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26 mayo 2003

Democracia y cultura en la educación intercultural peruana

Deborah Poole

 

Cuando en el futuro los historiadores de América Latina vuelvan su mirada hacia los primeros años del siglo XXI, probablemente se queden intrigados por saber cómo «la cultura» súbitamente ocupó el centro de los debates sobre el carácter de las comunidades políticas, las estrategias económicas y las maneras de ejercer la autoridad y el gobierno. Se preguntarán, por ejemplo, cómo fue posible  que actores tan disímiles  que van desde el Banco Mundial y las Naciones Unidas hasta los gremios locales y  los municipios, incluyeran  preocupaciones sobre identidad, costumbre, y legado histórico en sus planes de organización, extracción de recursos y movilización social. Seguramente nuestros historiadores notarán también cómo, en México, la emergencia del Ejército Zapatista de Liberación Nacional (EZLN) impulsó una renovada preocupación por la rica variedad de lenguas y culturas indígenas en el país que alguna vez se preció con orgullo de estar forjando una «raza» mestiza nueva y unificada. Del mismo modo, cuando se encuentren escudriñando los archivos de Guatemala, Colombia, Ecuador y Bolivia, sentirán la necesidad de explicar por qué las constituciones nacionales fueron rescritas para reconocer las bases pluriculturales del estado-nación, y por qué se concedió el derecho a una autonomía parcial a territorios y municipios cuya población indígena habían sido anteriormente el blanco de violentas campañas de asimilación. Y cuando, por último, vuelvan su mirada hacia el Perú, probablemente encuentren curioso el tipo de atención prestada a los asuntos culturales en las campañas políticas, las iniciativas públicas y los debates que siguieron a la violenta confrontación civil de la década de los ochenta, la corrupción desenfrenada y las políticas autoritarias de las décadas finales del siglo XX.

¿Por qué el conflictivo proceso de democratización en América Latina ha estado tan frecuentemente acompañado por demandas de reconocimiento de derechos culturales?  Una respuesta sería la aparente contradicción entre la homogeneización cultural que promueven ciertos discursos sobre la globalización como fenómeno comercial, y la realidad de un orden económico y político basado en la desarticulación de las antiguas pautas de identificación que se basaron en entidades como la nación.   Desde un lado, parece que nuestras identidades y costumbres locales y nacionales están amenazadas por el fantasma del consumismo, por el cual todos vemos las mismas películas, compramos los mismos productos comerciales, tenemos los mismos estilos de vestir y soñamos los mismos sueños.  Del otro lado, sin embargo, este aparente proceso de homogeneización se desvanece frente a la realidad más contundente de un mundo en el cual las grandes  mayorías no cuentan con los recursos para participar en la «homogeneización», en el que cada vez existe una mayor discriminación contra otras «razas», clases, y religiones, y en el que hay una gran proliferación de conflictos étnicos y culturales.      

Este breve resumen de los efectos —a la vez devastadores y tentadores— de lo que ha venido a llamarse «globalización», puede ayudarnos a entender la urgencia de elaborar políticas educativas que abarquen la interculturalidad, el pluriculturalismo, y la identidad cultural.   De hecho, éstos son términos que circulan en miles de documentos públicos, discursos políticos, resoluciones ministeriales y proyectos legales. Sin embargo, si tomamos un poco de distancia respecto de estos discursos ahora tan comunes para evaluar qué se ha hecho para lograr la interculturalidad, vemos que aún falta mucho por hacer.  Un problema inmediato que surge cuando tratamos de comprender lo que se entiende, y a lo que se aspira, cuando se invoca la interculturalidad, es el hecho que el término «cultura» parece significar muchas —y diferentes— cosas. Así, en el discurso público, el término «cultura» puede ser muy fácilmente utilizado para referirse a cosas que simultáneamente se refieren a lo aprendido o  lo heredado, a lo material o lo intangible, a lo consciente o lo inconsciente, a lo valorado o lo despreciado.

Lejos de ser un problema, esta cualidad cambiante y voluble de la categoría cultura —su resistencia a adherirse a cualquier referente o «significado» particular o universalmente aceptado— es precisamente lo que la coloca como un foco central del lenguaje político de la «democracia». Ciertamente, podríamos decir que aquello que hace «política» a la «cultura» es en primer lugar el hecho de que constantemente se está hablando de ella. Su centralidad en la actual política pública descansa en la manera en que su  ambivalencia estimula la toma de diferentes posiciones en el debate. Si entendemos por «política» el intercambio de ideas y la negociación de diferentes perspectivas e intereses, entonces el lenguaje de la política es, por definición, un lenguaje  ambivalente. Tal entendimiento del lenguaje de la política facilita a su vez entender por qué la «democracia» se refiere a la negociación y la habilidad para resolver diferencias de una manera pacífica, y no al consenso absoluto. En ese sentido, entonces, podríamos decir que en el Perú actual «cultura» —en tanto concepto inherentemente ambivalente y mal comprendido— constituye uno de las más importantes formas de aprender —y de enseñar— los valores democráticos de crítica y debate.

De allí la necesidad de dar mayor importancia y consideración a los conceptos y pedagogías basadas en los principios de interculturalidad. En este sentido, la interculturalidad debe ser entendida como la habilidad para reconocer, armonizar y negociar las innumerables formas de diferencia que existen en la sociedad peruana. Entendida de esta manera, la interculturalidad constituye un medio fundamental para inculcar valores democráticos y responsabilidad política. Para ser exitosa, sin embargo, la interculturalidad tiene que ser más que un simple eslogan. Ello requiere que se repiense qué es lo que entendemos por «cultura» y «competencia». La meta de la educación intercultural es fomentar la competencia comunicativa intercultural. Contrariamente a las teorías tradicionales de competencia cultural, que postulan la idea de crear competencia —y autosuficiencia— entre estudiantes supuestamente marginalizados dentro de un grupo específico definido cultural y lingüísticamente, la meta de la educación intercultural es estimular habilidades para la capacidad comunicativa a través de esas fronteras lingüísticas, políticas y sociales, que una sociedad determinada define como «culturales». Esto, a su vez, requiere reconceptualizar y resignificar el entendimiento tradicional de «cultura».

Salvo contadas excepciones, cuando los peruanos hablan de «cultura» se refieren a lo que imaginan como un conjunto orgánico de prácticas simbólicas y materiales de origen ancestral. Esta conceptualización de lo que es «cultura» supone en primer lugar un individuo formado por la cultura en la que vive y se socializa. Y en segundo lugar, que la cultura precede tanto a comunidades como individuos y que además existe por encima de éstos.  Esta manera de entender la «cultura» tiene sus orígenes en la Europa del siglo XVIII, cuando se formó el discurso moderno de «nación».   Al igual que el concepto de nación, este discurso sobreentendía la «cultura» como la expresión orgánica de una agrupación social que compartía raíces territoriales y una lengua común.   Tanto «nación» como «cultura» eran entendidas como esencias orgánicas o naturales, algo que se nota fácilmente si se toma en cuenta la etimología compartida de las palabras cultura y agricultura.

Sin entrar en una explicación pormenorizada de la larga trayectoria del  concepto de la cultura desde sus orígenes europeos hasta el Perú de nuestros días, es, sin embargo, importante subrayar la profunda asociación que existe en la sociedad peruana entre cultura, esencia orgánica y territorio.   Es a partir de esta ecuación —y esta manera de pensar la cultura como algo delimitado y espacial— que se  supone que «cultura» es algo que los individuos heredan, y que «cultura» es sinónimo de «raza.»  Al igual que el concepto de raza, «cultura» se entiende en el habla popular como algo intangible que pasa de una generación a otra y que logra ser parte orgánica y permanente de la identidad física y moral del individuo.

 Acercarse a la cultura como algo orgánico y ancestral lleva muy fácilmente a la conclusión de que las fronteras entre las culturas son intransitables.  De hecho, en las sociedades europeas que se basan en esta comprensión de cultura, se propone que la solución a la diversidad cultural sea la tolerancia: la idea de que las culturas ajenas merecen ser toleradas, pero no entendidas ni, mucho menos, apreciadas.  En segundo lugar, tal sentido de la palabra «cultura» puede muy fácilmente deslizarse hacia la esencialización y comercialización de las identidades culturales como mero folclore.  

Propiamente entendida, la educación intercultural puede ser una herramienta para combatir la folclorización de las culturas subalternas.  Puede promover una comprensión sobre las otras culturas como diferentes formas de entender e interpretar la modernidad, y no, como ocurre frecuentemente, como elementos «arcaicos» que necesitan ser preservados de la modernidad.  Para alcanzar este reto nada fácil, sin embargo, es importante que el concepto de interculturalidad se fundamente en una comprensión de la «cultura» en tanto producto histórico. Entre otras cosas, esto tendría que implicar un mayor cuidado en la contextualización de las representaciones que se hacen de las culturas indígenas o nativas (así como las de los descendientes de africanos y asiáticos) para presentarlas como parte íntegra de la historia del país, y no como un substrato arcaico o ancestral. 

En vez de enseñar «cultura» mediante una «pedagogía de lo auténtico», necesitamos desarrollar una comprensión pluralista y relativista de competencia cultural que bien podría definirse en términos de una «pedagogía de lo apropiado».  Esta aproximación al aprendizaje deberá concentrarse en el diseño de estrategias de enseñanza enfatizando en  la adaptabilidad  mediante la cual los estudiantes puedan seleccionar apropiadamente los códigos lingüísticos y culturales exigidos en contextos sociales determinados. En vez de instruir a los estudiantes a pensar en ellos mismos como personas pertenecientes a mundos culturales aislados, los maestros deberán diseñar estrategias que permitan a los estudiantes pensar en sí mismos como personas que pueden transitar y operar fácilmente entre fronteras lingüísticas y culturales. Éste es en última instancia el significado de «competencia intercultural» hacia el que decididamente debe apuntar la educación intercultural.

 

¿Cómo se puede desarrollar tal pedagogía en una sociedad donde las culturas y las lenguas han sido durante muchos siglos imaginadas como correspondientes a formas de vidas circunscritas e inherentemente desiguales?

* * *

* Este artículo refleja algunas de las conclusiones de una Consultoría en Educación Bilingüe e Intercultural realizada para el Ministerio de Educación en marzo y mayo del 2002.


© 2003, Deborah Poole
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Para citar este documento:
Poole, Deborah: «Democracia y cultura en la educación intercultural peruana», en Ciberayllu [en línea]


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