El buen aristócrata
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Cada domingo, la larga ceremonia de La Nación de Costa Rica nos sube a la «Tribuna del idioma» de Fernando Díez: oficio de la palabra que hoy forma un volumen de 200 artículos que los amigos del buen decir pueden leer ya como un libro de horas. Ha hecho bien Fernando Díez pues su libro viaja contra el desprecio oligárquico de dejar que el pueblo hable como quiera «porque el pueblo hace el idioma». Esta libertad sería maravillosa si todos tuviéramos el mismo acceso a la cultura; pero, en un mundo donde la mayoría es una molestia los pobres son esos que siempre tienen hambre, es necesario, siquiera, que quienes poseen menos monedas no conozcan también menos palabras. Fernando Díez va así contra aquella suerte de populismo, de peronismo lingüístico que deja que, cuando habla y escribe, la gente se las arregle como pueda. Claro está, los predicadores de esta «libertad» intentan, ellos sí, hablar bien y se horrorizarían si el maestro de sus hijos diera a estos la potestad de escribir sapato porque el pueblo no está seguro de que la zeta exista. El mal aristócrata sabe lo que sabe y se lo guarda, y se ríe del pueblo que ignora ortografía entre otras cosas; en cambio, Díez es un aristócrata bueno pues quiere que los demás sepamos tanto como él: por esto nos enseña. Ya Juan Ramón Jiménez dijo que la democracia solo debe ser un paso en el ascenso hacia una sociedad de aristócratas, en la que todos seamos iguales y excelentes. Tres méritos principales habitan en Tribuna del idioma: el oído atento al decir de la gente, la erudición para dilucidar el uso idóneo, y la amplitud para aceptar los cambios del habla. Leamos este libro. Escribamos bien; no demos, a los que nos desprecian, el gusto de sabernos ignorantes. Víctor Hurtado Oviedo. © Víctor Hurtado Oviedo, 1999, [email protected] |
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