Con la tinta en las venas |
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Alberto Mosquera Moquillaza |
Pero este diario nuevo, Última Hora
[…] que había introducido la jerga y la replana […]
le disputaba el cetro [a
se lo arrebataba: eso enloquecía a Becerrita
Mario Vargas Llosa1
Revolucionaron el periodismo limeño: fueron los reyes de la replana, de las crónicas rojas y de las noches calientes de
Última Hora fue ese diario que, durante sus 34 años de existencia arrasó con todas las expectativas de sus propietarios. Surgió para ser la caja del diario mayor:
Como cronista policial, pensé que ya lo había visto todo: homicidios, violaciones, accidentes, reyertas a chavetazos, asaltos, etcétera. Nunca pensé que un 24 de mayo de 1964 me daría cara a cara con cien, doscientos, y de repente hasta trescientos muertos, en los hospitales Obrero y 2 de Mayo, en
En
Para emplear los términos de Guido Monteverde, el columnista que había armado el tole tole de
Guillermo Lavalle Vásquez, alias «Pichuzo», llenó un capítulo especial en la historia del crimen. Violó y mató a una criatura y lo tuve frente a frente en un calabozo de
El imaginario popular limeño no sólo se alimentaba de las querendonas noches del «Pigalle», el «Embassy» o el «Olímpico», los centros nocturnos de moda en los años 50 y 60. Los llamados bajos fondos de Lima también pusieron lo suyo, y en este terreno Última Hora le quitó espacio a
Delincuentes como «El guta», «Tatán», «El invisible», «El cubano», «La rayo» o «La gringa» y sus espectaculares acciones delincuenciales, realmente de película, solían ocupar las primera planas. «Tatán» o «Niño dios», por ejemplo, era hijo de un médico que tuvo a mal traer a la policía de esos años. Mil veces entró a la cárcel, pero mil veces también salió, siempre elegante, risueño, luciendo un diente de diamante obsequiado por una de sus tantas amantes. Paseó su figura por diferentes países de Sudamérica, pero siempre regresaba a sus pagos de los Barrios Altos, a redistribuir entre los menesterosos el producto de sus robos. Cuando en prisión un hampón lo mató a chavetazos una multitud lo acompañó hasta su última morada. En Las Carrozas, su barrio, nadie lo olvida, y los más viejos han hecho de «Tatán» una leyenda que a pesar de los años sigue corriendo de boca en boca.
Azucena era su nombre de trabajo, o de combate. En el burdel donde laboraba, en la avenida Colonial, destacaba rápidamente aunque el recién llegado no la conociese personalmente. Bastaba con ver las colas que se formaban ante su cuarto, su horario especial y su tarifa, para darse cuenta de que era una trabajadora fuera de serie: sus artes amatorias la habían convertido en una mujer supercodiciada por los compradores de caricias. Agraciada de noche y también de día cuando no contaba con la complicidad de las luces putañeras, Azucena vivía en una próspera urbanización de Lima, mantenía y pagaba los estudios universitarios de sus hermanos en una Universidad particular, y a diferencia de sus colegas no cargaba con la cruz de ningún gigoló. Un buen día apareció liderando una huelga de prostitutas, la primera de su género en Lima, que ante la amenaza de extenderse a otros bulines tuvo que ser rápidamente neutralizada por los propietarios del lenocinio donde tan singular mariposa del amor —así se las llamaba— trabajaba.
Juan Gargurevich, quien se ha ocupado de la historia de ambos periódicos, ha revelado que el primer titular replanero de Última Hora surgió de los aprietos que ocasionaba la rigidez de la ahora desusada tipografía de plomo. Había que resaltar en la primera página el ingreso de miles de soldados de
El Sepa fue uno de penales más temidos del país. Era la cárcel sin rejas: no las necesitaba, enclavada como estuvo en medio de la selva peruana, a orillas del río Sepahua y donde eran recluidos los delincuentes y asesinos más peligrosos del país. Borsi Globas y Agostino Risaletti, dos italianos que se hicieron famosos al liquidar a sangre fría a un modesto taxista, fueron a dar con sus huesos a ese penal. Audaces hasta el tuétano, desde el primer día de su reclusión comenzaron a tramar la fuga y no tuvieron empacho en confesarlo.«Fugar del Sepa es difícil pero no imposible», me dijeron en un reportaje que apareció a toda página. Nadie les creyó, menos las autoridades. Aproximadamente un año después de esa confesión pública, Globas y Risaletti pusieron en práctica su trabajado plan de huida. No lograron su objetivo, pero sí pusieron en jaque a centenares de policías que se lanzaron a su recaptura. Ambos tuvieron que esperar muchos años más para obtener su ansiada libertad; hoy viven en su natal Italia.
Última Hora fue el diario de mayor circulación a nivel popular. Es que el tabloide reflejaba lo que los habitantes de callejones, corralones, tugurios y barriadas gustaban encontrar en un periódico: sus peripecias cotidianas, sus costumbres, sus aficiones deportivas, la vida y milagros de sus ídolos, las últimas incursiones de los monarcas del hampa. El periódico creaba fama entre los de abajo, los tradicionalmente marginados por la prensa seria y acartonada. Y todo ello, como decía Villasís, vestido con el frac de la replana. Se vivían los tiempos del carnaval, de la multiplicación de las barriadas, de los reinados de belleza, del fútbol no mercantilizado y de las jaranas de rompe y raja. Y, si se llegaba al sensacionalismo, pues no pasaba nada ya que las fronteras entre la verdad y la primicia no estaban debidamente delimitadas.
Y el humor ultimahorero era también popular: supo expresar la conocida picardía limeña, la sandunga negra, la asimilación del provinciano —en especial del serrano— a la pillería capitalina y finalmente las idas y venidas de las pizpireta limeña. Aparecieron así las tiras cómicas «Sampietri» (Julio Fairlie), «Boquellanta» (Hernán Bartra), «Serrucho» (David Málaga), y «Chabuca» (Luis Baltazar) para solaz de los lectores que en cada tira veían caricaturizadas sus propias vivencias. De todas esas tiras «Sampietri» se iba a constituir en un personaje emblemático. Cómo no iba a serlo si representaba al criollazo vividor y tramposo, faite y enamorador3, tan común en los tradicionales barrios capitalinos.
El periodismo es como la prostitución: se aprende en las calles. Así tronó el viejo Saúl Faúndez, dejando patitieso al bisoño Alfonso Fernández, ambos de El Clamor. Esto sucedió en Tinta Roja, la novela del Alberto Fuguet, pero también ocurrió en Última Hora. Los empresarios pusieron la plata, los noveles periodistas de los años 50 pusieron la pasión y la sangre, la raza y la imaginación, pero sobre todo el olfato del sabueso. Su única escuela de periodismo fue la calle. La noticia se buscaba, aquí, allá, o acullá; no había un rincón de Lima que no se peinara: Prefectura, comisarías, hospitales, morgue, asistencia pública, callejones, barrios populosos, mercados, prostíbulos. Algo tenía que haber: la mojarrilla podía estar en cualquier estanque, lista para pescarla. Y si no se encontraba pues había que crearla, total, en un país donde las mentiras oficiales, como sucede ahora, eran cosa de todos los días, que un periódico se atreviese a entregarlas en papel periódico no era nada del otro mundo. Como Orson Welles decía —lo recuerda Jorge Vega, «Veguita», conocido librero de hoy, y ayer un periodista de escasos 16 años— no había que dejar que la verdad matase la primicia4.
Puente Piedra, febrero del 2006
1Vargas Llosa Mario, El pez en el agua, Seix Barral, Santafé de Bogotá, 1993, p.145
2 Villasís, Hugo, Una Lima que se pasa, Gráfica 30, Lima, s/f, p.212
3 Costa, Humberto, Sampietri - http://www.librosperuanos.com/html/imagen-9.htm
4 Li, Walter, Noticias de Última hora, El Comercio, A10, 24 de enero de 2006
Ampuero, Fernando, Gato encerrado, Peisa, Lima, 1987.
Gargurevich, Juan, Última Hora, la fundación de un diario popular,
----------------- Mario Vargas Llosa, Reportero a los quince años, PUC, Lima, 2005.
Jáuregui, Eloy, Usted es la culpable, Ed. Norma, Lima, 2004.
© 2006, Alberto Mosquera Moquillaza
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