erotismo como complemento o consolidación del amor, cuando en realidad amor y erotismo no tienen por qué manifestarse con la misma intensidad en relación con una persona en particular: se puede amar sin participación del cuerpo y gozar del cuerpo por puro placer sin que en ninguno de los dos casos se viva la experiencia como si le faltara algo más para ser plena.
«Cada ser siente o vislumbra en ciertos instantes de sigilo trémulo que el erotismo introduce en la vida un elemento de placer y de fiesta, pero también de desorden y destrucción... ¿Por qué la angustia y el horror nos invaden cuando descubrimos que somos ese desconocido que se desnuda y goza hasta el olvido de su ser y se revuelca y crispa como una bestia en la obscenidad y el orgasmo?»
Jorge Gaitán Durán
La imaginación no tiene límites, la utilización y los recursos físicos del cuerpo sí. Cuando se supone que se goza tanto a través de erotismo, lo que está en juego no es sino una extraña combinación de acción, fantasía y riesgo, a lo que se añade —cuando se trata de «amores sublimes»— la ilusión de que se trata de un acto divino realizado en compañía de un ser celestial. Cuando el sentimiento es profundo y se goza plenamente del erotismo, se experimentan sensaciones semejantes al misticismo que, como se sabe, es la experiencia amorosa por excelencia.
La desobediencia es uno de los ingredientes que le conceden mayor garantía a la pasión amorosa y no es cuestión del azar el hecho de que las experiencias eróticas más intensas se observen entre parejas homosexuales, cuando se es infiel, o si se trata del primer gran amor entre jóvenes inocentes e inexpertos que se hacen diestros a partir de la experiencia. En la medida en que la relación sea más peligrosa o censurada, los amantes gozarán más, es probable que confundan este goce con el Amor y se solacen con la idea de que realizan la más grande proeza humana cuando en realidad son presa, apenas, de una sensación que se constituye en la suma de accidentes de tipo material: se trata de una ilusión motivada por la imaginación y un buen estado de salud.
Tampoco es casualidad que en la pornografía, que se burla del discurso oficial, la desobediencia se presente de manera frecuente y descarada; aquí se descarta el tinte edulcorado que predomina en las telenovelas y precisamente por esta razón la pornografía molesta tanto a algunos espectadores de telenovelas y amigos de los amores sublimes: mientras que la pornografía presenta a los seres humanos como bestias sedientas de carne y limita al cuerpo a convertirse sólo en objeto de placer, algunas telenovelas muestran a los enamorados ideales como ángeles y sus cuerpos como si apenas fueran el albergue de limpias pasiones, en muchas telenovelas el cuerpo parece convertirse en un obstáculo para la realización del amor.
La pornografía se burla del amor y la telenovela reniega del cuerpo, se trata de la eterna disputa en la que se considera al ser humano como el animal más repulsivo y sucio o como la materialización de la integridad, cuando en realidad no se encierra en ninguna de estas dos categorías sino que es portador potencial de ambas: «el infierno donde todo es deseo y el edén donde todo es delicia sólo caben simultáneamente en la literatura» (Gaitán. 1997: 39).
«¡El amor! Pero, ¿qué es por tanto el amor? ha sido poetizado para uso de los necios. Una vulgar necesidad periódica, una chillona ley de la naturaleza, de la naturaleza eterna que reproduce y se multiplica, una inclinación brutal, un carnal cruce de sexo, un espasmo ¡Nada más! Pasión, ternura, sentimiento, todo se limita a eso.»
Petrus Borel
Los enamorados, después de haber superado los límites de amor y placer soñados, y si además de esto ya se han casado, tienen varios hijos y cuentas por pagar, podrían sentirse identificados con los planteamientos de Borel cuando han despertado de su modorra, de un desbordante amor carnal.
El comentario de las editoras del texto en el que se cita a Borel es el siguiente:
El desprecio de Borel por el amor es el que siente frente al acto procreador como reproductor de conductas animales, repetitivas, mediocres y tristes. Existe, por tanto un aburrimiento del amor carnal, una tristeza de la carne, de la limitación de la práctica amorosa, que lleva a la muerte del deseo. Y cuando el otro no es más que instrumento de placer, es entonces causa de tedio... Sólo el amor del Amor podría escapar al aburrimiento. Se trata del deseo de amar, siempre fugaz, que se desvanece cuando se hace realidad. Porque el otro, cuando por fin cree haber encontrado al ser amado, nunca estará a la altura del amor ideal. (de Diego. 1998: 23-24).
A través de su queja Borel parece anhelar la realización de algunos valores del amor «elegante» promulgado por la tribu preislámica Banú Udra (hijos de la virginidad), celebrada por Al-Wassa en El libro del brocado, asimilada por los poetas provenzales y algunos románticos. El amor, desde esta perspectiva, no debería ser un «carnal cruce de sexo» sino perpetuación del deseo, de gozo en el sufrimiento, en la sensación de que el objeto amoroso está próximo y lejano, es caprichoso y majestuoso, humano pero con un halo de divinidad; se trata, en últimas, de un sentimiento que alberga contemplación y deseo y por encima de todo idealización del amor, concebido como la experiencia que le concede mayor vitalidad al ser humano:
El amor es uno de los preceptos fijos de los hombres discretos ... es el comportamiento más hermoso de los hombres corteses y nobles... Un hombre cortés no puede estar libre de pasión ni desnudo de languidez, porque la pasión tal como la han descrito los sabios y como lo dicen los filósofos, es la primera puerta a través de la cual se abren las mentes y se ensancha el espíritu, y tiene una intensidad en el corazón por la que vive el alma. (Al-Wassa. 1990: 76).
El amor es una de las pocas experiencias capaces de transformar el comportamiento de manera radical:
Da valor al cobarde, hace generoso al avariento y elocuente al mudo, da fuerzas de decisión al indeciso... El poderoso se humilla ante la pasión y el orgulloso se somete; por el amor aparecen los secretos ocultos y se dejan llevar los reticentes, pues es un príncipe obediente y un jefe al que se sigue (Al-Wassa. 1990: 75).
Gracias al amor el enamorado ve más claro en sí mismo, la oscuridad desaparece de los actos y los pensamientos. El amor se convierte en luz, transforma y conduce a quien vive la experiencia hacia el análisis de refinados procesos introspectivos:
Usted cambió esta mañana mi mundo. Me sentía melancólico, aterrorizado del futuro. Y cuando usted apareció quedé deslumbrado... la sangre se me oxigenó, los músculos se me fortalecieron, el pensamiento se me aclaró, y me creció el valor. El amor me dice las mentiras más absurdas: me dice que usted es la mujer más hermosa del mundo. Mi loco corazón me dice que llore como un chiquillo. Su voz me está desgarrando el corazón en jirones. Se ha introducido usted en lo más íntimo de mi ser, me inquieta y me desazona... Es extraño, ¿no es cierto? Tenga en cuenta que soy un hombre nada sentimental. (Guide. 1989: 43).
El poeta enamorado no tardará en decir:
Por ti conozco quién soy. Me levantaste de tierra y me elevaste hasta el cielo; y diste un dulce sonido a mi lenguaje (Ovidio. 1989: 199).
Ovidio considera que el mejor ejercicio para evitar la ociosidad es estar enamorado:
Yo mismo era indolente y nacido para el reposo tranquilo; el lecho y la sombra habían ablandado mi carácter, pero la preocupación por una hermosa muchacha estimuló mi ociosidad y me ordenó ganar la soldada sirviendo en su campamento. Desde entonces me ves ágil y llevando a cabo guerras nocturnas. El que no quiera volverse perezoso, ¡que se enamore! (Ovidio. 1989: 236).
Si los enamorados no han satisfecho su amor bajo los preceptos de la «elegancia» promulgada por Al-Wassa en El libro del brocado («nadie será elegante hasta que no reúna en sí cuatro características: saber hablar, ser elocuente, casto y continente» (1990: 68), sino que la plenitud se ha logrado a través de la experiencia erótica, de la pasión carnal más intensa, es muy probable que se cuestionen sobre la veracidad de la idea de que en asuntos de arte, como de amor, de lo sublime a lo ridículo sólo hay un paso; tal vez asuman su equívoco y acepten con desilusión que, en relación con los sentimientos más intensos —con el supuesto de que se trate de experiencias idílicas y plenas—, de cualquier manera llega un momento en que, de forma natural e irremediable «los nudos más sólidos se desatan por sí mismos, porque la cuerda se gasta. Todo se va, todo pasa, el agua corre y el corazón olvida» (Flaubert. 1989: 34).
Al final de la historia no se recuerda ni siquiera el dolor que ha producido el amor. El tiempo, la energía y el dinero que se ha invertido en estas ocupaciones parecen haber caído en saco roto, con el transcurrir de los años la experiencia amorosa más arrebatada puede relacionarse con aquello que a lo largo de la vida se concibe como tiempo muerto, los periodos en los que se le ha concedido demasiada importancia a situaciones que no lo ameritaban y de las que sólo se es consciente mucho tiempo después de ocurrida la experiencia. Si la realización de la pasión amorosa se ha consolidado a través del matrimonio, el resultado final de la proeza puede ser, como escribe Fernando Vallejo en La virgen de los sicarios cuando se refiere a los hombres casados: «Vive prisionero, encerrado, casado, con mujer gorda y propia y cinco hijos, comiendo, jodiendo y viendo televisión» (Vallejo. 1994: 134).
El enamorado puede buscar suplir su vacío, la pérdida de la ilusión, a partir de emociones más consistentes y duraderas, por ejemplo, con la lectura de los clásicos. Si por casualidad termina encontrándose con El amor, la mujeres y la muerte, de Schopenhauer, podría aceptar que a través de su pasión sólo obedecía a la voluntad de vivir en concordancia con la naturaleza, es decir, que lo que parecía tan sublime no era más que un mecanismo que motivaba a que, como lo dice el filósofo de manera descarnada, el macho montara a su hembra, eso y nada más; si durante el tiempo de las promesas hubiera visualizado a su objeto amoroso con quince o veinte años más en su haber, seguramente hubiera dudado sobre la veracidad de sus juramentos de «amor constante más allá de la muerte».
«Mi mente está para apreciarte,
mis ojos para verte,
mis oídos para llenar todo mi ser con
tus alabanzas.
Me gustaría hacer de mi mente una
abeja negra
y entronizar tus pies en mi mente,
y en mi lengua libar el Néctar de tu nombre.»
Ravi Das
El desfogue de la pasión a través del erotismo es proporcional al hastío que se experimenta cuando se han superado los límites del cuerpo y del placer carnal. El impacto de la caída será tan fuerte e intenso en la misma medida y proporción en que se hayan experimentado sensaciones de ser elevado hacia el infinito. Con el transcurrir del tiempo, los estados de gracia que se vivieron pueden terminar convertidos en desagradables sensaciones de vacío, dolor, insomnio y soledad; como consecuencia, la plenitud del placer conduce con demasiada facilidad a abismos sin fondo, abismos de los que no es muy divertido salir.
Los amigos del Amor, los eternos buscadores de tesoros ocultos, difícilmente hallarán plenitud hasta la eternidad en compañía de otro ser humano objeto de amor incondicional en la dicha y en las adversidades; para ellos siempre es necesario ir un poco más allá, superar nuevas etapas y, como ya se ha dicho, los límites del cuerpo se agotan demasiado pronto y las promesas de los enamorados casi siempre terminan convertidas en humo y olvido.
Cuando se supera el amor carnal es posible establecer relaciones amorosas más satisfactorias y plenas con otras personas o con Dios (concebido fuera de costumbres, credos o rituales específicos). En este tipo de experiencias las sensaciones son más elaboradas en la medida en que el objeto amoroso tiene la potencialidad de conducir al enamorado por encima de sí mismo, siempre que esté dispuesto; cuando la experiencia amorosa y la mística son muy profundas suelen confundirse, el Amado de los místicos podría equipararse con un profundo amor humano:
El místico Ravi Das le canta a su Amado:
Ravi Das no duerme en la noche,
ni conoce el placer durante el día.
El se encuentra en constante remembranza
del Señor.
Evitando las discusiones ociosas.
...
No contaminemos nuestros ojos con el sueño
durante la noche de separación.
¿ Cómo puede dormir aquel
que está constantemente absorto en el Amado?
...
Oh inquieto corazón, ven, lloremos,
retorzámonos de dolor,
¿ Para qué pensar en dormir
Esta es una noche que no tiene amanecer.
Rabia Dasri escribe:
Te he amado con dos amores,
un amor egoísta y uno que es digno de Ti.
En el amor egoísta,
me ocupo de recordarte
excluyendo a todos los demás.
En el amor digno de Ti
Tú retiras el velo para que yo pueda verte.
...
Estaba tan perdido en la intensa búsqueda
de mi Amado
que muchas veces
no lo vi pasar por mi lado.
Para Mira Bai:
Esta angustia de la separación me atormenta,
y el tiempo pasa sin que el sueño
me dé alivio en toda la noche.
Uno de los enamorados citados en El libro del brocado dirá, de manera muy cercana a la expresión de los místicos citados por Darshan Singh (1998):
Tú que yaces enfermo y torturado por la pasión,
también conozco yo los sufrimientos del amor.
Quien conoce el amor pasa insomne la noche
y el corazón enamorado se le escapa del pecho.
Es el amor una dolencia
que anida en las entrañas, en el pecho.
No se puede ocultar el amor, aunque se intente.
En este tipo de relaciones la calidad de la experiencia no depende del otro, que es inmenso, inalcanzable, sino del enamorado, de hasta dónde puede llegar para hacerse uno con su ideal. En las experiencias amorosas de este tipo el otro no es pensado «para», sino «en», no se trata de experiencias utilitarias, sino que lo que está en juego es la calidad de la vivencia en función de sí misma:
la vivencia en la que se está parece desconectarse de lo inmediato y temporalmente anterior y posterior. No se hace algo para otra cosa, sino que ese algo está concentrado en sí mismo. ... Se trata de vivencias concentradas en sí mismas, no subordinadas a otras cosa, atentas en su ser. Debido a que en ellas el yo no se determina utilitariamente, se encuentra determinado absolutamente por ellas. Se olvida o se enajena de sí mismo pues el sujeto queda trans-portado, transpuesto fuera de sí, precisamente para permanecer en la vivencia (García. 1995: 2).
En la medida en que más desmedido haya sido el amor carnal y cuanto más inocente, confiada y plena haya sido la entrega del cuerpo y de los sentimientos, más cerca se estará de franquear la barrera que impide la realización de experiencias con mayor apariencia de realidad en la medida en que son inducidas y pueden ser explicadas por quien las vive. En este tipo de experiencias el enamorado se constituye en artífice supremo, inspirador absoluto con pleno control de sus emociones, la realización de sus objetivos es más probable y si hay frustración ésta no surge porque el objeto amoroso no se halle a su altura, sino precisamente porque el objeto está demasiado lejos, se trata del Dios escondido, un ideal inalcanzable pero deseable.
El enamorado de Dios clama:
¿Qué es el hombre para que tengas de él memoria?
¿ Hasta cuándo esconderás tu rostro de mí?
Dios mío, clamo de día, y no me respondes; y de noche, y no hay para mi reposo.
Se trata de un ideal que se hace más inaccesible cuando se cree estar más cerca de él, es la frustración del místico que algunas veces el enamorado experimenta de manera dramática.
Al-Wassa. El libro del brocado (la elegancia y los elegantes). Madrid: Alfaguara. 1990.
Diego de, Rosa; Vázquez, Lydia (eds). Humores negros. Del tedio, la melancolía, el esplín y otros aburrimientos. Biblioteca Nueva: Madrid. 1998.
Flaubert, Gustave. Cartas a Louise Colet.Madrid: Siruela. 1989.
Font, Jordi. Religión, psicopatología y salud mental. Barcelona: Paidós. 1999.
Gaitán Durán, Jorge. Sade. Bogotá: Planeta. 1997.
Galmés de Fuentes, Alvaro. El amor cortés en la lírica árabe y en la lírica provenzal. Madrid: Cátedra. 1995.
Guide, André. Escuela de las mujeres. Madrid: 1989.
García Alonso, Rafael. Literatura filosófica. Madrid: Siglo XXI. 1995.
Ovidio Nasson p. Amores. Arte de amar. Sobre la cosmética del rostro femenino. Remedios contra el amor. Madrid: Gredos. 1989.
Sádaba, Javier. El amor contra la moral. Madrid: Prodhufi. 1993.
Schopenhauer, Arthur. La sabiduría de la vida - En torno a la filosofía - El amor, las mujeres y la muerte y otros temas. México: Porrúa. 1998.
Singh, Darschan. Corrientes de néctar. Vidas, poesías y enseñanzas de santos y místicos. Medellín: SK. 1998.
Valéry, Paul. El señor Teste. México: Universidad Autónoma de México. 1972.
Vallejo, Fernando. La virgen de los sicarios. Bogotá: Alfaguara. 1994.
© 2004, Elsy Rosas Crespo
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Rosas Crespo, Elsy: «Superación del amor alucinado», en Ciberayllu [en línea]