Patricia Saravia indica el camino |
Patricia Saravia: De Inga y de MandingaDiscos Hispanos del Perú-EMI, 1996. |
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Los peruanos que seguimos penosamente los
pocos y, a estas alturas, desesperados intentos de algunos solistas y
grupos musicales por «internacionalizarse», hemos comprobado
que no basta con sumar y restar notas y timbres musicales para conmover
a los públicos, y que la técnica y las formas no lo son todo
en la búsqueda de un estilo que represente a un sector de gente.
Ese «algo más» que elude desde siempre a nuestros músicos urbanos populares, es el contenido de sus mensajes. El público y los aficionados intuyen muy rápidamente si los músicos creen o no creen en lo que están haciendo, si están ellos mismos emocionados o no por su propia música, y si sus intentos son productos de un tiempo parcial o de un tiempo completo. En cambio, lo que escuché la noche del 17 de julio de 1996 en el Centro Cultural de la Universidad Católica, de Lima, fue el Perú en música: una pócima de tradiciones regionales muy bien ensambladas con lenguajes cosmopolitas, hasta el punto de ponerme optimista en cuanto al futuro de la música popular urbana clasemediera del Perú (y aquí entramos casi todos). El camino parece ya trazado por Patricia Saravia y sus colaboradores quienes se presentaron aquella noche, con las armonías densas y errantes del jazz, la percusión afroperuana, el cencerro caribeño, el charango andino, la guitarra eléctrica (de la que ya nadie se salva), la tecnología del sintetizador, y todo esto al servicio del vals criollo, del carnaval andino y del festejo afroperuano. Esa noche se cristalizaron plenamente la mezcla del jazz con el huayno, el carnaval andino con el festejo, y la balada de tonos novatroveros, tantas veces buscada pero pocas conseguida. Todo el repertorio fue de compositores criollos, afroperuanos y andinos, pero la fusión de estilos alcanzada por la cantante fue lo suficientemente balanceada como para lograr el perfecto equilibrio. Valses de Chabuca Granda, festejos de Pepe Vásquez, y hasta un carnaval cajamarquino popularizado por el Indio Mayta, se sucedieron en una continuidad estilística encomiable. Si bien la armonía de todos los temas fue eminentemente jazzística (desde el carnaval Matarina hasta el vals Bandido), el insistente cajón con ritmo de festejo, lento, moderado o rápido, brindó una base casi permanente que dio unidad a todo el repertorio y lo hizo tocar tierra peruana con el rigor profesional de la percusionista María del Carmen Dongo. Convicción en el fraseo y emoción en las cadencias denotaron el liderazgo musical de Patricia Saravia al frente de músicos tan versados como Félix Vílchez (teclados), David Pinto (bajo eléctrico), Cali Flores (congas y charango) y Kike Robles (guitarra eléctrica). Patricia Saravia no tiene problemas ni prejuicios en introducir una improvisación en scat sobre un tema andino, ni sus músicos en mezclar el charango con el cajón o el sintetizador. Sin embargo, eso tampoco es suficiente para cantar victoria en camino de la fusión de lo local (léase el vals criollo, el huayno andino o los llamados géneros afroperuanos) con lo transnacional (jazz, rock, soul y rhythm and blues). Ese «algo más» estaba presente en las sonrisas sinceras de los músicos al terminar cada tema, a sabiendas de que habían logrado alcanzar el swing en el baile espontáneo de Patricia Saravia, y en la concentración puntual de la segunda voz (Lourdes Carhuaz). También fueron notables los arreglos realizados por cuatro músicos durante los últimos tres años: Félix Vílchez, David Pinto, José Luis Madueño y Jocho Velásquez. Los músicos y el público que se perdieron este espectáculo pueden recurrir, felizmente, al disco compacto de Patricia Saravia, De Inga y de Mandinga (Discos Hispanos del Perú-EMI), que contiene los temas interpretados en esa noche.
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