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Lejana cariciaCaricia, de Olga Milla
Producción independiente, OM120256CD. |
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ntusiasta o reluctante, el emigrante suele tener a la patria como ilusión, como culpa, como orgullo, como imagen o recuerdo, a veces como pena irredimible: eso que llaman nostalgia. Y la música suele servir para curarla y alimentarla al mismo tiempo. Todos atesoramos nuestros cassettes, nuestros discos. ¿Y los músicos? Pues hacen música, lo que resulta más difícil, porque no siempre es suficiente una guitarra, o una voz: faltan otros músicos, el ambiente. Falta, pues, sentirse músico: trabajar duro con los arreglos, ensayar, armar cada canción, y tantas cosas que no son fáciles de hacer cuando uno no está donde cerca de otros artistas. Olga Milla, cantante peruana, hizo todo eso y más, y el resultado es Caricia, disco producido en familia, y grabado y mezclado, casi todo, en ese rincón paradigmático de la peruanidad norteamericana que es Paterson, Nueva Jersey, donde hasta el Señor de los Milagros sale a caminar cada octubre, entre sahumadoras y el olor santo de los anticuchos. Olga Milla ha logrado juntar un impresionante grupo de artistas peruanos para acompañarla en este esfuerzo quijotesco. Heredera del estilo de la limeñísima Edith Barr, Olga Milla explora en este disco varias expresiones musicales peruanas, pero sobre todo el vals moderno, que ha perdido un poco la síncopa, para así destacar la voz, haciéndose más universal, a costa del viejo sabor criollo que sólo podemos entender los que hemos tenido la suerte de estar alguna vez en el Centro Musical «Unión», o en el mismísmo Callejón del Buque. La primera de las once piezas del disco combina cuatro canciones que tienen que ver con la distancia y la ausencia. La excelente guitarra de Edmundo Vargas abre los fuegos para que Olga se lance con «Todos vuelven» esa hermosa canción del admirable César Miró que desde hace varias décadas cantan los peruanos de la diáspora, que cambia luego al chalaco vals «Mi retorno» de Manuel Raygada, a «El provinciano» de Laureano Martínez, para cerrar con «Tierra Querida», de Alicia Maguiña. Hermoso comienzo, y razón suficiente para que quienes estamos lejos tengamos este disco siempre a mano. Luego siguen «En la grama», un vals poco conocido de Chabuca Granda, y «Caricia», de Pancho Quiroz, valses en los que Olga, bueno, acaricia cada nota, arrastra cada verso, haciéndose una con la guitarra casi clásica que es un lujo que viene con la música criolla moderna. Sigue una serie de valses, en ritmo jaranero, ese que se baila moviendo las caderas y guiñando los ojos, y luego «Alma de mi alma», de Márquez Talledo: «Ven, porque sin ti me moriré...» ¿Y qué es esto que ahora se escucha? Juraría que se trata del charango parinacochano del pausinísimo Jaime Guardia, trayéndome viejos recuerdos de alguna vez, hace años, donde avanzada la noche, cantábamos «Negra del alma». Sí, es él, acompañando, solo, a Olga en el huayno «Aguacerito cordillerano»: la voz acariciante ha devenido quejumbrosa y hasta este cronista, serrano a más no poder, siente el saborcito especial, ayudado por el propio Jaime, que hace dúo en algunos versos. Al huayno sigue el tondero, y esta vez la voz de Olga Milla se muestra versátil, yéndose fácilmente para arriba, como lo exigen los coros de la música alegre del norte peruano. Olga también compone, y lo muestra en el «Romance de la sahumadora», una suave canción evocativa de la ya mencionada procesión, en la que cuenta de los amores de dos fieles. Sigue un largo landó, también muy moderno tanto que cuesta trabajo encontrar el ritmo africano, que aparece en los últimos compases, de Liliana Huamán. Carlos Hayre, maestro excepcional de la guitarra peruana que compartiera vida y música con Alicia Maguiña, le presta un vals y su propia guitarra a Olga Milla para que haga «Despertar», otro vals de la nueva onda. (Hace unos días, tuve la suerte de ver a Carlos Hayre en St. Louis, donde brevemente recordamos los carnavales jaujinos, donde varias veces coincidimos en la década pasada: coincidencias.) Al cierre, una jarana, muy bien lograda, de esas que dan ganas de agarrar el pañuelo así uno no sepa bailar la marinera limeña y menos resbalar como se debe. Es difícil creer que este disco se haya hecho lejos del Perú, pero ahí está, mostrando que el vivir lejos no significa necesariamente dejar de ser parte de la patria. Gracias, Olga, por ese esfuerzo especial, que va desde cantar las canciones hasta vender el disco.
Se puede contactar a Olga Milla en [email protected]
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